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El niño peruano que dieron por muerto y apareció vivo después de luchar contra el bravo mar de una isla en Huacho
En febrero de 1968, John Breizig, de 13 años de edad, logró sobrevivir nadando dentro de una cueva en una isla limeña. Una fuerte ola le hizo caer al agua mientras intentaba cazar un pejesapo.
Era la mañana del sábado 3 de febrero de 1968, cuando Hans Breizig, empresario arequipeño, y su hijo John, de 13 años de edad, viajaron en una lancha para realizar pesca submarina en la isla Mazorca, en Huacho. Ellos llegaron acompañados por dos personas: Manolo de Vivanco, amigo de John, y David Bennet, estadounidense aficionado a la caza marítima. Es así como Hans y David se lanzaron al agua para realizar sus actividades y dejaron en el bote a los dos menores.
Minutos después, John Breizig se puso un traje de jebe y aletas. Luego, saltó a un peñasco para intentar pescar un pejesapo. Segundos más tarde, el menor cayó al mar por la fuerza de una ola. De esta manera, desapareció de la roca. Instantes después, Manolo se dio cuenta y se asustó. Cuando Hans y David regresaron a la lancha, recibieron la noticia y empezaron a buscarlo desesperadamente. Es así como nadaron, bucearon y recorrieron la isla con la embarcación. Tras varias horas de angustia y a punto de anochecer, decidieron regresar a Lima pensando que John había muerto ahogado. Solo quedaba pedir ayuda para rescatar su cuerpo.
Por eso, los tres fueron al faro de la isla para avisar a los guardianes sobre el lamentable hecho y pedir que estuvieran atentos a la aparición del cadáver. Hans estaba destrozado. Regresó todo el camino a casa llorando en la popa de la embarcación. Lo más duro para él estaba por venir. Tenía que darle la noticia a su esposa, Meri Campodónico. Esa noche, la familia Breizig no durmió de la tristeza. La única esperanza que les quedaba era encontrar el cuerpo de su hijo sin vida para poder enterrarlo.
Al día siguiente, a las siete de la mañana del domingo 4 de febrero de 1968, Hans Breizig partió junto a un helicóptero de la Fuerza Aérea del Perú (FAP) y varios amigos buzos, a la isla Mazorca para rescatar el cadáver de su hijo. Al llegar al arrecife, los guardianes de la isla le entregaron a John con vida. El menor solo tenía algunas heridas en el cuerpo, que ya habían sido curadas por los salvavidas. También lo habían alimentado. Hans se quedó mudo, corrió a los brazos de su hijo y lo abrazó llorando. No podía creer lo que estaba pasando.
Después del reencuentro, el pequeño sobreviviente le contó a su padre que tuvo que nadar por varias horas para salir de una cueva donde fue arrastrado por la marea. Luego, los guardianes de la isla felicitaron a Hans porque consideraron que tenía un hijo que era “un experto nadador” y que tuvo la fuerza para luchar contra las dificultades que le puso el mar. Además, explicaron que no le pudieron avisar del rescate debido a una falla en sus aparatos de comunicación. John solo describió su aventura como si “hubiera vuelto a nacer”. Minutos después, fue trasladado a la Clínica Javier Prado, en donde permaneció hospitalizado.
El lunes 5 de febrero de 1968, un cronista de El Comercio visitó a John Breizig en la habitación de la clínica, en San Isidro. El alumno del segundo grado de secundaria del Colegio de las Carmelitas, de 1.60 centímetros de estatura, tenía todavía lesiones en el cuerpo y una leve congestión pulmonar. En la conversación, contó los primeros detalles de lo que sucedió ese sábado 3: “Eran más o menos las 12 del día, cuando caí al mar arrastrado por una ola que me introdujo en una cueva. Traté de salir nadando, pero me di cuenta que era imposible”.
En ese momento, John recordó un consejo que le dio su padre para casos de emergencia: “Serenidad, observación y tino”. Es así como vio el agua y no encontró una salida. “Tuve miedo de introducirme más en el boquerón, pero ante el temor de ser golpeado contras las rocas, decidí seguir la corriente. Y así, sorteando las paredes del boquerón, avancé por una especie de túnel oscuro, siempre alejado de las paredes, hasta que después de nadar 30 metros, observé la luz del día. Nadé 20 metros más y salí por otra cueva, cerca de una pequeña playa. Cerca de 3 horas duró este recorrido”.
Luego, descansó, por algunos minutos, en una playa que tenía peñascos rodeados de picos. Allí no pudo subir. Después, volvió a nadar por más de hora y media hasta que llegó al faro de los guardianes de la isla. “Los guardianes me atendieron muy bien. Ellos me prepararon el pejesapo frito. Me lo comí con un gusto que nadie se imagina, después de todo el trabajo que me dio”, dijo, sonriente. Además, confesó que en el peor momento de la travesía, cuando se sintió realmente solo y desesperado en la cueva, vino a su mente la imagen de Dios: “Fue cuando recé, cuando recé como nunca antes lo había hecho; es decir, con especial devoción”.
El valiente menor terminó la entrevista diciendo que no se sentía un “niño héroe”, como la prensa nacional lo catalogó por esos días. Minutos después, su padre explicó que él intentó entrar en la cueva para buscarlo. Bennet le aconsejó que no lo hiciera: “No ingreses a la cueva, puedes morir, y entonces van a ser dos los que falten en tu casa”. Esto lo convenció. Sin embargo, pensó que su hijo se había ahogado. “Demás está describir mi angustia. No puede ser, me repetía sin cesar…pero después de unos minutos de intensa búsqueda, aunque me resistía a creerlo, tuve que aceptar que se había ahogado, y que solo restaba encontrar su cadáver”, reveló Hans, a quien la alegría lo invadió cuando lo encontró con vida.
Un día después, el martes 6 de febrero de 1968, Juan Antonio Lingán, dirigente de Young Men´s Christian Association (YMCA) propuso al valiente pequeño como ganador al “Niño del año”, concurso que auspiciaban Skal Club de Lima y el diario decano. La historia de John había conmovido a todo en el país. Incluso un lector de este diario envió una carta a la redacción para proponer entregarle ese premio a John Breizig por haber realizado algo “poco frecuente en los niños de su edad”.
Más adelante, a las diez de la noche del miércoles 14 de febrero de 1968, se realizó un homenaje al pequeño sobreviviente en el avant premiere de la película “Acompáñame a Espiar” en el cine Colmena, en el Centro de Lima. La ceremonia fue organizada por el Comité Nacional de Caza Submarina y Deportes Subacuáticos. Al evento asistieron directivos de Skal club y de El Comercio. Ahí se inscribió oficialmente a John como candidato al concurso del “Niño del año”.
En los días siguientes, llegaron más cartas de limeños que pedían entregarle el premio al pequeño nadador que “le ganó la batalla al mar”, demostrando increíbles “condiciones físicas y mentales”. Después, no se supo nada más de él y su familia. Es así como todos los peruanos se sorprendieron con esta historia hace más de 50 años. Aquella vez, John Breizig se convirtió en un ejemplo de lucha para muchos niños y adolescentes peruanos.
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