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El monumento a Manco Cápac en la avenida Grau y cómo fue cambiado de lugar
El monumento de Manco Cápac fue regalado al Perú por la colonia japonesa en medio de los festejos por nuestro bicentenario nacional en 1921. Sin embargo, la inauguración de la efigie de bronce y base de piedra fue recién el 4 de abril de 1926, y aún estaba en el poder el dictador Augusto B. Leguía.
Ese domingo 4 de abril de 1926, Lima vivía una fiebre jocosa y dramática a la vez con el reciente estreno del filme “La quimera de oro” (1925), con Charles Chaplin. Un clásico que en el Perú se veía mañana, tarde y noche y era “apto para todos”. Aquí los limeños la conocieron con el título de “En pos del oro” y todas las funciones se exhibían a sala llena. Fue en ese ambiente que se recibió públicamente el último regalo por el centenario patrio: el monumento a Manco Cápac, de la colonia japonesa residente en el Perú.
Las obras y los obsequios ofrecidos por las colonias afincadas en el país por el centenario del Perú(1821-1921) se fueron concretando: fuentes, plazas, obeliscos, museos, arcos arquitectónicos, monumentos, un estadio (el primer estadio nacional de madera), una torre de reloj (en el Parque Universitario) fueron incorporándose a la ciudad de Lima desde ese 1921 hasta 1924 (centenario de la batalla de Ayacucho), incluso unos años después.
La colonia japonesa ofreció al Perú un sólido monumento, que sería su homenaje a un símbolo del antiguo Perú: era una escultura al ‘inca fundador’ del Tahuantinsuyo, a la figura de Manco Cápac; una obra escultórica que extendía el brazo derecho señalando con un dedo hacia adelante, hacia el interior del país. La idea era rendir honor a la antigua y grande civilización inca.
El regalo de la colonia japonesa fue bien recibido por toda la ciudadanía. Los peruanos ya estaban acostumbrados a los regalos por el centenario; y, de hecho, todos habían sido inaugurados o presentados en público. La estatua enhiesta de Manco Cápac sería la última en hacerlo.
El programa oficial se conoció días antes: a las 11 de esa mañana de ese 4 de abril de 1926 debían asistir el presidente Augusto B. Leguía y sus ministros, el ministro plenipotenciario del Japón, el señor Sheizi Yamasaki; los cónsules japoneses en Lima y Callao, y las autoridades de la entonces Sociedad Central Japonesa. Asimismo, los miembros de los concejos provinciales de Lima, La Victoria y el Rímac.
La tribuna principal, debidamente resguardada por la policía y adornada por banderas de Perú y Japón, guirnaldas y flores, debía estar frente al monumento del ‘primer inca’, que estaba ubicado entonces en una placita, en el mismo cruce de las avenidas Miguel Grau y Santa Teresa, arteria vial esta última que desde entonces tomó el nombre de Manco Cápac.
La impresionante estatua de Manco Cápac fue una obra del escultor peruano David Lozano, quien había esculpido también el primer monumento del mariscal Ramón Castilla, inaugurado en la Plazuela de La Merced en 1915.Según El Comercio de ese mismo 4 de abril de 1926, “la estatua es de bronce y de gran tamaño; representa al Hijo del Sol en actitud soberbia señalando con la diestra hacia el confín de sus dominios, adornado con todos sus atributos imperiales”.
El grado de detalle en el trabajo de Lozano era notable: la figura broncínea mostraba en la frente la ‘Mascaipacha’, con la imagen del Sol en el medio y la representación del plumaje de un ave sagrada inca. En la mano izquierda, un cetro completaba su firme autoridad. La base del monumento era de piedra “tallada y labrada”; y sus cuatro costados revelaban “hermosos bajorrelieves simbólicos; además completan el monumento las figuras de la llama y el águila y otros animales tótems”.
CUANDO MANCO CÁPAC EMPEZÓ A VER LA CIUDAD
El gobierno de Leguía movilizó a varios regimientos de infantería, todos con “uniformes de parada” para rendir los honores de Estado correspondientes. Cuando se aproximaron al centro del escenario las altas y taciturnas autoridades de los gobiernos del Perú y Japón, la ‘Marcha de Banderas’ fue ejecutada con entusiasmo por la banda de la Guardia Republicana. Luego, vino un momento importante: la bendición del monumento a cargo del Arzobispo de Lima, monseñor Emilio Lissón.
El ‘discurso de ofrecimiento’ estuvo en la voz del señor Morimoto, presidente de la Sociedad Central Japonesa, en nombre de la colonia. Morimoto explicó las razones por las que su país eligió la figura de Manco Cápac para celebrar el centenario del Perú. Dijo que este encerraba “poderosos gérmenes de progreso y optimismo que la colonia japonesa residente en el Perú espera se traduzcan, en día no lejano, en acciones que respondan a sus ideales y al justo homenaje que hoy tributamos a este noble país”. (EC, 05/04/1926)
Morimoto, atildado aunque también emocionado, detalló los sentimientos de su comunidad en el Perú: “El Perú, para los japoneses, representa el ídolo más noble de nuestro amor, no tan solo porque es fuente de inmensas e innumerables riquezas naturales, sino porque es tierra fecunda de incontables acciones heroicas que aun sangran para que impere, como debe imperar, la libertad, el derecho y la justicia (…)”.
En un rapto de altisonancia sincera, el presidente de la Sociedad Central Japonesa exclamó: “Manco Cápac no es una ilusión legendaria, no; Manco Cápac es una realidad vivida (…)”. Y culminó su alocución con estas palabras: “Señores: la colonia japonesa expresa en este acto su sincera felicitación por la independencia del Perú y formula votos por el progreso y engrandecimiento de la patria”.
En tanto, por el lado peruano, habló el alcalde de Lima, André Dasso (porque el regalo era finalmente a Lima), quien agradeció y elogió a la “laboriosa colonia japonesa residente en el Perú”; luego de lo cual, el presidente Leguía y monseñor Lissón quitaron juntos el gran velo o cortina que cubría el monumento.
De inmediato, se escucharon a los acordes del himno nacional del Perú; para luego escuchar las extensas palabras del ministro de Fomento, Pedro José Rada y Gamio, quien se lució con la historia del Japón y destacó el parecido de las banderas de ambos países. De inmediato, le tocó el turno al ministro del Japón, Yamasaki, quien en perfecto castellano agradeció a las autoridades a nombre de su nación.
La ceremonia se cerró con las palabras protocolares del presidente de la República del ‘oncenio’. Finalmente, se escuchó el himno japonés, y la emocionante jornada de inauguración terminó con la puesta en escena de una parte de la ópera nacional ‘Ollanta’, del compositor peruano José María Valle Riestra. Una pieza que Leguía quería, pues pese a que se había estrenado en 1900, él había apoyado su reestreno en 1920, cuando el Gran Teatro Forero fue reinaugurado como Teatro Municipal, y desde entonces era una de sus óperas preferidas.
De esta forma, todo el acto de esa mañana dominical del 4 de abril de 1926 fue de una extraordinaria cordialidad entre ambas partes. Prácticamente, toda la colonia japonesa residente en Lima y Callao e incluso de fuera de la capital, asistió al evento en La Victoria, y el público peruano participó con buen ánimo, abarrotando el frente y los costados del escenario principal, en la plaza que entonces había en ese cruce de Grau y Santa Teresa (luego Manco Cápac).
Doce años después, a fines de 1938, casi al final del gobierno del general Óscar R. Benavides, el monumento fue trasladado algunas cuadras más abajo, y colocado en el centro de la plaza que llevaría el mismo nombre: Manco Cápac. Para entonces, esa plaza era conocida simplemente como “la plaza principal de La Victoria” (EC, 01/12/1938). Grupos de ingenieros y obreros la prepararon bien y se embellecieron sus jardines para recibir a la estatua de David Lozano.
El monumento del “primer inca” reemplazaría a una “vieja glorieta de madera” que adornaba la antigua plaza. Dicha plaza central era ideal por sus dimensiones, que eran, según El Comercio de la época, “de largo 142 metros y de ancho 125″; siendo, además, “más grande que la Plaza de Armas de Lima”.
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