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En la oscuridad de la madrugada del martes 18 de marzo de 1997, un escalofrío recorrió la urbanización El Golf, en Camacho, Santiago de Surco. Mientras Lima vivía en una tensión interminable debido a la prolongada toma de la residencia japonesa por parte de un comando terrorista del MRTA (que acabó a sangre y fuego el 22 de abril), unos desconocidos irrumpieron en el hogar de los Tozzini-Bertello. Lo que pasó dentro de esa casa fue una pesadilla. Los intrusos, motivados por razones aún desconocidas, tuvieron un fin siniestro: la exterminación de una familia.
Así, en un acto compulsivo y cruel, acabaron con la vida del empresario Nello Tozzini Azabache, su esposa Ana Rosa Bertello Másperi y uno de sus hijos, Nello Tozzini Bertello. En la investigación policial se determinó que fueron tres sujetos los que llegaron a entrar en la residencia a las 4 y 30 de la madrugada, aproximadamente, y ya dentro del inmueble balearon en distintas partes del cuerpo a las víctimas. Aparte de los tres mencionados, otro hijo, Gianni Tozzini Bertello, de 21 años, salvó su vida al llegar a esconderse de los pistoleros.
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La palabra que más repetían los medios de comunicación y la misma Policía especializada en homicidios fue “venganza”. Fue una venganza, un “mandado”, una sentencia a larga distancia, un juramento de sangre y muerte. Todo eso recayó sobre una familia que no perdió ni un objeto de valor, salvo un auto marca Honda azul del año 87. El automóvil tenía lunas polarizadas y se encontraba en la cochera de la mansión de las víctimas. Los malhechores lo utilizaron para salir de la zona residencial surcana. Luego, enrumbaron hacia la avenida Golf Los Incas.
En los primeros días de la investigación, la Policía señaló que los asesinos habían urdido un plan meticuloso para no fallar. Hasta el detalle de cómo entrar en la casa habría estado previsto: aprovecharon un montículo de desmonte de una construcción vecina para escalar la pared de la residencia. Un acto audaz que les permitió ingresar al interior de la casa Tozzini-Bertello sin que nadie en los alrededores lo notara.
Los titulares de los periódicos y las portadas de las revistas, así como las pantallas de los canales de televisión, se convirtieron en un eco inquietante de las especulaciones policiales que comenzaban a tomar forma. El “hecho delictivo” se desglosaba lentamente ante el ojo público, y desvelaba un oscuro relato de terror.
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La secuencia de eventos se desentrañaba: Nello y Ana Rosa compartían la misma casa, pero dormían en cuartos separados. De esta forma, la primera en caer baleada fue Ana Rosa, quien recibió un ataque masivo de seis disparos. A continuación, era acribillado Nello padre, quien enfrentó un destino también brutal con otros seis balazos.
Nello hijo -el segundo de los hijos- fue víctima de un único disparo, preciso y letal, que le impactó en la cabeza (típico disparo de los sicarios). Aún pudo ser llevado a una clínica en La Molina, pero el 21 de marzo de 1997, tres días después de la violenta incursión en su casa, su cuerpo no resistió más.
El otro hijo que dormía en la casa, Gianni, logró percatarse de los disparos y alcanzó a esconderse en el tercer piso, logrando salir por una ventana y esperar allí. “Sentí que la puerta de mi dormitorio fue empujada, pero los sujetos no pudieron encontrarme. Posteriormente, escuché el ruido del motor del carro de mi padre el cual fue encendido para partir raudamente”, expresó a los detectives de la División de Homicidios.
Gianni declaró que, tras la fuga de los asesinos, entró en el cuarto de sus padres y de su hermano. Entonces vio los cuerpos inertes en medio de charcos de sangre. Según la Policía, se halló en el lugar del crimen casquillos de armas, dos de ellos (al parecer) pertenecían al arma de uno de los hijos.
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En ese tiempo del triple crimen, el padre Tozzini, de ascendencia italiana, vivía sin un oficio definido ni un lugar de trabajo fijo, aunque su familia tenía algunos pequeños negocios. La madre Tozzini trabajaba en su casa, donde había montado una oficina para la compra y venta de bienes inmuebles.
La pareja se había separado hacía un tiempo, y recientemente habían vuelto para trabajar juntos. Era un grupo familiar de cinco hijos: Nello (fallecido, de 24 años), Fiorella, de 26 años, Gianni (sobreviviente, de 21 años), además de Luigi y Franco, de 19 y 18 años, respectivamente. Fiorella Tozzini Bertello residía en los Estados Unidos, y los hijos menores, Luigi y Franco Tozzini Bertello, se encontraban en Lima, en la vivienda de un familiar.
Una de las primeras piezas del difícil rompecabezas la dio Gianni Tozzini, el superviviente de la trágica noche, quien aportó información vital que apuntaba directamente hacia un sospechoso. Los agentes de la División de Investigación Criminal de la Policía Nacional (Dinincri) se vieron obligados a emprender un viaje a Ancash, al norte de Lima, en una incansable persecución para dar con el fugitivo.
En un giro aún más enigmático, durante esos mismos días, el sacerdote italiano Daniel Battiali Macedoni, de tan solo 34 años, fue brutalmente asesinado en Huaraz. La Policía se enfrentaba a un doble enigma, y en ese punto trató de hallar alguna conexión entre ambos crímenes. Además, se supo por un investigador policial que, en un intento por manchar la reputación de Nello Tozzini, los asesinos habían dejado un “mensaje” sobre su cadáver. Era un sobre que contenía clorhidrato de cocaína. El objetivo era vincularlo a las mafias dedicadas al tráfico ilícito de drogas.
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En medio de la incertidumbre del caso, los investigadores especulaban sobre el móvil que había detrás del triple crimen. Uno de los escenarios era el de una posible venganza, relacionada con una operación de compra y venta de bienes inmuebles hecha por Ana Rosa Bertello, en la que su esposo, Nello padre, habría desempeñado un papel importante. Pero, la conducta “sospechosa” de este último también insinuaba una venganza orquestada por mafias del narcotráfico. A ello se sumó otra posibilidad que no se descartaba: una aparente disputa familiar.
Estas eran las conjeturas que la Policía generaba, y que la prensa recogía, en torno a la enigmática figura de Nello Tozzini. Su historia se remontaba a la década de 1980, cuando tenía el cargo de director en la conocida Compañía Ítalo-Peruana de Seguros Generales. Un ascenso que se atribuía en gran parte a su relación con su cuñado desaparecido, Luis Felipe Bertello, quien en su momento lideró el ya entonces extinto Banco de Comercio del Perú (Bancoper). Nello Tozzini hilvanó así una intrincada red de conexiones en el mundo empresarial y financiero.
En cuanto al personal que se encontraba en la residencia durante el fatídico momento del crimen, la Policía corroboró que solo había estado una empleada doméstica. Ella se escondió a tiempo y así, quizás, salvó su vida.
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La búsqueda de los responsables se hacía con el pleno respaldo de las fuerzas policiales. El propio director general PNP, general Antonio Ketín Vidal, dio instrucciones precisas para llevar a cabo una investigación exhaustiva y minuciosa. Con ese propósito, designó a un selecto equipo de detectives para que se abocara a la tarea. Los interrogatorios se sucedían incansablemente, alcanzando a familiares, amigos y conocidos de las víctimas, mientras los agentes de la División de Homicidios de la PNP realizaban visitas constantes a la casa de Surco, escudriñando cada rincón del escenario del crimen en busca de pistas y detalles que pudieran arrojar luz sobre el enigma que envolvía este crimen.
Hasta que el 22 de marzo de 1997, en Huaraz, la Policía especializada logró un avance significativo al detener a un sospechoso, cuya identidad se mantuvo en reserva. Este sujeto, al parecer, tenía algún tipo de conexión con la familia víctima. En un giro inesperado, los cuatro hijos que habían sobrevivido a la tragedia, junto con la trabajadora doméstica, comenzaron a colaborar activamente con las autoridades en el esclarecimiento de los hechos.
Los diarios limeños desplegaban ante el público la intrigante vida de Nello Tozzini Azabache. En sus páginas, El Comercio, por ejemplo, lo mostraba como un hombre de alta sociedad, de mundo, cuya existencia estaba enmarañada en medio de muestras de lujo y exuberancia en clubes exclusivos y también en las actividades deportivas en las que se involucraba. Con su carisma y atractivo personal, Nello Tozzini había logrado encantar en su juventud a Ana Rosa, la hija del influyente banquero Alejandro Bertello, fundador de Bancoper, a finales de los año 60. Su historia de amor fue vertiginosa, y ella quedó enamoradísima de él.
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Los años 90 iban avanzando, y Nello Tozzini iba perdiendo gradualmente los brillos de su vida de glamour, al punto de que solo le quedaba apoyar el negocio inmobiliario de su esposa. La armonía de pareja se fue desmoronando. Cada vez más crecían los desacuerdos, problemas y malentendidos, tanto con Ana Rosa como con el resto de la familia. A pesar de todo, Nello Tozzini se mantuvo cerca de su esposa. Ella lo toleraba, a pesar de las dificultades que enfrentaban.
El “motivo” detrás de este crimen iba y venía. Pasaba de ser un caso de venganza familiar un día, a un caso turbio y escabroso como el de una posible represalia orquestada por una mafia otro día. Mientras la Policía trataba de ser tenaz en su investigación, lamentablemente los medios de comunicación, en especial los canales de TV., parecían deleitarse en difundir las más extravagantes “hipótesis”.
Con el paso de las semanas y los meses, se fueron perfilando dos posibles móviles detrás del triple homicidio: la venganza urdida por narcotraficantes o extorsionadores o, en su defecto, un supuesto intento de robo de dinero fallido. Sin embargo, la investigación terminó por encaminarse hacia el entorno cercano de la propia familia Tozzini-Bertello. La teoría de que los responsables de estos crímenes podían ser familiares cobraba fuerza.
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Pero, en junio de 1998 (al año siguiente), un giro dramático en la investigación se materializó tras la declaración crucial de un testigo: era un mecánico, Teobaldo Hinostroza Cisneros, cuyas palabras desencadenaron la denuncia formal contra uno de los hijos, Luigi Tozzini Bertello. A él lo señalaron como el presunto “autor intelectual” de los asesinatos, el de sus padres y hermano.
Las autoridades emitieron una orden de detención en su contra, que más tarde se transformó en una orden de comparecencia. La misma suerte corrió su amigo Víctor Bocanegra, mientras que el mecánico Hinostroza Cisneros, quien afirmó que Luigi Tozzini había estado en búsqueda de sicarios para llevar a cabo el crimen (aclarando que ellos no participaron), finalmente fue liberado.
Para la Policía y los fiscales, estos datos parecían ser las piezas que faltaban en el rompecabezas. Especialmente porque en el interior de la casa de las víctimas no se hallaron señales de violencia ni indicios de que alguien hubiera forzado su entrada. Ello apuntaba firmemente a alguien cercano a la familia o alguien de confianza.
A pesar de las acusaciones iniciales contra Luigi Tozzini Bertello, Víctor Bocanegra y Teobaldo Hinostroza Cisneros, estas se desvanecieron debido a la falta de pruebas sólidas, a la ausencia de verdaderos sospechosos y a las contradicciones que empañaron los testimonios, como el de la empleada doméstica, quien también involucró a Fiorella Tozzini en sus declaraciones. La culpa de algún miembro de la familia comenzó a disiparse.
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Gianni, Luigi y Fiorella Tozzini colaboraron con la justicia, en todas las instancias. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos desplegados, al acabar el siglo XX (junio de 1999), las autoridades aún no habían logrado identificar a los verdaderos autores del escalofriante crimen de Camacho, en Surco. Las piezas del rompecabezas parecían no encajar.
Con el paso del tiempo, el enfoque de la investigación se redirigió hacia la absolución de los hermanos Tozzini. Finalmente, en septiembre de 1999, las sospechas contra ellos quedaron oficialmente descartadas, aunque aún quedaba pendiente el dictamen de un fiscal superior.
Lo que parecía ser el final del camino se convirtió luego en una prolongada pesadilla judicial, marcada por un vaivén de cuatro sentencias superiores absolutorias y tres órdenes supremas que declaraban nulo el fallo absolutorio a los hijos de las víctimas, exigiendo la realización de nuevos juicios orales.
Fue un proceso que se extendió por años, y mantuvo el caso en constante agitación y alimentado por la incertidumbre que lo rodeaba. Al final, en agosto del 2009, el caso resurgió con nueva intensidad, impulsado en parte por la cobertura periodística que incluyó reportajes en programas de televisión. En esos programas se presentaba repetidamente el testimonio de Víctor Bocanegra, quien se exculpaba y afirmaba que uno de los hijos de Nello Tozzini lo había contactado en el pasado, proponiéndole que actuara como sicario en contra de sus propios padres.
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En septiembre del 2009, después de 12 años de la perpetración del crimen, comenzó el esperado juicio oral. La Tercera Sala Penal para Reos en Cárcel dictaminó que los acusados debían someterse a exhaustivas evaluaciones psiquiátricas y psicológicas como parte del proceso. Todos los involucrados, incluyendo a Fiorella y Luigi Tozzini, José Luis Llanos Hernández (esposo de Fiorella) y el chofer Bernabé Palomino, estuvieron presentes en el tribunal. Todos enfrentaban graves cargos de homicidio calificado, en un proceso que marcaría un hito en la larga y compleja historia de este caso.
En los meses siguientes, el país testigo de los incesantes reclamos de inocencia por parte de los hermanos Tozzini, quienes defendieron constantemente su exculpación en relación al triple homicidio. Insistieron en que el motivo detrás de los crímenes había sido un robo y señalaron al hijo de la “ama de llaves”, un individuo con antecedentes penales, como el responsable.
Finalmente, el 6 de junio de 2012, la Sala Penal Transitoria de la Corte Suprema emitió un veredicto que exoneró a los hermanos Tozzini del cargo de parricidio. La decisión de la sala se basó en la existencia de vacíos en la evidencia presentada en el juicio. Este veredicto también absolvía a los otros cuatro acusados debido a la falta de pruebas en su contra.
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Tras 15 largos años de proceso judicial, el caso no logró arrojar luz sobre los oscuros eventos de la fatídica noche del 18 de marzo de 1997. La tragedia que se cobró la vida de tres miembros de la familia Tozzini-Bertello persistió como un enigma sin culpables, y dejó un capítulo oscuro e irresoluto en la historia de la criminalidad en el Perú.
Dos años después, el 2014, el Canal 2 transmitió la serie “Comando Alfa”, en la que una de sus historias recreó en una ficción este sorprendente caso policial.
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