Siete años antes, el 28 de abril de 1947, la balsa ‘Kon Tiki’ que comandaba el noruego Thor Heyerdahl partía del Callao hacia su punto de llegada en la isla de Tahití, a unas 4 mil millas de distancia. Heyerdahl estaba acompañado por un equipo de cinco hombres. En cambio, William Willis estaba solo ese 22 de junio de 1954 cuando partió del puerto chalaco con un destino más lejano que el de su colega nórdico. Esa fue la pequeña gran diferencia.
Pero, en verdad, Willis no anduvo tan solo. Viajaron con él, un gato y un loro. Sus únicos compañeros de travesía. Para un hombre de raíces alemanas como Willis, marino y escritor, la soledad del rafting era una filosofía de vida. Atravesar los mares y océanos era parte de su visión del mundo, porque más que un excéntrico o ermitaño, era un aventurero con la mirada fija en llegar siempre a su meta.
Desde los 15 años empezó a navegar tanto en el Atlántico como en el Pacífico, y había explorado años atrás el Cabo de Hornos, al sur de la Tierra del Fuego (Chile). Entonces, ya con miles de kilómetros marinos y la experiencia y madurez suficientes, decidió cumplir un gran reto: hacer rafting desde el Callao, el puerto principal peruano, hasta las islas de Polinesia. Sería su primera expedición de esas dimensiones.
La previa del gran viaje a Polinesia
Luego de hacer las coordinaciones necesarias con la Marina de Guerra del Perú, en tiempos del general Manuel A. Odría, Willis llegó al Callao el 11 de mayo de 1954, 42 días antes de su partida. Ese tiempo lo utilizó para prepararse y afinar los detalles de su travesía en el aspecto físico y técnico. Debió superar todos los inconvenientes logísticos para garantizar una buena partida y entonces, para el domingo 20 de junio de 1954, su balsa de 34 pies de largo, denominada ‘Seven Little Sisters’ (‘Siete Hermanitas’), estaba lista para la aventura.
Willis le puso ese curioso nombre porque la balsa estaba construida con siete troncos de palo de balsa diferentes. Ya listo para partir, no pudo hacerlo el lunes 21, por unos últimos detalles, pero sí el martes 22 de junio de 1954.
A diferencia de la gran balsa de Heyerdahl, ‘Siete Hermanitas’ era pequeña, apenas la mitad en tamaño de ‘Kon Tiki’, y tenía quilla y timón de rueda. Como era usual en estos viajes -igual ocurrió con los noruegos-, la balsa acondicionada para la travesía sería remolcada por un barco peruano desde el muelle del Arsenal Naval, donde estaba acoderada, hasta las cercanías de la Corriente Fría de Humboldt, a unas 70 millas mar adentro. Ese corto trayecto duraría 24 horas.
La partida desde el Callao
A las 11 de la mañana, los limeños y chalacos pudieron ver zarpar a la “frágil” nave del norteamericano. El ‘Navegante solitario’, como lo bautizó la prensa mundial, tenía ante sí un reto peligroso. Era la primera vez que asumía una travesía tan larga, de unas 6.700 millas.
‘Siete Hermanitas’ fue remolcada hasta la potente corriente para allí dirigirse hacia su destino en las islas Polinesias (Samoa). Desde hacía semanas, y en las propias aguas chalacas, el expedicionario neoyorquino había hecho pruebas de la navegabilidad de su embarcación. Willis había sacado cálculos y determinado que su viaje por el Pacífico sur duraría unos seis meses. Seguiría la misma ruta de los noruegos del ‘Kon Tiki’.
Con su loro y gato inseparables, llevaba un potente radio con el que se comunicaría con tierra firme. Tras avanzar remolcado ese primer día, el ánimo de Willis estaba al tope. Desde ese momento, solo estaría su balsa y la Corriente Fría de Humboldt, en la que confiaba para salir adelante en medio de la profunda soledad que lo envolvería.
Ese mismo día, muy temprano, a las 6 y 15 de la mañana, la radio de la Marina escuchó la característica “7 X” que correspondía al transmisor del navegante. La última comunicación con la Marina peruana fue el jueves 27 de junio de 1954. Más allá de eso, nada. Desde ese instante, el contacto con la costa peruana fue nulo.
La histórica travesía de Willis
En la edición de la tarde del jueves 14 de octubre de 1954, a tres meses con 24 días de haber zarpado del puerto chalaco, El Comercio anunciaba el final del viaje de William Willis. “Culmina la hazaña del ‘Navegante solitario’”, decía el encabezado en la portada del diario. Faltaba poco en realidad y la noticia fue un alivio para sus seguidores en el Perú y todo el mundo, pues en los últimos meses nada se había sabido de él.
Gracias a una estación de radio de Rarotonga, en las islas Cook del Pacífico sur, las noticias empezaron a llegar. Las largas semanas sin saber de él acabaron, y se supo que su travesía venía siendo muy penosa y durísima, tanto para Willis como para sus mascotas. Desde Wellington, Nueva Zelanda, los cables noticiosos dieron cuenta de que la balsa ‘Siete Hermanitas” se acercaba a su meta: el archipiélago de Samoa Occidental, en Polinesia. En el momento de la comunicación ya estaba cerca de Samoa Oriental. Había recorrido más de seis mil millas en cerca de cuatro meses de navegación. La primera gran hazaña de Willis parecía estar coronándose con éxito.
Sin embargo, la tensión se había hecho notar cuando un barco de patrullaje lo buscó durante dos horas sin resultados. Ante ello, las autoridades pidieron a las estaciones de radio no perder la sintonía de la frecuencia 8340 kHz que usaba la radio de la pequeña embarcación. Al parecer, la espera valió la pena. El ansiado mensaje llegó a transmitirse y se supo que Willis había sobrevivido a su aventura.
Los lectores peruanos recordarían que esa situación de estar a la deriva ya había sido prevista por el sagaz marino, para quien las corrientes del Pacífico lo iban a aislar del mundo “por cuatro a cinco meses”. Ese fue su comentario antes de su partida en el Callao. Solo cuando se acercara a su meta, las comunicaciones se restablecerían. Y así fue. No era un adivino de la vida marina, sino un hombre con la experiencia para saber eso.
La esperanza de su esposa en Nueva York
Desde Nueva York, Estados Unidos, los cables informaron que Teddy, la esposa del navegante, creía en las buenas noticias que provenían de las islas Cook y que se retransmitieron desde Nueva Zelanda, pese a la angustia de los meses anteriores. Había orado mucho por la vida de su esposo y confiaba a la vez en él. Dios lo acompañaba, estaba segura de ello. Declaró: “Estoy entusiasmada y emocionada porque por fin ha llegado al remoto paraje del Pacífico”.
La calma y paciencia de Willis fueron vitales. Era un sujeto capaz de soportar los momentos de crisis y estrés con estoicismo y razonada esperanza. ‘Siete Hermanitas’ tenía a un capitán hecho para estas travesías. Así lo reafirmaba Teddy de Willis desde la Gran Manzana:
“Tengo en él una fe ilimitada. Naturalmente, tenía que luchar con los elementos. Esto me ha causado gran preocupación. Ahora ya sé que está bien. No creo que ahora pueda ocurrirle nada (…). Ahora solo quiero recibir noticias directas suyas”.
La llegada a Samoa de ‘Siete Hermanitas’
La vieja historia del hombre venciendo a la naturaleza. Eso es lo que demostró William Willis resistiendo 114 días en alta mar, hasta que llegó a la isla Pago Pago en Samoa Occidental, el 15 de octubre 1954, dando por finalizada oficialmente su intrépido viaje en balsa.
Eran la 1 y 25 de la madrugada en Pago Pago y la balsa de Willis, tras ser remolcada por un vapor, se detuvo en el muelle. Del Callao a Samoa. El marino salió de la cabina que lo cobijó en la balsa en buen estado de salud. “No necesito ayuda médica, todo va bien”, le gritó desde su balsa al doctor del barco que lo remolcaba. El recibimiento oficial fue cuando desembarcó. Lo saludó la esposa del Gobernador de la isla. ¿Qué dice un hombre luego de casi cuatro meses de total aislamiento en alta mar?
“Fue una pesadilla fantástica y un hermoso sueño”, dijo ya en tierra firme. Acto seguido, aseguró su balsa en el muelle y dio sus primeros pasos, lentos y cautelosos, hasta detenerse para saludar a los 300 isleños vestidos de manera tradicional que le dieron una calurosa bienvenida.
Willis se bañó, se afeitó y se cambió de ropa. Luego le preguntaron qué deseaba comer en el banquete que le ofrecieron esa tarde. Contestó, con ironía: “Cualquier cosa, gracias, cualquier cosa menos pescado crudo”. La única mala noticia que dio fue que su gato se había comido al loro apenas dos días antes. Al año siguiente, en 1955, el marino y escritor publicó un libro contando su primera hazaña de rafting extremo en el Pacífico sur.
El otro viaje desde el Callao y el destino final del aventurero
Willis haría una segunda travesía en otra balsa, de 32 pies de largo, pero esta vez completamente metálica (salvo la cabina) que llamó ‘Edad sin límites’. La balsa de metal fue debidamente refaccionada y mejor equipada radialmente que la vez anterior. Partió nuevamente del Callao, de la Base Naval, el 5 de julio de 1963, a las 2 y 30 de la tarde.
El ‘Navegante solitario’ tenía ya 70 años a cuestas, pero con un increíble estado físico. Un barco peruano lo remolcó hasta 50 millas mar adentro. Y lo hizo de nuevo. Estuvo solo acompañado de dos gatos en la travesía, y llegó a Samoa en un tiempo prudencial. Allí descansó un buen tiempo y terminó el tramo hasta Queensland (Australia) y de allí a su destino final en Sidney, el 9 de setiembre de 1964. Recorrió en total 13 mil millas.
William Willis murió en su ley, cuando a los 75 años intentaba cruzar -de nuevo solo- el Atlántico norte en un viaje con un pequeño velero, desde un puerto de Long Island, Nueva York, con destino a las islas Británicas. Muy distante de las costas irlandesas, a 400 millas, fue hallada su embarcación semihundida y con el capitán, esta vez, vencido por el mar.