La balsa ‘La Cantuta’, con lo mínimo indispensable y respetando las condiciones de viaje de los antiguos peruanos, zarpó desde Talara, Piura, el 12 de diciembre de 1955. La meta era cumplir un sueño: llegar a las islas Polinesias, en Oceanía. Su tripulación la formaban cuatro hombres y una mujer. Natalia Mazuelos fue la primera mujer peruana en participar en una travesía de este calibre.
Tenían como antecedentes dos viajes históricos: en 1947, la balsa ‘Kon Tiki', a cargo del noruego Thor Heyerdahl, zarpó del Callao y llegó semanas después a Tahití, a unas 4 mil millas de distancia. El segundo caso, mucho más reciente, ocurrió en 1954, cuando también del Callao partió el norteamericano William Willis, solo, con una férrea voluntad que le hizo llegar a Samoa Occidental en octubre de ese año. En 1955, meses antes del viaje de ‘La Cantuta’, Willis publicó un libro inspirador, donde contó su primera hazaña en el Pacífico sur. Era probable que estos aventureros leyeran con avidez cada frase de ese testimonio.
‘LA CANTUTA’: TODO EMPEZÓ EN TALARA
La tripulación sabía que ponía sus vidas en juego. Ese 12 de diciembre de 1955, la balsa de totora de 30 por 13 pies zarpó de Talara, en Piura, con la ilusión de surcar el océano Pacífico y llegar a las islas Polinesias. En Talara construyeron la balsa y recibieron el apoyo de la gente. La despedida fue entusiasta, se respiraba esperanza en el ambiente.
Los integrantes del equipo eran cuatro hombres extranjeros, pero con medio corazón peruano, y una fuerte y admirable mujer: Natalia Mazuelos. Ella obtuvo el derecho a viajar tras intervenir en un concurso con otras 20 personas. Natalia provenía de Puno. A la cabeza estaba Eduardo Ingris, un checoslovaco, y se sumaron, además de la peruana, el holandés Andy Rost, Mirko Gurecky, el otro checoslovaco, especialista en radio, y el argentino Joaquín Guerrero. Y como los buenos viajeros, adoptaron como mascota a una bulliciosa lora, que llamaron ‘Chiquita’.
EL INICIO DE LA TRAVESÍA
Tres días después de ser remolcada, la balsa con bandera peruana a la vista se comunicó con periodistas panameños, los que estaban al tanto de la aventura. Los reporteros hablaron algunos minutos con la tripulación gracias al radioaficionado Juan Francisco Arias, quien los seguiría durante todo el viaje, así lo contaba El Comercio.
Era la noche del 15 de diciembre de 1955, cuando Ingris contó algunos inconvenientes. “Hemos tenido vientos desfavorables y estamos trabajando día y noche acondicionando nuestra vela para impedir que nos lleve a las Galápagos”. Pese a todo, no pudieron evitar ser arrastrados hacia esas islas (Ecuador), donde tomaron fuerza en el puerto Villamil. Descansaron por Navidad y retomaron su camino el mismo 25 de diciembre, muy temprano. Natalia se había repuesto de unos fuertes mareos y ‘La Cantuta’, remolcada, llegó a una corriente que la enrumbaría al oeste. Así al menos lo pensaba la tripulación que imaginaba ver las islas de Polinesia en 25 días.
Pese a tener la posibilidad de no seguir en el viaje y quedarse en las islas Galápagos, Natalia Mazuelos decidió seguir y completar el trayecto, gesto que fue apoyado por el resto del equipo. Los días pasaron y las comunicaciones eran más espaciadas y breves. Hasta que no hubo forma de comunicarse con ellos.
El radioaficionado Juan Francisco Arias, quien los seguía con gran obstinación, captó un mensaje tras un mes de su partida de Galápagos. Según lo previsto, en ese tiempo ya debieron haber llegado a la Polinesia; sin embargo, no ocurrió así. El 26 de enero de 1956, Arias apenas logró escuchar la posición de la balsa. No estaban bien. El reporte decía que Natalia estaba en cama, con un fuerte resfriado y dolores musculares. El equipo había reducido su consumo de alimentos a una ración diaria. Luego, un nuevo silencio preocupó aún más a las autoridades portuarias y a los aficionados radiotransmisores que los monitoreaban.
PERDIDOS EN MEDIO DEL OCÉANO
Solo reinó el silencio durante 20 días más. El Ministerio de Marina del Perú reaccionó ante el angustioso momento y coordinó con la Cancillería para una búsqueda oficial, a partir del 15 de febrero. La Marina debía trabajar de la mano con su similar norteamericana, pues esta tenía “bases aeronavales en el Pacífico”, informó El Comercio.
Dos días después, el 17 de febrero, un mensaje corto llegó desde ‘La Cantuta’. Fue breve, pero no parecía un mensaje de socorro. Lo captó el doctor Víctor Gómez Acedo, quien operaba una estación aficionada y había auscultado a los integrantes del equipo antes de su partida en Talara. Era la voz de Mirko Gurecky: “Aquí balsa Cantuta llamando”.
Gómez comentó al diario decano que de inmediato pidió su posición geográfica y preguntó por el estado de salud de los integrantes. Durante dos horas intentó lo mismo, pero no hubo respuesta. Estaba seguro de que la balsa andaba por algún lugar del Pacífico Ecuatorial; y que si se había cortado la comunicación era porque fallaba el grupo electrógeno, no la radio. “Tengo la impresión de que siguen navegando sin novedad”, dijo.
SOS DESDE LA BALSA CON BANDERA PERUANA
El 20 de febrero de 1956 llegó el pedido de auxilio. Los cables desde México que reprodujo El Comercio indicaban un tripulante enfermo: el holandés Andy Rost sufría de una enterocolitis. En tanto, Natalia, la valiente mujer abordo, resistía la dureza de alta mar, ayudaba en la pesca y redactaba en una máquina de escribir el “diario de la expedición”. El mensaje advertía algo: los alimentos y el combustible se agotaban. Una tormenta había lanzado al mar parte de los víveres.
Pese a sus problemas, el equipo estaba decidido a seguir. Así lo advirtieron cuando supieron que Rost mejoraba en su salud. Solo pedían “que el barco que se halle más próximo a ellos, les suministre combustible y víveres”. Pero el entusiasmo tenía límites. Un cable del 22 de febrero desde San Diego, California, informaba que el grupo tenía pocos alimentos, medicinas y gasolina; dieron la noticia de que Natalia sufría de una “hepatitis infecciosa” o algo parecido.
En verdad, la única mujer del equipo sufría de avitaminosis (falta de vitaminas), debido a la deficiente alimentación. El doctor Gómez confirmó que se hallaban en un remolino que los hacía avanzar y retroceder, en medio del mar. Estaban a la espera de un fuerte viento que lo sacara de ese círculo. En la mañana del 28 de febrero de 1956, el buque norteamericano USS ‘Rehoboth’, una nave de reconocimiento oceanográfico, fue a buscarlos siguiendo las coordenadas que la propia embarcación peruana había enviado. Pero no halló nada. Ni aún en decenas de millas a la redonda. Las coordenadas estaban equivocadas. Oficialmente, la balsa ‘La Cantuta’ fue declarada perdida.
Al ‘Rehoboth’ se sumó el ‘Greenville Victory’. Ambos buques “lanzaron cañonazos y disparos de basucas de 40 milímetros desde las 11 de la noche del 28 y toda la madrugada del 29”. En paralelo, ‘La Cantuta’ usaba sus luces de bengala, pero ni ellos ni sus rescatistas escucharon ni vieron ningún signo de alerta. Desde Panamá trataron de hacer “triangulaciones” por radio para dar con su ubicación. De esta forma, los norteamericanos no tuvieron otra opción que pedir apoyo a todos los radioaficionados posibles.
LUZ DE ESPERANZA PARA LOS JÓVENES NAVEGANTES
El 1 de marzo de 1956, el ‘Rahoboth’ avisó que había localizado su posición, a unas 550 millas al suroeste de las costas mexicanas. El error inicial partió de los propios tripulantes. Aún tenían gasolina para el generador de electricidad que hacía funcionar la radio, así lograron comunicarse con los marinos norteamericanos que navegaban en zigzag por la zona de contacto y disparaban para marcar su posición. Esperaban avistarlos el 2 de marzo, cerca de la medianoche. ‘La Cantuta’ estaba en 105º 40′ longitud oeste y 5º 35′ latitud norte, y ellos en 109º 24′ longitud oeste y 5º 35′ latitud norte. Es decir, en la misma latitud, a unos 400 km. de distancia. Los hallaron en la “zona del gran remolino ecuatorial”.
El Comercio informó ese 2 de marzo: “Los tripulantes de la balsa conservan la moral y se encuentran en buen estado físico, a pesar de las duras condiciones en que han vivido desde que salieron del Perú hace tres meses”. Al subir a bordo, los rescatados pidieron una ducha tibia y preguntaron por el menú: “¡Pescado!”, les bromearon. El capitán del ‘Rahoboth’, el comandante J.J. Klein indicó que a los cinco se les ofreció camarotes separados. Uno de ellos contestó: “Después de dormir 90 días sobre maderos, lo de menos es donde nos pongan”.
El 8 de marzo de 1956 llegaron a Panamá, junto con la lora ‘Chiquita’ y la propia balsa que remolcaron los marinos norteamericanos. En un inicio, los aventureros, quienes podían ya ser llamados unos landlubbers o ‘marineros de agua dulce’ –al menos el jefe de la expedición y encargado de las cartas de navegación– no pudieron bajar por falta de dinero y pasaportes. Sin embargo, el asunto se arregló dos días después y descendieron a tierra firme. La idea era traerlos al Perú vía aérea.
La fuente de El Comercio fue el radioaficionado Juan Francisco Arias, quien siguió desde un inicio a los expedicionarios. El costo de los pasajes aéreos fue asumido, en partes, por la revista estadounidense ‘Life’ –que luego les haría un reportaje en su número de abril de ese año–, por los amigos peruanos del equipo y por el mismo señor Arias, quien recibió como obsequio de los balseros la lora ‘Chiquita’.
LIMA LOS RECIBE CON CARIÑO
El lunes 12 de marzo de 1956 bajaron del avión en Córpac los cinco de ‘La Cantuta’: Natalia Mazuelos, Eduardo Ingris, Mirko Gurecky, Andy Rost y Joaquín Guerrero. Estaban sanos, recuperados física y emocionalmente, y con ganas de abrazar a sus amigos y familiares. Ingris, el jefe de la expedición, aceptó la idea de que partieron mal desde Talara, pues rápidamente cayeron en corrientes imprevistas en sus datos. Más tarde reconocería que sus cartas de navegación estuvieron equivocadas, por lo que era difícil continuar el viaje.
La más asediada por la prensa de Lima fue la puneña Natalia Mazuelos. Tras bajar del avión con un ramo de flores en los brazos, expresó que toda mujer peruana es fuerte y decidida. Que lo que hizo lo podía hacer cualquier mujer del país. Ella se mostró emocionada: “No creí que mereciera nada especial después de nuestro frustrado viaje”.
“Mi mayor satisfacción es que en la balsa he representado a mi patria y a mi pueblo. Ahora podrán explicarse por qué rehusé abandonar la embarcación en los Galápagos; debía ser digna de la confianza que habían depositado en mí, no solo mis compañeros de ‘La Cantuta’ sino también mis compatriotas”, declaró a El Comercio.
Natalia llegó a decir: “El destino ha querido que volvamos sin haber terminado la empresa; pero nadie podrá decir que la única mujer peruana que participó en la expedición quiso abandonarla”. La balsa ‘La Cantuta’ se quedó en Panamá, donde fue exhibida al público durante muchos años más.