Mi nombre es Mauricio Novoa. Soy historiador y abogado. Estudié en la Universidad de Lima y en la Universidad de Cambridge. Tengo 47 años. Estoy casado y tengo cuatro hijas. Mi peor defecto es que soy un distraído irredento; y mi mejor virtud es que soy un gran conversador. Admiro a los veteranos de la Campaña Militar de 1941. Soy hincha del Sport Boys y la frase que más repito es: “La vida es gratitud”.
El doctor Novoa es actualmente Decano de Artes Contemporáneas, Ciencias Humanas y Educación en la Universidad Peruana de Ciencias (UPC). Es un agudo observador de la historia y sus efectos en los ciudadanos. No cree en los determinismos históricos ni en las miradas parciales de nuestra trayectoria como país. Y es una voz que nos anuncia cambios reales a raíz de esta pandemia que nos acecha.
¿Hemos madurado como país republicano lo suficiente para enfrentar adecuadamente situaciones de pandemia como esta?
-Le contesto con dos reflexiones. La primera es una lección o idea que todo historiador debe hacerse: saber que no hay nada inevitable en la historia. La segunda es que uno no puede hacer historia uniendo los puntos al revés, es decir, buscando determinismos históricos en ciertos acontecimientos. De esta forma, por ejemplo, asociamos la corrupción de hoy con algunas herencias virreinales o con algunas falencias republicanas. Si vemos el Perú de los años 60, apreciaremos una política peruana con muchos vaivenes, pero más ordenada que la de hoy. A partir de 1956, luego del gobierno de Manuel A. Odría, el sistema político era más o menos estable. Es probable que los problemas que vemos ahora tengan su origen real en lo que hicieron los sucesivos gobiernos en los últimos 30 ó 40 años.
Si algo es difícil para los peruanos es ponerse de acuerdo para establecer objetivos nacionales. ¿Cuáles son los puntos claves para entender el Perú de ahora?
-Acá se cruzan varios elementos. Por un lado, tenemos un Perú oficial que no sabe adaptarse al Perú real. Por otro lado, desde los años 90 o desde la caída de Fujimori (2000) se ha instaurado un sistema democrático en donde por la falta de una mayoría clara en el Congreso se ha generado una polarización y una politización de aspectos que normalmente hasta los años 80, diría, no eran parte de la política peruana.
Antes se debatían en el Parlamento los grandes temas nacionales, pero al no existir una gran política esto ha descendido a un nivel que llamo “politización de las obras públicas”. Hay una politización de las decisiones de gobierno y eso ha provocado un clima de estancamiento de los avances del Estado. Esa situación -a la luz de lo que pasa ahora con la incapacidad estatal para sobrellevar esta pandemia- es el aspecto más dramático de la política peruana que deviene desde los años 80.
¿Qué es lo que falta? ¿Más pragmatismo político todavía?
-Necesitamos lo que Manuel Pardo llamaba refundar una “República Práctica”. Y un contexto como este de pandemia, que es de una crisis profunda, es una ocasión ideal para hacer esas reformas. Porque hacer reformas en un contexto de crisis tiene un costo político menor.
Las pandemias generan situaciones extremas que terminan construyendo memorias traumáticas. El Perú vivió esos momentos en la guerra con Chile (1879-1883), el terremoto de 1970, la violencia terrorista de los años 80, etc. ¿Qué lecciones nos dejaron esos duros pasajes de la vida colectiva?
-Pienso que el momento traumático del cual se ha sacado mejor provecho en la historia peruana es el que siguió a la guerra con Chile, donde dos gobiernos antagónicos, el de Cáceres y Piérola, hicieron reformas que parecían impensables. Entre los dos contribuyeron a la modernización del país. El Contrato Grace, con todos sus defectos, permitió una estabilización financiera; incluso se lograron en esos tiempos cambios imposibles antes de la guerra, como la reforma y modernización del Ejército.
Además, desde 1895 se produjo uno de los boom más importantes, pero no basado en un producto como el guano o salitre, sino en cambios estructurales notables: es la época en que se llevaron adelante la Ley de la Banca, la Ley de Seguros y nace la Cámara de Comercio. Se pueden sacar grandes lecciones de ese periodo. En tiempos de esos dos gobiernos antagónicos, el cacerista y el pierolista, hubo mucha imaginación política.
¿Qué opina del papel concreto del Estado ante las pandemias? ¿No siente que las enfermedades evidencian con crudeza nuestra vulnerabilidad como país?
-Nos vuelve vulnerables, sí. Y lo que estamos viendo es justamente esa vulnerabilidad desnuda. Pero también en estas mismas situaciones de crisis se han visto muchas oportunidades, porque puedes hacer cosas que en un entorno político normal no se podría hacer. Insisto en que aquí hay un gran escenario para la imaginación política.
Me gustaría que al lado de los notables científicos sociales convocados por el gobierno, hubiera un grupo más técnico que revisara la forma en que se hacen los gastos en el Ejecutivo o en las regiones del país. He sido funcionario del Estado y me resisto a creer que los funcionarios públicos sean una gavilla de corruptos. La mayoría de funcionarios públicos sirven a su país por medio de su trabajo, a pesar de las limitaciones con las que lidian todos los días.
¿Las políticas de la pandemia deben explicarse con un lenguaje bélico?
-Es algo que estamos viendo en otras partes del mundo también. Hay el peligro de una voluntad autoritaria. Claro, tienes a la población recluida, sales casi todos los días en televisión, hay un recorte de libertades, etc. En términos de antropología política creo que esto es, más que un rezago de militarismo, una constatación de la influencia que históricamente tienen las Fuerzas Armadas en el Perú. El ‘Peruano del Milenio’ es Miguel Grau y estamos celebrando el bicentenario que es fundamentalmente una victoria militar. Hay aún un prestigio de la fuerza militar.
Pienso que la pandemia actual la vamos a superar de dos formas: o lo hacemos con una vuelta al autoritarismo o con una vuelta a un reflejo de ciudadanía y civismo, de iniciativas de los trabajadores, empresarios y políticos, que nos permitirán espacios de solidaridad para salir adelante. ¿Cómo lo haremos?, ¿qué decidiremos? No lo sé, pero siempre ha habido una tensión entre estas dos posiciones.
Hay peruanos que quieren regresar a su punto de origen, en las provincias, para allí protegerse del virus. ¿Más allá de la desesperación y pobreza, qué simbolismo hay detrás en esa situación?
-Los Andes fueron los grandes protagonistas de la historia del Perú hasta el siglo XIX. Desde la independencia que se define allí, en el sur, hasta la guerra con Chile. Los Andes jugaron un papel no solo simbólico sino estratégico. Pienso que este traslado actual tiene que ver con algo que todos viviremos luego de esta pandemia, y que va más allá de los discursos. Me refiero a que, tras la pandemia, necesitaremos reconciliarnos con la naturaleza y ser más autosuficientes. Esa tercerización para obtener muchas cosas, confiados en que la globalización iba a quedar como está perpetuamente, será uno de los grandes cambios que vamos a documentar.