Si te acercabas a Mario Benedetti y le decías que eres peruano, él no podía dejar de mencionar que el Perú fue uno de los primeros países que le dio asilo político cuando debió salir de Uruguay, que empezaba a ser dominado por una violenta dictadura militar (1973-1985).
En el 2008, un año antes de morir, bien sentado en su departamento, en un segundo piso, frente a la plaza La Libertad, Benedetti le confesó a un reportero peruano que andaba por Montevideo por razones periodísticas (jugaban por la Copa Libertadores, el Nacional, el equipo del escritor, y Cienciano del Cusco) que, pese a todo lo vivido, apreciaba mucho al Perú.
SU LLEGADA COMO ASILADO POLÍTICO
La historia ocurrió a fines de 1973, cuando gobernaba en el Perú el general Juan Velasco Alvarado y vivíamos, para el escritor uruguayo, en un gobierno militar supuestamente de izquierda. Ese solo hecho hizo que Benedetti aceptara venir al Perú.
“Fueron momentos difíciles en mi vida que los saqué adelante en Lima con amistades peruanas como… (piensa) Vargas (Raúl), Thorndike (Guillermo), Oquendo (Abelardo), Lauer (Mirko) y su esposa Lola Salas, Igartúa (Paco), Neyra (Hugo), Ruiz Durán (Jesús), quién más, quién más… Domínguez (el ´Chino' Carlos), Cevallos (Leonidas), Loayza (Luis) y varias damas que no tardaron en brindarme su apoyo”, contó entonces el narrador y poeta centenario.
Señaló, asimismo, que esa imagen de exiliado lo perseguiría toda su vida. “Mi vida continuó así, acostumbrándome a ser un exiliado y algo de pesimista que, a final de cuentas, es ser un optimista bien informado”, comentó ese año 2008.
En 1973, en Lima, Benedetti debió trabajar para ganarse la vida. Hizo colaboración periodística sobre temas culturales o de recuerdos de Montevideo, es decir, nada político. Era solo un columnista en un diario de Lima y su columna se llamaba “Esta América”.
Aun así, el régimen militar del general Francisco Morales Bermúdez, quien había derrocado a Velasco Alvarado -no se sabe si en coordinación o para quedar bien con la otra dictadura en Uruguay-, decidió detener al escritor en su propia casa, para luego deportarlo.
CÓMO FUE DEPORTADO DEL PERÚ
Es ya una historia conocida en los predios literarios que el escritor de “Montevideanos” (1959) estaba en una lista de amigos del régimen velasquista, el gobierno de la primera fase militar en el Perú. Al caer este, los nuevos militares en el poder revisaron esa lista y marcaron algunos nombres, entre ellos el de Mario Benedetti. Entonces una noche cualquiera lo vino a visitar la Policía.
Benedetti sabía que lo querían deportar. Ante el desgano o la indiferencia policial, aprovechó el largo descuido de su visitante para deshacerse de documentos que lo comprometían. Se fue al baño del departamento y lo tiró por ahí.
Cuando pudo hablar con su “cancerbero” (el agente se había quedado tiernamente dormido), este se sobresaltó y atinó a disculparse nerviosamente y, ante su sorpresa, sacó de su saco no una pistola, sino un libro… para que se lo firmara, dijo. Quería su autógrafo, ni más ni menos.
Como contó luego el narrador y poeta uruguayo, enseguida se fueron juntos al aeropuerto internacional Jorge Chávez. Benedetti decidió (el policía lector le dio la opción) a qué lugar iba a dirigirse, pues podía elegir un vuelo que iba a Quito, Ecuador, y otro vuelo hacia Buenos Aires, Argentina. Él prefirió la segunda opción porque allá tenía todavía algunos amigos.
Luego el escritor viviría en La Habana, Cuba, durante un tiempo, pero hizo lo posible por irse a Europa hasta que lo consiguió. Llegó a Madrid (España), donde se quedó más tranquilo y protegido por editores y periodistas amigos. Solo en 1985, al terminar la dictadura de su país, regresó a su casa montevideana. Desde esa década de 1970 no volvería nunca más al Perú.
Mario Benedetti murió a los 88 años. Fue el 17 de mayo del 2009, luego de varias cirugías al corazón. Así como nunca olvidó su paso por el Perú, nunca dejó de escribir y más aún en los últimos años de su vida sobre sus eternos temas: la inefable naturaleza de las cosas, la medianía humana, la carga de la vejez, las dolencias del amor y la inevitable muerte.