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El día que la policía peruana usó por primera vez las huellas dactilares en su trabajo
Un paso clave en el desarrollo de la investigación policial en el Perú fue la implementación de una técnica elemental hoy para la identificación delincuencial: las huellas dactilares. Así empezó el servicio de dactiloscopia en nuestro país, a inicios de la segunda década del siglo XX.
Una de las razones por la que la policía peruana estableció en el Perú el estudio de las huellas dactilares en la identificación de los delincuentes fue para detener el avance de los anarquistas, señalaba entonces El Comercio; esos elementos venían trasladándose de Europa a América asiduamente, desde comienzos del siglo XX. Por eso, ese sábado 8 de junio de 1912 fue una fecha histórica. Ese día, en el Callao, la inspectoría policial empezó a usar el servicio dactiloscópico en su tarea contra el crimen.
De hecho, se venía utilizando esta técnica desde hacía unos años en varios países de la región. En los congresos científicos de esos años, en Argentina y Chile, recomendaron su uso. Ese primer centro policial se llamó “Oficina de Identificación por el Sistema Dactiloscópico” y fue inaugurado por el empeño visionario de un ex intendente de la Provincia Constitucional del Callao, el doctor Cárdenas García.
Este ex funcionario público formó parte de la comisión que ayudó directamente a establecer en el puerto chalaco el “primer centro dactiloscópico en el Perú”. Según los especialistas de la época, “este sistema era el más seguro y perfeccionado de los medios de identificación conocidos hasta la fecha y su incorporación en nuestra naciente institución policial constituye un elemento de progreso y adelanto muy apreciables”. (Edición de El Comercio, 08/06/1912).
El Perú empezaba a estar en el nivel sudamericano
Lo que se obtuvo con tal avance en la investigación policial fue colocar al Perú al mismo nivel que otros países vecinos; se consiguió “uniformizar el procedimiento de identidad” con Argentina, Brasil, Uruguay, Chile y Bolivia, así como con otras naciones del mundo. En una segunda etapa, se iniciaría el “intercambio de fichas”; es decir, cruzar información vital con el objetivo de verificar identidades y detectar a los individuos peligrosos para la sociedad.
En ese plano es que se hablaba entonces de prevenir la “inmigración anarquista”, la cual era vista hacia 1912 como un verdadero peligro social. Por eso el intercambio de información con otros estados era vital: hasta el día anterior a la implementación de esta oficina de reconocimiento de identidad, no era posible saber quién era un determinado sujeto proveniente de Buenos Aires (Argentina) o de Río de Janeiro (Brasil). En pocas palabras, era imposible identificarlo.
Era, pues, el inicio de un periodo de ayuda mutua en la labor investigativa de la policía en Sudamérica; algo que después, con seguridad, se extendería a un trabajo en equipo con otras dependencias policiales del mundo. El doctor Cárdenas García remarcó en su exposición inaugural de la oficina que esta sistema no solo ayudaría al trueque de información internacional, sino también “a la justicia penal de país”, identificando al sospechoso o al delincuente y dando sus antecedentes a lo largo del territorio peruano.
Aquel avance se lograría con un circuito interdepartamental de las oficinas policiales, que implicaría también un intercambio de fichas de identidad. La red de identificación nacional policial estaba en marcha desde ese momento.
La medida provocó mucho optimismo en la policía, los políticos y los propios ciudadanos. La policía, consciente de ese progreso material y técnico, preparó a un grupo de oficiales chalacos para manejar perfectamente esta nueva herramienta contra el crimen, y a su vez estos elementos podrían capacitar en el manejo del “método dactiloscópico” a los agentes en el interior del país. La colaboración no solo se reduciría a aprehender el nuevo método de identificación sino además a tener “los conocimientos fotográficos y morfológicos indispensables para completar los datos necesarios de cada sujeto que se identifica”.
Ese grupo de especialistas en dactilografía de la policía, que estaba acabando de perfeccionarse, lo formaron doce sargentos que cumplían un plan ordenado y preciso: ya manejaban bien el tomado de impresiones digitales, retrataban y filiaban morfológicamente. Así, los datos empezarían a contar las historias.
Perú: el proceso dactilográfico policial de 1912
El doctor Cárdenas García anotaba a El Comercio que los estándares de preparación eran los más óptimos: “El sistema que se sigue en el Callao es el mismo que en Buenos Aires y en Santiago, conforme al método del señor Juan Vucetich, que ha ideado una clasificación notable por su sencillez”.
El antropólogo Juan Vucetich (1858-1925) era en esos años una auténtica autoridad en el tema. De origen croata (su nación pertenecía entonces al Imperio Austro-Húngaro), Vucetich se había nacionalizado argentino y se dedicó a tareas en pro de la policía de ese país, otorgándole por primera vez un sistema eficaz para la identificación de personas por sus huellas dactilares.
Pero, ¿cómo era exactamente esta operación técnica que se realizaba hace más de 100 años en el Perú? Para la policía era vital cumplir con los procedimientos y normas, con el fin de asegurar un adecuado registro. “Tomadas sobre una ficha de papel satinado las impresiones digitales del sujeto, se clasifican las figuras que las líneas papilares forman y se archiva la ficha en uno de los dos casilleros, según la serie que corresponda, poniéndole su respectiva carátula y haciendo las anotaciones del caso al reverso, entre ellas, el número del ‘prontuario’”, detalló Cárdenas García.
El trabajo incluía, previamente, por supuesto, en tomar una foto del sujeto tanto de frente como de perfil; esta imagen iba en la carátula de la libreta individual (el prontuario); en ella se colocaba también su estado civil, sus domicilios registrados hasta ese momento, y los de sus parientes cercanos; asimismo, su huella digital (se le llamaba ‘individual dactiloscópica’), filiación morfológica, señas particulares y, algo muy importante, los arrestos y las prisiones sufridas anteriormente, lo cual solía casi llenar cada página de la libreta. Se dejaban dos páginas en blanco para que el identificado pudiera firmar y escribir algo.
El nuevo método de identificación para la policía abarcaba todo este conjunto de datos. Lo básico desde entonces era tener a la mano: la huella digital o ‘individual dactiloscópica’, los datos personales y la fotografía. La novísima Oficina de Identificación confeccionaba también las “fichas de canje”, usadas para el intercambio de información con otras oficinas del interior del país o del extranjero. Y también realizaban índices y armaban los libros con la “estadística policial”.
Así empezó realmente el proceso de modernización de las técnicas de identificación y fichado policial en nuestro país. Un trabajo que con el paso de las décadas se ha ido perfeccionando y profesionalizándose cada vez más.
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