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Un poco más de un mes antes del raid Lima-Bogotá, sin escalas, a cargo del eximio aviador cajamarquino Armando Revoredo Iglesias (1897-1978), se había inaugurado, el 3 de noviembre de 1935, el aeropuerto internacional de Limatambo, en Corpac, ubicado en los terrenos del mismo nombre y en parte de la Hacienda San Borja, entonces parte del extenso distrito de Santiago de Surco. Limatambo era considerado entonces como uno de los mejores aeropuertos de la costa del Pacífico, donde se centralizaron todos los vuelos civiles y comerciales de las líneas de aviación que trabajaban en el Perú.
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En ese ambiente de renovación de la infraestructura aeroportuaria limeña, el médico y comandante de la aviación peruana, pionero junto con Elmer Faucett de la aviación civil nacional, preparó los últimos detalles de su vuelo inaugural, directo, Lima-Bogotá.
Revoredo se había asimilado al entonces Cuerpo Aeronáutico del Perú con el grado de capitán de sanidad diez años antes, en 1925. El cajamarquino tenía una gran vocación por la aeronáutica; desde el comienzo demostró destreza en la conducción de aviones de la época. De esta forma, en enero de 1931 había obtenido su brevete de piloto civil.
En tiempos del presidente Luis M. Sánchez Cerro, el piloto Revoredo fue destacado en 1932 a la Base Aérea de San Ramón, en pleno conflicto con Colombia, en su condición de médico. En esa ocasión, ya en 1933, hizo las gestiones hasta conseguir el brevete militar de piloto de aviación Nº 79.
Ya instalado en la Base de Hidroaviación de Ancón, hacia 1934 Revoredo fue quien realizó el primer vuelo de largo recorrido que unió Ancón con el puerto amazónico de Iquitos. Allí estableció un récord por lo que recibió la Gran Cruz Peruana al Mérito Aeronáutico.
Revoredo estaba preparado para grandes cosas. Así se planteó entonces hacer un vuelo único e inolvidable: el raid Lima-Bogotá. Sería un vuelo sin etapas, es decir, sin escalas. Se preparó como nunca tanto física como mentalmente. El vuelo histórico se fijó para el viernes 13 de diciembre de 1935.
Su máquina ‘Travel Air’, la cual sería luego conocida como la Curtiss-Wright, estaba lista varios días antes. Revoredo solo esperaba el momento del despegue. En el aeropuerto de Limatambo, desde el jueves 12, en la noche, la gente que había llegado hasta Limatambo en autos, pero también en tranvía para verlo despegar se arremolinó en las inmediaciones del aeropuerto de Corpac.
Como era su costumbre, Revoredo se encaminó en solitario, sin despedirse de nadie, y subió a la cabina de su avión, junto con su mecánico de confianza, Federico Vera. Se le notaba confiado, seguro de superar este nuevo reto aéreo. Cuando menos se esperaba, sin pompas ni adornos, encendió su máquina, rodó unos metros, se acomodó y luego aceleró y pronto ya estaba en el aire, en esa noche despejada, de luna llena, a las 2 de la madrugada del 13 de diciembre de 1935, como estaba previsto.
Los limeños despertaron inquietos, curiosos, hasta podría decirse que ansiosos. Se preguntaban cómo estaría el piloto y su compañero; dónde estarían y si ya habrían llegado a ‘El Techo’. En una nota de El Comercio del 14 de diciembre de 1935, se decía que desde las 7 de la mañana los teléfonos de la redacción no habían parado de sonar: hombres y mujeres necesitaban saber del avión en vuelo a Bogotá, querían saber de esos dos hombres del aire que se aventuraron en la noche profunda hacia el norte del país.
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Hacía poco tiempo que el Perú había tenido un conflicto armado con Colombia, y eso le añadía una cuota de ansiedad al vuelo que ya no era bélico sino de confraternidad con el país cafetero. Por eso, el diario decano usó una vez más su histórica pizarra en la entrada de su puerta principal, en la esquina de Lampa con Miró Quesada, en el centro de Lima, para informar a los transeúntes que se iban reuniendo desde las primeras horas de la mañana.
“Minutos después de las 8 y 30 cuando llegó a esta imprenta el primer cable de la mañana, dando cuenta del paso del comandante Revoredo sobre Guayaquil, pusimos la grata noticia en nuestra pizarra”, contaba el cronista al día siguiente.
A cada minuto que pasaba a partir de esa hora, crecía el número de personas alrededor del diario y el interés se transformaba en necesidad de saber. Las personas elogiaban el valor del piloto, mientras otros trataban de tener el último dato de los cables. Los teléfonos no paraban de sonar con la misma inquietud.
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Un segundo cable colocado en la pizarra de El Comercio a las 11 y 20 de la mañana, aseguraba el paso del avión de Revoredo por Tumaco, ya en el departamento colombiano de Nariño (costa Pacífico). En la tarde de ese día, el entusiasmo era general. Entre los concurrentes al diario, se formaron grupos para adivinar a qué hora aterrizaría en el aeropuerto bogotano de ‘El Techo: los más optimistas decían que lo haría a las 3 ó 3 y 30 de la tarde; lo más cautos señalaban que lo lograría a las 4 y 30, o máximo a las 5 de la tarde ya estarían paseando por Bogotá.
La gente no solo estaba ubicada en la puerta principal y en todas las esquinas del local del diario decano, sino que ocupaban el hall principal, con el techo de vitrales como testigo del alegre tumulto. La tardanza de los cables informativos ponía nervioso al público allí reunido. Ellos querían más datos, saber si el comandante Revoredo ya había llegado sano y salvo… Hasta que a las 4 y 20 de la tarde llegó, por fin, el cable esperado.
“¡Ya!”, dijo el joven de la imprenta que traía en cable en sus manos. Y entonces la noticia corrió como un reguero de pólvora por las avenidas, calles y parques de Lima: “Circuló rápida la noticia por la imprenta, salió a la calle llevada por las gentes que en esta casa se encontraban, en tanto nuestra sirena, con su sonido ronco, estridente y persistente daba a Lima la grata nueva; la hacía saber que un joven e intrépido aviador peruano acababa de escribir una página brillante para la historia de la aviación peruana”, indicaba El Comercio, en su edición del 14 de diciembre de 1935.
La alegría del público limeño era total. Se abrazaban dentro y fuera del diario, entre conocidos, amigos, o entre desconocidos, daba lo mismo. Todos vivieron la misma emoción de la hazaña lograda por Armando Revoredo Iglesias, instalado en la cabina del monoplano “Travel Air”.
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A las 4 y 40 de la tarde de ese viernes 13, salió de la imprenta de El Comercio, aun con olor a tinta fresca, la edición extraordinaria del diario decano con todos los cables noticiosos que detallaron el vuelo histórico del gran aviador cajamarquino. No quedó ni un ejemplar del periódico pues todos fueron disputados por los transeúntes que querían saber los detalles de la travesía. Los ejemplares se esfumaron en unos minutos.
En Bogotá, Colombia, Armando Revoredo, junto con el mecánico Vera fueron homenajeados por las autoridades del gobierno de Alfonso López Pumarejo (1934-1938). Permaneció en la capital colombiana hasta el martes 24 de diciembre de 1935. Ese día, víspera de Navidad, el comandante Revoredo retornó al Perú. Alzó vuelo en el antiguo aeródromo de ‘El Techo’ en Bogotá y regresó siguiendo la misma ruta de la ida.
En olor de multitud fue recibido esa tarde prenavideña en Limatambo. Lo esperaron en lugar destacado su madre, la señora Isabel Iglesias de Revoredo, su hermana Luz Revoredo y el esposo e hijos de ésta. Asimismo, la esposa del mecánico Federico Vera, quien llevó a su hija de año y medio. La pequeña esperó a su padre con un ramito de flores en la mano.
El avión de Revoredo hizo una pequeña escala en Talara, Piura, donde subió su esposa María Llona. De esta forma, a las 5 y 10 de la tarde los motores del ‘Travel Air’ se hicieron sentir en el encapotado cielo limeño de esa tarde antes de Navidad. En un paso previo del avión por sobre las cabezas del público, este pudo distinguir a los tres tripulantes, quienes fueron saludados con aplausos, vivas y pañuelos al aire. Aterrizaron en la pista de Limatambo a las 5 y 18 de la tarde, exactamente.
La hazaña de la ida fue completada con una vuelta tranquila. Revoredo estaba feliz cuando bajó del avión. Esa cena navideña debió haber sido tan interesante y repleta de historias y anécdotas inolvidables.
Ese mismo año (1935), el comandante fue reconocido por el gobierno del general Óscar R. Benavides como “Oficial de Armas”; y, en 1936, fue promovido al grado de Teniente Comandante CAP. Luego vendrían otras hazañas, como la de 1937, en que uniría en vuelo sin escalas a las ciudades de Lima y Buenos Aires, haciéndolo también, como el de Lima-Bogotá, en tiempo récord. Como premio, el gobierno le otorgó la “Orden del Sol del Perú”.
Su historia, reconocida y detallada por el Instituto de Estudios Históricos Aeroespaciales del Perú en el libro “Revoredo” (1993), incluyó vuelos de confraternidad, donde unió varias capitales sudamericanas con Lima en 1940, comandando la famosa escuadrilla de los ‘Zorros del Aire’. Por ello fue ascendido a coronel ese mismo año.
Desde 1941 empezó su carrera diplomática. Fue Agregado Aéreo de la embajada peruana en Washington (EE.UU.); y luego en Río de Janeiro. En diciembre de 1944, se convirtió en general. En 1947, en el gobierno de Bustamante y Rivero fue nombrado ministro de Aeronáutica. El general pasó a la FAP en 1953. A fines de 1955 se retiró del servicio militar. Entre 1958 y 1978, por 20 años, se dedicó a la actividad privada como director de Operaciones y asesor de la compañía de aviación comercial Faucett.
Armando Revoredo Iglesias murió el 25 de junio de 1978, el mismo día en que se jugó la final de la Copa Mundial de Fútbol en Argentina, entre el local y Holanda, con victoria gaucha. A los 81 años, se fue de esta vida como una auténtica leyenda de la aeronáutica peruana.
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