Carretera Central: escenario de accidentes, pero también histórica pista del primer viaje en auto de Huancayo a Lima
El accidente de hoy en la Carretera Central, a la altura de Corcona, en Huarochirí, que ha dejado un muerto y 15 heridos, de los cuales tres son de gravedad, nos recuerda que esa antigua carretera ha sido escenario no solo de accidentes: allí se produjo en 1927, el primer trayecto en auto de Huancayo a Lima.
Desde mediados de la década de 1920, el Perú vivió una verdadera fiebre de automovilismo. Con la llegada de vehículos cada vez más resistentes y cómodos, la idea de muchos era llegar a las diversas partes del país en auto, así sea por carreteras antiguas o casi inexistentes, o por largas trochas en las que los carros debían adaptarse y superar todas las dificultades. A esas barreras, se sumaban el mal clima y la casi nula asistencia técnica. Una de esas obsesiones era hacer el trayecto de Huancayo a Lima, pues nunca se había hecho en auto antes de aquel 1927. El auto que realizó esa proeza para aquellos años fue un Dodge de seis cilindros, ocupado por cuatro valientes, verdaderos pioneros que hicieron la ruta desde la incontrastable ciudad de Huancayo a Lima. Con algunos retrasos por el hielo, completaron el reto automovilístico.
El Comercio estaba dando cuenta de numerosos viajes automovilísticos, casi todos organizados por el Touring Club Peruano. Los raid –viajes a campo traviesa que avanzaban de pueblo en pueblo– eran variados y se dieron hacia diversas partes del país. En octubre de 1924, por ejemplo, se dio uno de Lomas a Lima, en que partieron desde la Plaza de Armas, en el centro de Lima, y duró algo más de 14 horas; en enero de 1925 se organizó otro raid inolvidable que siguió la ruta Lima-Barranca-Lima.
En aquel viaje al norte chico se tuvo que superar la zona de “Pasamayo”, más peligrosa aún que cuando ya estaba la carretera asfaltada; en esa ocasión, los automovilistas debieron forzar una subida y una bajada de terror hacia el valle. En tres días, con paradas y descansos en Huacho, Huaral y la propia Barranca, los avezados conductores retornaron sanos y salvos a Lima.
Las estrellas del volante eran entonces José Bolívar, Augusto Dasso, Roberto Boza, Eduardo Dibós, y también Emilio Rosas, Ángel Moani y el propio Elmer Faucett, cuya fascinación por la velocidad lo llevaría a ser un gran rutero.
A lo largo de 1925 y 1926, los viajes tremebundos se dirigieron hacia el norte y sur del país. Un raid entre Lima y Piura causó honda impresión, ya que así se probaba que los viajes en auto a largas distancias eran perfectamente posibles. A ese viaje se sumó el Lima-Arequipa. Como en las otras ocasiones, destacaron los potentes autos Hudson, Studebaker, Buick Sport, Dodge u Oldsmovile, todos carros fuertes de seis cilindros.
Pero 1925 pasaría a la historia porque, en octubre de ese año, el Touring Club Peruano organizaría el “Gran Premio Automovilístico”, con un raid Ica-Lomas-Ica-Lima, en etapas que durarían dos días. El asunto también involucraba al sector turismo, cada vez más importante en términos económicos y sociales, puesto que, de alguna forma, los lugares, pueblos y distritos del interior del país se abrirían al mundo y saldrían de su aislamiento.
AUTOMOVILISMO: EL DEPORTE DE AVENTURA DE ESOS AÑOS
En 1927, la moda y el auge del automovilismo en el Perú se convirtieron en una sana práctica deportiva. Era el deporte de aventura de esa década con Augusto B. Leguía en el poder (1919-1930). Se hacían lo que los periódicos llamaban “travesías automovilísticas”. El Perú empezaba a rodearse de nuevas rutas a los diferentes puntos del país, desde ciudades importantes hasta parajes casi desconocidos. Pero aquello era un fenómeno continental. En todos los países latinoamericanos aparecían estos ases del volante, atrevidos y confiados en sus fuerzas y en los motores que los acompañaban.
Una mezcla de progreso, tecnología y aventura le daban emoción y frescura a esos fabulosos años 20 en el Perú. Esos peruanos que se atrevían a esas proezas tenían como ejemplos a otros maestros mayores como el ingeniero francés Roger Courteville, quien había recorrido en auto desde Rio de Janeiro (Brasil) hasta La Paz (Bolivia) y Lima (Perú). O Renato Pucciarini, el italiano que en su Fiat deportivo de 4 cilindros desafiaba la gravedad desde la Argentina con sus saltos mortales que le costarían la vida en 1925, en Cali (Colombia).
A ellos se sumó, en esa construcción del mito del automovilista, otro italiano: José Mario Barone, hombre audaz, que peleó en la Primera Guerra Mundial, y que destacó también como motociclista y piloto de avión. Él, en 1927, había realizado un raid extraordinario que abarcaba todo el continente, desde Brasil, pasando por Argentina y Colombia, hasta llegar a Nueva York (EE.UU.).
El INCREÍBLE RAID HUANCAYO-LIMA: UNA PRUEBA PARA VALIENTES
Pero en el Perú las cosas no eran tan alocadas. No había entre nosotros esos automovilistas acróbatas, cuya temeridad estremecía, sino que se cultivaba un automovilismo de ruta y de un espíritu pionero en abrir nuevos caminos, nuevas sendas para integrar el país. Eso era, más allá de la aventura en sí misma, lo que motivaba a los primeros corredores peruanos.
De esta forma, una idea que ya se les había metido en la cabeza a varios raidistas de esos años era unir Lima y Huancayo, la floreciente ciudad del centro del país. Unos días antes del primer gran viaje, unos jóvenes habían hecho el recorrido desde La Oroya hacia la capital, y lo habían logrado hacer en seis días, sin duda, con alguna parsimonia de su parte.
El primer viaje en serio empezó el jueves 24 de noviembre de 1927, según el diario El Comercio. En esa fecha histórica, se dio la partida del primer automóvil que se aventuró a marchar desde el centro de la tierra huanca, Huancayo, hasta la distante Lima, con cuatro automovilistas a bordo.
Era un potente Dodge donde viajaron Enrique Martínez, Alejandro Chávez, José Basurto y Pedro Ugarte. No partieron de Lima, porque deseaban hacer el descenso a la velocidad más rápida posible, dadas las condiciones de las pistas y trochas que debían sortear.
Los acompañó un mecánico, y trajeron consigo, además, “dos lampas, dos picos, un tecle (aparejo), un poco de soga y una buena cantidad de lastre para el carro y sus pasajeros”, decía una nota del diario decano, del viernes 2 de diciembre de 1927. Al parecer, estaban bien preparados para hacer frente a cualquier problema durante la ruta.
Ese 24 de noviembre de 1927 partieron raudos a las 6 de la mañana, junto a la helada huancaína. Su primer objetivo fue llegar a Tarma. Los automovilistas contarían a El Comercio las peripecias que debieron pasar evitando los escollos de la propia naturaleza, y también narrarían cómo se sintieron ante los sorprendentes paisajes que avistaron en el trayecto.
Indicaron entonces que “de Huancayo a Jauja hay una buena carretera, donde se podía correr fácilmente hasta 75 kilómetros por hora”. De Jauja pudieron ir a Tarma, y aunque también había en parte una carretera (la que iba a Carhuacayán), el resto del recorrido era un reto a su pericia automovilística ante un camino angosto, desnivelado y mortal.
Esa parte del trayecto hacia Tarma, de las más complicadas del raid, era pura “cuestas de herradura” que se habían ampliado solo lo suficiente como para que un auto pudiera pasar, incluso así con severas dificultades. El Perú de los años 20 veía progreso en Lima, pero no era así en el interior del país. Por momentos, y en trechos de 80 a 100 metros de largo debieron bajarse del Dodge para sujetarlo con sogas y así avanzar evitando que cayera en algunos de los abismos que bordeaban el abrupto camino.
EN LA RUTA FUERON APOYADOS POR LOS CIUDADANOS MÁS HUMILDES
La ruta de los pioneros de 1927 era Huancayo-Jauja-Tarma-Junín, y consideraba “El Paso de la Viuda”, a 4,600 m.s.n.m., el punto más alto de la travesía Canta-Lima, indicaba El Comercio. Toda la ruta significó una distancia de 460 kilómetros. Con todas las dificultades logísticas y los descansos obligados, los ases de volante lo hicieron en “cinco días y medio”.
Duró desde el jueves 24 hasta el martes 29 de noviembre de 1927, este último día llegaron al mediodía a deseada Lima. En realidad, debieron haber llegado el domingo 27, en la tarde-noche, como estaba previsto (es decir, en tres días y medio), pero se demoraron un día y medio más (36 horas) a la espera de que se deshielaran algunos puntos de la vía en las zonas más altas del trayecto.
En esas circunstancias, les fue de mucha utilidad las herramientas que trajeron consigo. A punta de lampazos y golpes de picos, arrastrando desechos con la ayuda de las sogas, y con el esfuerzo y valor que los caracterizaba, los automovilistas consiguieron, tras subir y bajas numerosas cuestas, encaminarse a solo 15 kilómetros de Canta. Desde allí ya el camino a Lima estaba debidamente “traficable”, contaba El Comercio.
Si bien la construcción de la Carretera Central había empezado hacía tres años, en 1924, especialmente en los tramos más cercanos a Lima o que se dirigían a ella; recién el trayecto completo hasta el centro del país sería inaugurado en 1934, siete años después de esa primera incursión en auto de Huancayo a Lima.
El automovilista Enrique Martínez, el más experimentado del grupo de altura, relató que en cada pueblo que habían pasado la gente los recibía con alegría y entusiasmo, fascinados con la actividad automovilística que permitiría continuar con la Carretera Central o hacer más carreteras alternas para llegar a los diversos pueblos del Valle del Mantaro.
“Grandes y chicos de los caseríos llegaban y les gustaba tocar las llantas de nuestro Dodge. Nos ayudaron a limpiar el camino o a abrir un trecho donde este no existía”, contó Martínez, algo emocionado. Por esos días, los trabajos de la Carretera Central estaban paralizados.
Fue el propio Martínez quien le confirmó a El Comercio que habían sido los primeros en “viajar en auto desde Huancayo hasta Lima, y el carro no ha sufrido el menor desperfecto, no obstante las dificultades y el peso equivalente a ocho personas que ha traído”, indicó.
El gran Martínez reconoció, finalmente, que si bien el viaje fue muy duro, la juventud de sus compañeros hizo que la travesía fuese sobrellevada “sin grandes esfuerzos y con bastante alegría”. Ese viaje del Dodge fue todo un hito en la historia el automovilismo en el Perú.