Elmer Faucett y los secretos de su otro talento: el automovilismo
El gran Elmer Faucett no solo destacó como pionero de la aviación peruana, también fue un animador y campeón de automovilismo en el Perú. Ganó varias competencias nacionales en los años 20.
A mediados de la década de 1920, el Touring Club Peruano empezó a organizar importantes pruebas automovilísticas. Los autos de carrera proliferaron y todos querían ganar entonces el “Gran Premio”. El domingo 25 de octubre de 1925, la carrera de la “primera categoría”, es decir, de los mejores ruteros de la época, fue sensacional: no solo por la calidad y audacia de los ruteros en competencia, sino porque hubo tal profesionalismo y seguridad que nadie salió lastimado.
En esa faena, destacó como el ganador absoluto un hombre conocido en esos años en otro campo, el de la aviación. Nos referimos a Elmer Faucett (1891-1960), cuyos primeros vuelos nacionales ya empezaban a ser reconocidos en todo el país.
Faucett, de 34 años de edad, era un amante nato de la velocidad. Por eso no fue una total sorpresa verlo al timón de los autos más veloces de su tiempo. El pionero de la aviación en el Perú no había podido participar en la primera carrera del Touring, el “Gran Premio 1924”, pero sí lo hizo en el segundo certamen automovilístico: el “Gran Premio de 1925”.
Para esa segunda edición se esperaba que los pilotos peruanos fueran más avezados y audaces, y así lo fueron. No decepcionaron. Todos corrieron al sur de Lima a una gran velocidad, sorteando muchas dificultades de aquel circuito Lima-Pisco-Lima. El esforzado ganador se definió, como informó El Comercio, el lunes 26 de octubre de 1925, en la segunda y última etapa del evento, ya cerca de la zona de La Chira, en Chorrillos.
EL AVIADOR FAUCETT Y SU MEJOR CARRERA EN AUTO
De la primera etapa en Pisco, las noticias llegaron por telegramas, muy temprano, ese mismo domingo. Desde allí, los autos retornarían a Lima. El carro de Faucett era un Hudson, que iba con el Nº 10, y avanzaba en el primer lugar. El Comercio detalló los tiempos cuando los autos habían pasado por el punto de registro en la ciudad pisqueña. Así se supo que el aviador-automovilista pasó a las 10.04 am; el segundo, el auto Nº 13 lo hacía a las 10.12 am., mientras el Nº 14 a las 10.26 am., y el Nº 6, algo más atrasado, a las 10.29 am.
Faucett era muy seguido por la naciente afición automovilística peruana, y todos sabían por la información de El Comercio cómo iba su carrera, e incluso calculaban la hora en que arribaría a la avenida La Chira donde se ubicaba la meta. Por eso había mucha expectativa para su llegada. La gente había hacinado los tranvías de la línea a Chorrillos, todo por ver al favorito.
Las personas se arremolinaron cerca de la meta, y numerosos autos con familias completas y camiones con gente de toda condición social buscaban también cómo ver la llegada de los automovilistas. Formaron una doble fila de varias cuadras para dejar libre la pista central por donde pasarían los bólidos de cuatro ruedas.
Las autoridades calcularían la asistencia de unas tres mil personas cerca de la meta y en los alrededores para ver el espectáculo. Esa cantidad se asemejaba a la masa de creyentes en una salida en procesión del Señor de los Milagros, cuya última de ese año sería en tres días.
FAUCETT Y LA LLEGADA DE SU PODEROSO HUDSON
El Comercio describió ese momento clave del cruce de la meta. El primer auto que lo hizo fue el Hudson Nº 10. “¡Faucett! ¡Hudson! Tales eran las exclamaciones de centenares de los más exaltados espectadores. El griterío era ensordecedor. Una densa columna de polvo indicaba la presencia del primer carro”.
Y no hubo duda de que se trataba del vehículo de carreras de Faucett, el ya famoso Hudson Nº 10, que avanzaba imparable por la avenida, “y cruzando los puentes a grandes saltos pasó velozmente la meta”, narraba el cronista. Los relojes señalaban las 2 y 42 de la tarde, en una jornada de festejos y emociones populares. Cuando detuvo su auto, Faucett tuvo que cuidarse de una auténtica avalancha humana que lo alcanzó para darle un abrazo y gritarle vivas en pleno rostro.
“Fue un momento emocionantísimo, indescriptible. La concurrencia hacía delirantes manifestaciones al piloto triunfador. De todos los autos presentes se dejaron escuchar ensordecedores pitos”, decía El Comercio del 26 de octubre de 1925.
Entonces se produjo tal confusión que la Policía tuvo que imponer un mínimo orden para despejar la pista, ya que en minutos irían llegando los demás competidores. Mientras, Faucett, con toda la amabilidad del mundo, se libraba de sus últimos fans, para luego ubicar su Hudson en el lugar donde desfilarían después por orden de llegada.
EL SEGUNDO PILOTO TAMBIÉN FUE OVACIONADO EN LA CHIRA
Con la calma recobrada, el público asistente se preparó para recibir al segundo piloto en cruzar la meta. José Bolívar fue el automovilista que le seguía los pasos a Faucett. Su Hudson Nº 13 pasó veloz la meta y se fue deteniendo al mismo tiempo que la afición lo rodeaba para felicitarlo por la buena carrera que le hizo al líder.
Bolívar tuvo que hacer piruetas de evasión con el carro porque la gente algo imprudente se le acercó mucho cuando aún estaba en marcha. Bolívar no era tan popular como Faucett, pero también tenía a los limeños seducidos por su peculiar audacia en el volante.
Para la tercera edición, el “Gran Premio 1926”, el Touring Club Peruano preparó ya un circuito más cercano a Lima, en Pachacámac; es decir, en los arenales, donde pondría a prueba a los autos más veloces de aquellos años. Los 250 kilómetros de ese recorrido en Pachacámac fueron cubiertos en menos de tres horas y lo ganaría también, sin objeciones, el imparable Elmer Faucett.