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‘Misa para los enamorados’: Cuando el amor y la moralidad pública se entrelazaban en Lima de los años 60
En el Día del Amor, de San Valentín, de los enamorados o de la amistad, rememoramos una hermosa tradición religiosa en el Perú, la cual perduró por décadas hasta mediados de los años 60. Se trató de la “Misa para los enamorados”, y en ella se santificaba el cariño mutuo entre las parejas de cualquier edad.
En febrero de 1964, dos días antes de la fiesta de San Valentín, es decir, el 12 de febrero, el fútbol había animado el caluroso ambiente limeño. Alianza Lima caía 1 a 0 ante River Plate de Argentina, en el primer partido de la temporada internacional en el Estadio Nacional, el coloso de José Díaz.
Lima hervía de fútbol, pero también de ideas como las que expresó al día siguiente, 13 de febrero de 1964, en un foro metropolitano, el escritor peruano José María Arguedas. El mayor problema del nuevo limeño era “adaptarse a la ciudad”, decía el escritor nacido en Andahuaylas. Y añadía: “Lima es una ciudad cuyos habitantes son casi todos desadaptados”, algo que se complicaba más para los migrantes, esas “grandes masas de provincianos que han ingresado a la capital en las últimas décadas”, indicaba el novelista de Los ríos profundos.
Alcaldía limeña en tiempos de la misa del amor
En esos años, el amor tenía un espacio especial en Lima. No era que podías ver en sus calles una versión del amor libre o del eslogan “paz y amor” que ya empezaba a percibirse en otras partes del mundo. Era el recato y la reticencia en pareja la que oficialmente se propugnaba desde el municipio limeño, por ejemplo, con la primera alcaldesa de la capital, Ana María Fernandini de Naranjo.
La política municipal de entonces era muy tradicional y centrada en una perspectiva de “beneficencia pública”. Con humildad, la alcaldesa se asumió como una “servidora de la colectividad”, preocupada en velar por el “progreso y bienestar” de la ciudad.
“No tenemos otra Ley que las sublimes enseñanzas del Evangelio que es el mejor código para regir los destinos de pueblos y naciones”, dijo en su primer día como autoridad edil, Anita Fernandini, amparándose expresamente en la figura de Santa Rosa de Lima. Fernandini se centró en cuidar el ornato, el orden y la limpieza no solo física sino también moral de Lima. Su labor municipal hizo noticia por sus acciones persecutorias contra los espectáculos de strip tease, por eso mandó cerrar varios night club del centro de Lima.
Hasta el 31 de diciembre de 1963, la alcaldesa Fernandini impuso su estilo. Pero desde el 1 de enero de 1964 asumió el mando edil, el primer alcalde electo de Lima, Luis Bedoya Reyes, un político socialcristiano que no estaba tan alejado de la idiosincrasia de la gestión anterior.
La fiesta de San Valentín y los enamorados
Para el Cristianismo, el “Día de San Valentín” era una fiesta pues se trataba de la figura de un mártir y sacerdote cristiano del siglo dos de nuestra era. En el Perú, desde la década de 1950 tal día se convirtió en el “Día de los Enamorados”.
San Valentín fue degollado por tener el don del convencimiento, de la persuasión en su entorno; eran tiempos difíciles en una Roma aun pagana. Este hombre de profunda fe atrajo a miles de personas al Cristianismo, ese fue su “delito” para el prefecto romano que lo condenó a muerte.
Los vínculos de San Valentín con el “Día de los Enamorados” empezaron en tierras anglosajonas. En la antigua Inglaterra y Escocia, el día anterior a la fiesta, los jóvenes escribían los nombres de sus preferidos y preferidas en papeles que enrollaban y entregaban a estos; si coincidían iniciaban una amistad y luego un cortejo amoroso o si no acentuaban el acercamiento que ya habían iniciado.
Para inicios del siglo XVIII, la sociedad británica había adoptado a San Valentín como patrono de los enamorados, partiendo de la idea de que era una figura de gran amor y caridad. Desde entonces, la tradición se extendió a toda Europa y luego llegaría a América y al Perú, poco antes del inicio de su vida republicana.
La hermosa misa por el “Día de los Enamorados”
Ese verano de 1964 llegaría a su clímax el 14 de febrero, día del amor y la amistad, aunque todos los medios lo reducían ya al nombre de “Día de los Enamorados”. Las actividades eran típicamente comerciales y hasta superficiales, pero algunas destacaban por su espiritualidad eclesial. En estas últimas acciones, la más recordada es la misa realizada por San Valentín, conocida popularmente como la “Misa de los Enamorados”.
El nuevo Concejo de Lima de Luis Bedoya Reyes llevaba adelante en esos días una campaña para combatir los “ruidos y comportamientos molestos en la vía pública”; mientras, los bailes de carnavales, tradicionales en varios distritos, estaban siendo cuestionados. Pese a ello, Barranco se impuso y realizó sus bailes de cualquier forma.
En medio de esos avatares, las misas en Lima eran realizadas aun en el idioma de la aristocracia romana: el latín, que retumbaba en las catedrales e iglesias limeñas; sin embargo, el Concilio Ecuménico había señalado que se diera la misa en castellano desde el primer domingo de Cuaresma, o sea, desde el domingo 16 de febrero de ese año.
Por demoras en la traducción del latín al castellano de alrededor de 300 clases de misas, a cargo de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM), reunida en Bogotá (Colombia), que debía además tomar en cuenta los matices del idioma en cada país, y también por el retraso en la elaboración de los nuevos misales en castellano, el Arzobispado de Lima determinó que la “Misa del Amor” de ese 14 de febrero de 1964 tenía que escucharse en lengua latina.
El tema del amor dictado en latín en las misas dominicales, en plena década de 1960, contrastaba con los cambios sociales y culturales de esos años en el Perú y el mundo. No obstante, el acontecimiento eclesial movilizó a centenares de parejas limeñas. Se celebraron tres misas por los enamorados: en la iglesia de San Pedro, en el centro de Lima; en la iglesia Santa María Reyna (San Isidro) y en la iglesia Santa Rosa (Callao).
Era la tercera vez que se realizaba en Lima este tipo de actos litúrgicos promovidos por el Movimiento Familiar Cristiano del Perú, una organización mundial cuya versión peruana fue constituida en 1954, durante la dictadura de Manuel A. Odría (1948-1956).
En 1962 y 1963 lo hicieron en una sola iglesia; pero en 1964 lo hicieron, por primera vez, en tres iglesias simultáneamente; de esta forma, muchas jóvenes parejas fueron a escuchar la misa en su honor, y en la entrada de cada recinto recibían de los miembros del movimiento, copias impresas de la “Oración de los Enamorados”. Una bella composición que hablaba de su compromiso sentimental ante los ojos de Dios.
“En mi corazón, Señor, se ha encendido el amor por una criatura que tú conoces y amas. Tú mismo me la has hecho encontrar y me la has presentado.
Te doy gracias por este don que me llena de alegría profunda, me hace semejante a Ti, que eres amor, y me hace comprender el valor de la vida que me has dado.
Haz que no malgaste esta riqueza que tú has puesto en mi corazón: enséñame que el amor es don y que no puede mezclarse con ningún egoísmo; que el amor es puro y que no puede quedar en ninguna bajeza; que el amor es fecundo y desde hoy debe producir un nuevo modo de vivir en los dos.
Te pido, Señor, por quien me espera y piensa en mí; por quien camina a mi lado; haznos dignos el uno del otro; que seamos ayuda y modelo.
Ayúdanos en nuestra preparación al matrimonio, a su grandeza, a su responsabilidad, a fin de que desde ahora nuestras almas dominen nuestros pensamientos y los conduzcan en el amor. Amén”.
Luego, con la llegada de los años 70 y 80, las costumbres sociales y culturales alrededor de ese “Día de los Enamorados” se fueron diversificando y ampliando de manera masiva. Las jóvenes parejas buscaban, por supuesto, en ese 14 de febrero, iglesias para orar y escuchar las palabras de reflexión sobre la fecha; pero, sobre todo, asistían a más parques, alamedas, bares y centros comerciales. La vida se iba ampliando cada vez más hacia los sitios públicos abiertos, tal como es aun hoy en día.
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