Parque de la Reserva: el día que pasó de ser un terrenal boscoso a convertirse en el mejor parque de Lima
Aquel 19 de febrero de 1929, día también del onomástico del presidente Augusto B. Leguía, el Parque de la Reserva se abrió al público. Su nombre era un homenaje póstumo a los héroes caídos en defensa de Lima, en la batalla de Miraflores. Meses después, Tacna se reincorporaría al Perú. Se respiraba entonces un aire muy patriótico.
La inauguración del Parque de la Reserva en Lima (hoy es el llamado “Parque de las Aguas”), el 19 de febrero de 1929, fue un acto de necesidad para el pueblo limeño, que requería de más zonas verdes, pero también fue un gesto de complacencia con el presidente de turno. Y es que, ese mismo día, era el cumpleaños del dictador Augusto B. Leguía.
Tanto el ministro de Fomento, Enrique Martinelli Tizón, como el presidente de la Comisión Ejecutiva del proyecto de construcción del “Parque de la Reserva”, consiguieron que todo calzara exactamente para que la apertura del nuevo espacio público y el festival por el onomástico del primer mandatario coincidieran en el mismo lugar.
Un poco más de las 6 de la tarde empezó la ceremonia. Leguía, sus edecanes y ministros se apostaron en la parte central de la pérgola principal del parque, que lucía espectacularmente arreglada.La apertura fue a todo dar: diplomáticos de todas las delegaciones oficiales en el país y la burocracia dorada y sus familias ocuparon los sitios más destacados.
Los de menor jerarquía oficial se colocaron en los lados de la pérgola. Nada más estamental que esa distribución. Con todo eso, la fiesta se armó en el oasis del centro, un verdadero campo para el esparcimiento y el reposo general.
La “Marcha de Banderas”, interpretada por la banda del Ejército, presidió la puesta en escena. Luego siguió una composición propia del maestro Enrique Fava Ninci, director de la Orquesta Sinfónica Nacional, que se llamaba “Marcha de los Embajadores”. Bendijo el parque el Arzobispo de Lima, monseñor Emilio Lissón, y el ministro Martinelli se lanzó con un discurso presidencialmente lisonjero.
Los elogios excesivos al presidente Leguía en plena ceremonia
Martinelli, el ministro, remarcó en su intervención que el nombre de “La Reserva” hacía honor a los héroes caídos en la defensa de Lima durante la Guerra del Pacífico (1879-1883). Una defensa de la que “formasteis parte”, enfatizó dirigiéndose a Leguía (este participó en la batalla de Miraflores, en enero de 1881, cuando apenas rozaba los 18 años).
El ambiente era propicio para la mención dado que el Perú trataba entonces, por todos los medios posibles, de recuperar el territorio del sur (Tacna y Arica) que se hallaba en cautiverio. Solo sería reincorporado Tacna en agosto de ese mismo año.
El elogio llegó al punto de señalar que Leguía “hoy por hoy, es indiscutiblemente la figura central del continente americano. Este sitial nadie puede disputároslo, porque sois el paladín de la fraternidad americana (…)”. Otras palabras de este mismo estilo redondearon el panegírico presidencial.
Entonces, el dadivoso ministro se acordó del parque, y admitió que se inauguraba en esa fecha como un “modesto homenaje” a Leguía, quien había dado grandes beneficios al país. Y remataba: “La obra es vuestra; con ella dotáis a la ciudad de los virreyes de un lindo lugar de solaz, broche de belleza incomparable que agregáis a la era de vuestra fecunda labor de gobernante máximo”.
Entre melosas y exageradas palabras, el ministro de Fomento dio un dato importante: el nombre de quien hizo realmente el Parque de la Reserva. Se trataba del director de minas del ministerio, el ingeniero urbanista Alberto Jochamowitz, quien presidió la comisión encargada de la ejecución del parque, constituida en junio de 1928.
Datos claves para entender la importancia del nuevo parque
El plan general del nuevo espacio público fue aprobado por el presidente meses después, y en diciembre de 1928, sin detenerse ni un día, se ejecutaron las obras hasta horas antes de su inauguración, admitió Jochamowitz. Las obras, en sus detalles mínimos, seguirían desarrollándose a lo largo de ese año.
El proyecto no se financió con los tributos nacionales, sino que se había creado por ley del 27 de junio de 1927, “el impuesto adicional sobre las concesiones petroleras”. Podía decirse que no fue una carga directa para el contribuyente peruano sino un aporte de un grupo de “poderosas compañías extranjeras”.
Jochamowitz contó esa histórica tarde-noche que el lugar había sido un bosque casi abandonado, árido, sin uso útil para la ciudad, aunque se sabía que a veces era ocupado por los estudiantes de la “Escuela de Agricultura” (futura Universidad Agraria) para realizar sus trabajos y experimentos universitarios; entonces, dijo el ingeniero, todo ello fue convertido en un “bello pedazo de la Patria Nueva”. El concepto nuevo de las ciudades, explicó Jochamowitz, era crear amplios espacios de recreación, con plantas y flores en vez de cemento urbano..
El ingeniero urbanista le dio el crédito a Leguía, pues habría sido él quien eligió el terreno hacía dos años (1927), “por su posición privilegiada, por su belleza y por sus virtualidades”. Dijo que la idea era trazar en ese terreno lo que entonces empezaba a hacerse realidad: “Un vasto plan de avenidas, fuentes, pérgolas y sombrillas de arbustos con canastillas de flores y todos los variados y pintorescos elementos que constituyen un parque esencialmente moderno”. Se ensalzó la alameda de altos ficus y el semicírculo de fresnos que se ofrecía al público limeño.
Luego de los elogios del ministro de Fomento y de los interesantes datos del ingeniero Jochamowitz, quien además mencionó al arquitecto urbanista Claudio Sahut como diseñador del parque -de trazado europeo y decoración incaico y colonial-, llegaron los sonoros aplausos de los invitados y de los casi 4 mil personas que se arremolinaron en los alrededores del novísimo “Parque de la Reserva”.
Ese 19 de febrero de 1929, los limeños escucharon música clásica, interpretada por la Orquesta Sinfónica Nacional, y también disfrutaron de las piezas que los miembros de la Academia Nacional de Música prepararon para celebrar la apertura del nuevo parque en Lima.
Otro artista que colaboró en el proyecto fue el pintor y escultor José Sabogal. El maestro de las artes plásticas peruanas asumió la “creación artística” y la “dirección de obras” del recinto público. En ese marco, Sabogal se encargó de construir una huaca ornamental dentro del parque. El Parque de la Reserva era, entonces, un hermoso espacio entre las avenidas que hoy conocemos como Petit Thouars y Arequipa, en Santa Beatriz.
En 1986, el parque fue declarado Patrimonio Histórico Nacional; pero los tiempos modernos de búsqueda de mayor entretenimiento llevaron a las autoridades ediles de Lima Metropolitana a convertir ese bello espacio de otros tiempos, y que luego fue abandonado ciertamente, en un mega proyecto de lúdica diversión con el nuevo nombre de “Círculo Mágico del Agua”, que abarcó prácticamente todo el parque y que abrió sus puertas al público capitalino y del Perú el 26 de julio de 2007.
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