Huelga policial 1975: el episodio que casi acaba con el gobierno de Velasco Alvarado
Al paro de la Guardia Civil se sumó la delincuencia que saqueó e incendió tiendas en el centro de Lima. El Ejército y agentes de la PIP enfrentaron la situación con violencia y dejaron numerosos muertos y heridos durante esos días sangrientos
El gobierno militar del general Juan Velasco Alvarado (1968-1975) tomó el poder por medio de un golpe de Estado. La fuerza militar se impuso a cualquier diálogo, acuerdo o consenso con la clase política de entonces. Así derrocó al presidente constitucional Fernando Belaunde Terry, el 3 de octubre de 1968. Casi al final de su etapa como jefe de Estado, entre el 5 y 6 de febrero de 1975, numerosos agentes de la Guardia Civil quisieron ser escuchados también por la fuerza. Realizaron una huelga general, pero las consecuencias fueron lamentables: hubo caos, anarquía y violencia indiscriminada en las calles de Lima. Esas mismas calles que los policías prometieron proteger.
Ya no eran los militares sino los agentes policiales, el cuerpo de seguridad más cercano a la gente. Luego de seis años y cuatro meses en el poder, el régimen de Velasco Alvarado estaba desgastado políticamente, sin la fuerza y el apoyo popular de los primeros años de su “Gobierno Revolucionario”. Entonces se le vino la noche con una huelga de policías.
Ese verano, la impaciencia policial de un grupo se hizo sentir en las calles. El rechazo de la crisis económica ya galopante y de la crisis social debido a los últimos resultados del proceso velasquista, llegó a su clímax los primeros días de febrero de 1975. Puede decirse que solo fue el comienzo de un largo proceso de protestas sociales de diferentes estratos de la sociedad peruana.
FUERTE REPRESIÓN CONTRA LA POLICÍA EN HUELGA Y LOS SAQUEADORES
El 5 de febrero de 1975 no se esperaba tanta violencia ni incertidumbre en la ciudad. Lima hervía de gente y calor, cuando la Policía protagonizó una de las huelgas más grandes y atemorizantes del siglo XX. No es exagerado describirla así, si es que tomamos en cuenta no solo las versiones oficiales sino también las numerosas versiones sin confirmar que rondaron por esos días en la capital.
El gobierno diseñó un plan de acción que consistió finalmente en mano dura contra los policías rebeldes y contra los saqueadores delincuentes. Fue el Comando Conjunto de las FF.AA. el que lideró la contención ante la huelga y las muestras de rebeldía policial; y recibiría el apoyo de la Policía de Investigaciones del Perú (PIP) para afrontar a los delincuentes saqueadores que se preveía ante la nula protección policial. Dos problemas que iban en paralelo por esos días.
La Guardia Civil tenía una serie de reclamos de su situación. Esperaban que se aclarara, por ejemplo, una supuesta agresión verbal y física de parte de un general del Ejército contra un subalterno policial; asimismo pedían la administración de la mutual del personal policial, un aumento de sueldos y una verdadera reorganización de la Guardia Civil, entre otras cosas.
Todo empezó en la madrugada de aquel miércoles 5 de febrero, cuando un conjunto de soldados del Ejército, apoyados por tanques de guerra que salieron del cuartel Hoyos Rubio del Rímac, tomaron por asalto el cuartel de Radio Patrulla en La Victoria, donde se habían resguardado los policías en rebeldía ante la autoridad nacional. Detuvieron a sangre y fuego a numerosos agentes policiales ese día.
Durante la mañana y en la tarde incluso los robos a las tiendas de electrodomésticos abundaron; pero también agitadores políticos incendiaron los edificios de los diarios “Correo” y “Ojo”, así como los locales institucionales y particulares alrededor de la plaza San Martín. El moderno y recién estrenado Centro Cívico de Lima, el edificio más alto de la capital, fue incendiado en parte
Tal situación proyectó en la gente una sensación de caos, anarquía y locura, con autos y camionetas completamente destruidos por la turba. El gobierno de Velasco Alvarado, a pesar de estar agónico (en agosto sería reemplazado por otro proceso militar, el de Francisco Morales Bermúdez), no iba a permitir esos desvanes y actos de pillaje.
Entonces, como retados por los vándalos aparecieron por todos lados coches blindados y tanques del Ejército del cuartel Hoyos Rubio que recorrieron el centro de Lima para controlar a las desadaptados. Repelidos los saqueadores y capturados varios de los delincuentes en las portatropas, el gobierno suspendió las garantías individuales y estableció el toque de queda tanto en Lima como en el Callao, desde las 10 de la noche hasta las 5 de la madrugada.
Las fuentes oficiales indicaron cifras aterradoras: 86 muertos, 162 heridos y 1.012 detenidos. Por otro lado, alrededor de 162 establecimientos comerciales fueron saqueados y varios edificios públicos resultaron dañados o destruidos. El centro de Lima fue una balacera constante todo ese día y en la madrugada del día siguiente.
EFECTOS DE LA HUELGA POLICIAL: UN AMANECER DE MIEDO E INCERTIDUMBRE
En una acción en paralelo, miembros de la PIP ejecutaron un operativo de vasta escala, lo que permitió recuperar buena parte de lo robado. No fue fácil esa tarea, pues los saqueadores se resistieron a devolver lo sustraído, registrándose unos 15 heridos entre los agentes PIP. En las propias casas de los saqueadores, casi todas cerca del centro del Lima, aparecieron lavadoras, refrigeradoras, televisores, ventiladores y hasta motos; además de ropa, muebles de sala, camas y roperos.
El jueves 6 de febrero de 1975, Velasco Alvarado decretó “día no laborable”. Poco a poco, durante esa jornada, los miembros de la Guardia Civil retornaron a sus labores diarias. El municipio de Lima ordenó a sus trabajadores de limpieza una doble jornada para dejar limpias las calles del centro, punto neurálgico de los saqueos, ataques y choques entre los militares y civiles.
Para evitar nuevas provocaciones, los efectivos del Ejército custodiaron todo el perímetro del centro de Lima, especialmente el Jirón de la Unión y calles aledañas, la plaza de Armas y el Mercado Central. Pero también cuidaron el orden en los diversos distritos de la capital. Por precaución, las boticas, panaderías y bodegas atendieron a sus clientes a puertas cerradas, solo por las rendijas que dejaron libres.
Fueron dos jornadas de terror y advertencia para el gobierno militar de que sin resguardo policial la capital y el país podrían zozobrar.