El Frontón: la historia de una de las fugas más escandalosas de la isla penal en los años 50
Les decían ‘El Invisible’ y ‘Napolitano’ en El Frontón, donde estaban por asesinato. Se lanzaron juntos al mar para huir de su encierro, pero a uno lo hallaron en una cueva de San Lorenzo, y el otro apareció, tras unos días, muerto.
Semanas antes, en los primeros días de febrero de 1958, una curiosa amistad se trabó entre los dos delincuentes que estaban recluidos en el penal de máxima seguridad de la isla de El Frontón. No se conocían más allá de una mueca como saludo, pero esos días de inicios del mes de carnavales se volvieron inseparables. Luis Bravo Espinoza (a) ‘El Invisible’ y Agostino Risaletti (a) ‘Napolitano’ se movían de un lado al otro dentro del penal, hasta que el martes 11 de febrero de 1958 salieron de sus celdas como era costumbre para mezclarse con los otros reclusos. A la hora de volver a sus cubículos, pasaron con aparente tranquilidad el control.
Esa tarde todo parecía normal. Pero cuando fueron a revisar a las 9 de la noche en un último control antes de mandar a todos a dormir, los guardias detectaron lo imposible: tanto el ‘El Invisible’ como ‘Napolitano’ no estaban en sus celdas. Esa noche del martes 11 todos se empeñaron en su búsqueda. Toda la madrugada del miércoles 12, los guardias revisaron de cabo a rabo la isla. Los dos sujetos se habían esfumado.
QUIÉNES ERAN ‘EL INVISIBLE’ Y ‘NAPOLITANO’
La Policía estaba muy preocupada por no haber hallado de inmediato a esos dos escurridizos sujetos, ya que se trataba de dos desalmados asesinos. Bravo, ‘El Invisible’, había matado a balazos, en la madrugada del 23 de setiembre de 1957 (solo cinco meses antes), a una mujer de origen japonés, Teresa Ueda, quien había salido en defensa de su menor hijo de 13 años, a quien Bravo había herido de un disparo.
El sangriento suceso ocurrió en un callejón de la quinta cuadra de la peligrosa Calle Salom, en la zona sur del Callao (hoy espacio de numerosas pandillas, con límites con 'San Judas Tadeo, ‘Carrillo’ y ‘Loreto’).
‘El Invisible’ tenía fama de escapista carcelario. Por el asesinato de la mujer fue detenido en el jirón Antonio Bazo, en La Victoria, el 30 de ese mismo mes, y luego encarcelado en el Departamento de Robos y Hurtos de la Sub-Dirección General de Investigación. De esos calabozos, rodeado de agentes policiales, Bravo escapó el 25 de octubre de 1957, con la osadía y rapidez de un ‘hombre invisible’, de allí su apelativo.
Fue entonces que se las ingenió para llegar a Huancayo, pero allí, luego de 24 horas, fue recapturado por la Guardia Civil y revuelto a las autoridades policiales de Lima. En un gesto de osadía, el criminal les aseguró ese día a sus custodios que volvería a escaparse de su celda. Entonces, un juez instructor del Callao determinó, luego de reconstruir el crimen de Salom y debido a su alta peligrosidad, que Bravo fuera trasladado al penal de El Frontón, la isla penal frente al puerto chalaco. De allí volvió a fugarse aquella noche.
Mientras tanto, la historia del otro prófugo no era menos atrevida. Risaletti, conocido como ‘Napolitano’, junto con un cómplice, Victorio Borsi, había asesinado de 19 puñaladas al taxista Eusebio Villón. Era la madrugada del 28 de junio de 1955, hacía dos y medio años, en el jirón Inclán, en la urbanización Miramar, San Miguel, cuando Risaletti y su compinche no tuvieron piedad para asestar las terribles cuchilladas al chofer.
Los homicidas huyeron de Lima, ambos por caminos distintos. Pero no tardaron en caer. ‘Napolitano’ fue detenido en el sur del país, en Sicuani (Cusco); y Borsi en el norte, en Tumbes. Desde entonces, Risaletti vivía encerrado en esa prisión-isla, donde esperaba, en pocas semanas, en marzo, ser juzgado en el Tercer Tribunal Correccional. Ese era el motivo de su preocupación por huir, es decir, para no tener enfrentar a la justicia.
UNO FUE CAPTURADO EN 24 HORAS Y EL OTRO QUEDÓ NO HABIDO
El primero en caer en la redada policial para recuperarlos fue ‘Napolitano’, es decir, Agostino Risaletti. Este sujeto ya había intentado escaparse unos meses antes junto a otro interno, pero fue recapturado por una lancha patrullera. Pasaron solo 24 horas para que las autoridades de la llamada “Colonia Penal de El Frontón”, como se decía en esos años, atraparan al delincuente de origen italiano. Lo hallaron a las 9 de la noche del miércoles 12 de febrero, escondido en una de las numerosas cuevas de la isla vecina de San Lorenzo.
Estaba solo, muerto de frío, aterrado, al punto que pareció aliviarse cuando lo descubrieron. De inmediato lo incomunicaron, a fin de interrogarlo rigurosamente. Solo le dieron unas horas de descanso. Debían saber sus planes y cómo lograron burlar los retenes de seguridad.
El otro sujeto, el astuto Luis Bravo Espinoza, ‘El Invisible’, hizo honor a su apelativo y no apareció por ningún lado. Pasaron 24 horas y los piquetes de pescadores que colaboraban con las autoridades penales -y conocían bien la zona- no pudieron hallarlo en las cuevas de San Lorenzo. Tampoco hubo señales iniciales de algún accidente mortal, pues ningún cuerpo fue visible en los alrededores de la isla.
A todo ello se debió sumar que el prófugo Bravo tenía tuberculosis (TBC), una enfermedad diagnosticada hacía poco tiempo en el mismo penal. Pese a ello, igual planeó una fuga tan audaz y peligrosa; sin duda, confiaba en que era un experto en escaparse de comisarías, carceletas judiciales y solo le faltaba escabullirse de un gran penal como en el que estaba encerrado.
Todo miércoles 12 y jueves 13 de febrero, la Policía armó un operativo y no paró de buscarlo con lanchas patrulleras de la Marina (Base Naval); no les importaba se fuera vivo o muerto, pero necesitaban cerrar ese capítulo lo más pronto posible, para no crear demasiada ansiedad entre los vecinos chalacos y limeños.
LO QUE FALLÓ EN EL PLAN DE FUGA
Según confesó Risaletti, ambos se lanzaron al mar en la parte sur del penal. Desde ese momento, no volvió a ver más a Bravo. Las especulaciones abundaban e incluían que ‘El Invisible’ tuvo apoyo de la mafia del puerto, y que con una lancha lo esperaron en algún punto de San Lorenzo, y que solo llegó él, pero no Risaletti.
“Nadamos juntos hasta que llegó un momento en que la corriente nos separó”, dijo el detenido Risaletti, quien reiteraba que había perdido de vista a Bravo, y que él había llegado a la isla vecina por sus propias fuerzas. Se escondió en una cueva, y allí fue descubierto. “Yo no sé si Bravo Espinoza ha muerto ahogado o si llegó a la playa”, dijo ese día el criminal a las autoridades carcelarias.
‘Napolitano’ fue trasladado de El Frontón a la Cárcel Central de Varones (al lado de la Penitenciaría Central de Lima), que contaba con mayores seguridades. Fue colocado en una cárcel especial. Esta vez con doble vigilancia. Los policías de investigaciones, por su parte, acordonaron toda la costa vecina a las islas; revisaron y vigilaron cada sector o zona donde el delincuente, de haber logrado llegar a la costa, pudiera haber estado escondido. Era un trabajo riguroso para detectar un supuesto apoyo de otros delincuentes.
En paralelo, la Guardia Civil realizó batidas esos dos días (el miércoles 12, jueves 13 y viernes 14) por diversas zonas del Cercado del Callao y La Perla, donde “se esconde el hampa”, señalaban los custodios. Las posibilidades de que haya perecido ahogado aumentaban según pasaban las horas; pero, también, cabía la opción de que estuviera refugiado en alguna cueva profunda de San Lorenzo.
El viernes 14 de febrero -día del amor y la amistad-, a media mañana, avistaron un cuerpo que flotaba cerca de la isla. No podían estar seguros de que fuera el prófugo Bravo, porque horas después de la fuga se había ahogado un oficial de mar por esa zona. Para descartar quién era, las autoridades del penal solicitaron una lancha al Resguardo Marítimo. Inspeccionaron la zona donde se avistó el bulto, pero no hallaron nada. Al parecer, era una falsa alarma.
Las pesquisas continuaron en lancha por cinco horas, hasta las 4 y 30 de la tarde. Pero todo fue infructuoso. Las lanchas regresaron a sus atracaderos con la frustración de no haber hallado vivo o muerto al delincuente. Ya cerca de tres días de la evasión carcelaria, las autoridades empezaban a tener la certeza de que Luis Bravo Espinoza, ‘El Invisible’, había acabado sus días en las frías aguas del Callao. La búsqueda se extendía a toda la bahía y la Guardia Civil estaba alerta desde el Callao hasta Chorrillos.
YA NADIE PENSABA QUE ESTUVIERA VIVO
Para el sábado 15 de febrero de 1958, los medios de prensa como El Comercio titulaban: “Aunque se presume que ha muerto ahogado, búsqueda de ‘el Invisible’ continúa”. Y la Policía seguía rastreando por mar y tierra, en los recovecos de los barrios chalacos, previniendo que haya tenido apoyo desde allí.
Se reiteró el pedido de ayuda a los pescadores, no solo para avisar su veían al prófugo, sino también si divisaban algún cuerpo inerte en el mar. Mientras tanto, las patrullas navales, del Arsenal Naval, vigilaban toda la bahía desde La Punta hasta Chorrillos y en los alrededores de las islas de El Frontón y San Lorenzo. La Policía de Investigaciones y la Guardia Civil trabajaban, pero nadie sabía nada, nadie encontraba nada.
El domingo 16 la noticia se fue apagando. La nota del caso ya solo salía en la sección “Sucesos Policiales”. Solo quedaba la duda de cómo y dónde puede estar el cadáver de ‘El Invisible’, aunque no faltaban las “teorías” de la mafia salvadora y cómplice, que tendría a Bravo bajo su amparo. La Policía seguía tratando de buscar más información de Risaletti en la Cárcel Central de Varones, al costado de la avenida Bolivia, en el centro de Lima.
Ese fin de semana, por fin apareció el cadáver, pero no de Bravo, sino de Hugo Vergara, el marino que se había ahogado el mismo día de la fuga del delincuente Bravo, aquel que había asesinado a la mujer nisei en el Callao. Bravo, vivo o muerto, no aparecía. Igual ocurrió el lunes 17: sin resultados.
Entonces la Policía en general dejó de buscar por unos días, como dándole tiempo a algo, hasta que el cadáver de ‘El Invisible’ apareció algunos kilómetros más allá de la bahía del Callao.