Un 15 de marzo de 1907, Julia Iglesias dejó su nombre grabado en la historia de la lucha de la mujer peruana por ganarse los derechos que le corresponden, al convertirse en la primera mujer profesional de la farmacia en alcanzar ese nivel, coronando una etapa de mucho esfuerzo y estudio.
“Después de haber rendido sus exámenes reglamentarios, prestó juramento de ley para ejercer la carrera farmacéutica la señorita Julia Iglesias, nacida en Lima durante la ocupación chilena, e hija legítima de don Mariano Iglesias y de la señora Rosaura Cámara”, informó El Comercio en su edición del 22 de marzo de 1907.
Iglesias estudió la primaria en el Instituto que dirigía su hermana, donde obtuvo el diploma de preceptora de tercer grado. Luego cursó la instrucción secundaria en cinco años, rindiendo sus exámenes año por año en el colegio Nuestra Señora de Guadalupe. Su empeño por realizarse profesionalmente no quedó aquí.
Ingresó a la Facultad de Ciencias en la Universidad de San Marcos, donde estudió el primer año de Ciencias Naturales, y de allí pasó a la Escuela de Medicina, concretando sus estudios de farmacéutica hasta concluir su carrera.
Dice una carta dirigida a la destacada joven, y publicada en el decano, que “no es con el objeto de lisonjear, ni de seguir la costumbre de prodigar elogios a cuantas personas alcanzan un grado o terminan una carrera lo que me obliga (dice el autor de la misiva) a escribir este artículo, es el justísimo aplauso que se debe dar a quien lo merece”.
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Y agrega: “Es el tributo obligado que con placer rendimos a una niña que, sin fortuna, al solo amparo de la Providencia y a los esfuerzos de su aplicación diaria y nocturnas vigilias, ha logrado terminar su carrera”.
El lector también manifiesta: “Que un joven termine una carrera es un deber, porque así lo espera la familia y la sociedad. Pero que una niña sin apoyo y sujeta a las penalidades de su sexo compruebe ante un severo tribunal su talento y su aplicación, es en todas partes del mundo de una gran significación”.
Finalmente, el autor del mensaje expresa que “se ha llegado a una época de civilización bastante avanzada, en la cual se enaltece a la mujer permitiéndose parangonearse con el hombre en las carreras científicas”.
“Hoy la señorita Iglesias es la primera que, con pasos veloces pero firmes, elabora la bandera de una carrera útil pero laboriosa, cual es la farmacia; carrera que se ocupa exclusivamente de servir a la humanidad y en la cual en esta patria se hacía sentir la necesidad de que en público fuera desempeñada por la mujer peruana”.
Reciba la señorita Iglesias la más sincera felicitación por haber realizado sus aspiraciones. Le desea su amigo y seguro servidor E.C.G., según carta del 16 de marzo de 1907 publicada en El Comercio.
El día de su graduación Julia Iglesias pronunció un discurso breve y sencillo, pero profundo, además de sabio y precursor. Aquí lo reproducimos en su totalidad: Permitidme este momento para mí de satisfacción manifiesta y gratitud, y dignaos ser benévolos una vez más prestándome atención.
Me conferís un título que me llena de satisfacción, mucho más si considero que me cabe la honra de ser la primera mujer que en el Perú y quizás en Sudamérica, va a ejercer la noble y benéfica labor del farmacéutico, cuya misión no puede ser más benéfica: médico y farmacéutico, dos fuerzas que luchan unidas contra el formidable enemigo de la humanidad, la muerte; no para vencerla, sino para alejarla en lo posible, ya que la ciencia, imperfecta aún, relativa como todo lo que es humano, no ha podido ni podrá quizás dar a sus paladines la seguridad de la victoria.
El porvenir pertenece a la ciencia y la naturaleza es inagotable; los antiguos buscaban con tesón la manera de hacer oro y desesperados de no hallarla, la delegan a la química, que es la piedra filosofal de los modernos; a ellos quizás les guiaba la ambición del lucro y a estos tan solo la ambición de la vida.
Por eso señores, mi contento al optar este diploma no tiene límites, y al ver terminada mi carrera, no puedo menos que rememorar mi vida de estudiante, en la que vuestra amabilidad ha sido uno de los estímulos más poderosos con que he contado.
Por eso, al retirarme de esta facultad he querido manifestar a la par que mi reconocimiento los sinceros votos para que con vuestras sabias enseñanzas contribuyáis al incremento de nuestra profesión, porque allá nos espera la humanidad doliente y aquí quedáis vosotros instruyendo a los que deben acudir a cambiar en sonrisas de vida, en sonrisas de alegrías, las muecas de dolor de los que sufren”.
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