Grau, Ugarte y Bolognesi son nuestros héroes en el campo militar. En las batallas de la ciencia también contamos con un egregio representante. Su nombre: Daniel Alcides Carrión. Le bastaron 28 años de vida al joven pasqueño para investigar y comprobar si la Fiebre de La Oroya y la verruga peruana eran lo mismo.
Este peruano solidario nació en 1857 en Cerro de Pasco, donde cursó la primaria. A los 13 años, viajando a Lima, lo deslumbró la construcción de la línea del tren que llegaría a La Oroya, situada a 187 km de la capital. Allí los trabajadores -peruanos y extranjeros- caían como moscas debido a extrañas fiebres y lesiones verrucosas, producto de una enfermedad desconocida llamada Fiebre de La Oroya. En 1874 Carrión ingresó al colegio Nuestra Señora de Guadalupe, terminó la secundaria y se presentó a la Facultad de Ciencias de San Marcos. En 1879 buscó una vacante en la Facultad de Medicina. Fue desaprobado, pero no se amilanó. En plena Guerra del Pacífico, en abril de 1880, Carrión logró aprobar el examen. En 1884 empezó a practicar en clínicas y se enfocó en el estudio de los pacientes verrucosos. “Carrioncito”, como le decían sus amigos, era bajo, delgado y mestizo. Su carácter, resuelto y tenaz.
El principio del fin
En 1885, la Academia Libre de Medicina convocó un concurso sobre la etiología de la verruga peruana. Carrión indagó todo lo que pudo acerca de la enfermedad. Pero faltaba algo más. Sabía que para entrar en contacto directo con el agente infeccioso que producía la enfermedad debía inocularse. Este método despejaría las dudas sobre la verruga peruana, estableciendo su relación con las altas fiebres que consumían a los obreros. No lo pensó mucho.
El 27 de agosto de 1885, Carrión llegó hasta el hospital Dos de Mayo convencido de lo que iba a hacer. Sus compañeros y el doctor Leonardo Villar trataron de disuadirlo, pero fue inútil. Un pequeño rasgado sobre las verrugas de un paciente de 15 años sirvió para inocularse la enfermedad en sus dos antebrazos, ayudado por el doctor Evaristo Chávez.
Dos días después El Comercio informó así: “el estudiante de medicina señor Daniel Carrión, quien tiene trabajos adelantados sobre la enfermedad llamada verruga, se ha hecho inocular la sangre de un verrucoso para observar por sí mismo los efectos y resultados ulteriores de esta enfermedad, que tanto preocupa a los hombres de ciencia en Europa”.
Bitácora en mano, Carrión fue un meticuloso escribidor de su propia agonía. No cedió fácilmente a los síntomas y pudo, durante muchos días, llevar un acucioso relato de los efectos que la infección producía en su cuerpo.
Tres semanas más tarde, el 17 de setiembre, el estudiante percibió las primeras molestias. Luego presentó fiebre, escalofríos y dolores musculares. Para el 26 se encontraba pálido y débil, dejando de tomar apuntes sobre los síntomas y encargando la tarea a sus compañeros. Aunque “Carrioncito” parecía ceder ante el enemigo, en realidad estaba empezando a vencerlo.
El 2 de octubre en su cuaderno de apuntes se podía leer: “hasta hoy había creído que me encontraba tan solo ante la invasión de la verruga, como consecuencia de mi inoculación, es decir en aquel período anemizante que precede a la erupción; pero ahora me encuentro persuadido de que estoy siendo atacado por la fiebre que mató a nuestro amigo Orihuela: he aquí la prueba palpable de que la Fiebre de la Oroya y la verruga reconocen el mismo origen”.
Por su gravedad el 4 de octubre aceptó ser llevado a la Maison de Santé para aplicarle una transfusión de sangre. En ese trance le comentó a su compañero Rómulo Eyzaguirre: “…aún no he muerto amigo mío, ahora les toca a ustedes terminar la obra ya comenzada, siguiendo el camino que les he trazado…”.
El 5 de octubre el decano publicó: “el estudiante de medicina señor Carrión, que como anunciamos en días pasados se hizo inocular el virus de la verruga, ha sido acometido por la Fiebre de la Oroya y se encuentra bastante grave. Deseamos se restablezca”. Ese mismo día Carrión caía en estado de coma.
Ya abatido por la infección, falleció a las 11:30 de la noche. El 6 de octubre El Comercio dio la triste noticia: “a causa de la terrible fiebre llamada de La Oroya, hoy tenemos que pasar por el dolor de comunicar que Carrión ha muerto”.
“En efecto, del experimento realizado por Daniel A. Carrión en su propia persona, parece deducirse que la causa que produce las verrugas es la misma que la que origina las fiebres de La Oroya…”, anotó el decano.
La autopsia realizada el 7 de octubre concluyó que las lesiones eran típicas de la enfermedad de verrugas. Su cadáver fue sacado de la Maison de Santé a las 4 de la tarde y llevado en hombros por las calles de Lima hasta el cementerio Presbítero Maestro.
El 3 de setiembre de 1971, un grupo de médicos del Hospital Dos de Mayo llevó en hombros los restos de Daniel Alcides Carrión hasta una cripta-mausoleo ubicada en su patio principal, en medio de aplausos y el homenaje de galenos y pacientes. En 1991 el Gobierno Peruano, más de un siglo después de su hazaña, lo declaró héroe nacional.
Cobijados en su recuerdo, hoy los profesionales de nuestra salud están combatiendo contra un enemigo llegado de otras tierras, que presentándose poderoso, no es imbatible.