Estudioso de los periodos coloniales y republicanos, el doctor Mauricio Novoa se adentra en los comienzos de una idea de Ejército nacional en el Perú y allí encuentra rezagos virreinales, caudillismos, espíritus de cuerpo y una innegable influencia francesa que marcará el comportamiento de las FF.AA. en nuestro país a lo largo del siglo XX. Su último trabajo ha sido como coeditor del libro “Miller: militar, político y peruanista (1795-1861)”, junto con Scarlett O’Phelan y Michel Laguerre, publicado el 2019 por la Asociación Cultural Peruano Británica.
-Hoy es el Día de las Fuerzas Armadas del Perú. Los inicios de estas fueron en los primeros años de la República. Hay una vieja frase que dice: “El Ejército es el pueblo con armas”. ¿Qué sentido tiene ese concepto?
Eso viene de una noción clásica en que las fuerzas armadas eran los ciudadanos en armas. En ese mundo clásico, en “La Eneida”, por ejemplo, se empezaba con la frase: “Canto a las armas y a ese hombre…”. El servicio a la República, el servicio público se perfeccionaba y complementaba con el uso de las armas, con el militar. Es una idea que reaparece constantemente en la historia, y en el Perú ocurrió cuando Carlos III de España realizó una reforma que determinó que un buen militar lo es en tanto sea, a la vez, un buen ciudadano.
-El militar y el ciudadano eran dos caras de una misma moneda. Pero hoy esa unidad está muy matizada al observarse que entre la milicia y la ciudadanía hay una separación y a veces confrontación. ¿Qué opina?
No podemos entender los vectores del Ejército en la República sin entender al Ejército virreinal, donde las esferas entre el mundo civil y el mundo militar eran muchísimo más porosas. En una lista de abogados de la Audiencia de Lima, de inicios del siglo XIX, entre el 10 ó 15% de sus integrantes eran militares. Uno entraba al servicio militar y con esa misma facilidad salía de él, pero siempre era un honor especial.
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En muchos cuadros virreinales del siglo XVIII puedes observar a los miembros de las élites retratados con uniforme militar, y era así porque les daban valor a lo que este representaba. No olvidemos que las ordenanzas de Carlos III, que mencioné, es decir, las normas que regulaban la vida y formación militares, el acuartelamiento, todas las indicaciones de lo que significaba la experiencia militar, estuvieron vigentes hasta la guerra con Chile (1879-1883). En esa lógica, la formación militar se daba en los cuarteles…
-¿En los mismos cuarteles?
Y en las mismas unidades, o sea, en los mismos batallones o regimientos. Eso hace que la identidad primigenia militar sea la identidad de su unidad, de su batallón. Los ejércitos del Antiguo Régimen (colonial) eran una especie de federaciones de unidades militares, y eso lo vemos claramente en las acuarelas de Martínez Compañón, en donde cada una de las unidades militares tenía un uniforme diferente. No había un uniforme único.
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Esto tuvo una gran influencia en la etapa de los caudillos republicanos, que encabezaron rebeliones. Estas revueltas no eran de un ejército con un sentido unitario sino de determinadas unidades militares que se enfrentaban a otras unidades similares con otros caudillos a la cabeza. Cuando uno de ellos salía vencedor en la disputa del poder, lo que ocurría era que las unidades derrotadas eran anuladas y daban de baja a todos sus oficiales. En esas circunstancias, se reforzaba la unidad que salía victoriosa. Era un militarismo de facciones que se superponían a otras.
-¿Qué es lo que ha quedado de esa tradición militarista, de agrupaciones por unidades y empatías, etc.?
Es interesante tu pregunta, porque esas unidades tenían un componente organizacional, pero también tenían, sobre todo, un componente geográfico. Eran herederas directas del Ejército real. Es decir, había el “Batallón Puno”, el “Batallón Cusco”, formados por soldados puneños y cusqueños, respectivamente; “Los Dragones de Moquegua” era una unidad moqueguana. “El Regimiento Real de Lima” era completamente limeño. Se entendía que los miembros de una misma localidad peleaban mejor juntos. Era un elemento “neoborbónico” del Ejército peruano. Eso permanece hasta la guerra con Chile. Así se entiende mejor el éxito de las unidades que formó Andrés Avelino Cáceres. La debilidad de todo esto fue que no se pudo formar un Ejército nacional.
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Entonces, lo primero que hizo la Misión Francesa en el proceso de reorganización de los cuerpos militares fue eliminar los nombres de las unidades y meter a todos los oficiales en un mismo cuartel. Los franceses mezclaron unidades. Empezaron a aparecer el “Batallón Nº 1”, el “Batallón Nº 3” o el “Batallón Nº 5″. La nueva lógica era generar la idea de nación desde un elemento catalizador como era el Ejército. A partir de allí se mezcló a gente de geografías y clases sociales diferentes en un mismo cuerpo militar. ¿Qué es lo que queda de eso? La división por armas, cierta identidad, un espíritu de cuerpo; en el Ejército se escoge armas desde muy temprano.
-Ya en el siglo XX, con una formación profesional de alto nivel, antes y después de la creación del Comando Conjunto de las FF.AA. (1957), aparecieron líderes militares golpistas que consolidaron cúpulas. La fuerza militar unificada habría generado también ambición política. ¿Cómo lo evalúa?
Los borbónicos hicieron cambios y sus últimos virreyes fueron militares. Ellos inician ese militarismo en el Perú. En los inicios de la República, nunca se resolvió, en el caso de un conflicto entre el Parlamento y el Ejecutivo, cuál de los dos poderes tenía la preeminencia. La forma que se dio en el Perú para poder resolver este tipo de impases fue con las luchas de facciones políticas militarizadas, que es lo que en el fondo eran estas guerras entre los caudillos.
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Podemos llamarlas de muchas formas, pero esas guerras eran políticas militarizadas. Los conflictos se resolvían en el campo de batalla. Esos caudillos eran una prolongación de aquellos virreyes militares. Esas primeras décadas republicanas fueron, de alguna manera, “neoborbónicas”, como dije. Se trata de caudillos y militares, pero que buscan legitimarse por medio de Constituciones políticas. No creen en el poder de las armas por sí mismas.
-Y eso es lo que llega al siglo XX…
Pero con un agregado que traen los franceses: la idea de que el Ejército debe intervenir en el desarrollo del país. No solo deben ser los guardianes de la soberanía, sino también deben construir puentes, carreteras, etc. Por eso, instituciones como el Centro de Altos Estudios Militares (CAEM) correspondían a esta lógica. Estos factores fueron elementos claves en el siglo XX y explican el surgimiento y la presencia en la vida nacional de los gobernantes militares. Asimismo, en la segunda mitad del siglo XX se asoció, como pasó con Cáceres, en que el prestigio militar ganado generaba un espacio político.
El segundo aire de este proceso se dio luego de la “Campaña de 1941” (guerra con Ecuador). Dos personajes con protagonismo político posterior a esa campaña, donde salieron victoriosos, fueron los generales Eloy G. Ureta y Manuel A. Odría. En los años 60 se sumó a esto la idea “nasserista”, por el presidente egipcio Nasser, un militar y político que se mantuvo en el poder de 1956 a 1970, la cual caló mucho en la generación del general Velasco Alvarado, con un profundo desarrollismo y nacionalismo.
-De los años 80 hacia estos tiempos, las FF.AA. cumplen una labor de responsabilidad ante la democracia y el Estado de Derecho; respetan la Constitución y aportan a la estabilidad del país.
Esto tiene que ver con la búsqueda de una mayor profesionalización; y, al mismo tiempo, con el entendimiento de que los tiempos han cambiado. Y no solo el país, el concierto internacional tiene cada vez menos espacio para legitimar la toma del poder por la fuerza. Un mundo, además, cada vez más democratizado luego de la caída del Muro de Berlín en 1989. Como toda institución, las FF.AA. deben estar replanteando su rol, su formación; en pocas palabras, redefiniéndose. La custodia de la soberanía nacional es un papel irrenunciable y siempre tendrán un rol central en toda nación soberana.
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LAS FF.AA. HOY EN DÍA
-En los últimos 20 años, las FF.AA. tuvieron un papel preponderante en la defensa de la democracia y el Estado de Derecho. Hay una madurez profesional e institucional, sin duda. ¿Qué piensa de ese cambio y cómo debería mejorar?
Las fuerzas armadas son depositarias de valores y tradiciones que anteceden y, al mismo tiempo, explican la fundación de nuestra República. A lo largo de la historia fueron conspicuos actores de la política y moderadores de esta; y en los últimos años su papel se circunscribió, como es lo normal, a la defensa de la soberanía nacional. Es evidente que las premisas sobre las cuales perfilan su actuación no son las mismas hoy que hace 5, 10 ó 20 años. En ese sentido, es importante tener espacios que les permitan definir su actuación, el perfil de su oficialidad y los recursos que necesitan para llevar a cabo sus fines.
-La profesionalización en este sector tomó cuerpo institucional. ¿Esto implicaría que la parte emotiva de la carrera militar ha cedido a la racionalización de sus deberes para con el Estado y la Nación?
Es imposible pedir que una institución cuyos miembros llevan implícita la noción del sacrificio por los demás, pueda hacer abstracción de la emoción. El honor, el ceremonial, el toque de silencio en un funeral explican la hondura de la profesión de las armas, más allá de las labores que diariamente llevan los hombres y las mujeres que forman nuestras fuerzas armadas. Dicho esto, creo que el concepto de “profesionalización”, como todo concepto, ha variado en el tiempo. La gran mayoría de los oficiales de la guerra con Chile, por ejemplo, no recibió instrucción en academias militares. Es solo con la fundación de escuelas asociadas a planes curriculares que se logra profesionalizar la carrera militar de manera orgánica. Quizás unos de los retos pendientes en ese sentido, sea avanzar en una mayor profesionalización de la tropa cuya estructura, con algunos ajustes, sigue siendo decimonónica.
En el mismo sentido, factores cruciales para cualquier organización del siglo XXI como la tecnología, los procesos de compra y la selección de talento, por citar algunos ejemplos, posiblemente exijan replantear las formas de reclutamiento, las modalidades de formación y los perfiles de egreso que actualmente tienen las academias militares.
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-Las FF.AA. han enfrentado a los enemigos de la democracia como el terrorismo y el narcotráfico muy duramente desde los años 80 hasta hoy. ¿Qué otros enemigos o agentes perniciosos debieran ser considerados?
Es un mundo complejo, en donde las mayores amenazas no necesariamente provienen de otros Estados soberanos sino de agentes de distinta índole, tal como lo evidencian fenómenos como el ciberterrorismo, la explotación indebida de recursos naturales o los desastres climáticos. En este escenario, más que considerar amenazas la tarea central será definir cuál será la labor de nuestras fuerzas armadas frente a estas y dotarlas de los recursos que se necesitan para enfrentarlas.
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