Luego de las celebraciones por Fiestas Patrias en 1919, una lamentable noticia se conoció a través de las páginas de El Comercio. Eran ya inicios de agosto y se supo que en el sur peruano la epidemia de gripe golpeaba duramente a nuestros compatriotas, causando la muerte diaria de 20 personas en la provincia de Tarata, en Tacna. Lo mismo sucedía en Moquegua y en el puerto de Ilo. La mortífera enfermedad arrebataba vidas por falta de médicos y medicinas en la zona.
Ante la catástrofe, la Dirección de Salubridad Pública designó un médico para cada ciudad como parte de la campaña epidemiológica en ese lado del país. A los lugares viajaron varios enfermeros, con grandes lotes de medicina para lograr aplacar la pandemia. Días después, El Comercio publicó algunas medidas recomendadas por el doctor Heckel. Ahí se aconsejó el uso de mascarillas y el continuo lavado de manos con jabón y agua.
LA HIGIENE COMO PREVENCIÓN DE PANDEMIAS
El doctor Heckel propuso estas medidas en Europa en 1918, justo cuando la gripe asolaba esta parte del mundo. Indicaba que los lugares cerrados eran grandes focos infecciosos cuando se tenía una persona contagiada con la enfermedad. Aunque muchos creían que el aire agravaba la infección, el médico recomendó ventilar con aire natural y luz estas zonas. Una idea para reducir la carga viral en el ambiente.
El científico creía que la higiene era nuestro principal aliado ante la pandemia. Por eso, advirtió que eran indispensables los baños con jabón en la cabeza y el cuerpo. Además, dijo que era necesario cepillar la ropa, airearla y solearla diariamente para desactivar el virus.
Otra medida principal era cambiarse continuamente de ropa interior y, cada cierto tiempo, variar y lavar la ropa de cama. Sin embargo, lo más esencial era lavarse las manos, la cara y la boca constantemente; sobre todo los dientes “antes de las comidas”.
NUESTRO PRINCIPAL PROTECTOR: LA MASCARILLA
Heckel sabía que el principal lugar por donde atacaba el virus eran las fosas nasales y la faringe. Por eso entendió que era necesario proteger esta parte del cuerpo con “un antifaz” que impida su paso. La mascarilla debía ser una gasa plegada en siete u ocho dobleces de diez a quince centímetros por lado. Esta se colocaría desde la mitad inferior de la nariz y la boca, “sujetándola por medio de una cinta que se anuda en el cogote”. Antes de ponérsela, la persona debía rociar la gasa con unas gotas de “gomenol” en la parte exterior.
El nuevo protector tenía por objeto cubrir a las personas que cuidaban a los infectados de las gotículas salivales o “secreciones bronquiales”. Por eso, recomendó su uso en todos los enfermos o “acatarrados sospechosos de gripe” y en todas las personas que los rodeaban. Luego explicó que esta mascarilla se tenía que renovar o hervir después de cada “visita al enfermo”.
También aconsejó realizar un enjuague nasal antes de ir a lugares concurridos como iglesias, teatros, cines, talleres, oficinas, vagones y tranvías. Asimismo, indicó que era primordial la desinfección de los domicilios y los caminos de hierro; así como la separación de los transportes para los militares y civiles contagiados.
OTROS CUIDADOS INDISPENSABLES EN LOS INFECTADOS
El médico explicó que una vez que aparecían los primeros signos o síntomas de la enfermedad era importante aislar al paciente en una habitación, donde solo entraran las personas que lo iban a cuidar. Estas debían estar protegidas con una mascarilla, una blusa esterilizada, un gorro y guantes de caucho. Todo un equipo de protección personal (EPP).
Además, el doctor recomendó un proceso de desinfección de cara y manos con agua y jabón para los enfermos. Estos también eran útiles para reducir la fiebre. Finalmente, Heckel dio un tratamiento preventivo para combatir los síntomas de la mortal enfermedad.