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La increíble historia del niño peruano que sobrevivió tres días en un desagüe del Rímac en los años 70
Julio Guerra Ortega, de 13 años, cayó a un buzón sin tapa en las inmediaciones de la Plaza de Acho. Durante tres días vivió una odisea en las fétidas tuberías de Lima.
La noche del 31 de octubre de 1978 Julio Guerra Ortega viajaba en el microbús de su tío Juan Perales Parra cuando ansioso por comprarse un sándwich bajó del vehículo sin percatarse del agujero negro al que estaba a punto de caer. Ante la mirada de unos vendedores ambulantes, que poco pudieron hacer para rescatarlo, Julio desapareció en un buzón sin tapa, al frente de la plaza de Acho, en el Rímac.
En instantes el niño apareció en una cueva fétida, almacén de los desechos humanos de más de medio millón de residentes del cono norte. Por unos minutos, le invadió la sensación de estar ciego, pues la oscuridad parecía un muro de piedra. Según su testimonio, cuando sentía desesperación gritaba hasta quedar afónico.
Una vez acostumbrado a la oscuridad comenzó a gatear. Con cada minuto la incertidumbre crecía en su mente. Tenía miedo de llegar a un callejón sin salida. A pesar de estar rodeado de tinieblas, Julio Guerra pudo distinguir el día de la noche, ya sea por el ruido de los autos o por el silencio de las calles.
Sin dormir ni comer, solo se humedecía los labios con el agua turbia que lo rodeaba. En ocasiones las ratas se asustaban con su presencia. Unas veces el fango que pisaban sus pies era casi sólido y otras líquido. Pronto las materias fecales le llegaron a media pierna y el agua hasta el cuello. Entonces para respirar echaba su cara atrás. Sin desmayar prosiguió su marcha cubierto de heces de pies a cabeza. El tiempo pasaba lentamente.
Al tercer día vislumbró una pequeña luz. Se apresuró en seguirla hasta que cayó en el lecho del río Rímac, en San Martín de Porres. Recién en ese momento cegado por la intensa luz del sol, Julio se desmayó. Más tarde despertó en el hospital Cayetano Heredia rodeado de cuatro doctores.
“Ha inhalado gases tóxicos, razón por la cual se le tiene en observación para ver las complicaciones que se pueden presentar”, aseguró Oswaldo Zegarra, médico del pabellón pediátrico del hospital. Otro aspecto preocupante para los doctores era su estado psicológico, ya que había vivido momentos de terror.
La madre del niño Esther Ortega Gómez relató que toda la familia y vecinos de Caja de Agua comenzaron una intensa búsqueda hasta llegar al lugar donde desembocaba el colector. En los siguientes días una fiebre muy alta y resistente a los antibióticos de la época diezmaba su ya debilitado cuerpo.
Todos los días el hospital daba un parte médico sobre la evaluación de Julio. Además, en la cabecera de su cama, colocaron un letrero que decía: “Prohibido que personas extrañas hagan preguntas al niño”. Para el 7 de noviembre, Julio Guerra se recuperaba para tranquilidad de su familia. Aun debía estar en reposo y solo recibía la visita de sus padres. En dos a tres semanas sería dado de alta.
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