Ellos eran parte de una nueva generación que empezaba a vivir al compás de la década que se abría a sus pasos. Ese martes 5 de enero de 1960, ellos eran parte también de los doscientos colegiales de distintas escuelas estatales de Lima que, en numerosos buses, arribaron para dar un paseo en una de las playas de Lurín, en el kilómetro 27 de la Panamericana Sur.
Los estudiantes y su entusiasmo desbordante animaron esa silenciosa playa al sur de Lima, y disfrutaron al máximo y sin pudores del sol, la brisa marina y los chapuzones en esas tranquilas olas que los seducían.
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No les importaba que ese mismo día la URSS y los EE. UU., las dos grandes potencias que dominaban el mundo, hubieran firmado un “acuerdo para el uso del espacio cósmico”, en plena Guerra Fría. Tampoco les preocupaba, aunque debieron admirarse, que en tres días zarparía el crucero “Almirante Grau” del puerto inglés de Portsmouth, uno de los buques que el Perú compró a la Armada Real (el otro era el “Bolognesi”). Para ellos solo existía su libertad, sus ganas de vivir.
Las playas de Lima de ese tiempo eran concurridas, pero en el sur uno podía encontrar verdaderos oasis playeros. La sensación de estar viviendo una experiencia irrepetible latía en los jóvenes corazones de estos menores que no se desprendían de sus loncheras o canastillas donde tenían protegidos sus refrigerios.
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Acompañados de sus maestros y tutores, los colegiales cerraban así el año de 1959 e iniciaban el siguiente, el que abría la década de 1960 a todo tren. En sus mentes no cabía aún la idea de volver a clases, estaban en pleno jolgorio del final, pero sabían con seguridad de que las aulas los esperaban en unos meses más.
Esa misma libertad de estar en una playa, saltar, correr, respirar sobre la arena, mojar los pies; y luego volver a las aulas confiados y seguros es lo que deseamos pronto para todos los peruanos. Estar juntos y reencontrarnos siempre valdrá todo el esfuerzo que le pongamos. Volveremos.
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