Mario Broncano: “En este país no se puede salir adelante” | ENTREVISTA
En 1996 El Comercio conversó con Mario Broncano y dio unas declaraciones increíblemente violentas. Era el testimonio del campeón que nunca quiso serlo. Aquí cuenta las razones de su paso fugaz por el boxeo y también por la delincuencia.
Está libre. Su libertad es su peor condena. Mario Broncano no se doblega ante la policía, ante sus más fieros contrincantes sobre la lona, ante el vértigo de los estupefacientes, ante el destino oscuro, ante el encierro. Aparece y desaparece del ring de boxeo, del penal de Lurigancho, de su casa, de los titulares deportivos y policiales, de bares y salsódromos, de la pasta, del asalto, del recuerdo y el olvido. Una y otra vez cuelga los guantes porque le da la gana y por falta de ganas de los auspiciadores de seguir invirtiendo en la titilante estrella del box peruano. Una estrella fugaz de 25 años que la prensa y la Federación de Box han insistido en dar a conocer como ejemplo de rehabilitación, de joven hundido en la miseria que pese a su infortunio posee todo tipo de condecoraciones y respetos. De un lado están las medallas y el aplauso, del otro un par de brazos que ya no dan cabida a una cicatriz más -equivalente en el penal a los galones de un militar- y una violenta mirada que hipnotiza a sus compañeros de prisión, resignados a no fruncir el ceño sin el permiso del campeón de la mechadera. Un antihéroe, un alma perdida que ha vuelto a llamar la atención de aficionados, curiosos e ingenuos, en su nueva faceta de limpiador de autos en Magdalena. Ahí está Mario con el trapo y el balde, entre el mercado y la plaza, entre drogadictos, ambulantes, borrachos y parroquianos. Mil veces ha colgado los guantes por la no menos adrenalínica juerga callejera. Hoy lava autos sin esos guantes y habla, sin el menor remordimiento, de su vida, construida y destruida por sus propios demonios interiores.
-¿La vida no vale nada?
No, eso es mentira. Uno mismo hace que valga o no valga.
-¿Estás dispuesto a dejar la droga?
Yo ya la he dejado, cada vez que quiero la dejo. No soy un adicto, jamás me he dejado meter a un centro de rehabilitación. Yo controlo mis actos, tengo mucha fuerza de voluntad. Eso sí, quién sabe si cuando vuelva a tener billete vuelva a la juerga. Yo no he dicho que nunca más.
-Es evidente que te tiene sin cuidado dar el ejemplo.
¿Y por qué tengo yo que dar el ejemplo? Eso lo inventaron la prensa y los empresarios cuando yo era campeón de box, pero a mí no me utiliza nadie, por eso yo prefiero lavar carros que boxear.
-Todo hace pensar que has tenido una niñez muy dura.
Para nada. Mi padre se fue de la casa cuando yo tenía dos años pero eso no fue un trauma para mí. Mi casa ha sido normal, hemos tenido lo justo pero nunca hemos pasado hambre.
-¿Ni violencia?
No, yo de niño era tranquilo, recontra chévere, lo único malo es que mi mamá siempre me quería tener del cuello y no me dejaba salir a la calle. Eso es lo peor que me puedes hacer a mí, por eso me escapé de mi casa a los once años.
-No eres una víctima, entonces.
Eso es lo que a la gente le gusta decir. Yo soy el único culpable de todo lo que me ha pasado. Yo jamás he dicho que porque mi papá se fue, ni que la pobreza ni que nada.
-Sin embargo te sentías mejor en la calle.
En mi casa me aburría mucho. Me quité a La Parada, me pelé una bicicleta, empecé a robar, yo me he levantado en peso todo Magdalena. La plata me vaciló mucho, empecé a jalar terocal y me gustó. Después pasé a la coca cuando tuve más plata, después ya en la cárcel conocí el pastel.
-¿Qué hacías con la plata?
Paraba de juerga en juerga, hasta me compré un departamento que tengo alquilado.
-¿Sentías placer ante el riesgo de ser atrapado por la policía?
Claro, pues. ¡Uf! Eso de estar paranoico, pásame la voz, chequea, pucha, bien bravo. Además cuando le agarras el gusto a la plata ya no puedes parar, cada vez quieres más.
-¿Qué es lo peor que te ha ocurrido?
Lo peor es la cárcel. Yo he visto cómo se violaban a gente, cómo se mataban los presos entre ellos. Yo estoy seguro que Lurigancho es el penal de más alta peligrosidad en el mundo.
-Pero no sentías miedo.
Claro que sí, cómo no, pero el miedo da valor y yo he sabido defenderme, conmigo no se metía nadie.
-¿Quiénes son respetados en la cárcel?
Los que tienen billete, como todo en la vida, después vienen los faites, los apretones, los asaltadores de bancos. Con esa gente no se mete nadie, además hay que ser muy vivo.
-Tú además tenías amigos, como Manarelli, como Jano.
Lucho sí es mi amigo, pero Jano es un soplón.
-¿No tienes miedo de que él lea esto?
Ni hablar, eso es lo que estoy esperando.
-Eres tan violento que me das miedo.
No hay por qué tener miedo, al contrario, si te cuadra alguien ahorita te defiendo. Yo no soy violento, jamás me meto por gusto con nadie, pero que nadie se meta conmigo porque ahí sí me pongo bestia.
-¿Qué dicen de ti los psicólogos del penal?
Decían que yo era violento porque rompía esos tests que te hacen resolver, que no sirven para nada y que ya me tenían cansado porque me los sé de memoria. Pero esos psicólogos ni siquiera te conversan para saber cómo te sientes. Lo único que quieren es estudiarte como si fueras un bicho raro. A ver que yo les haga un test a ellos, los destruyo.
-A la hora de boxear, ¿piensas en el deporte o en destruir?
Yo siempre he tratado de ser el mejor y creo que sigo siendo el mejor a pesar de mis problemas. Yo tengo demasiada energía, si no la boto me vuelvo loco. Esa energía me ha servido para ganar en el box.
-Aun después de los éxitos has vuelto a delinquir, has vuelto a las drogas, has desaparecido del mapa en plena gloria. La gente no se explica por qué.
Por el mismo ambiente del box, las mismas relaciones, la tentación es muy grande. Así como me gustaba ganar también me gustaba la buena vida. Además son 200 ó 300 soles por pelea, yo no vuelvo a pelear por menos de mil dólares.
-¿Qué tienes planeado hacer ahora que estás libre?
Quiero irme a Estados Unidos a boxear, en este país no se puede salir adelante. Yo quiero llegar a tener un millón de dólares para vivir bien, para darle lo mejor a mis hijos, para construir un colegio para los niños pobres de Magdalena.
-Perdona el prejuicio pero eso último no te lo creo.
Ya sé, tú crees que yo no tengo sensibilidad, pero a mí me encantan los niños, ellos son los únicos que pueden hacerme llorar. Lo demás no, no te voy a mentir, pero un niño que no tiene dónde vivir o estudiar es algo que no puedo ver.
-Tienes dos hijos y sin embargo no te da pena robarle a un padre de familia.
Y yo cómo sé que es un padre de familia, que se ponga un letrero.
-¿Has matado a alguien?
¡Ja! Eso no te lo voy a decir.
-¿Te arrepientes?
No me arrepiento de nada.
-Pero te queda la lucha contra tus demonios interiores.
El único demonio soy yo.
-Suponiendo que existen el cielo y el infierno. ¿A cuál te tocaría ir?
Al infierno pues, para pasarla bien.
(*) Esta entrevista fue publicada el 27 de abril de 1996.