Dámaso Pérez Prado era una estrella que, desde fines de los años 40, reventaba cualquier escenario de Latinoamérica con su ritmo musical. En todos los países, incluido el Perú, había clubes de mambo, asociaciones de gente que se divertía exhibiendo los pegajosos movimientos del género. Sin embargo, como toda música nueva tuvo que enfrentar la crítica y hasta el rechazo de parte de la sociedad. ‘Cara’e foca’, así le llamaban, debutó en Lima, el sábado 3 de marzo de 1951. Fue una visita única, que incluyó un curioso poema dedicado al divo, el cual fue escrito con una encendida admiración.
El Comercio informó sobre él días antes de que su llegada a Lima trajera un revuelo de locos. Difundió notas y semblanzas sobre Dámaso Pérez Prado y el mambo, sobre el mambo y Dámaso Pérez Prado, porque eran prácticamente una misma cosa. Aunque no haya inventado el ritmo propiamente dicho, el cual proviene del danzón cubano fue, sin lugar a dudas, su mayor creador y difusor a nivel mundial.
Así fue que este baile popular viajó de Matanzas a La Habana, en Cuba y, con el músico, a México en 1948. De allí sedujo a los Estados Unidos hacia 1950, causando gran expectativa. No es difícil imaginar que desde Norteamérica el ritmo caribeño bajara como una turba contagiosa a toda América Latina. Era lo que estaba de moda y lo que iniciaba los años 50 con una furia sin comparaciones.
En ese contexto, el matancero llegó a Lima. Estaba en su mejor momento. De baja estatura y con un insuperable talento musical, Pérez Prado ya sabía que en la plaza de Acho se estaba preparando un festival popular de mambo. Ante ello, El Comercio pensó que era necesario abordar el tema de manera amplia, analizando el sentido e importancia de esta música juvenil.
La crítica al mambo llegó con fuerza
El jueves 1 de marzo de 1951, dos días antes de la llegada del divo, El Comercio abordó el tema de manera imparcial o, al menos, trató de hacerlo. Con una juventud ya convencida del valor musical del mambo, había que consultar con los “especialistas” para saber qué decían o qué objetaban al ritmo caribeño. “Hemos preguntado a diversas personas de las que tienen que hacer con la música y nos han dicho su opinión”, decía la nota. Los puntos de vista estaban entre el rechazo total, que incluía el lamento por la popularidad del mambo en nuestro medio, y el entusiasmo sin reparos.
Había expresiones de gente de la radio y de cantantes que tildaban al mambo de “música embrujada”, “un simple ritmo musical”, “desdice en mucho de la cultura y las buenas costumbres”, “el mambo es estridente” o “música de ruidos raros a la civilización”; estas contrastaban con otras que reconocían su valor y originalidad, como lo hizo la cantante argentina de boleros Angélica Anchard: “El mambo es una música que va a revolucionar los ritmos existentes. Personalmente me encanta. Me he llevado la sorpresa, al llegar a Chile y el Perú en viaje desde la Argentina, de su gran popularidad”.
Hasta se consultó con el mundo académico musical. El profesor de Armonía del Conservatorio Nacional de Música, José Jaime Aicúa, dijo: “El mambo como ritmo es muy interesante, como todos los ritmos afrocubanos. Pero como todos estos, también, carece de armonía y no tiene música (…) El mambo, por consiguiente, no es música y carece de interés artístico”.
Así, la tendencia en la sociedad peruana culta o académica era de cuestionamiento, por no decir de rechazo. Entonces, ¿de dónde provenía esa fuerza arrasadora que el mambo traía y que hipnotizaba a los jóvenes? Se sabría cuando llevara a Lima el “rey del mambo”. Por lo que se vería en los siguientes días, su visita inspiraría el sentimiento poético de algunas personas, incluidos los propios periodistas.
Una llegada en medio de una multitud
Fue una bienvenida al nivel de una estrella de Hollywood. El aeropuerto de Limatambo estaba abarrotado de fanáticos, repleto de jóvenes tanto dentro como fuera del recinto. El día anterior, viernes 2 de marzo, habían llegado con menos prensa algunos integrantes de su orquesta y la cantante Lilia Gutiérrez (no, ya no estaba Benny Moré).
El sábado 3 de marzo de 1951 era el día en que Dámaso Pérez Prado estrecharía las manos, saludaría de lejos con el brazo derecho en alto y sonreiría a los periodistas y fanáticos limeños. Lima lo recibió como si él y los demás integrantes de su orquesta fueran un motivo de fiesta nacional. Desde las primeras horas de la mañana, el hall de Córpac no soportaba una persona más. “Todos hablaban con entusiasmo del ya famoso ‘mambo’ y se referían a Pérez Prado y su música de moda”, decía El Comercio en su edición de la tarde.
A las 9 y 55 de la mañana, el avión Interamericano aterrizó en tierra peruana. Pasadas las 10, la gente que lo esperaba obtuvo su premio. Lo distinguieron rápidamente por su sonrisa de Mar Caribe. Conversaba de forma entusiasta con sus compañeros de orquesta y llevaba “un terno de acentuado corte cubano, casimir con puntos negros sobre fondo blanco. Usaba camisa inglesa, con rayitas azules, zapatos de cuero color plomo, medias negras y una gran corbata amarilla, de seda, con dibujos llamativos, en el centro de la cual había colocado un hermoso brillante”, así lo describía, con obsesivo detalle, el cronista de El Comercio.
Rodeado de inmediato por sus auspiciadores, al parecer gerentes de Coca Cola a los que saludó con la rapidez de un rayo, Dámaso se entretuvo con la gente de Radio “El Sol” y los numerosos directores y músicos de orquestas que tocaban entonces en Lima. El momento más emocionante fue cuando se acercaron los integrantes de los clubes de mambo, y ocurrió algo que no esperaba: sus fanáticos empezaron a cantar al unísono un mambo suyo, armando la fiesta en Limatambo.
Declaraciones en pleno aeropuerto
Cuando entró a la sala de prensa, el cronista del diario, empecinado en estar cerca de él, pudo apreciarlo bien y antes de que pudiera hacerle alguna pregunta, ya tenía en su mente como lo describiría: “De pelo negro y rizado, color moreno de piel, bigote abundante y barbilla existencialista (tan de moda en París)”. Los medios se sorprendieron de su cordialidad, soltura y agilidad para responder la lluvia de preguntas, y a todos les quedó clara su rapidez mental e inteligencia, así como una fuerte personalidad que tenía en la disciplina su mejor aliada. Dámaso confirmó que era la primera vez que llegaba a Lima y la segunda vez en Sudamérica. Estuvo hacía unos años en Buenos Aires, Argentina.
“¿De dónde proviene la palabra ‘mambo’?”. Respondió que es un término popular en La Habana, y se aplicaba a varias situaciones. “Por ejemplo, se dice de una fiesta: ‘¿Qué tal estuvo el mambo?’; o de una aglomeración pública donde hubo pelea: ‘¿Qué tal el mambo, fuerte?’; o de una muchacha encantadora: ‘¿Qué mambo?’”. Para el rey, el mambo era todo lo que poseía gracia y origen popular, como su música, ni más ni menos.
“Mambo grande es aquel que ocupa íntegramente las cuartillas de pentagrama con los ritmos de esta música; y mambo chico, el que solo participa en la tercera parte de la partitura musical, en la que interviene una ‘guaracha’ u otra pieza de este tipo”, le quedó claro a todo el mundo. ‘Cara’e foca’ se mantuvo tranquilo, sin demasiada pose como muchos anunciaban. Era un arreglista de primera calidad, capaz de hacer innovaciones en su mente “mientras tomaba una taza de café”, como alguna vez dijo en el Perú Freddy Roland, director de orquesta que llegó a tocar el saxofón con Pérez Prado.
El cubano genial confesó que solo había estudiado tres años de música, pero que tenía mucha experiencia pues dirigió a los 18 años su primera orquesta de siete músicos. Era una orquesta típica de su tierra, y que luego integró dos más. Después se encargaría de su propia orquesta y compondría su propia música. Con un anillo matrimonial sin estar casado -así era de extraño-, vivía entonces en México y su popularidad provenía de allí, donde acababa de actuar en las cintas “Amor perdido” (1951) con Amalia Aguilar y “Serenata en Acapulco” (1951) con Martha Roth. Agotado, se levantó y se abrió paso entre la gente empecinada en tocarlo y abrazarlo.
Luego de un paseo en caravana por Lima, el convertible que lo llevaba junto a Lilia Gutiérrez paró en el Hotel Bolívar. Pasado el mediodía, ofreció allí un cóctel y conferencia de prensa. Era su manera de ponerse en contacto con los medios y el público limeño que esperaba más detalles de su audición ese mismo día a las 7 de la noche, en Radio El Sol, y su presentación, a las 11 de la noche, en el Club Lawn Tennis de la Exposición.
El poema de un admirador que se publicó en El Comercio
Pérez Prado sabía que el pueblo que seguía su música iba a reunirse en la plaza de toros más antigua de América, la de Acho, para bailar en un festival el ritmo frenético que traía a Lima. Y los invitó a hacerlo con el reciente disco “Pérez Prado toca el mambo”, un álbum editado por RCA Víctor con la mejor música del matancero. Esa frase hipnotizante: “Pérez Prado toca el mambo” empezó a dar vueltas en la cabeza del cronista de El Comercio. Algo estaba pasando allí.
En un momento de admiración, en un rapto de fanatismo inesperado, el reportero anónimo de El Comercio, que se había dedicado a seguir el tema durante esos días, nos dejó para la posteridad un rítmico poema inspirado en el disco o, mejor dicho, en el título de este. Sus versos, en plena portada del diario decano, lo dicen todo:
“El mambo aloca a las gentes / que lo bailan a rabiar, / y pronto no habrá uno solo / que no lo sepa bailar… // ‘Pérez Prado toca el mambo’ / se escandalizan algunos / y aún más otros se irritan / el que menos baila el mambo / Y los que menos lo imitan. // No importa que ciertas gentes / quieran callarle la orquesta: / ‘Pérez Prado toca el mambo’ / a pesar de la protesta. // ‘Pérez Prado toca el mambo’ / y lo ha de seguir tocando / y a pesar de los pesares / lo seguiremos bailando”.
“¿Ha salido o no ha salido el verso? El lector dirá”, concluía el redactor-poeta, quien seguramente recordaba, mientras escribía los versos, las piezas inolvidables de “cara’e foca”. Un artista que se haría más famoso aún a lo largo de los años 50 y 60 (incluso los 70) con piezas como ‘¡Qué rico mambo!’, ‘Rico, caliente y sabroso’, ‘Mambo número 5’, ‘Mambo número 8’, ‘Norma, la de Guadalajara, ‘Patricia’ y el ‘Mambo del Taconazo’.
Esa noche del 3 de marzo de 1951, Lima se convirtió, por unas horas, en el centro neurálgico del mambo mundial. No era poca cosa si tenemos en cuenta que cientos de miles de jóvenes de esos años estaban pendientes de lo que hiciera esa estrella del canto y baile que se llamaba Dámaso Pérez Prado, el rey del mambo.