El domingo 13 de enero de 2002, hace exactamente 20 años, el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, había telefoneado, muy temprano por la mañana, al primer ministro indio Atal Bihari Vajpayee y al presidente pakistaní Pervez Musharraf para pedirles, es más, casi exigirles que continuaran con los esfuerzos de paz. Según Sean MacCormack, de la secretaría de prensa de la Casa Blanca, el presidente Bush había hablado cinco minutos con cada líder y terminó satisfecho porque ambos “se comprometieron a tomar medidas específicas”.
George Bush cumplía así un papel clave de mediador en ese conflicto indostánico entre países aliados, y con esa idea estaba cerrando una semana de tensas reuniones que lo tenían realmente preocupado, incluso estresado. Por eso, quizás, decidió tomarse el resto de la tarde libre.
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En esa jornada dominical se disponía a tomarse un respiro. Un momento de solaz distracción, de despreocupado relajo viendo por la televisión un partido de football (fútbol americano), entre los equipos de Baltimore y Miami.
Y así se encontraba George Bush, distendido, cuando decidió comer unos pretzels (salty snack), unas galletas saladas en forma de rosquilla, muy populares en los Estados Unidos. Cogió uno y no lo masticó lo suficiente, al punto que al querer tragarlo se atoró con él.
La falta de aire le provocó, según contó luego el médico del presidente, el coronel de la Fuerza Aérea Richard Jay Tubb, una comprensible angustia que derivó en un desmayo. Bush cayó al sofá y de allí al suelo. Una baja de presión hizo que se desvaneciera. Apenas ocurrió el lamentable hecho, los empleados avisaron a la enfermera de guardia de la Casa Blanca.
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Minutos después, el doctor Tubb informó a los medios de prensa, preocupados por la salud del hombre más poderoso del mundo, que Bush “estaba bien”, que se le había hecho unos exámenes médicos y no había salido a la luz nada grave; solo tuvo unos “rasguños en la mejilla izquierda que se hizo al desmayarse”, señaló el médico de la Casa Blanca.
Luego precisó que el presidente se hizo también una magulladura en el labio inferior al golpearse contra el suelo, y que estuvo inconsciente por solo unos segundos. El doctor Tubb confirmó, asimismo, que Bush le había dicho que no se sentía bien en los últimos días.
Reveló, eso sí, que el jefe de Estado norteamericano tenía un bajo nivel de pulsaciones, y por ello tendría una mayor predisposición a sufrir desvanecimientos. Su esposa, Laura Bush, usualmente siempre a su lado, se hallaba en el momento del desvanecimiento presidencial en una habitación contigua, donde hablaba por teléfono.
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Las cadenas de televisión y todos los medios del mundo contaron la anécdota, con titulares que iban desde lo serio y preocupado hasta rozar lo ligero y risueño. El canal MSNBC, por ejemplo, tituló su nota: “Se atragantó con una galleta salada y perdió transitoriamente el conocimiento”.
Al día siguiente, el lunes 14 de enero de 2002, el presidente de los EE.UU. cumplió con normalidad su programa de trabajo. George Bush tenía previsto viajar al Perú dentro de dos meses. Su llegada a nuestro país se concretó el 23 de marzo de ese año.
En Palacio de Gobierno, el presidente Alejandro Toledo lo recibió para un brindis, pero Bush, fiel a su decisión de hacía varios años, no probó ni un sorbo de alcohol. Y, con seguridad, tampoco había entre los bocaditos de la Casa de Pizarro ninguna impertinente galletita salada (pretzel) que lo amenazara.
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