El domingo 1 de agosto de 1965 a las 7:15 de la noche, el joven Alberto San Román Núñez, estudiante del primer año de secundaria del colegio San Fernando, tuvo una insólita experiencia.
Cuando subió a la azotea de su casa en la Plaza Bolognesi 588, se dio con la sorpresa más grande de su vida: un ser verdoso, arrugado, de apenas 90 centímetros de alto, se deslizaba por el techo de su vivienda.
Según narró a El Comercio, vio después una luz rojiza que se elevaba sobre su cabeza en dirección al mar, sin poder precisar los contornos de la nave.
Pero el objeto volador había dejado sus huellas en la azotea. Eran cuatro círculos de 30 centímetros de diámetro, separados medio metro el uno del otro formando un cuadro, y al centro se podía distinguir una huella mayor.
Daba la impresión que el aparato espacial había posado cuatro bases de asentamiento y la estructura principal se habría apoyado en la superficie de la azotea.
“Solo sé que parecía un sapo por su color”, expresó el joven sobre el extraño ser que divisó solo por unos segundos. El estudiante de inmediato avisó lo sucedido a sus familiares.
“Un marciano en la capital”, tituló El Comercio Gráfico en su edición del 2 de agosto de 1965, mostrando en su portada la foto donde se aprecia la supuesta huella dejada por el ovni.
La Policía de Investigaciones del Perú indagó el caso
No solo la Policía de Investigaciones del Perú, PIP, tomó cartas en el asunto, sino que elementos del Instituto Geofísico y miembros de la Policía de Seguridad del Estado realizaron observaciones en la casa de la Plaza Bolognesi.
Las autoridades científicas recogieron “tierra” de la azotea, usaron un contador Geiger (para medir la radiactividad) y los policías se llevaron un pequeño aro que encontraron cerca, que despertó sospechas.
Resultados de los análisis
El 4 de agosto El Comercio informó que el análisis radiactivo de las presuntas huellas espaciales no arrojaba nada extraño.
El físico que realizó el análisis cerró su informe aseverando que tras una inspección ocular comprobó que el borde de tierra que limita las huellas circulares de 9 centímetros de base y 5 centímetros de altura es de manufactura humana.
Por otro lado, la misma huella interna se podría reproducir en cualquier parte de la azotea con solo apretar contra el suelo una olla de fondo plano y removerla cuidadosamente.
El científico manifestó que el hecho que un caso sea dudoso o falso no implica que otros también lo sean, pues cree que los humanos de todas las épocas siempre han observado este tipo de fenómenos extraños.
La PIP halla elemento clave
El aro viejo y oxidado perteneciente a un timón de carro que hallaron los integrantes de la PIP coincidía plenamente con el círculo de las huellas encontradas, y que podrían haber sido realizadas por el joven San Román. Los policías de investigaciones llegaron a la conclusión de que la historia habría sido inventada por el menor.
Sin embargo, en el momento del interrogatorio, Alberto San Román Núñez insistió en que vio a un ser extraño y no se retractó de su versión. Pero la persistencia de los investigadores tuvo sus frutos. La incisiva pesquisa más el escándalo que alcanzó el tema obligó a que los autores de la farsa salieran a la luz.
Fueron algunos vecinos de San Román, que aprovechando su pasión por la ciencia ficción tramaron la broma pesada. Ellos fueron los que marcaron con el aro de metal las “huellas” del platillo y llamaron a la familia a decirles que en su techo había una nave espacial. El primero en llegar fue el joven San Román, que deslumbrado por su afición a estos temas pensó ver a un ser extraño.
“La fantasía del menor, añadida a la psicosis que en tales casos se posesiona de las personas, agrandaron el asunto”, señaló un miembro de la PIP.
El impacto de la noticia fue tal, que hasta enviados especiales de la embajada de los Estados Unidos llegaron a la casa de la Plaza Bolognesi para intentar comprobar la certeza del enigmático acontecimiento.
Por esos años Estados Unidos era uno de los países que más estudios, análisis y observaciones realizaba sobre el manido tema de los “objetos voladores no identificados”.
Además de convertirse en una anécdota mediática, el caso de la Plaza Bolognesi pasó a formar parte de los miles de falsos avistamientos que se reportan en el mundo hasta el día de hoy, incluso con la existencia de avanzados aparatos tecnológicos de registro y video.