/ NoticiasInformación basada en hechos y verificada de primera mano por el reportero, o reportada y verificada por fuentes expertas.
| Informativo
La vez que un grupo de ‘asiáticos’ enterró restos humanos carbonizados en una playa chorrillana
Todo parecía indicar que se trataba de crimen o al menos de un hecho sospechoso que merecía ser investigado por la Policía, a mediados de la década de 1960. Pero al final, la sorpresa se la llevaron los agentes investigadores de un nuevo caso en la playa La Chira, en Chorrillos.
Como si la vida tuviera sus propias maneras de sorprendernos, el mismo día que mataron a un joven profesor de educación física, y estudiante de derecho, quien solo pasaba unas horas de diversión en la tarde del 26 de abril de 1964, en la playa La Chira de Chorrillos, en ese mismo lugar, pero por la noche, sucedió un hecho completamente inusual para los peruanos o es que simplemente fue otro crimen más. Un grupo de hombres “asiáticos” enterró en esa misma playa chorrillana restos humanos, junto con otros objetos, en una extraña ceremonia.
Desde el comienzo el caso de los asiáticos enterradores se tornó extraño para la Guardia Civil (GC), encargada de la investigación policial. Es más, un agobiado policía, encargado del caso del profesor Rodolfo Terán, asesinado en La Chira, debió asumir este caso también. Se trataba del Capitán GC Carlos Martínez Poblete.
La noticia de esa extraña inhumación salió a la luz pública recién el martes 28 de abril de 1964, y en El Comercio se detalló al día siguiente, el miércoles 29 de abril, en medio de avisos de estrenos de cine como la cinta “7 días de fiesta”, de la Warner Bros, que se promocionaba con una especie de “mensaje de vida”: “Una juventud cuyas pasiones rompen todas las barreras…al verse libres de todo freno”.
Pero ese no era el tipo de pasión humana que motivó a un grupo de hombres de rasgos asiáticos –según un testigo– a llevar los restos humanos quemados de algún conocido para enterrarlos en esa alejada playa limeña de La Chira.
Era la noche de ese domingo 26 de abril de 1964 cuando el grupo de asiáticos llegó con una camioneta de placa número 85802. Un testigo llegó a anotar ese número sin ser visto, y el dato sin duda sirvió muchísimo a los agentes policiales. También vio que llevaban un costalillo blanco que enterraron en un sector apartado de la playa.
Apenas los sospechosos se retiraron de la playa, el testigo de La Chira, que se llamaba Cornelio Francia Blas, se comunicaría con la Guardia Civil del “Puesto de Villa”. Allí le darían luego el caso al Capitán Martínez, ya que este se había convertido –sin querer– en un “especialista” en casos de La Chira.
Al pescador Cornelio Francia, vecino del lugar, le pareció todo eso “algo muy oscuro” (EC, 29/04/1964). Por eso, puso mucha atención en los sujetos, en sus rostros, y allí distinguió los rasgos asiáticos que luego mencionó a la Policía.
EL CASO DE LOS ASIÁTICOS ENTERRADORES
Una vez que los sospechosos se fueron, Cornelio Francia hizo algo antes de llamar a la Policía. Y lo que hizo fue algo demasiado audaz y peligroso. Avanzó hasta el sitio exacto donde los hombres habían enterrado una especie de costalillo, y empezó a desenterrarlo con la ayuda de una pala.
Entonces halló el costal pequeño enarenado y lo abrió… dentro de este distinguió algo que parecían restos humanos quemados, huesos, y además otros objetos. Cornelio Francia quedó boquiabierto, estupefacto, aterrado.
Con un miedo que le hizo temblar las manos, don Cornelio recién se puso en contacto con la Guardia Civil al día siguiente, el lunes 27 de abril. Al comienzo le pareció que no le tomaban en serio (había muchas denuncias falsas que solo le quitaban tiempo a la Policía). Pero tanta fue su insistencia que la GC mandó a unos agentes esa misma tarde solo para confirmar el macabro hallazgo.
Al día siguiente, muy temprano, el martes 28 de abril de 1964, llegaron los investigadores de la Guardia Civil y verificaron el hecho y tomaron, además, nota formal de las pruebas. En ese momento, no pudieron determinar con exactitud si los restos calcinados eran consecuencia de un crimen o de un accidente.
Los efectivos policiales sí corroboraron que se trataban de “huesos al parecer pertenecientes a una persona adulta”. Asimismo descubrieron “un frasco de vidrio, de esos que sirven como depósitos de caramelos, un reloj pulsera y un tazón de loza”. (EC, 29/04/1964)
Esa misma mañana, los agentes aún dudaban, pero lo que sí sabían que debían hacer con certeza era buscar esa camioneta, cuya placa obtuvieron gracias a la buena vista de nocturna de Cornelio Francia.
A LA CAZA DE LOS PERPETRADORES DEL SUPUESTO CRIMEN
La búsqueda por toda la ciudad de Lima de la camioneta donde habían llegado los sujetos sospechosos continuó el 28 y el 29 de abril de 1964. Tanto el Capitán Carlos Martínez Poblete como su ayudante en el caso, el Sargento 1º Germán Torres Mendoza, avanzaron en sus pesquisas en paralelo a otros casos.
Hasta que en los diarios de Lima se dio la noticia del arresto de los extraños sujetos, el que se realizó el viernes 1 de mayo de 1964. Los agentes de la Guardia Civil los capturaron y confirmaron su origen japonés. Lo curioso fue que la Policía mantuvo la identidad de los sujetos en reserva todo el tiempo.
La GC sospechó casi hasta el final de un posible crimen; no obstante, la explicación que se dio luego fue la misma que dieron los detenidos: se trató del entierro de “los restos pertenecientes a un familiar, fallecido de forma natural” y que, siguiendo sus costumbres tradicionales (vinculadas con las prácticas budistas), habían pasado por la cremación. (EC, 02/05/1964)
Los sospechosos detallaron que lo habían enterrado en la playa con algunos objetos suyos, pero que no habían pensado que estaban quebrantando alguna norma o ley local. El hecho fue, para efectos de la Guardia Civil, un “entierro clandestino” y ya no un crimen. Así se dio por cerrado el curioso caso.