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Y eran vistos así, como ‘rocanroleros’, por los adultos de esos años debido a la asociación que se hacía de música, juventud y modos de vestir; además de la fama de los verdaderos rocanroleros que revelaban en sus bailes desenfrenados un “espíritu agresivo” para muchos de los adultos que escribían sobre ellos. Un ídolo y pionero del rock and roll llegaría para tocar en Lima en noviembre de 1960 con su grupo ‘Los Cometas’; era el gran Bill Haley, cuyo éxito de mediados de los 50, ‘Rock Around the Clock’ (‘Al compás del reloj’) había creado una fanaticada en todo el mundo. Sin embargo, meses antes, en el verano de ese mismo año, otro tipo de ‘rocanroleros’ harían noticia en Lima, pero de una manera muy lamentable.
Ese jueves 3 de marzo de 1960, la noticia en el mundo fue el cruel terremoto que había golpeado a Marruecos, en el norte de África, y cuyo epicentro en el mar generó un maremoto que destruyó la ciudad de Agadir. El Perú, a su vez, vivía sus propios problemas: denuncias de un grave hacinamiento carcelario, el aumento de la leche y la esperada llegada para el 13 de ese mes del crucero de la Armada Peruana, ‘Coronel Francisco Bolognesi’, que para esos días estaba cruzando el Canal de Panamá. Pero, además, Lima vivía un tipo de zozobra social muy aguda: la aparición de pandillas urbanas, que la prensa llamó romántica o provocativamente “grupos de rocanroleros”. La rebeldía sin causa o con causa, no sabemos, pero todo lo tenían a flor de piel.
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Era un fenómeno social que había surgido a fines de los años 50, especialmente en Lima, pero que parecía agudizarse en ese verano de 1960. No era solo rebeldía, ciertamente, lo cual no sería algo recusable en adolescentes y jóvenes; la actitud de estos grupos juveniles lindaba con lo delincuencial. Primero, se expresó con protestas contra el gobierno por haber suprimido los juegos de carnavales callejeros; y segundo, con acciones directamente violentas contra la ciudadanía.
Pero, la noche de ese 3 de marzo de 1960, en los alrededores de la urbanización Balconcillo, en La Victoria, la cosa empeoró. Unos 200 ‘rocanroleros’ se entramparon en una verdadera batalla campal en plena vía pública. Tal fue la trifulca que los vecinos, asustados, debieron llamar con urgencia a la policía, la cual envió desde la 34º Comandancia “carros patrulleros, un camión con más de 15 guardias y tropas de la Guardia Civil de choque”. Era un fuerte contingente policial que buscaba imponer el orden. No era la primera vez que eso ocurría en aquella zona de la capital. No era tampoco una simple gresca entre adolescentes. Lo que el diario decano reportó era preocupante: el hecho se convirtió en un desborde colectivo de violencia extrema.
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A partir de las 9 de la noche, los vecinos de las calles Esmeraldas y Topacios en Balconcillo buscaron el auxilio policial. Aquella zona, como otras de Lima, empezaba a convertirse en un espacio de disputa entre estas pandillas ‘rocanrolescas’, que hacían de todo menos escuchar música y divertirse. Lo que les gustaba era pelear, enfrentarse, incluso armados contra grupos rivales, en una clara disputa territorial de pandillas.
El Comercio informó que estas decenas de decenas de ‘rocanroleros’ violentos “estaban rompiendo lunas de las casas, riñendo en las calles y sacando a relucir cuchillas”. El operativo policial fue contundente, o al menos eso se pensaba. Los oficiales ordenaron dispersar a los dos bandos. (EC, edición del 04/03/1960).
“Varios opusieron resistencia a la policía agrediendo a los guardias, por lo que fueron detenidos cinco”, describía el diario decano. Toda la intervención policial duró aproximadamente una hora, acabando la trifulca minutos después de las 10 de la noche. Los revoltosos se dispersaban, pero volvieron a enfrentarse entre ellos o con la policía en otras esquinas de Balconcillo.
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El 5 de marzo de 1960, debido a la gravedad de los hechos, el diario insistió en el tema y dedicó un trabajo de investigación que permitió registrar más información y otros detalles del escándalo de los ‘rocanroleros’ de esa primera noche. De esta forma, se confirmó que en total habían sido unos 200 sujetos, que estaban desatados y dispuestos a causarse daño entre sí y afectar a los vecinos de Balconcillo.
No solo hicieron uso de cuchillas, sino también de palos, piedras y botellas. Muchos de estos maleantes se hirieron entre sí, pero todos apedrearon duramente a los efectivos policiales. Al día siguiente, por la tarde, la Guardia Civil ya tenía claro el panorama de los hechos: todo había empezado cuando un joven motociclista discutió y luego se agarró a golpes con el jefe de una de las bandas, que era conocido como “El Chileno”. Al empezar a perder en la lucha, el pandillero recibió la ayuda de unos 30 ‘rocanroleros’, amigos suyos, quienes lincharon al motociclista. De pronto, se sumó otro grupo cercano al motociclista golpeado, y hasta un grupo de menores, “todos con palos, piedra y chavetas”, indicaba el diario.
Muchos de los menores de edad (recuérdese que en esa época la mayoría de edad se obtenía a los 21 años) huyeron ante la presencia policial, pero los más avezados se enfrentaron a los agentes del orden. Los detenidos fueron: Elvis Saldaña Ríos, de 22 años (uno de los pocos mayores de edad); Alfonso Castro Bahamonde, de 20 años; Darío Cobilich Marrussi, de 17 años; Fernando Hernández Villena, de 16 años; y José Palacios Ayllón, de solo 12 años. Todos domiciliaban en calles o avenidas de Balconcillo o muy cercanas a esa urbanización victoriana.
Los detenidos fueron tratados con bastante consideración. La policía los arrestó, pero luego se comunicaron con sus padres y regresaron a casa, no sin antes darles “una severa amonestación”. La estrategia policial en adelante incluiría una “especial vigilancia por los lugares en donde acostumbran reunirse los rocanroleros”.
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Un caso aislado fue el de Gerardo Ludeña, a quien la Guardia Civil de la Primera Comisaría detuvo por robo, puesto que estaba denunciado por sustraer una motocicleta estacionada en la esquina de los jirones Carabaya y Puno, en el Centro de Lima. El sujeto, de 19 años, era un ex marino y pertenecía al “Club de rocanroleros ‘Los Texas Boys’ de Pueblo Libre”.
Una semana después, el jueves 10 de marzo de 1960 (otra vez jueves, que parecía ser el día de las broncas pandilleras), volvieron los pleitos entre estos falsos rocanroleros. Esta vez fue en el Rímac, donde unos 50 jóvenes decidieron desafiar a sus pares de Monserrate y La Toma, en El Cercado de Lima. Eran vecinos, pero también enemigos. Fue una “batalla campal”, decía el diario decano.
Las horas de la noche eran las propicias para el choque, para la pelea, la rabia y la venganza. Se requirieron “dos carros patrulleros y más de diez guardias de la Primera Comisaría” para controlar la situación. Y de nuevo los hechos sucedieron pasadas las 9 de la noche. El lugar fue la esquina de las calles La Toma y jirón Lima, en el barrio de Monserrate, cuya comisaria debió enfrentar la pelea callejera entre las dos bandas de ‘rocanroleros’. Como en Balconcillo, también la intervención duró una hora. Todo parecía un calco de lo ocurrido en aquel barrio victoriano una semana antes.
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La diferencia fue el número de pandilleros, que fue menor. En La Victoria se enfrascaron en una lucha tribal unos 200 tipos; en la zona de Monserrate alrededor de 100; los rimenses atravesaron el llamado “Puente de Palo” bajo gritos y amenazas y tomaron posesión de esa esquina de La Toma y Lima, desde donde lanzaron piedras a los focos de los postes de alumbrado eléctrico. Los del Rímac desafiaron a los residentes, quienes respondieron con los mismos “argumentos”: es decir, con gritos, insultos, chavetas, botellas rotas, palos y piedras.
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En el diario decano del 11/03/1960 se mencionaba que eran los mismos pandilleros quienes se autotitulaban ‘rocanroleros’ (y les gustaba que les dijeran así), pero que su única labor parecía ser entonces poner de cabeza la ciudad, alarmando a los diversos distritos limeños.
El domingo 13 de marzo de 1960, como para redondear la semana, en Lince, en la calle Mariscal Miller, hacia la medianoche, aparecieron de la nada un grupo de pandilleros o ‘rocanroleros’ que, como en otras ocasiones, rompieron las “bombas del alumbrado público”, pero además aparecieron “bailando en forma estruendosa y luciendo todos ellos casacas rojas”, describía El Comercio.
El grado de violencia de las peleas callejeras de estos grupos de revoltosos fue tal, que el propio gobierno tuvo que levantar la voz. No eran grupos manejados por una ideología política en específico; eran una mezcla de gente de barrio desadaptada y en algunos casos concretamente lumpen. Eran grupos que buscaban generar caos, descontrol, expresando su propia furia o rencor contra grupos de otras zonas o territorios.
El gobierno de Manuel Prado tuvo que ponerse más exigente y pedir un límite, además de una intervención policial menos condescendiente con esos grupos. El Ministerio de Gobierno y Policía hizo público, el lunes 14 de marzo de 1960, el inicio de una campaña contra estos sujetos, llamados ‘rocanroleros’, cuyo amor al rock and roll no era precisamente lo que más los caracterizaba.
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La campaña era en previsión a daños mayores a los ya vistos en Lima y balnearios por parte de estos bandoleros. Se establecería una “plan de acción” con los jefes de la Policía, “para impedir que estas pandillas de menores de edad continúen desarrollando sus nefastas actividades”, decía el comunicado del gobierno. El doctor Carlos Carrillo Smith, ministro de Gobierno y Policía fue el coordinador de estas acciones y de la campaña en sí. Él trabajaría no solo con jefes policiales sino también con personal técnico del Poder Judicial, del Colegio de Abogados de Lima y, curiosamente, de la denominada “Federación de Padres de Familia”. Carrillo informó a la prensa en los días posteriores que el plan debía evitar atentados contra la vida y la propiedad.
Pero, quizás las gotas que rebalsaron el vaso de paciencia de las autoridades del gobierno, hayan sido los dos casos que ocurrieron el mismo día 14 de marzo de 1960. En el primer caso, a las 6 y 30 de la tarde; es decir, mientras el gobierno preparaba el “plan de acción”, los temidos ‘rocanroleros’ atacaron en la cuadra 8 de la avenida Arequipa, en Santa Beatriz, al joven español Carlos Gullón Fernández, de 20 años, sobrino del embajador de España en el Perú. El joven Gullón acusó ante la policía a un grupo de quince ‘rocanroleros’ que, tras atacarlo, se dieron a la fuga. Él pudo identificarlos “por la típica vestimenta que llevaban” (pantalón, camisas estampadas y casacas de cuero), indicó al diario decano.
La policía actuó rápidamente e hizo un raid con los patrulleros que tenía a la mano; lo hizo por toda la avenida Arequipa. Sin embargo, la batida no obtuvo resultados. Los escurridizos jóvenes se habían escondido en algún lugar de esa avenida principal de Lima.
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El segundo caso de ese día ocurrió en Breña, a las 10 y 30 de la noche. Los teléfonos de la comisaría distrital y de la Comandancia de Radio-Patrulla no pararon de sonar con las quejas de decenas de vecinos, los cuales denunciaban que en la esquina de las calles Varela y Vidal, un grupo de facinerosos ‘rocanroleros’ acosaban a los transeúntes impidiéndoles el paso y burlándose de ellos. Los empujaban y les insultaban en plena vía pública.
La gente empezó a tenerles miedo (eso era lo que querían, en realidad), y para evitarlos cruzaban la pista o preferían darse la vuelta a la manzana. Un patrullero logró cercar a estos sujetos, deteniendo a José Isla Zevallos, de 17 años; y a Julio Cabrera Grillo, de 16 años. Ambos terminaron en la comisaría distrital. Los otros revoltosos lograron darse a la fuga.
Desde la noche del martes 15 de marzo de 1960, cuando en la Tribuna Norte del Estadio Nacional, el campeón peruano de Peso Mediano Mauro Mina derrotaba con autoridad al boxeador antillano Sugar Boy Nando, en las calles la policía aguzaba la vista y se las emprendía contra esas ya temidas pandillas.
Lima, Callao y balnearios fueron mapeados por la policía. Las batidas no tendrían descanso. La Guardia Civil y los agentes de Radio Patrulla empezaron su trabajo a las 7 de la noche. No se permitió grupos de gente reunida en las esquinas, y si eran ubicados así se les ordenaba que circularan. Más allá de algunas quejas, los grupos sospechosos se dispersaron, aunque algunos persistieron con su actitud. La policía no perdió el control ni la tranquilidad en ningún momento. Actuaron con profesionalismo hasta la madrugada del miércoles 16.
El mismo seguimiento policial se repetiría en los días siguientes. Sin represión, pero con firmeza y autoridad. Era una campaña netamente preventiva. El paso siguiente del plan sería detectar a los pandilleros cabecillas y llevarlos, por varios meses, para que realizaran trabajos en obras públicas: “Carreteras de penetración a la selva o a otros lugares donde falten brazos para la agricultura”, se leía en El Comercio.
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La idea del gobierno de Prado era combatir lo que ya desde el Estado se entendía como un tipo de “vagancia juvenil”. Como ya lo definían los propios medios de prensa de esos años, para el gobierno también estos sujetos estaban más cerca a los pandilleros que a los verdaderos rocanroleros. Una de las soluciones mencionadas para que los jóvenes, en edad escolar aun, no cayeran en esas redes de desadaptados, era crear paralelamente a la represión y seguimiento policial, formas de crear espacios para el entretenimiento juvenil especialmente en los largos tres meses de vacaciones escolares de entonces (enero, febrero y marzo).
El Comercio lanzó la idea de crear una comisión para que viera el problema juvenil de manera integral. La solución preliminar era la de la policía que debía buscar el orden público. Pero la solución del tema requería más cosas. Se necesitaba crear una comisión de estudio y análisis, que debía estar compuesta por “funcionarios del Ministerio de Educación Pública, maestros, representaciones de las asociaciones de padres de familia, representantes de las asociaciones de ex alumnos; pedagogos, técnicos en educación de jóvenes difíciles; así como psiquiatras, hombres de leyes dedicados a los problemas de la juventud, entre otros”.
Eran pasos urgentes que, lamentablemente, no se dieron o se dieron con poca convicción por parte de las partes involucradas en aquel difícil tema de violencia juvenil.
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