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Lluvias en Lima: el gran apagón que oscureció la ciudad y la angustiante carta que llegó desde Chosica
En 1925 ocurrió algo inesperado hasta entonces: Lima se quedó completamente a oscuras. El fluido eléctrico se cortó debido a las consecuencias del fenómeno de El Niño, que vino con incontenibles lluvias, huaicos y desbordes en Lima y el resto del Perú. Esa vez nadie era ajeno a la desgracia en el país.
La naturaleza estaba agitada ese año de 1925. No solo era lo del Perú, en diversas partes del mundo los fenómenos naturales controlaban la vida humana. En el estado de Illinois, en Estados Unidos, por ejemplo, los tornados más terribles de su historia causaron cientos de muertos y miles de heridos. Un desastre. Pero en nuestro país, los estragos de la naturaleza también golpearon duramente.
En Lima las cosas no fueron tan mortales como en el norte del país, pero el pánico que causaron los desbordes del rio Rímac en diferentes puntos de su camino hacia el mar, terminó con un gran apagón de tres días en toda la ciudad. ¿Qué ocurrió en esos días? Para el sábado 21 de marzo de 1925, Lima ya tenía tres noches de total oscuridad, y seguiría así por lo menos hasta el domingo 22. Luego, el regreso de la luz sería de forma paulatina.
La causa fue que las plantas eléctricas, a la altura del puente Yanacoto, al este de Lima, habían sido afectadas seriamente por los desbordes del río Rímac. Así, fue inevitable el corte de fluido eléctrico en la ciudad. Era una Lima que en las celebraciones por el centenario patrio, en julio de 1921, había mostrado al mundo una luminosidad nocturna sin igual en el continente. Poco menos de cuatro años después todo había cambiado.
LIMA QUEDÓ EN TINIEBLAS: LO ÚNICO QUE ALUMBRABA ERAN LOS FOCOS DE LOS AUTOS
Todo quedó en oscuridad poco antes de que se iniciaran las clases escolares en la ciudad. Pero una imagen que quedó grabada en la memoria de muchos limeños de esos años lindaba con lo pintoresco, aunque en el fondo la angustia regía lo colectivo.
Narraba el cronista de El Comercio: “En los cruceros de las principales arterias de la capital se aglomeraba la gente, esperando la llegada de los ómnibus que hacen el tráfico a los suburbios y a los balnearios. De pronto un poderoso foco de un automóvil rompía la oscuridad reinante y luego otro y otro, para volver en seguida a las tinieblas de antes”. (EC, 22/03/1925)
La ansiedad de la gente en esas esquinas y calles disminuía cuando veían esas luces en los autos y los omnibuses, que además les servían de guías en ese mundo sin luz nocturna. Cada vez que una unidad de transporte público arribaba a los paraderos, el público expresaba su alegría con aplausos y silbidos, y luego interrogaban al chofer sobre el trayecto de la unidad.
“¿Cinco Esquinas?, ¿Leuro?, ¿La Victoria?”, gritaban a viva voz los limeños ansiosos que pugnaban por subir a un micro a como diera lugar. Esos eran, además, los barrios más populares de esos años. Cada ómnibus partía repleto de pasajeros en los estribos. Ellos eran los “vencedores” de las esforzadas arremetidas y empujones por treparse a la movilidad. Sin tranvías eléctricos que los condujeran a sus casas, el público solo tenía a estos apretados armatostes para movilizarse masivamente.
En medio de ese desvarío, los limeños eran capaces de escuchar el “rugido” del río Hablador, que traía piedras, maleza y barro muy cerca de ellos. La subida de su caudal era considerable. En los propios paraderos del Cercado de Lima, era ese sonido furioso el que se escuchaba. El instinto de la gente solo les pedía alejarse del río Rímac.
Ese sábado 21 de marzo de 1925 era la copia exacta de lo que había pasado el viernes 20 y del jueves 19: total oscuridad nocturna. Fueron tres días que luego serían cuatro sin corriente eléctrica. La tarea de las autoridades municipales fue crucial, aunque la gente halló sus propias soluciones.
De nada sirvió que el municipio limeño colocara “en las esquinas de las principales calles hombres con mecheros”,ya que a las nueve de la noche los últimos pasajeros eran alumbrados por los focos de los autos y omnibuses. “Entonces los hombres con los mecheros se retiraron a las calles apartadas”, decía El Comercio. (EC, 22/03/1925)
Las “horas-punta” en Lima siempre han sido entre la tarde y la noche, y así se reveló en esos días también. Ya entrada la noche, era notoria la disminución del público en las calles, especialmente en los paraderos. Esos espacios públicos “a las diez estaban totalmente desiertos”.
LA ODISEA DEL RÍO RÍMAC Y EL CALLAO
El Comercio venía informando desde hacía semanas sobre los vaivenes del río Hablador. Pero los días previos al 22 de marzo de 1925, el caudal se incrementó increíblemente. El diario empezó a trazar los puntos críticos del río, el de los desbordes ante un cauce tan impetuoso como un “tornado” de agua, lodo y maleza.
El diario decano advertía en esa edición del 22 de marzo que las aguas del Rímac amenazaban los puentes y alamedas cercanos. El “Puente del Ferrocarril” en Ancón, y en Lima, el “Puente de Piedra”, el “Canal de Desamparados” y el “Canal de Viterbo”, entre otros sitios neurálgicos.
La crecida de aquel año “ha alcanzado un nivel superior a todos los años anteriores de que haya recuerdo. Las aguas se deslizan por el cauce impetuosamente”, así sintetizaba el diario la situación del Rímac y sus alrededores. (EC, 22/03/1925)
Por otro lado, la Provincia Constitucional del Callao también careció de luz en esos días. Siendo un territorio donde se aposentaban las principales industrias y empresas de la capital, aquello significaba la paralización de las actividades productivas del país.
El transporte entre el Callao y la provincia de Lima, como en todas partes, era exclusivamente con omnibuses y automóviles particulares, pero además, para el caso del puerto chalaco, a través del “ferrocarril central”, el cual no solo llevó carga de productos sino también pasajeros.
Hacia el este de Lima, en Chosica, las cosas iban empeorando día a día. Las lluvias tenían ahogada a la floreciente ciudad, “cayendo torrencialmente en el interior y en los alrededores de esa población y ocasionando nuevas inundaciones”. (EC, 22/03/1925)
Los chosicanos sufrían las consecuencias de este desastre natural. Los más afectados eran los vecinos de la “parte baja de Chosica”, pues se hallaban prácticamente aislados. Las casas y los edificios se veían entonces seriamente afectados por las inundaciones.
No había una vía de comunicación libre para llegar a ellos: los fundos vecinos estaban completamente inundados; no había comida incluso, lo que volvió crítica la situación en esos días de marzo de 1925. Para empeorar las cosas, se hablaba de que el ferrocarril central no podía cumplir bien su fin de transportar víveres, puesto que los desbordes habían afectado seriamente los rieles en ese zona de desastre.
La lluvia no paraba en Chosica. Seguía copiosamente, “y con frecuencia se sentía el rugido de la tempestad”. El río crecía y crecía, y ya había producido grandes daños. Como se mencionó, la planta eléctrica de Yanacoto fue muy golpeada, se necesitaba “de algunas semanas para poder hacer las debidas reparaciones”, eso implicaba varios días más de falta de servicios eléctricos. (EC, 22/03/1925)
Entonces, en medio de ese desastre, un lector de Chosica pidió auxilio, de forma dramática. Lo hizo a través de una carta que ni el propio diario decano tuvo la seguridad de cómo llegó a la redacción, debido al bloqueo de la carretera. La misiva decía lo siguiente, y no mentía, puesto que los reporteros horas después comprobar in situ lo que allí se indicaba.
“Estamos incomunicados en Chosica y creo que no se podrá ir a Lima hasta dentro de unos días, en que se aclare esta situación de aniquilamiento en que está la población, por el desborde del río. Las aguas han crecido considerablemente y están llevándose parte de Chosica baja. El barrio Cantagallo ha desaparecido casi por completo”. (EC, 22/03/1925)
La carta continuaba con la descripción de una situación más crítica de lo que imaginaban las autoridades ediles de Lima. “Estamos sin agua y sin luz. Los víveres escasos y carísimos, y lo que es más doloroso, sin esperanza de que pueda mejorarse la situación por haberse llevado el río parte de la línea férrea”. (EC, 22/03/1925)
Y cerraba su corto pero contundente mensaje diciendo que “el alcalde ha pedido al gobierno el envío inmediato de auxilios. Estamos sujetos a la buena ventura del Destino, que hasta ahora nos es desfavorable”. (EC, 22/03/1925)
La carta fue un remezón en el diario decano. Por ello se destacaron más reporteros aún para que llegaran a como diera lugar al terreno de los hechos.
LOS EFECTOS EN EL FERROCARRIL CENTRAL: HUARMEY FUE ARRASADA
¿Qué pasaba con el tren? Pues la preocupación aumentó cuando el representante de la empresa Peruvian Corporation Ltd., encargada del ferrocarril central, el señor A.S. Cooper, dirigió una comunicación a la “Dirección de Obras” del gobierno de Augusto B. Leguía (1919-1930), en la que se le informaba de los daños que las copiosas lluvias habían dejado en las vías férreas.
La comunicación tenía fecha del “sábado 21 de marzo de 1925″, y allí se contaba que el miércoles 18 el río Rímac se había desbordado de una “manera sin precedente”; e hizo nuevas brechas en las líneas ferroviarias, a la altura del km. 62. Según el documento, el río pasó como un torrente por Chosica y ocasionó daños gravísimos y extensos en la línea.
“La misma noche el río causó interrupción en el km. 44, cruzando la línea en aquel punto y avanzando como torrente por ambos lados de la línea, inundándola completamente hasta el km. 36″. (EC, 22/03/1925).
Como no había forma de comunicarse con los ingenieros, Cooper aseguraba que no le era posible detallar los daños, pero estaba seguro de que “los daños eran muy extensos y que el caso significaba el daño más grave que jamás haya sufrido el F.C.Central”.
El funcionario de la Peruvian Corporation Ltd. aseguraba que trabajarían día y noche para volver a la normalidad, pero no quería caer en el optimismo fácil; por eso indicó que antes de un mes sería imposible conseguirlo, “aun en las mejores condiciones”. Todo dependía de si continuaban o no las lluvias. De seguir lloviendo, nada podía prometerse y menos imponer un plazo. Quedó comprometido a dar más detalles de la crisis ferroviaria, apenas tuviera esos datos.
Lejos de allí, hacia el norte de Lima, ya en el departamento de Ancash, en Huarmey, la situación era más que alarmante. Huarmey había quedado hundida por las aguas enlodadas del río del mismo nombre.
Un telegrama del capitán de ese puerto, dirigido al capitán del Callao, dio la mala noticia. Pedían alimentos y abrigo. El mensaje fue simple y duro: “Capitán Puerto – Callao. Población arrasada por el río. Habitantes perecen de hambre. Urge gestione socorro alimentos – Azambujab, capitán puerto”. (EC, 22/03/1925)
De esta forma, Lima y sus alrededores, así como en sus fronteras al norte sufrían los estragos de una temporada en el infierno. No tan diferente a lo que ocurre hoy en día.
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