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El 24 de junio de 1958, Domingo Mendiola García, de 12 años, salió de su casa en la calle Grau, en Miraflores, rumbo al colegio, pero antes debía ir, dijo, al domicilio de un familiar suyo; a ese lugar no llegó ni regresó a su casa. La búsqueda de la PIP y la Guardia Civil (GC) recién rindió frutos el 4 de julio, diez días después, cuando el menor fue encontrado junto al ex convicto Ceferino Machado del Águila, en la selva de Junín. Para sorpresa de la Policía y la opinión pública, el niño defendió al raptor y dijo que era su “amigo”. Los médicos legistas confirmaron al día siguiente lo peor.
Domingo Mendiola salió rumbo a su centro de estudios aquel martes 24 de junio de 1958. Sin embargo, antes le dijo a su tía Leonor Mendiola de Lam que debía a ir a la casa de un familiar en la calle Sandia, en Lima. Salió de su casa en la calle Grau Nº 598, a las 7 de la mañana, y no volvió ni en ese ni en los siguientes días.
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El menor tenía 12 años y cursaba el segundo de secundaria, turno mañana, en el Colegio Modelo, en el centro de Lima. Para ir tomaba el bus de la Línea Tacna-Trípoli, y se bajaba en la misma avenida Tacna. De regreso tomaba el mismo ómnibus. Domingo estudiaba allí desde el año pasado, 1957, cuando ingresó al primero de secundaria. La primaria la había hecho en el Colegio Salesiano. Era un “buen estudiante”, según el director de su colegio, Baldomero Carreño.
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Domingo Mendiola había desaparecido, pero dejó para su tía Leonor una carta, cuya letra no era la del menor, aunque estaba firmada por él. La Policía de Investigaciones del Perú (PIP), tras encargarse del caso, se quedó con ese documento probatorio, donde el menor explicaba a su pariente que se iba de la ciudad a buscar trabajo, porque veía que ella, su tía, no contaba con los recursos económicos suficientes.
Le indicaba, además, que no se preocupara, que volvería en “seis días”, pero esa parte de la frase había sido tachada con lápiz y se enmendaba con otra: “Dentro de poco tiempo”. Todo parecía indicar que la intención de la carta era no solo tranquilizar a su tía Leonor sino, sobre todo, evitar que su pariente denunciara el hecho ante la Policía. No había dudas de que la carta había sido redactada por el raptor, Ceferino Machado del Águila.
PRIMERA TAREA DE LA POLICÍA: IDENTIFICAR AL RAPTOR DEL MENOR EN MIRAFLORES
Si bien la noticia del secuestro se dio recién el viernes 27 de junio de 1958, la Policía del Departamento de Búsqueda de Personas Desaparecidas de la GC venía investigando el tema desde el día de la denuncia, el miércoles 25 de junio. Eso quería decir que aún el sábado 28 de junio, los investigadores no daban con el paradero del menor y del secuestrador. Entonces se supo que el caso había pasado a la Subdirección General de Investigaciones.
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Los agentes prácticamente tomaron posición del cuarto de Domingo Mendiola para revisar cada escrito o señal de sus vínculos o no con alguna persona mayor. En la edición del domingo 29 de junio de 1958, El Comercio publicó uno de esos documentos. La Policía incautó una nota que literalmente decía lo siguiente:
“José Mote:
Te esperé hasta las 8 y 30 a.m., no te pude esperar más tiempo, porque me expulsaban del Colegio.
Domingo”
“José Mote” era uno de los nombres que usaba el sujeto y con el que lo identificaba el menor secuestrado. Además, el diario decano indicó que Domingo Mendiola tenía guardado “cinco mil bonos del chicle millonario, que habían sido canjeados por cinco billeteras corrientes, de las cuales dos le entregó a Mote en presencia de un alumno del Colegio Modelo, una a su compañero de clase Icaza y las restantes se quedó con ellas”. (EC, 29/06/1958)
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Había, pues, una conducta del menor que para la Policía era evidencia de un contacto fuera de su círculo de amigos colegiales. Domingo Mendiola tenía vínculos con un desconocido, y para los agentes este “sujeto X” podía ser perfectamente un pervertido sexual.
La primera hipótesis de los agentes era que el secuestro se había concretado debido a alguna confianza ganada por el raptor con el niño, e incluso los investigadores no descartaban “la posibilidad que éste haya usado posiblemente algún narcótico, para evitar que la pequeña víctima opusiera resistencia cuando lo raptó”. (EC, 29/06/1958)
Además, la Policía especializada contaba con dos valiosos testimonios: los de dos compañeros de estudio de Domingo Mendiola, quienes dieron las señas de identidad de un hombre adulto que merodeaba el colegio y había estado cerca de Domingo desde un par de meses atrás.
El retrato hablado que se realizó sirvió para separar de los “archivos del Gabinete Central de Identificación Policial y Criminalística”, las fotos de los sospechosos, y mostrarlas a los familiares del menor por si pudieran confirmar la identidad del sujeto. (EC, 29/06/1958)
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Así, el domingo 29 de junio de 1958 se tuvo identificado al “pervertido secuestrador”, como lo catalogaba la Policía. Faltaba su captura, pero eso era cosa de horas… o días. Incluso la Policía femenina cooperó en el caso.
La clave de la identificación del principal sospechoso fue una foto que los investigadores hallaron en un cuaderno del menor. Esta imagen la confirmaron los compañeros más cercanos de Domingo Mendiola en el Colegio Modelo, y sirvió para facilitar la identificación en los archivos policiales del “pervertido sexual”, que empezaba a ser buscado literalmente en todo el país. (EC, 30/06/1958)
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El identikit, confirmado por los testigos, se hizo con los detalles de sus rasgos físicos. De esta forma, la imagen se distribuyó a todas las dependencias policiales del Perú. La Policía sabía que lo estaban cercando, y no podían dejar de estar seguros de que, con su captura, encontrarían también al menor Mendiola, por quien guardaban esperanzas de rescatarlo aún con vida.
Las pistas recopiladas condujeron a la Policía a distintos lugares, pero fue en los acantilados de Magdalena del Mar, el lunes 30 de junio de 1958, donde descubrieron en una “cueva” de dos metros cuadrados apenas, pruebas de que allí habían pasado por lo menos dos días ocultos el raptor y el raptado.
En esa cueva había un “cuaderno de notas” y una “lista de apuntes” del colegial. Tal hallazgo se concretó gracias a que la PIP “peinó” la zona desde Magdalena hasta Miraflores, en los conocidos “barrancos” de las playas de Lima. Asimismo, hallaron “varios forros de cuadernos en cuyas etiquetas está el nombre del menor raptado”. La covacha o cueva donde encontraron esas pruebas estaba a la altura del Cuartel San Martín, justo en medio de los acantilados. (EC, 01/07/1958)
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La Policía confirmó a la prensa los nombres con los que el sujeto se hacía pasar ante los niños. Decía llamarse “José Dos Santos del Águila” y también “José Mote Águila”, con este último nombre lo conocía su reciente víctima, Domingo Mendiola. Pero, en realidad, su nombre verdadero (o al menos el que la Policía consideró oficial) era “Ceferino Machado del Águila”, un ex convicto de la Cárcel Central de Varones de Lima.
Para completar la figura delincuencial y depravada del sujeto, Machado del Águila tenía “dos graves acusaciones de la misma índole en agravio de dos menores que viven en Miraflores”. En esta búsqueda incesante, no solo estuvo la Policía, que lideró la búsqueda, sino amigos y familiares de la víctima, los cuales también participaron en la redada. (EC, 01/07/1958)
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Ceferino Machado del Águila tenía 32 años, según datos de la Policía, y era natural de Iquitos, en el oriente peruano. “Raza mestiza, tez clara, de 1.55 de estatura, calvicie”, así lo tenía registrado la Policía al perseguido Machado. El antecedente policial que más se destacaba de este sujeto fue que en 1952 había sido detenido por la Policía de Miraflores, justamente por “violación y corrupción de menores”. Ese fue el motivo de su ingreso a la Cárcel Central de Varones.
De ese presidio, ubicado dentro del Panóptico de Lima (donde hoy está el Hotel Sheraton y el Centro Cívico), Machado salió bajo “libertad condicional” en 1954. Los agentes policiales mencionaron en ese momento que el sujeto tenía denuncias recientes por haber cometido otros agravios contra menores, en el mismo distrito miraflorino. (EC, 01/07/1958)
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Ceferino Machado no era un hombre solitario, desequilibrado por la falta de sociabilidad o atención social. Era un tipo casado, con cuatro hijos casi abandonados a su suerte. Los agentes tenían vigilada la casa de Machado, en una barriada de los acantilados, en Magdalena, por si abandonaba al chico Mendiola y regresaba a su domicilio. Pero eso no ocurrió.
La identidad del raptor, con la foto de Machado en mano, fue confirmada a la Policía por otros testigos. Uno de ellos trabajaba en la zona por donde vivía Mendiola en Miraflores (un pulpero); y el otro domiciliaba en Magdalena del Mar (un pescador). El primero lo señaló como el individuo que andaba con el menor, y a quien creía pariente suyo. El segundo detalló que los había visto juntos por los acantilados de Magdalena, el viernes 27 de junio de 1958. Ceferino Machado “lo llevaba de la mano”, dijo el pescador. (EC, 01/07/1958)
“Estos detuvieron al pescador en la playa de Magdalena para pedirle que les regalara algunos pescados, ya que tenían ‘hambre’ por estar de paseo”. El testigo indicó que el menor de edad “estaba tranquilo y no revelaba miedo en sus ojos”.
Este detalle hizo sospechar a la Policía de un secuestro bajo amenaza, porque les parecía difícil de entender algún tipo de voluntad de estar con el secuestrador por parte del menor. Sin duda, para los agentes de la PIP el chico Mendiola estaba siendo amenazado o chantajeado para que no muestre ninguna duda o sospecha.
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Aparte de los cuadernos y libretas del menor Domingo Mendiola, la PIP halló otro tipo de evidencias, como piedras con rastros de sangre, huellas plantares, “así como restos de coca y ceniza”. Ya para entonces la PIP y la GC llamaban a Ceferino Machado, “El Monstruo”.
La PIP también habló con algunos de los compañeros de colegio de Domingo Mendiola buscando más detalles de la relación entre Machado y este menor. Uno de ellos, Enrique Icaza Antón, de 13 años, y compañero de carpeta del raptado, dio valiosa información a la Policía.
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Icaza dijo que en mayo de ese mismo año (1958), Domingo Mendiola le había presentado a Machado como un tío suyo, y que en varias ocasiones habían estado juntos los tres, sin revelársele alguna sospecha de las intenciones perniciosas de Ceferino Machado, o algo fuera de lo normal entre su compañero y dicho sujeto.
El menor Icaza contó que Machado esperaba a su amigo “en la esquina del plantel y se encaminaban juntos con dirección a la Avenida Tacna”, con seguridad para tomar juntos la conocida Línea Tacna-Trípoli, que llegaba hasta Miraflores. También detalló que Machado seguía a su compañero Mendiola incluso hasta el “Barrio Obrero”, donde hacían “ejercicios físicos”. Era como si lo vigilara. Y un detalle más: casi siempre le daba dinero.
Ya se empezaba a sentir una angustia no solo entre los amigos y familiares del menor sino también entre los propios custodios que investigaban el caso. Para ellos era vital encontrarlos porque estaban seguros de que cada hora que pasaba ponía en más peligro la vida de Domingo Mendiola.
Las autoridades dejaron la playa, y poco a poco la búsqueda terminó siendo en toda la ciudad de Lima. La PIP debió reconocer que su cerco no había funcionado porque los “prófugos”, como empezaban a llamarlos, se movían más rápido que ellos. Por eso no sorprendió a nadie que llegaran noticias de que habían ido vistos en Matucana, Huarochirí, que ya era la sierra de Lima; y después de que los vieron en La Oroya, Yauli, en el departamento de Junín.
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Se les estaban escapando de las manos. Entonces, la Policía de Investigaciones realizó un último cerco en las alturas de Lima. Así dio con ellos, pero gracias a la colaboración de un ciudadano, quien hizo la denuncia policial. Se llamaba Florentino Barzola Zegarra, vecino de La Oroya, quien tuvo contacto con Ceferino Machado del Águila el martes 1 de julio de 1958, cuando le compró “una camisa comando por el valor de diez soles”. (EC, 03/07/1958)
En ese momento, Florentino Barzola no se dio cuenta de quién era el sujeto, pero luego vio un periódico de Lima con su rostro y supo que ese tipo era buscado intensamente por la Policía. En la edición del jueves 3 de julio de 1958, el diario decano podía asegurar a sus lectores que la captura del depredador Machado estaba a punto de concretarse.
Un dato que llegó de La Oroya fue que, al parecer, Machado se había quedado sin dinero, puesto que llegó incluso a robar “choclos de un maizal, situado a las afueras de Matucana”. Asimismo, la PIP y la GC movilizaron personal hacia esa zona de la sierra de Lima y organizaron junto con la Policía de La Oroya una intensa pesquisa en toda la zona industrial y sus alrededores. El fin era atrapar, de una buena vez, a Ceferino Machado y liberar al menor Domingo Mendiola.
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De Matucana llegaron también avisos (algo a destiempo) de la permanencia de Machado y su joven acompañante en esa ciudad. Los vieron caminar en las zonas más alejadas, donde no circulaba casi nadie. Todos coincidían en decir que no debían estar lejos de allí, especialmente señalaban a La Oroya como el lugar donde podían estar escondidos. (EC, 03/07/1958)
Mientras se esperaba el desenlace con la detención del prófugo y la liberación de su víctima, llegaron a la redacción del diario decano distintas versiones e historias de casos de otros menores que conocieron al acosador Machado. El que más llamó la atención fue José Wenceslao Rivera, quien había presentado a Machado a su amigo Mendiola, sin saber que era un vil depredador sexual.
Ceferino Machado frecuentaba los cines de barrio en el verano; y era muy asiduo del cine “Excélsior”, en el jirón de la Unión. En esos espacios, se hacía amigo de los chicos solitarios, les invitaba golosinas y así conseguía su confianza o al menos su interés. Machado era un depredador compulsivo. El menor Rivera fue también víctima de su acoso, pero él supo decirle que no a algunas proposiciones como la de viajar a Iquitos. El menor lo amenazó con decirle a su papá si le seguía insistiendo.
Por eso, Ceferino Machado cambio de plan. Desapareció unos días y luego cambió de “objetivo”; mejor dicho, de víctima, y así se apegó a Domingo Mendiola, quien se habría mostrado más dócil o convencible para el depravado. (EC, 03/07/1958)
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EL DÍA DE SU CAPTURA: LA CAÍDA DEL DELINCUENTE CEFERINO MACHADO Y LA ASOMBROSA REACCIÓN DEL NIÑO RAPTADO
En la madrugada del viernes 4 de julio de 1958, la Policía de Investigaciones atrapó al escurridizo Ceferino Machado del Águila, quien se hallaba con el niño Domingo Mendiola, en la ciudad de San Ramón, en la provincia de Chanchamayo, Junín. Su fin era llegar a la selva central, pues ya había abandonado el plan de dirigirse a Iquitos, de donde era natural.
El regreso a Lima duró varias horas. Llegaron ya de noche ese mismo día. La Policía esperaba hallar a un menor desesperado, asustado o angustiado por el secuestro, pero no fue así. El menor de 12 años, Domingo Mendiola García, estaba tranquilo y explicó a los agentes que solo fue una “aventura con un amigo”. Los investigadores estaban anonadados. (EC, 05/07/1958)
En la edición del 5 de julio de 1958, El Comercio dio toda su portada y páginas interiores al caso. La certeza del menor era sorprendente, ante un Ceferino Machado parco. Pero cuando le tocó hablar a este con los agentes, se percibió que ambos tenían el mismo discurso, como si lo hubieran practicado en esas solitarias horas en la cueva de Magdalena, en las calles de Matucana, en las afueras de La Oroya y en el camino a San Ramón (Chachamayo).
La Brigada Criminal los interrogó durante cinco horas, y nunca salieron del discurso de la amistad, la aventura y las disculpas por creer que solo con una carta a la tía del niño podían hacer lo que quisieran. El menor Mendiola poseía una memoria fabulosa, puesto que tenía todo bien claro en fechas, lugares y horas del trayecto que llevó adelante con Machado, “su amigo”. (EC, 05/07/1958)
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Cuando los agentes abordaron el tema del peligro sexual de escaparse con un adulto solo, siendo menor de edad, Domingo Mendiola reveló saber de esos peligros, al menos en la teoría. Mendiola no negó que algunos muchachos habían tratado de tentarlo, y adujo que era así “porque tienen una mente sucia y realizan entre sí estas perversiones”. Remarcó, eso sí, que él siempre se había negado a esas prácticas. (EC, 05/07/1958)
Centralmente con respecto a Ceferino Machado, el colegial arguyó que solo era una amistad, y que por ello le tenía confianza. Sentía que lo protegía, dijo, por eso “no dudé en acompañarlo, yo mismo se lo pedí… ¡No hubo rapto!”, casi gritó el menor a los policías.
“Yo me quise ir con él porque ya lo había decidido. En mi casa, mis familiares me pegaban por la menor cosa. Pensé que el día 24, que perdí una corbata de colegio mi tía me daría una de las tantas ‘palizas’. Por fortuna me encontré con mi ‘’amigo” Ceferino, o Pepe como yo le decía, y le comuniqué la decisión de viajar juntos con él a la selva”, contó Domingo Mendiola.
Y continuó con su historia: “Al comienzo, mi ‘amigo’ no quiso llevarme, porque esto le traía complicaciones. Pero al decirle que no regresaría más a la casa y que tendría que dormir en la calle, Ceferino aceptó llevarme en su viaje. En esa misma tarde del 24, escribí una nota a mi tía que vive en el jirón Cangallo, diciéndole que no me comprendía con mi tía Leonor y que les agradecía todo y que no volvería hasta por lo menos seis años después”. Con seguridad hablaba de una segunda carta, además de la que había enviado a su tía Leonor (o quizás no la recordaba porque no la había elaborado él mismo).
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Luego siguió contando todo el itinerario: cuevas de Magdalena, Chosica, Matucana, La Oroya y San Ramón. Los policías de investigaciones dejaron en paz al menor, y se enfocaron en Ceferino Machado. El pervertido coincidió con el niño en que fue voluntario su acompañamiento, y añadió que el viaje lo hizo porque en Lima no hallaba trabajo; pensaba que en Iquitos, que era a donde quería llegar en un primer momento, sí lo podía conseguir, ya que en esa ciudad era más conocido. Pero debió cambiar de planes para ir a San Ramón.
Machado reiteraba que no quiso llevar al niño, por las dificultades que podía traerle; pero al enterarse por el mismo menor de los “malos tratos” que recibía en la casa de Miraflores, cambió de opinión. Además, dijo, el menor le insistió para que lo llevara, y como le tenía simpatía, decidió finalmente viajar con él.
El hombre de baja estatura repitió hasta el cansancio que sus antecedentes policiales no lo describían, porque todas fueron falsas acusaciones, productos de la maldad de la gente, dijo. En esos primeros momentos, el acusado no tenía un abogado para su defensa. Por ello, de inmediato ambos pasaron a la Dirección de Investigaciones: Machado para seguir con los interrogatorios; y el menor Mendiola para ser entregado al Juez de Menores, quien resolvería su custodia.
Hacia la medianoche de ese mismo 4 de julio de 1958, Domingo Mendiola pasó por el médico legista, para comprobar si sufrió violación sexual o no. La palabra del menor no era suficiente, porque los agentes (y la propia familia del niño) sospechaban que Machado había amenazado al menor si decía la verdad.
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CASO ‘EL MONSTRUO’: COMPROBARON LA VIOLACIÓN DEL MENOR. EL ACUSADO NO TUVO ESCAPATORIA
La tía del menor, Leonor Mendiola de Lam, desmintió lo dicho por Machado en relación a las supuestas golpizas que le daba a su sobrino. Ella estaba casada, pero no tenía hijos, por eso –indicó– quería a Domingo como si fuera su primogénito. Admitió que le corregía cosas como lo hacía cualquier madre, pero nunca lo lastimaría ni abusaría de él, aseveró.
La señora Leonor atribuyó lo declarado por su sobrino y por el secuestrador a un plan del delincuente para atenuar su delito. Tanto ella como su esposo, y los padres del menor lo querían, dijo. Incluso su padre, Rodolfo Mendiola Vizcarra, si bien no vivía con él, era el que menos lo regañaba, aseguró la afligida familiar.
El sábado 5 de julio de 1958 salieron los resultados del médico legista. Las declaraciones del menor y de su raptor, encaminadas a crear una especie de “amistad extraordinaria” entre un niño y un adulto, acabaron de golpe: el certificado médico Nº 15869 “estableció que el menor Domingo Mendiola García ha sido víctima de los depravados instintos del indeseable sujeto”. (EC, 06/07/1958)
Machado mintió, como lo había hecho en otras ocasiones en que fue acusado de lo mismo. El delincuente tenía la modalidad de engatusar a los menores, comprarles cosas, dulces, darles dinero, ganar su confianza, y luego abusar de ellos, tras lo cual los amenazaba para que digan que solo fue una “aventura”, una “amistad” y que todo fue “voluntario”.
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La PIP y la GC tenían claro el plan de Ceferino: la última parte del delito venía con amenazas de muerte a sus víctimas. Y en el caso de Domingo Mendiola, el depravado tuvo todo el tiempo para convencerlo y amenazarlo con sevicia delincuencial.
Posteriores investigaciones policiales demostraron las verdaderas intenciones de Ceferino Machado del Águila. Este fue juzgado y sentenciado a muchos años de prisión, volviendo a la Cárcel Central de Varones, ubicada dentro de la Penitenciaría de Lima, el mismo lugar donde solo siete meses antes, el 12 de diciembre de 1957, habían fusilado a Jorge Villanueva, el “Monstruo de Armendáriz”.
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