Desde marzo de 1923, las cosas en el norte peruano empezaron a ponerse graves. Pero en abril la urgencia especialmente de los piuranos por las inundaciones que sufrían, hizo que la prensa local y de Lima enfocaran su interés en ellos. El río Piura se desbordó con furia y los ciudadanos reclamaban la falta de previsión de las autoridades locales. Pedían entonces “barreras de defensa” para evitar más daños. (EC, 15/04/1923)
Si hoy parece difícil que las autoridades cumplan con implementar una etapa clave de prevención, hace 100 años a esa realidad se sumaba el gasto económico que parecía imposible cubrir para atenuar los efectos de las inundaciones en la costa norte del Perú.
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La prensa como El Comercio abogaba por una política de prevención y advertía que cada año que no se hacía esto, los gastos irían en aumento. El diario decano apelaba a que las “instituciones locales” y la propia ciudadanía, “los particulares”, colaboraran con parte de esos gastos, ya que era en provecho directo de ellos, y en vista de que el “Estado no se encuentra generalmente en condiciones de realizar estas empresas”.
EL NORTE Y SUR PERUANOS OTRA VEZ SUFRIERON LOS ESTRAGOS DE LAS INUNDACIONES
Para evitar “los grandes perjuicios que a menudo se registran debido a las avenidas”, se buscaba “establecer puntos o barreras de defensa en los poblados”. Piura veía cómo sus campos de cultivo se perdían en medio de severas inundaciones, y cómo los “caminos” terminaban completamente obstruidos. El Comercio planteaba por eso “desviar un tanto las aguas” para que su recorrido no fuera tan letal para la economía de la región. (EC, 15/04/1923)
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Como toda “región agrícola”, el norte peruano, especialmente el departamento de Piura, veía así alterada su “vida normal”. Las continuas inundaciones desconsolaban a cualquiera. Esto incluía la escasez de alimentos (“medios de subsistencia”, le decían) que debían llegar a los mercados locales y al resto del país. Lima, por su parte, también sintió el golpe de la naturaleza de manera indirecta ese abril de 1923 al ver sus mercados desabastecidos o con un aumento importante de precios.
Se consideraba como un gran fuente de información a la Sociedad Geográfica de Lima (SGL), en cuyos estudios y observaciones se confiaba (tarea que hoy realiza el Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología del Perú, Senamhi). De esta forma, se pudo conocer que ese mes de abril no solo el norte sufría de esas intensas precipitaciones e inundaciones sino también el sur del Perú.
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La “región de Caylloma” en Arequipa estaba en el estudio de la SGL. Lo que se conocía entonces como “régimen lluviométrico” de esta parte del sur nacional, indicaba una situación grave: se podía deducir de los datos publicados en el Boletín institucional de la SGL, una real “probabilidad de que ocurrieran grandes crecidas en los ríos de la costa este año”.
Era loable el trabajo de la Sociedad Geográfica de Lima, ya que su estudio no solo abarcaba ese año: sistemáticamente había hecho ese seguimiento en Caylloma (eje importante en la zona sur del país) durante los primeros 22 años del siglo XX. Sus “observaciones pluviométricas” eran muy exactas.
¿Qué decían estas observaciones? Según el diario decano, estas señalaban “la existencia de un ciclo de 5 años en los máximos de lluvia, en lugar del ciclo de 11 años que podía esperarse como expresión de la influencia del gran periodo undecenal de las manchas del Sol”. La búsqueda de la mejor prevención, a través de los estudios de la SGL, conduciría o debía conducir “a señalar y predecir la época de las máximas crecidas periódicas de nuestros ríos” (EC, 22/04/1923).
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LA GRAN LLUVIA DE 1925 QUE PUSO EN ALARMA LA CIUDAD BLANCA
Dos años después, en marzo de 1925, las intensas lluvias marcaron nuevamente el ritmo de la vida del país. Las informaciones provenientes del norte indicaban que las lluvias tropicales habían hecho colapsar, entre los kilómetros 38 y 65 del Ferrocarril de Pacasmayo (La Libertad), “unos 10 puentes de madera”, los cuales quedaron totalmente destruidos. No había actividad ferroviaria, ya que se había cortado la vía en 11 puntos.
El jueves 12 de marzo de 1925, el diario El Comercio informó sobre las persistentes lluvias que azotaban en esos días la ciudad de Arequipa. “Reanudación de las lluvias en Arequipa”, era el título de una nota elaborada a partir de una del diario El Deber de Arequipa, del 6 de marzo de ese año. En la Ciudad Blanca todo parecía haberse calmado cuando, de pronto, el martes 5, por la mañana (“lo cual es bastante raro en nuestra ciudad”, indicó El Deber), la lluvia arreció con fuerza sobre la ciudad. Aquello, reproducía el diario decano, revelaba sin duda una “anormalidad del tiempo”.
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El río Chili aumentó descomunalmente su caudal, e hizo una “avenida” o huaico en la madrugada, con lodo y piedras. Los vecinos despertaron para ponerse a buen recaudo. El cauce del Chili estaba al borde y en algún momento se desbordó por la margen izquierda. Los edificios públicos sufrieron las consecuencias del deslizamiento.
Casas y negocios se cubrieron de agua con lodo, y las huertas se perdieron entre malezas y piedras. El diario arequipeño, reproducido por El Comercio, informaba que la zona más afectada era “el malecón Chávez Velando, del que se ha llevado una extensión de veinte metros aproximadamente, hallándose gravemente amenazado el resto de esa construcción, que acabará por desaparecer, si se repite esa avenida”. (EC, 12/03/1925)
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El tradicional “puente Bolognesi” también quedó amenazado seriamente, asimismo el “puente de Tingo”, tanto como el popular “barrio del Solar”. Para hacer las urgentes reparaciones, las autoridades locales solicitaron el apoyo del Ejército, que concedió a 30 soldados para ver las obras de reconstrucciones más peligrosas. Ese año de 1925, muchas empresas arequipeñas lo perdieron todo o casi todo debido a los huaicos e inundaciones.
LIMA TAMBIÉN VIVIÓ EL DESCONCIERTO PLUVIAL ESE VERANO DE 1925. ANTECEDENTES HISTÓRICOS
Al mismo tiempo que el sur y el norte peruanos vivían horas de incertidumbre por las lluvias, crecidas de ríos, desbordes e inundaciones, Lima, la capital, no pudo escapar de la inclemencia del clima. El martes 10 de marzo de 1925 empezó el drama del tiempo en la Ciudad de Reyes. El Comercio tituló sencillamente: “La fuerte lluvia de la madrugada del martes”.
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Los daños fueron cuantiosos en la capital, sede del Gobierno central. Lima era una ciudad moderna, ordenada y limpia, en general; pero a las dos de la madrugada, la urbe no esperaba lo que ocurriría. A esa hora, empezó a una gran lluvia. Interminable. Era una lluvia distinta. Un “terrible aguacero, en forma violenta e inusitada”, describía El Comercio (12/03/1925).
El diario decano no encontró mejor metáfora que la de un fuelle. Sí, como el resoplido de un gran fuelle era el sonido de las gotas de agua que rebotaban en los techos y las pistas de esa Lima centenaria. Un “zumbido sordo y continuo”, señalaba el cronista aun conmovido. Solo se necesitó minutos, cortos minutos, para que esas grandes y repetitivas gotas se convirtieran en chorros de agua, en litros y litros discurriendo por calles y avenidas, hasta parecerse mucho a pequeños y agresivos ríos que aumentaban hasta llegar a “varios centímetros de agua en las calzadas”. (EC, 12/03/1925).
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Días antes, los huaicos y deslizamientos habían afectado la zona de Yanacoto (al este de la ciudad), destruyendo el puente del mismo nombre y afectando el fluido eléctrico que provenía de ese lugar. Así, la torrencial lluvia de ese final de verano encontró a una Lima casi a oscuras. Pocos sectores tenían luz, y eso dio una sensación mayor de desamparo ante la desgracia que se avecinaba.
“De cuando en cuando, los automóviles iluminaban la calle con su fanales poderosos, y entonces se veían las ruedas de los vehículos abriendo, al rodar, surcos en el agua que corrían por las calzadas”, relataba el diario. (EC, 12 /03/1925)
Había una infraestructura inmobiliaria en Lima que nunca pensó en una lluvia de esa magnitud; así se tuvo que pagar esa falta de previsión. Las azoteas y balcones terminaron inundándose; los derrumbes de varias casas modestas, de barro y quincha, y otras de barro y cemento no tardaron en presentarse; mientras las fincas del Centro de Lima vieron colapsar sus techos y cornisas, causando alarma y pánico entre los vecinos.
Más allá del Cercado de Lima, los balnearios también sufrieron los estragos del tiempo. La violencia pluvial aquejó a los vecinos de La Punta (Callao), Miraflores, Barranco y Chorrillos. Curiosamente, el balneario de Ancón se salvó porque la lluvia no fue tan intensa en ese sector de la ciudad.
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Pero, no era la primera vez que eso había ocurrido en Lima. En 1925, año de la nota, muchos limeños recordaban aún que en abril de 1891, hacía 34 años, una extenuante lluvia había caído sobre los limeños. “Fue tan fuerte que el Rímac se desbordó, saliéndose por la tornamesa de Viterbo e inundando los barrios bajos de San Francisco y Monserrate”. (EC, 12/03/1925)
Y antes aún, en diciembre de 1877, año y medio antes del inicio de la Guerra del Pacífico (1879-1883), una lluvia verdaderamente torrencial (igual a las que se daban en la selva) castigó Lima, “en forma tempestuosa, oyéndose dos truenos en la ciudad”.
No obstante, lo que estaba pasando aquel 10 de marzo de 1925 no era de menor cuidado. El diario decano señalaba que el cielo estaba encapotado “por nubarrones espesos” y “fulguraban los relámpagos distintos, signos de tempestad en la sierra, visibles desde Lima”, decía el cronista.
¿CÓMO EXPLICABAN LOS ESPECIALISTAS DE 1925 ESTE TIPO DE LLUVIAS EN LIMA?
Para entonces, no se tenía la total certeza de la causa por la que Lima, ciudad de buen clima en general durante el año, sufriera de pronto una lluvia de gran magnitud. Pero, las autoridades tenían una “explicación meteorológica plausible”. (EC, 12/03/1925)
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En base a la información de la Sociedad Geográfica de Lima (SGL), se entendía que la sequedad de la costa peruana se debía a dos factores distintos: la Corriente Fría de Humboldt y la Cordillera de los Andes, ya que la primera, obstaculizaba la evaporación marina, decía El Comercio, y las nubes no se cargaban como ocurría en las costas típicamente tropicales. Era por ello que “de nuestro mar no nos vienen nubes verdaderas portadoras de lluvias intensas, sino nubes a medio formar, producto de evaporaciones incompletas que constituyen nuestras nieblas y dan origen a nuestras garúas”. (EC, 12/03/1925)
Con gran didactismo, el diario decano explicaba en 1925 que tal sequedad en la costa, debido a aquel fenómeno, podía ser distinto si las “nubes del Atlántico, que arrastra el viento alisio del sur, llegaran sin obstáculos hasta nuestras poblaciones del Pacífico, pues dichas nubes son portadora del aguaceros intensos”.
Aquí era donde aparecía la Cordillera de los Andes. El lector se informaba o recordaba junto con el diario que esta era la que se interponía entre la región del Atlántico y la del Pacífico sudamericano; y así, esos vientos alisios no lograban pasar a nuestra zona. Debido eso, las zonas selváticas y andinas recibían grandes lluvias sobre su territorio.
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La gran pregunta era entonces, ¿por qué ocurría el gran aguacero de Lima? La prensa de marzo de 1925 daba esta interesante explicación del fenómeno: si bien la razón última no se sabía (pero se podía entender desde una “meteorología general del mundo”), lo que sí era una certeza era que “hay ciertos años en que la abundancia de nubes que arrastra el alisio del sur es tal y la fuerza del viento tan grande, que muchas de ellas salvan el obstáculo de los Andes y llegan hasta nosotros para volcar sobre la zona de la costa su aguacero violento”. (EC, 12/03/1925)
Para las miles de personas damnificadas era un consuelo saber que aquel no era un fenómeno recurrente, que no todos los años perderían sus enseres, sus casas o parte de ellas. Durante esos días de marzo de 1925, se hizo habitual en Lima ver caer la tarde y observar al mismo tiempo, por las quebradas del este, “nubes amenazadoras”, y desde las 8 de la noche “el comienzo de una nueva lluvia”. No duró muchos días, eso sí. Luego, todo volvería a la normalidad.