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Angel Sanz Briz salvó la vida a más de 5.000 judíos, entregando documentos y ofreciendo refugio en Hungría, mientras ejercía como encargado de negocios del gobierno de Franco.
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El 8 de junio de 1964 el embajador Sanz Briz fue el invitado especial en un banquete de despedida, en Nueva York, a donde había llegado dos años antes. Su nuevo destino: Lima, en Sudamérica.
El 23 de junio ya estaba en la capital peruana y el presidente Fernando Belaunde le daba la bienvenida. Al entregar sus credenciales, el diplomático peninsular expresó su admiración por las reformas que estaba ejecutando el Perú y por su “fiel amistad hacia España en horas difíciles”.
Su impecable gestión en nuestro país terminó en 1967. El 14 de junio de ese año, le fue impuesta la Gran Cruz de la Orden del Sol del Perú, la más alta condecoración de nuestra nación.
En la ceremonia realizada en el Palacio de Torre Tagle estuvieron presentes el presidente del Consejo de Ministros, Manuel Becerra de la Flor, así como la totalidad de los embajadores acreditados en el país. El hombre que se iba del Perú había dejado una estela de humanidad en su ya dilatada trayectoria diplomática, aunque pocos la conocían.
Jorge Vásquez Salas, ministro de Relaciones Exteriores del Perú, resaltó la personalidad del embajador Sanz Briz y la brillante labor que había realizado para estrechar más a España y al Perú. El distinguido diplomático resaltó tres momentos de su estancia en Lima: el homenaje que el Gobierno del Perú brindó a Francisco Pizarro en la isla del Gallo, el centenario del Combate del Dos de Mayo y la presencia del presidente Fernando Belaunde en el buque escuela español “Juan Sebastián Elcano”.
En 1943 el aragonés Angel Sanz Briz llegó a Budapest como encargado de negocios del gobierno franquista español, mientras los cañones tronaban en toda Europa y las hordas de Adolfo Hitler se resistían ante el avance de los Aliados.
En marzo de 1944, los nazis ocupan Hungría tras ser advertidos sobre acercamientos entre el gobierno de Budapest y los Aliados. Esto permite a las fuerzas alemanas extender su política de exterminio sobre los judíos, desplazando allí, incluso, a Adolf Eichmann, el organizador de esa sistemática masacre de seres humanos. Unos 800 mil judíos vivían entonces en territorio húngaro y vieron amenazadas sus vidas de un momento a otro.
Iniciada la caza de los judíos residentes por las tropas nazis, Sanz Briz comunicó a su gobierno el genocidio que estaba en marcha, pues ya había recibido información sobre lo que sucedía en Auschwitz. Para tratar de evitar la matanza consiguió la autorización de su país para proporcionar pasaportes españoles y “cartas de protección” a los judíos sefardíes. Estos eran ciudadanos hebreos cuyos antepasados habían vivido en España.
Sanz Briz se apoyó en un viejo decreto de 1925 que validaba esos documentos, aunque la norma había perdido vigencia en 1931, detalle que el diplomático español ocultó sabiamente.
Consciente que una operación tan arriesgada no podía realizarla él solo, se encargó de organizar una red de hombres de buena voluntad, entre los que estuvieron el sueco Raoul Wallemberg, el nuncio apostólico Angelo Rota, el italiano Jorge Perlasca y el cónsul suizo Carl Lutz, además de otros muchos diplomáticos.
Sanz Briz, en un trabajo meticuloso y tenaz, además de arriesgado, entregó miles de documentos a ciudadanos húngaros judíos, quienes veían todos los días como a través de violentas redadas y persecuciones implacables, el ejército invasor capturaba a hombres, mujeres y niños para enviarlos a los campos de exterminio.
Bajo la perenne amenaza de ser capturado y ejecutado, Sanz Briz se abocó con vehemencia en la emisión de estos papeles, que se convertían en un “salvavidas” para millares de personas. Asimismo, no quiso poner en riesgo a su esposa Adela, a quien le pidió que retornara a España.
Acosado por Eichmann
No pocas fueron las veces que el llamado “Angel de Budapest” fue interrogado por las autoridades alemanas invasoras, quienes le preguntaban con persistencia por esos documentos. Sanz Briz se amparaba en que estaba haciendo algo perfectamente legal con ciudadanos sefardíes, reconocidos oficialmente como españoles por el propio Francisco Franco.
Adolf Eichmann en persona lo encaró, pero no pudo quebrar los argumentos del diplomático español. La verdad es que los sefardíes residentes en Hungría eran pocos. Pero Sanz Briz se encargó de “multiplicarlos” por miles antes los funcionarios nazis de ocupación.
Esto le permitió salvar a unos 5.200 judíos de una muerte segura. Con los mencionados documentos los “judíos sefardíes” podían desplazarse con cierta tranquilidad por las calles húngaras. Sin embargo, el acoso de los alemanes era tal que esto obligó a buscar alguna alternativa adicional.
Sanz Briz decidió entonces crear unos refugios especiales para “sus judíos” a los que denominó “Anexo a la Legación de España. Edificio extraterritorial”. En estas residencias los judíos encontraron un espacio de cierta tranquilidad, mientras que el diplomático español conseguía enviarlos a Suiza, España u otros países.
En el mes de noviembre de 1944 el ejército soviético llegó a las fronteras de Hungría, por lo que el gobierno español decidió que era el momento para que Sanz Briz abandonara Budapest. Y así sucedió.
En su país Sanz Briz no fue ni felicitado ni recompensado. Su labor fue ignorada por los entes oficiales. Su carrera diplomática continuó por otros países, entre ellos el Perú. También estuvo en La Haya, Bruselas y Pekín, y finalmente en la Santa Sede, donde falleció el 11 de junio de 1980. Su hija Ángela declaró alguna vez: “Hizo lo que pensaba era su deber”.
A finales de 1980, después de su muerte, su viuda recibió el título concedido a su esposo como “Justo entre las Naciones”.
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