Hacia noviembre de 1969, los peruanos estaban sorprendidos con la segunda nave espacial en llegar a la luna: el Apolo 12, conducido por el comandante Charles Conrad. Pero esa buena noticia se vio empañada por una muy lamentable: el viernes 28 de noviembre de 1969, el novelista peruano José María Arguedas decidió quitarse la vida disparándose en la cabeza, en uno de los salones de la Universidad Agraria de La Molina, donde era profesor. El 2 de diciembre de 1969, el escritor apurimeño falleció en un cuarto del Hospital del Empleado (hoy Rebagliati).
Un inicio difícil
Arguedas fue un narrador indigenista, nacido el 18 de enero de 1911, en Andahuaylas, Apurímac. Quedó huérfano de madre muy niño, a los dos años. Su padre abogado debía viajar constantemente a otras regiones del país y lo dejaba con su abuela paterna. El futuro escritor de 4 años fue testigo del nuevo matrimonio de su padre con una mujer que no lo quería.
Fue a vivir a Ayacucho con su nueva familia. Allí sufrió mucho por los maltratos físicos y psicológicos de su madrasta y el hijo de esta, algunos años mayor que él. En esa casa, se humillaba también al personal de servicio, todos ellos indígenas. Con el tiempo, el niño Arguedas salió de esa casa para recorrer el país junto a su padre. Conoció el Cusco, Huamanga y Abancay donde, más adelante, se convertiría en el escenario de su novela “Los ríos profundos” (1958).
En 1931, con 20 años, se estableció en Lima e ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Antes de conocer la cárcel publicó un libro de cuentos “Agua” (1935), pero al año siguiente, en 1936, fue detenido por participar en protestas estudiantiles y así pasó al penal “El Sexto” de Lima. Ocho meses le esperarían en ese tétrico lugar.
Luego vendría la novela “Yawar fiesta” (1941), cuando se encontraba trabajando en el Ministerio de Educación durante el gobierno de Manuel Prado, y en las grandes unidades escolares como el colegio Alfonso Ugarte, Mariano Melgar y Nuestra Señora de Guadalupe. En 1958, la novela “Los ríos profundos”, ya mencionada, lo consagró como un renovador de la corriente indigenista, continuando el aporte de Ciro Alegría. Poco tiempo después comenzó a trabajar en la Universidad Nacional Agraria La Molina. Aparecerían las novelas “El Sexto” (1961), “Todas las sangres” (1964), y el cuento “El sueño del pongo” (1965), entre otras obras.
Arguedas, un hombre triste
A pesar de sus logros personales y profesionales, Arguedas intentó suicidarse por primera vez en 1966. El novelista venía sufriendo crisis depresivas. Y ello se agravó con los años, se distanció de sus amigos y renunció a sus cargos públicos que ejercía en el Ministerio de Educación. Arguedas acudiría con una psiquiatra chilena, quien le recomendó como “tratamiento” seguir escribiendo. Así publicó otro libro de cuentos “Amor mundo” (1967). Y luego una obra que se publicaría póstumamente “El zorro de arriba y el zorro de abajo” (1971).
Durante sus últimos años de vida, su depresión se agudizó y de nuevo volvió la sombra del suicidio. Renunció finalmente a su cargo en la Universidad Agraria y el 28 de noviembre de 1969 se disparó en la cabeza en un salón de Ciencias Sociales de esa universidad. “Ayer intentó suicidarse J.M. Arguedas” publicó El Comercio en su portada del 29 de noviembre de 1969. Un empleado de la universidad lo llevó, ya muy grave, al Hospital del Empleado (hoy Rebagliati).
“Médicos no dan esperanzas de salvar a J. M. Arguedas; no pueden extraer bala” indicaba la portada del diario Decano el 30 de noviembre. Un vocero oficial del hospital declaró a la prensa y lo único que pudo decir fue: “El caso está perdido; es cuestión de horas”. Sin embargo, la fortaleza física del novelista y antropólogo aún lo mantenían con vida, pero en agonía en la sala de cuidados intensivos. “Cero actividad cerebral de José María Arguedas” fue el titular con el que sorprendió El Comercio a sus lectores, un día antes de la muerte del escritor.
El novelista apurimeño dejo dos cartas de despedida: una para su viuda, la chilena Sybilla Arredondo, y otra para sus alumnos de la Universidad Agraria y su rector. Estas misivas las redactó un día antes de dispararse e incluso ese mismo día. “Me retiro ahora porque siento, he comprobado, que ya no tengo energía e iluminación para seguir trabajando, es decir, para justificar la vida”, dijo en la carta a sus estudiantes.
Un entierro musical
Arguedas falleció el 2 de diciembre de 1969, a las 7 y 15 de la mañana. Tenía 58 años. Su féretro fue traslado al mediodía a la antigua biblioteca de la Universidad Agraria, donde fue acompañado por su esposa Sybilla y sus hermanos Arístides, Nelly y Pedro. El miércoles 3 de diciembre, a las 4 de la tarde, sus restos fueron llevados al Cementerio “El Ángel”, en medio de miles de personas que rodeaban el féretro. Al llegar al cementerio, se podía escuchar el sonido del violín y el arpa de Máximo Damián y Luciano Chiara, junto a Gerardo y Zacarías Chiara danzantes de tijeras que acompañaban el féretro mientras llegaba al pabellón donde iba a ser enterrado.
Su lápida fue grabada con una frase en quechua que significaba: “Aún estoy aquí”. Años más adelante, en 1978, sus restos fueron trasladados a otra ubicación dentro del mismo cementerio y, finalmente, el 2004 su féretro fue llevado a su natal Andahuaylas entre bailes y cánticos.
El domingo 7 de diciembre de 1969, el suplemento El Dominical de El Comercio publicó el último artículo que Arguedas escribió. Él mismo lo entregó días antes de que tomara la decisión de dispararse. Se titulaba “Salvación del arte popular”, un tema que le preocupaba por la indiferencia del Estado. “Pero otro testimonio tan valioso o algo más valioso aún, para el estudio de la cultura andina y el conocimiento de la naturaleza misma del ser humano, está en peligro de muerte, de extinción absoluta, de esas extinciones que no dejan huellas: la literatura oral quechua, por ejemplo, guarda con una riqueza inagotable, en sus más sutiles formas, la interrelación de la cultura occidental y la indígena”, escribió Arguedas así sus últimas líneas.