Hemingway, nacido en Illinois, obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1954. Por eso no pasó desapercibido cuando arribó a Cabo Blanco, en el norte del Perú, el 16 de abril de 1956. Junto a su esposa Mary Welsh se alojó en el Fishing Club, ubicado en esta hermosa caleta talareña, en donde recibió al cronista del decano Mario Saavedra-Pinón, para una tertulia entre colegas llena de historias y personajes.
Frente a frente, ante el enviado de El Comercio, el famoso novelista mostró un gran conocimiento de la literatura latinoamericana: “Considero que América tiene posibilidades ilimitadas en este campo. Son pueblos que tienen una gran historia y un rico idioma”, afirmó.
“En el transcurso de los últimos años han aparecido notables escritores y estoy seguro que saldrán muchos más. He leído a Ciro Alegría y su libro ‘El mundo es ancho y ajeno’; lo considero una obra clásica. Es muy conocido en Estados Unidos. Me agrada leer también a Rómulo Gallegos y admiro a Gabriela Mistral, porque me gusta mucho la poesía”, reveló el entrevistado. La obra del peruano Alegría ya había sido publicada a inicios de los cuarenta, y hasta ahora es considerada un emblema de la literatura indigenista.
El barbado autor retorna a sus recuerdos y, con una sonrisa en los labios, confiesa que empezó en la actividad periodística a los 17 años en el diario “Star” de Kansas. “Con el tiempo me convertí en corresponsal de guerra, en calidad de tal fui testigo de la guerra civil española (1936-1939) desempeñando la corresponsalía de una agencia y escribiendo para el New York Times”. El “Kansas City Star”, un diario que todavía se edita en los Estados Unidos, tuvo entre sus colaboradores a personajes de la dimensión de Walt Disney y Theodore Roosevelt.
Sobre su experiencia como cronista reveló que la mejor noticia de su vida había sido la liberación de París durante la Segunda Guerra Mundial, mientras estaba adscrito al Tercer Ejército del General George Patton, en 1944. En medio del júbilo de la liberación, en París se juntaron artistas, escritores y periodistas de todo el mundo, entre ellos Hemingway, quien se hospedaba en el renombrado Hotel Ritz, adaptado como cuartel general de los aliados.
Una de las primeras cosas que hizo fue buscar la librería ‘Shakespeare & Company’ de su amiga Sylvia Beach, pero se entristeció al encontrarla clausurada por los nazis. Hemingway era un hombre de letras y aventuras, pero también de licores.
“Junto con mi ingreso al periodismo tomé la afición al whisky, que nunca me hace daño”, contó el novelista, a quien se le atribuye la frase: “Nunca retrases besar a una chica bonita o abrir una botella de whisky”.
Cuando se refirió a ‘El viejo y el mar’, una de sus novelas más laureadas, confesó que de todos los personajes que había creado, el de esta obra era el que más le había agradado. Dijo también que se demoró hasta 80 días para pasarla a máquina de escribir. Al momento de la entrevista el proyecto para filmar una cinta sobre esta historia estaba por concretarse.
Adelantó que en Cuba se había elegido al actor que representaría al joven pescador de la novela. “El tercer personaje, un gran merlín, lo he venido a buscar en las aguas de Cabo Blanco”. Varias de sus obras han sido llevadas a la pantalla grande. Al respecto dice que la que le impresionó más fue “Los asesinos” (1946), en la que debutaron Ava Gardner y Burt Lancaster.
“Con Ava me une una gran amistad y siempre se comenta de ella cosas que no son ciertas. También fue de mi agrado ‘Por quién doblan las campanas’ (1943)”. La película la protagonizan Gary Cooper e Ingrid Bergman, y está ambientada en la guerra civil española.
El lúcido literato afirmó que las novelas solo pueden ser escritas cuando se han vivido y agrega: “También hay que darle vuelo a la imaginación”. Mirando su propia vida expresó: “He vivido 57 años, y estoy firmemente convencido de que hay que durar a base de principios”.
“En la actualidad estoy escribiendo una novela cuya trama se desarrolla en África, continente que he recorrido en algunas ocasiones. Ese libro todavía no lo he terminado”, advierte. Es probable que se refiera al libro “Al romper el alba”, publicado de manera póstuma en 1999, y que se ambienta en escenarios del África Oriental.
“Muchos son los autores que he leído, pero los que nunca he olvidado son Stendhal, Flaubert y James Joyce. Con Joyce nos unía una extrema amistad. La última vez que lo vi fue en 1934”, recuerda Hemingway. También se explayó hablando de tauromaquia. “Me comenzaron a gustar las corridas en España, donde viví cerca de 13 años. En 1932 publiqué un libro sobre toros titulado ‘Muerte en la tarde’. Tengo una gran amistad con Luis Miguel Dominguín, a quien admiro mucho. También logré ver al desaparecido Manolete”.
Refiriéndose a su viaje al Perú, Hemingway manifestó que es un viejo anhelo que por fin ha podido realizar. “Aquí en Cabo Blanco permaneceré trabajando cerca de un mes. Yo mismo saldré en busca del merlín que necesitamos; pero es muy posible que me dé mi escapada para conocer Lima. Tengo igualmente vivos deseos de llegar a Machu Picchu”, confiesa. Terminada la entrevista, el también ganador del Premio Pulitzer se despide del enviado de El Comercio con una amplia sonrisa y un vigoroso apretón de manos: “No sabe cuánto le agradezco que se haya dado tanto trabajo por mí”, y agrega: “Adiós, colega”.
Durante su estadía en el norte peruano, el literato norteamericano consiguió cuatro merlines negros, uno de ellos de hasta 330 kilos. Cuatro años después de su paso por el Perú, se quitaría la vida en los Estados Unidos.