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El brutal asesinato del magnate pesquero y empresario de medios Luis Banchero Rossi sacudió Lima desde aquel fatídico 1 de enero de 1972. Este caso generó rumores sobre traiciones, dinero ilícito, envidias, venganzas y pasiones descontroladas. La investigación policial tomó un giro oscuro cuando Eugenia Sessarego, la secretaria personal de Banchero, fue señalada como cómplice del asesinato perpetrado por Juan Vilca Carranza, hijo del jardinero de la tristemente célebre residencia en Chaclacayo, al este de Lima. La historia fue marcada por una compleja intriga y violencia extrema.
Luis Banchero Rossi, nacido en Tacna el 11 de octubre de 1929, fue un destacado empresario peruano que estudió ingeniería química en la Universidad Nacional de Trujillo. Inició su carrera comercializando azúcar y aceites, pero en 1948 incursionó en la industria pesquera. En 1955, cofundó una envasadora de bonito y más tarde fundó Pesquera Humboldt, consolidándose como el mayor productor pesquero del Perú y líder mundial en harina de pescado a fines de los años 60.
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El imperio de Banchero abarcó sectores como astilleros, minería, banca, publicidad, fútbol y medios de comunicación. En 1968, presidió la Sociedad Nacional de Pesquería y adquirió la Empresa Periodística Nacional S.A. (Epensa). Sin embargo, su prometedora carrera terminó trágicamente en Chaclacayo cuando fue asesinado a los 42 años.
El viernes 31 de diciembre de 1971, tras despachar asuntos de fin de año, Banchero celebró sobria y brevemente la llegada de 1972. En la mañana del 1 de enero, dejó su lujosa habitación en el Hotel Crillón, en el centro de Lima, y se dirigió a su casa de campo en Chaclacayo. Allí, acompañado por su secretaria María Eugenia Sessarego, pidió a su personal que le prepararan el almuerzo antes de que se retiraran a la casa destinada para ellos, ubicada a 90 metros de la residencia principal.
A las 11 y 30 de la mañana, el mayordomo José Leonidas y la cocinera Eugenia abandonaron la propiedad de Banchero Rossi. Poco después, el jardinero Juan Vilca Huarote, de 45 años, también se retiró, pero dejó en la “vivienda de empleados” a sus hijas Lucía y Elisa, de 17 y 15 años, respectivamente, junto a su hijo mayor, Juan Vilca Carranza, de 19 años, quien fue visto merodeando por los jardines cercanos a la casa principal. Según las leyes peruanas de la época, Vilca Carranza era aún era considerado menor de edad.
Alrededor de las seis de la tarde, el jardinero Vilca Huarote regresó a la residencia de Banchero, donde encontró el cuerpo inerte de su jefe en la sala principal de la casa grande. Este descubrimiento marcó el inicio de uno de los crímenes más sonados en la historia del Perú.
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Cuando los agentes policiales llegaron a la escena del crimen, encontraron el cuerpo de Luis Banchero Rossi en posición cúbito dorsal; se notaba una profunda herida en la espalda, el rostro desfigurado a golpes y una parte de su camisa junto a una cuerda atadas alrededor del cuello. Sus manos y pies también estaban atados con soguillas. Vestía zapatillas, pantalón y una camisa sin chaqueta, mostrando signos de violencia extrema.
Juan Vilca Huarote, el jardinero y guardián de la residencia, relató que todos los empleados regresaron después de las seis de la tarde. Sin embargo, fue él quien descubrió primero el cuerpo de Banchero y solicitó ayuda a los vecinos. Luego, un médico de apellido Morón trasladó los restos del empresario a la clínica Javier Prado de San Isidro, donde se confirmó su muerte.
El cuerpo del empresario peruano Luis Banchero Rossi permaneció todo el sábado 2 de enero de 1972 en una camilla de la clínica Javier Prado. Para la Policía de Investigaciones (PIP), el caso parecía estar prácticamente resuelto, según las declaraciones de su director, Julio Esquivel Trigoso. Incluso el ministro del Interior, confiado en el avance de la investigación, viajó ese mismo sábado a Piura. El principal sospechoso era Juan Vilca Carranza, hijo del jardinero, a quien la Policía consideraba como el único culpable.
El jefe policial Esquivel también confirmó que la mujer que estuvo con Banchero en el momento del crimen era su secretaria, María Eugenia Sessarego de Smith. La prensa reveló que Sessarego, cuyo esposo ecuatoriano, Manville Smith, estaba fuera del país, se encontraba en proceso de divorcio. Hasta ese momento, ella solo era considerada testigo del asesinato de su jefe.
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El principal sospechoso, Vilca Carranza, estaba detenido por la Policía Judicial en el Palacio de Justicia, bajo la custodia del Juez Instructor de Turno, Raúl Cubillas León, quien tuvo un día agitado el sábado 2 de enero. Vilca había sido interrogado por la Guardia Civil y pronto lo interrogaría también la PIP. Mientras tanto, otros testigos clave como María Eugenia Sessarego, el jardinero Juan Vilca Huarote y su hija de 15 años, Elisa Vilca, ya se encontraban en el Departamento de Homicidios de la PIP.
Elisa Vilca Carranza declaró que, alrededor de las seis de la tarde del 1 de enero de 1972, recibió una llamada a través del intercomunicador de María Eugenia Sessarego, quien le informó que “algo grave había ocurrido” y le pidió que fuera a la casa principal. Elisa relató que entonces buscó a su hermano Juan, a quien encontró cerca de la entrada de la residencia. Sin embargo, cuando le pidió que la acompañara porque lo necesitaban, él se mostró indiferente y no respondió.
Según el testimonio de María Eugenia Sessarego, secretaria de Luis Banchero Rossi, ella llamó inmediatamente a Orlando Cerruti Soto, cuñado del empresario y esposo de Mary Banchero, informando sobre un “accidente”. Cerruti llegó acompañado del médico Juan Morón Vizcarra. Ambos, creyendo que Banchero aún estaba con vida, lo llevaron en automóvil a la clínica Javier Prado, donde solo pudieron confirmar su fallecimiento.
Antes de su sepelio, el cuerpo del influyente empresario peruano fue trasladado a la Morgue Central de Policía. Los forenses certificaron que Luis Banchero Rossi había sufrido dos heridas de arma blanca: una en el tórax y otra en el abdomen, además de contusiones y traumatismos en el cráneo y rostro, confirmando la agresividad del ataque.
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A pesar de la reserva inicial en las investigaciones policiales, el diario El Comercio, en una nota del 3 de enero de 1972, ya revelaba que Sessarego había prestado declaración ante la Policía de Investigaciones. Ese mismo domingo, la ex secretaria fue trasladada a la Cárcel de Mujeres de Chorrillos, donde continuó dando sus declaraciones a los representantes del Noveno Juzgado de Instrucción de Lima.
“El hijo del jardinero, armado con un revólver, nos redujo, y luego bajo amenaza de muerte, me obligó a atarle las manos a Banchero Rossi; después me condujo a la segunda planta, donde me encerró. Mientras estuve encerrada, se produjo el homicidio”, dijo Sessarego.
La mujer relató que el joven Juan Vilca Carranza regresó a la habitación donde ella estaba encerrada y durante aproximadamente una hora la amenazó de muerte y la forzó a tener relaciones sexuales. Finalmente, Vilca le entregó la pistola Luger “Parabellum” con la que había amenazado tanto a ella como a Banchero Rossi antes de abandonar la casa. Se descubrió que Vilca había robado esa pistola a su patrón hacía meses. Hasta ese momento, la hipótesis de la Policía era que el agresor había atacado primero a Banchero con un cuchillo grande de cocina y luego lo había golpeado la cabeza con una piedra.
Eugenia Sessarego protestó por su internamiento en un penal, y así lo haría todo el tiempo que estuvo en prisión sin condena. “¡Yo estoy aquí solamente para colaborar con la policía; no sé por qué razón me llevan a la cárcel de mujeres!”, reclamó.
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Los restos de Luis Banchero Rossi, destacado empresario peruano, fueron velados el sábado 2 de enero de 1972 en la Iglesia de la Virgen del Pilar, en San Isidro. El velorio fue multitudinario, contando con la presencia del edecán del presidente Juan Velasco Alvarado. El domingo 3 de enero, en medio de una extensa y variada multitud que incluía miembros del gobierno militar, empresarios y trabajadores, el cadáver fue sepultado en el Cementerio El Ángel. Según El Comercio, antes del entierro, se colocó sobre la tumba un detente del Señor de los Milagros, imagen sagrada a la que el empresario rendía devoción.
Durante los primeros días de la investigación, tanto Eugenia Sessarego como Juan Vilca fueron inicialmente considerados testigos, aunque ambos permanecieron detenidos. Los resultados del protocolo ampliatorio de autopsia, solicitado por el juez para esclarecer las condiciones exactas del cuerpo de Banchero, revelaron que la víctima no había sido maniatada antes de su muerte, contradiciendo las declaraciones previas de Sessarego.
La autopsia reveló que, debido a la naturaleza y extensión de las lesiones, era imposible que Luis Banchero Rossi hubiera luchado con su agresor o agresores. Los forenses identificaron escoriaciones en uno de los arcos superciliares (sobre las cejas) y un severo golpe en la nariz, que destruyó prácticamente el tabique. También se encontraron dos profundas heridas punzocortantes en la espalda que atravesaron el tórax hasta la cavidad abdominal.
Dicha “autopsia ampliatoria” confirmó que las puñaladas en la espalda, realizadas con un cuchillo doméstico, fueron tan violentas que la punta del arma se rompió al impactar con una costilla. Este hallazgo sugiere un ataque brutal, casi de odio, que denotaba una extrema crueldad.
El juez Raúl Cubillas León, del Noveno Juzgado de Instrucción de Lima, abrió la investigación. La defensa civil de la víctima, representada por el hermano de Banchero, Juan Banchero Rossi, fue asumida por el jurista Luis Roy Freyre. La defensa de Eugenia Sessarego estuvo a cargo del abogado Carlos Enrique Melgar.
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“¡Mi hijo es inocente! Él no tiene motivos para matar a nadie. Es un muchacho sano, sin vicios, que se acuesta temprano; él no es asesino”, vociferaba el veterano jardinero Juan Vilca Huarote, quien junto con su hija, Elisa Vilca, fue liberado por la PIP una vez que ambos dieron sus declaraciones.
Juan Vilca Huarote, padre del acusado, había trabajado durante diez años en la propiedad de Chaclacayo; los últimos tres años bajo el mando de Luis Banchero Rossi y los siete años previos con la familia Beltrán, anterior propietaria. La intervención del padre de Vilca sorprendió a la opinión pública, sugiriendo por primera vez la posibilidad de una trama más compleja que el simple asesinato por parte de un joven jardinero.
El abogado de la familia Banchero, Luis Roy Freyre, declaró a El Comercio que descartaba a Juan Vilca Carranza como el autor del homicidio, argumentando que las condiciones físicas del joven no coincidían con la fuerza requerida para cometer el brutal apuñalamiento de la víctima.
Testimonios adicionales comenzaron a cuestionar la acusación contra Juan Vilca. Martha Yolanda Mantilla, de 21 años, vecina de Chaclacayo y residente a una cuadra del lugar del crimen, declaró que vio a Vilca conversando con su padre, el señor Mantilla, en su casa desde las 8 hasta las 9 de la noche del 1 de enero de 1972, antes de que el joven sospechoso fuera detenido por la Guardia Civil.
“Juan estaba como de costumbre, sereno, no presentaba síntomas de nerviosismo. Se portó como siempre, muy respetuoso y amigable. Mi familia lo conoce desde hace años. Lo calificaría como alguien educado y casi siempre muy silencioso, aunque algunas veces pedante”, explicó la Martha Yolanda Mantilla.
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El testimonio de Ricardina Sánchez, dueña de un kiosko situado a unos 200 metros de la casa de campo de Banchero, brindó claridad al caso. Sánchez, quien conocía a Juan Vilca desde que era un niño, afirmó: “Conozco a ese muchacho desde que tenía cinco años y lo veo a diario. No es una persona loca, sino normal, sana, humilde y respetuosa. Todos los días viene al kiosko a comprar el periódico, y siempre converso con él; nunca he observado ninguna actitud fuera de lo normal.”
Otro testimonio crucial provino de Juan Villalobos, propietario del taller de artesanía en Chaclacayo, donde Vilca había comenzado a trabajar seis meses antes. Él declaró: “La acusación contra Juan Vilca Carranza como el asesino del industrial Luis Banchero Rossi es una novela barata. Conozco muy bien a este joven y sé que es incapaz de agredir a alguien, a menos que esté bajo el efecto de una droga. En el breve tiempo que trabajó aquí, ganó la confianza de sus compañeros y el aprecio de la familia”.
CASO BANCHERO: LA DEFENSA FEROZ DE SESSAREGO Y LOS DETALLES DE LAS INVESTIGACIONES
Durante los primeros días de enero de 1972, los medios de comunicación difundieron ampliamente la versión de Eugenia Sessarego sobre el asesinato de Luis Banchero Rossi. La mujer alegó que Juan Vilca había llegado a la residencia el 1 de enero, alrededor del mediodía, los amenazó con una pistola y un cuchillo, y la obligó a atar a Banchero. Luego, la encerró en una habitación, desde donde escuchó golpes, quejas y el sonido como de “telas rasgándose”, seguido de un largo silencio.
Aseguró que Vilca había torturado a Banchero durante cinco horas, la amenazó y ultrajó antes de desaparecer. Indicó que, en medio del ataque, Vilca le había pedido a Banchero dinero y una carta de recomendación para una clínica de cirugía plástica. La ex secretaria relató que pudo finalmente llamar al cuñado de su jefe para pedirle ayuda.
A medida que avanzaba el proceso judicial, las inconsistencias en las hipótesis del crimen y las circunstancias forzadas para incriminar a Vilca Carranza generaron dudas, tanto en la prensa como en la opinión pública, convirtiendo el caso en uno de los más complejos de investigar, resolver y sentenciar en la historia judicial peruana.
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En el careo público entre Eugenia Sessarego, Juan Vilca y otros implicados, se revelaron detalles contradictorios, recriminaciones e incluso difamaciones entre los protagonistas del crimen. El caso de Luis Banchero Rossi parecía no llegar a una conclusión clara.
El martes 4 de enero de 1972, Vilca sorprendió al declarar que él era el autor de la muerte de Banchero, sin dar más detalles. Su versión entró en contradicción con la de Sessarego, especialmente en cuanto a la hora del crimen y el rol de esta en el caso. Vilca afirmó que la mujer lo había ayudado a maniatar a Banchero, mientras que Sessarego insistió en que fue violada por el hijo del jardinero, quien la había amenazado con un revólver que presumiblemente pertenecía a la víctima. Vilca, por su parte, insistió en que la relación íntima había sido de mutuo acuerdo.
Sessarego declaró que Banchero fue atado sentado en una silla por la espalda, pero los testigos que lo vieron tanto en la silla como ya fallecido en la clínica, indicaron que estaba atado de manos por delante. Estas contradicciones y errores en los testimonios generaron sospechas entre los jueces, quienes consideraron que la historia presentada era forzada y no coincidía con los datos. Se confirmó que Luis Banchero sufrió una agonía prolongada de casi seis horas, durante las cuales tanto Sessarego como Vilca mostraron una indiferencia alarmante hacia la vida del empresario.
Según la declaración de la ex secretaria al Juez Instructor Raúl Cubillas León, Juan Vilca apuñaló a Banchero alrededor de la 1 y 30 de la tarde. Luego, este la llevó al dormitorio y abusó de ella hasta las 5:30 de la tarde, momento en que pudo finalmente pedir ayuda. La autopsia realizada a la 1 de la madrugada del 3 de enero de 1972 determinó que la víctima había fallecido aproximadamente seis horas antes, es decir, poco antes de las 7 de la noche en la clínica Javier Prado. Esta cronología estableció que Sessarego y Vilca pasaran de ser testigos a ser acusados formalmente.
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Juan Vilca fue interrogado por el Departamento de Homicidios de la PIP, donde también admitió su culpabilidad en el asesinato de Luis Banchero. Además, la Policía de Investigaciones interrogó al ex capitán de la Guardia Civil, Orlando Cerruti Soto, y al médico Juan Morón Vizcardo, quienes auxiliaron a Banchero y lo llevaron a la clínica. Asimismo, se analizaron los objetos recuperados de la escena del crimen, que incluían evidencias manchadas con sangre de la víctima.
Entre los objetos examinados se encontraban un pisapapeles rectangular, aparentemente de piedra, que se sospechaba habría sido utilizado para golpear a Banchero en el rostro; un par de zapatos y zapatillas de la víctima; cordones de luz eléctrica; un cordón de persiana con manchas de sangre; una casaca azul tipo pescador; dos mangas de camisa parcialmente ensangrentadas, y un juego de ropa interior.
Durante enero de 1972, el entorno de la familia Vilca se volvió un foco de atención, debido a la afluencia de personajes inusuales cerca de ellos. Abogados espontáneos ofrecieron sus servicios para defender a Juan, mientras que policías de civil se mantuvieron en vigilancia discreta. Pero, lo que más llamó la atención pública fueron las breves y enigmáticas declaraciones de Juan Vilca Carranza a la prensa, hechas tras sus interrogatorios, generando aún más controversia y especulación en torno al caso.
No se inculpó como había dicho ante la PIP, sino todo lo contrario. A las 9 y 30 de la noche del 5 de enero de 1972, mientras lo conducían desde el Departamento de Homicidios hasta la Dirección de la PIP, Juan Vilca respondió a una pregunta al paso del reportero de El Comercio. “¿Eres o no eres el autor?”, le interrogó el periodista. Y un Vilca sonriente, hasta con sorna, dejó nuevamente en el aire la incertidumbre. Y así sería durante todo el proceso.
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“¿Autor de qué? ¿Ustedes creen que un muchacho como yo haya hecho eso? Mañana, si regresan, sabrán toda la verdad. Yo se las voy a contar”, anunció Vilca. Un día antes, su abogado, Juan Marcone, había informado que su defendido se había declarado culpable de homicidio: “Mi defendido se ratifica en que mató al señor Luis Banchero”, afirmó Marcone, quien reiteró ante la prensa esa declaración suya, solo minutos antes de que el propio Vilca lo contradijera.
Al día siguiente de las impactantes declaraciones de Juan Vilca Carranza, se llevó a cabo la reconstrucción del homicidio de Luis Banchero Rossi. El 6 de enero de 1972, tanto Vilca como Sessarego realizaron sus reconstrucciones por separado. A medida que salían a la luz los detalles de la violencia del asesinato, los acusadores de Vilca comenzaron a dudar de la capacidad del joven para haber cometido un acto de tal magnitud, especialmente por su físico delgado.
Juan Vilca, con una estatura de 1.52 metros y un peso de 50 kilos, se encontraba en una celda del penal de El Sexto. Su frágil físico parecía incompatible con la fuerza y violencia descritas en el asesinato de Banchero. Sin embargo, la PIP mantenía su firme sospecha. En respuesta, Luis Roy Freyre, abogado de la familia Banchero, solicitó la designación de un Juez Instructor ad hoc para agilizar el proceso. Así, el doctor José Santos Chichizola asumió el caso, buscando esclarecer los complejos detalles del homicidio.
La autopsia definitiva del cadáver de Luis Banchero Rossi, realizada tras su asesinato el 1 de enero de 1972 en su residencia de Chaclacayo, confirmó las heridas mortales sufridas por la víctima. El informe forense concluyó que la causa de la muerte fue una “herida por instrumento punzocortante penetrante en el abdomen, inferida por mano ajena”, detallando así las circunstancias del crimen.
Un mes después del asesinato, el 1 de febrero de 1972, surgieron cambios significativos en las versiones de los inculpados. Juan Vilca Carranza negó ser el asesino y, más bien, acusó a Eugenia Sessarego de haber causado las dos heridas mortales en la espalda de Banchero. Sessarego, por su parte, alegó que Vilca estaba alterando su versión para evadir la culpabilidad. Además, los investigadores empezaron a considerar la posibilidad de cómplices adicionales, sugiriendo que Vilca no había actuado solo. Sessarego confirmó haber mantenido relaciones íntimas con Vilca bajo amenaza, con el objetivo de salvar su vida, al conocer que él había atacado a Banchero.
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La ex secretaria de Banchero admitió haber contactado primero a Enrique Agois, cuñado de la víctima, quien a su vez alertó a Orlando Cerruti. Estos detalles añadieron complejidad al caso, debido al entramado de mentiras y medias verdades entre los inculpados. La necesidad de un careo entre Vilca y Sessarego se volvió crucial, y el Juez Ad Hoc José Santos Chichizola se encargó de llevar a cabo este proceso para resolver el caso de forma definitiva.
Santos Chichizola inició una investigación adicional al cuñado de Luis Banchero, Orlando Cerruti Soto, y al médico José Morón Vizcarra. El fin era aclarar si ambos habían trasladado a la víctima a la clínica mientras aún estaba con vida o, por el contrario, si ya había fallecido. Si se confirmaba que Banchero había sido trasladado sin signos vitales, eso podía generado una “alteración grave” de la escena del crimen, complicando aún más el proceso judicial. Cerruti Soto y Morón Vizcarra afirmaron que Banchero aún presentaba signos vitales cuando lo trasladaron.
Paralelamente, el Juez Ad Hoc solicitó exámenes psiquiátricos para Juan Vilca Carranza y Eugenia Sessarego. Vilca accedió a la evaluación, mientras que Sessarego, a través de su abogado Carlos Enrique Melgar, se negó a someterse a estos exámenes. Además, el juez ordenó realizar pruebas técnicas exhaustivas de todos los objetos encontrados en la casa de Chaclacayo, especialmente en el dormitorio donde Vilca y Sessarego permanecieron durante varias horas. Se examinaron papeles, ropa y utensilios para obtener una mayor claridad en el caso.
La nueva inspección ocular del caso incluyó un minucioso examen de la “casa de los empleados”, enfocándose especialmente en el pequeño cuarto de Juan Vilca. Durante la inspección, se confiscaron objetos valiosos, incluyendo una caja en la que se sospechaba que el joven había ocultado la pistola utilizada en la intimidación a la pareja Banchero-Sessarego. Además, el esperado careo o confrontación entre los inculpados estaba programado para mediados de febrero y se llevaría a cabo en una oficina de la Cárcel de Mujeres de Chorrillos.
Durante el curso del proceso, centralmente en la etapa de las audiencias públicas, el caso avanzó entre situaciones extrañas, curiosas y hasta delirantes. Hubo insultos denigrantes entre Juan Vilca y Eugenia Sessarego. Una escena de este tipo ocurrió el 30 de setiembre de 1973. Esa vez sería la última ocasión en que ambos coinculpados se verían los rostros en un careo.
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Sessarego le gritó a Vilca: “¡Eres feo y te sabes feo! ¡No eres más que un pobre acomplejado! ¡Le tienes miedo a tu padre, tienes complejo con tu madre, complejo de retrasado mental, complejo de impotente! ¡Cínico!”. A lo que Vilca respondió con nuevos insultos denigrantes, llamándola “prostituta” y “amante asesina” de Banchero Rossi.
Pero los roces y fricciones en el caso llegaron incluso a involucrar los propios sentimientos del inculpado Juan Vilca Carranza. Como sucedió en una de las escenas más extrañas del caso, el 1 de febrero de 1972, durante las primeras audiencias con el Juez Ah Hoc Santos Chichizola. Esa vez, Vilca se tragó un papel en plena audiencia, justo cuando el juez le indicaba que se lo diera pues debía interrogarlo. Fue en ese momento que el inculpado devoró lo que al parecer era una “carta de amor”.
“¿Qué papel era ese?”, interrogó Santos Chichizola.
“Una carta, que comenzaba con esta frase: ‘Querida Eugenia…’. ¡Yo amo a Eugenia, es el único amor de mi vida!”, respondió un inestable Vilca.
“¿Por qué amaba tanto a Eugenia?”, preguntó Santos Chichizola.
“Porque fue la primera mujer que me hizo hombre. Yo nunca había tenido relaciones sexuales con una mujer. La primera fue con Eugenia y por eso me voy a casar con ella”, exclamó Vilca, conmovido casi hasta las lágrimas.
Otra situación, no tan extrema pero sintomática de la personalidad de Vilca, aconteció el 21 de abril de 1975. Juan Vilca, en plena audiencia del Tribunal, que presidía el juez Cipriano Torres Calle, se levantó de su asiento y dijo: “Señor presidente del Tribunal: en vista de que las brillantes actuaciones de los médicos forenses están poniendo en claro lo referido al crimen del ingeniero Luis Banchero, solicito se me conceda mi libertad para venir a las audiencias desde mi casa”.
El juez Santos Chichizola, sin inmutarse ni dar importancia a las risas de una parte de la sala, indicó a Vilca que consultara con su abogado, que en ese momento era Jorge Saravia Hudson, para ver si su pedido procedía o no.
Durante el prolongado proceso judicial del caso Luis Banchero Rossi, el 31 de mayo de 1975 el fiscal Federico Kajatt solicitó penas significativas: 20 años de prisión para Eugenia Sessarego y 15 años para Juan Vilca Carranza, además de una reparación civil solidaria de 30 mil soles. Para los otros acusados, el médico José Morón Vizcarra y Orlando Cerruti Soto, Kajatt pidió nueve meses de prisión por delitos contra la administración de justicia. Carlos Sessarego Melgar, hermano de Eugenia Sessarego, enfrentaba un pedido de seis meses de prisión por delitos contra la tranquilidad pública.
El 9 de septiembre de 1975, el Sexto Tribunal Correccional de Lima dictó la primera sentencia en el caso Banchero. El tribunal impuso seis años de prisión a Eugenia Sessarego y diez años a Juan Vilca Carranza. Estas penas, aunque significativas, fueron vistas como insuficientes por la opinión pública, que esperaba una condena más severa. El médico José Morón fue sancionado con una multa, y se ordenó abrir una investigación adicional para identificar a otros posibles implicados en el asesinato del magnate pesquero.
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El 9 de diciembre de 1975, la Sala Penal de la Corte Suprema, presidida por el doctor José Antonio García Salazar, dejó al voto el “proceso Banchero”. Durante esta sesión crucial, el Procurador General de la República, doctor Pedro Mario Martínez, demandó sanciones severas para los implicados que habían mentido, ocultado pruebas y obstruido la justicia. La Corte Suprema revisó las sentencias previas y consideró la gravedad de las acciones y la necesidad de un castigo ejemplar.
“En este proceso todos han mentido y tratado de engañar a la justicia, por ello la máxima instancia del Poder Judicial debe ser inflexible en sancionar a quienes han querido ocultar un delito gravísimo (…). En este caso existen por lo menos 10 pruebas indiciarias de que en el crimen Banchero participaron otras personas, aparte de Juan Vilca y Eugenia Sessarego. Pero esto ha quedado en la incógnita porque la investigación no ha logrado identificar a esas terceras personas”, aseveró el Procurador.
Desde enero de 1972 hasta mayo de 1976, la justicia peruana llevó a cabo una exhaustiva investigación sobre el asesinato de Luis Banchero Rossi. Este proceso incluyó una minuciosa investigación policial y judicial, así como diversas etapas orales y recursos legales que culminaron en sentencias definitivas. Un hallazgo crucial durante el proceso fue la refutación de la afirmación de Juan Vilca sobre el tipo de lesiones que sufrió Banchero Rossi. Se determinó que las lesiones punzocortantes en la región dorsal del tórax, que resultaron en la fractura de tres costillas y graves daños a los órganos internos, no fueron infligidas mediante una estocada, como Vilca había alegado.
La prueba científica demostró que las heridas no se realizaron con el cuchillo en un movimiento de sable o espada, sino con el filo del cuchillo orientado hacia abajo. El agresor se posicionó detrás y a la izquierda de la víctima si ésta estaba sentada o semisentada, o sobre el cuerpo de la víctima, a horcajadas, si estaba tendida boca abajo. Esta evidencia técnica fue clave para esclarecer las circunstancias precisas del crimen y refutar las declaraciones iniciales de los acusados.
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La investigación judicial del asesinato de Banchero Rossi reveló sorprendentes detalles durante la última etapa del proceso, entre 1975 y 1976. Las pericias médicas y forenses demostraron que Juan Vilca carecía de la fuerza muscular necesaria para infligir las graves heridas con arma blanca a Banchero. Las pruebas de dinamometría realizadas a Vilca mostraron resultados extremadamente bajos, desmintiendo su autoinculpación sobre la capacidad para infligir tales lesiones.
Los médicos legistas confirmaron que las heridas punzocortantes requerían una gran cantidad de fuerza para causar daño significativo, suficiente para mellar el acero del arma y fracturar las costillas de Banchero. Esta evidencia técnica refutó las declaraciones de Vilca, revelando que su falta de fuerza física hacía improbable que hubiera podido ejecutar las lesiones descritas en el crimen.
Además, las pruebas científicas en las que se basaron los jueces indicaron que Luis Banchero estaba inconsciente cuando recibió las heridas con arma blanca, ya que la pequeña distancia entre cada herida mostraba que no se movió después de recibir la primera agresión. En consecuencia, fueron falsas las aseveraciones contrarias que al respecto dieron en su momento Juan Vilca y Eugenia Sessarego.
Se comprobó que la pistola Luger “Parabellum”, con la que supuestamente Vilca redujo a Banchero, controlándolo y amenazándolo, no iba a funcionar, ya que siete casquillos estaban insuficientemente percutidos; esto es, el arma estuvo irregularmente acerrojada desde el inicio del evento. Esta situación podría haber sido detectada visualmente por cualquier persona familiarizada con el funcionamiento del arma, y Banchero lo estaba. Por ello, era mentira lo que Vilca y Sessarego habían afirmado desde un comienzo.
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La diligencia de ratificación pericial y el debate en el juicio oral, bajo la conducción de los doctores Armando Maldonado y Pedro Ruiz Chunga, desmintieron las afirmaciones de que Luis Banchero había sido golpeado en el cráneo con una base de piedra de 7.36 kg. desde una altura de un metro. Si esos impactos hubieran ocurrido, deberían haber causado fracturas en la bóveda craneana y heridas contusas en la zona occipital, lo cual no se observó en las pruebas forenses.
Las pericias forenses, realizadas hasta abril de 1975, incluidas las pruebas del embalsamiento del cadáver, confirmaron que el cuerpo de Luis Banchero Rossi no presentaba huellas de ataduras en muñecas, antebrazos, tobillos ni tórax, como había alegado Juan Vilca. Las pruebas contradijeron una vez más las afirmaciones de Vilca y Sessarego sobre las supuestas ataduras con soguillas o cordón eléctrico.
Los peritos señalaron que si hubieran existido huellas de ataduras que ya no se encontraban en el cadáver de Luis Banchero Rossi, esto habría sido evidencia que las ataduras se realizaron post-mortem, es decir, para simular una sujeción previa. Asimismo, la justicia determinó que Juan Vilca Carranza no presentaba deficiencias mentales durante los cuatro años del proceso judicial. Las investigaciones y pericias también concluyeron que Vilca no tenía la capacidad para intimidar, solo él, a Luis Banchero, quien era físicamente superior, lo que sugirió la posible participación de un cómplice en el crimen y una amenaza adicional hacia Banchero.
La declaración de Vilca fue considerada un cúmulo de coartadas. Desde el vendaje en los ojos de Banchero, a pesar de que ya lo había identificado; hasta el hecho de que, tras el asesinato, Vilca había aceptado sin problemas la versión de Eugenia Sessarego, la mujer a la que había ultrajado, dejándola libre como único testigo del crimen, lo que condujo a su propia captura y castigo. Pero estas inconsistencias no detuvieron a la justicia en su sentencia final.
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La Corte Suprema de Justicia concluyó que el asesinato de Luis Banchero Rossi fue planificado y ejecutado fríamente por más de una persona. La versión de los acusados, Vilca y Sessarego, no coincidía con los hechos, evidenciando su papel como coautores del crimen. Aunque se investigó a tres personas más, la falta de evidencia impidió que fueran consideradas cómplices.
El 2 de junio de 1976, tras cuatro años y medio de idas y venidas, autopsias, interrogatorios, careos, defensas y ataques, réplicas, aislamientos, gritos, amenazas y súplicas, la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia, la última y definitiva instancia, dio a conocer la resolución del fallo, con los cinco inculpados a la vista. Dos ellos directamente vinculados con el asesinato y tres cercanos al mismo, aunque no comprometidos directamente.
El médico José Morón, Carlos Sessarego Melgar y Orlando Cerruti Soto fueron absueltos en el caso Banchero Rossi; en tanto se mantuvo la orden de investigar a otros terceros involucrados. Eugenia Sessarego Melgar y Juan Vilca Carranza fueron declarados coautores del homicidio y sentenciados a 20 años de prisión cada uno. Además, se les ordenó realizar un “pago solidario” de un millón de soles como reparación civil a los deudos de la víctima. El expediente del caso superaba los cuatro mil folios.
En el fallo publicado por El Comercio el 5 de junio de 1976, la Corte Suprema explicó las razones y validez jurídicas de la sentencia. La resolución subrayó que, aunque la verdad absoluta era inalcanzable, los magistrados tomaban sus decisiones basados en antecedentes, circunstancias y hechos relacionados con el caso para llegar a una “verdad legal”. Este enfoque, aunque imperfecto, sirvió como fundamento para la aplicación de la pena
En los meses siguientes a junio de 1976, hubo intentos de reabrir el proceso, pero ya todo estaba dicho, según la justicia peruana, la cual se hallaba conforme con la “verdad legal”. Pero, la historia no terminaría con la sentencia de 20 años de cárcel para los culpables. Tanto Eugenia Sessarego como Juan Vilca fueron indultados por el gobierno militar de Francisco Morales-Bermúdez.
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Sessarego salió libre el 21 de diciembre de 1977, un año y medio después de la sentencia; mientras Vilca lo hizo el 22 de diciembre de 1978, dos años y medio después de la sentencia. Ambas figuras mediáticas de los años 70 terminaron en el anonimato tras su liberación.
Así se puso fin a uno de los casos policiales más violentos, mediáticos y prolongados de la historia de la criminalidad en el Perú durante la segunda mitad del siglo XX. La muerte del influyente empresario de los años 60, Luis Banchero Rossi, terminó con los dos principales culpables en libertad en la misma década del asesinato, y dejó varios cabos sueltos sin resolver, impidiendo alcanzar una verdadera justicia.
En un ángulo extraño del caso, se reveló un sorprendente vínculo de este con el infame criminal de guerra nazi Klaus Barbie, conocido como “El Carnicero de Lyon”. Barbie, quien vivía bajo el alias de “Klaus Altmann”, obtuvo del gobierno boliviano la nacionalidad de ese país. Pero en su camino a Bolivia, debió cruzar por el Perú, allí fue contactado por la Policía de Investigaciones del Perú (PIP). Sin embargo, este sujeto contaba con la protección policial proporcionada por la embajada boliviana, lo cual complicó su interrogatorio en la PIP.
El nombre de Klaus Barbie, conocido por su pasado en la Gestapo, resurgió en el contexto del asesinato de Luis Banchero Rossi y posteriormente también. El caso Banchero había generado múltiples teorías e investigaciones. Una de las teorías iniciales, por ejemplo, sugería que su asesinato pudo haber sido ordenado por la junta militar de Juan Velasco Alvarado, debido a la estatización de la industria pesquera. Pero esta teoría fue desestimada, ya que Banchero Rossi mantuvo una relación cercana o colaborativa con el gobierno militar. Años después, el historiador peruano Nelson Manrique destacó que la conexión con la junta militar no se sostenía, y el caso continuó siendo objeto de debate y especulación.
Años después, en 1983, ocurriría algo más que asombroso. El viceministro boliviano Gustavo Sánchez Salazar arrestó y entregó a “Altmann” o más bien Barbie a la justicia francesa, confirmando mediante documentos incautados una misteriosa participación de este ex jefe nazi en el asesinato del empresario peruano. No fue un asunto menor: Klaus Barbie, prófugo de la justicia en Francia, planeaba entonces llegar a Bolivia, pero para ello debía pasar por el Perú, cambiando su nombre a Klaus Altmann para no levantar sospechas.
Un dato crucial en este punto fue la declaración de Serge Klarsfeld, un cazador de nazis, junto con su esposa Beate Klarsfeld, quienes confirmaron haber recibido una carta en 1971 firmada por Luis Banchero Rossi y Herbert John, un empleado alemán de Banchero, en la que se confirmaba que Altmann y Barbie eran la misma persona. Esto pudo ser el motivado para que Barbie asesinara o mandara asesinar al empresario pesquero peruano. Al menos, era una posibilidad.
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