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Señor de los Milagros: su impacto y permanencia en himnos y cantos desde los años 50 | FOTOS
La figura del Señor de los Milagros se ha insertado en la cultura y sensibilidad de los peruanos de una manera excepcional. Los artistas e intelectuales le han cantado y recordado de diversas maneras. Acaba de empezar octubre, el “mes morado”, el mes del Señor de Pachacamilla, y es motivo para volver de nuevo a Él.
Luego de la etapa más crítica de la pandemia (2020-2021), el 2022 la imagen del Señor de los Milagros volvió a salir en procesión y este 2023 volverá a hacerlo este sábado 7 de octubre. La presencia del Cristo Moreno se ha filtrado en el arte, las letras y la música nacionales. Es la representación de Cristo más popular en el Perú y en la década de 1950 esa cercanía se hizo especialmente más intensa. Solo basta dar un vistazo a esa época para confirmarlo.
El Señor de los Milagros, una figura que perdura como una estampa eterna en la memoria colectiva, se ha convertido en ícono ineludible para los peruanos, en especial para los limeños que la amparan y veneran a lo largo del año, pero que llega a cotas inigualables de devoción durante octubre, conocido como el “mes morado”, el mes del Señor de Pachacamilla.
La historia de esta venerada imagen se remonta al siglo XVII, cuando un creyente decidió inmortalizarla en un mural pintado en una pared de adobe en Pachacamilla. La leyenda cuenta que esta pared resistió –incólume– los intensos terremotos que sacudieron Lima en 1655 y 1687, lo que generó un aura de misticismo en torno al Cristo. En 1715, el cabildo limeño proclamó al Señor de los Milagros como el “Patrón de la Ciudad de Lima”, y consagró su importancia en la vida limeña.
Sin embargo, fue en una fatídica noche, el 28 de octubre de 1746, cuando el Cristo Moreno demostró su poder protector. Un devastador terremoto sacudió Lima y el Callao, y redujo gran parte de la ciudad a escombros. Sorprendentemente, el muro que albergaba la imagen del Cristo permaneció en pie; así, sirvió de refugio para las autoridades municipales y los ciudadanos, quienes buscaron su protección en medio del caos.
Desde ese día, la festividad principal se trasladó oficialmente a octubre, marcando un hito en la historia religiosa de Lima. La figura sacra, ya arraigada en el imaginario social, ha inspirado la creatividad y sensibilidad de artistas y religiosos de nuestra tierra a lo largo de las décadas.
El Señor de los Milagros no es simplemente una imagen venerada; es un símbolo de la resiliencia para Lima, una manifestación de fe y es parte fundamental de la identidad limeña. Cada octubre, las calles se llenan de fervor y devoción. Se recuerda la historia de un Cristo que demostró ser un protector incansable en los momentos más oscuros de la capital.
EL SEÑOR DE LOS MILAGROS SIRVIÓ DE INSPIRACIÓN A LOS ARTISTAS PERUANOS
Desde los tiempos coloniales, los grabados del Señor de los Milagros han inundado las calles, y marcado la huella de la fe en el corazón de Lima. En los albores de la República, su imagen comenzó a consolidarse como un ícono social, una presencia que trascendió lo religioso y se ancló en el tejido cultural del país. Sin embargo, fue en las primeras décadas del siglo XX cuando los más influyentes artistas plásticos, como José Sabogal, Jorge Vinatea, Camilo Blas y Teodoro Núñez Ureta, insuflaron nueva vida a esta venerada figura.
Incluso, los cánones de la vanguardia expresionista no pudieron resistirse al magnetismo del Señor de los Milagros. El artista plástico puneño, radicado en Lima, Víctor Humareda, un representante de esta tendencia artística, se aventuró en la creación de una magnífica pintura al óleo que capturó la esencia de la procesión completa.
De esta forma, a lo largo del siglo XX, el Señor de los Milagros dejó de ser simplemente una tradición religiosa para convertirse en un símbolo que canalizóuna profunda energía social, una fuerza que unió a los peruanos de diferentes generaciones y estratos sociales a través del culto. Este fenómeno no pasó desapercibido para los literatos y periodistas de la época, quienes encontraron en el Cristo de Pachacamilla una fuente inagotable de inspiración.
Las representaciones artísticas de la imagen sacra y su influencia en la sociedad no solo reflejaron la evolución de la fe, sino también la capacidad del arte y la religión para unir a un pueblo en una devoción compartida que perdura hasta nuestros días.
LA LITERATURA Y LA CRÓNICA: DEVOCIÓN Y HOMENAJE AL SEÑOR DE LOS MILAGROS
A lo largo de la década de 1910, dos escritores peruanos, tan diferentes en sus perspectivas ideológicas y políticas como Abraham Valdelomar, de Ica; y José Carlos Mariátegui, de Moquegua, se sumergieron en la tarea de retratar el complejo entorno social y religioso que rodeaba y transcendía la imagen del Señor de los Milagros en Lima.
A pesar de sus diferencias, ambos autores tejieron con sus palabras un fresco retrato de una multitud en constante movimiento, un crisol de creyentes heterogéneos que abarcaban una amplia diversidad social y etnográfica. Sus crónicas nos sumergieron en una Lima que oscilaba entre lo tradicional y lo moderno, y lo hicieron a través de una prosa que se revelaba como una fina herramienta, capaz de ser realista y crítica al mismo tiempo.
Valdelomar tejió una narrativa que abrazaba la riqueza y complejidad de la devoción al Señor de los Milagros, dando voz a las distintas capas sociales que convergían en torno a esta figura religiosa. Mientras tanto, Mariátegui, con su aguda sensibilidad política y social, capturó la esencia de una Lima en constante transformación, y analizó críticamente la dinámica entre lo religioso y lo moderno en la sociedad limeña.
En un tono más popular, el Señor de los Milagros llegó a las décimas de un creador tan importante como Nicomedes Santa Cruz, quien sintetizó todas las crónicas, reportajes y ensayos en unos pocos y hermosos versos:
“Paso a Nuestro Amo y Señor / andas, lienzo y candelabros. / Paso a Nuestro Salvador / el Señor de los Milagros. // La calle es un río humano / por cuyo cauce, la gente / muy acompasadamente / camina desde temprano. / “Avancen, avancen hermanos, / no estorben al cargador…”/ Grita el Capataz Mayor / que las cuadrillas comanda. / “Paso, que vienen las andas, / paso a Nuestro Amo y Señor (…)”.
EL EMOTIVO NACIMIENTO DEL HIMNO AL SEÑOR DE LOS MILAGROS
En 1943, bajo el mandato del presidente Manuel Prado Ugarteche, resonó por primera vez un himno dedicado al Cristo de Pachacamilla. La pluma de P. Tarsicio Mori dio vida a la letra, mientras que P. David de Zurinaga aportó la música. Así comenzaba: “¡Señor de los Milagros! De Lima eres el Rey: / En el Perú Tú imperas, Tu amor es nuestra ley (…)”.
Sin embargo, la consagración de un himno que perduraría en el tiempo ocurrió en octubre de 1953, una década después, durante los años del dictador Manuel A. Odría, gracias a un concurso organizado por la Municipalidad de Lima. Este evento convocó a numerosos vecinos, que se inspiraron en la imagen del Señor.
El himno seleccionado destacaba por su brevedad, ritmo y profundo significado; captaba la fe y la alegría que emanaban de la veneración a la imagen del Cristo Moreno. La composición de Isabel Rodríguez Larraín ganó el primer lugar y se convirtió en el himno principal durante la procesión:
“Señor de los Milagros / A Ti venimos en procesión / Tus fieles devotos / A implorar tu bendición. // Faro que guía a nuestras almas / La fe, esperanza, la caridad / Tu amor divino, nos ilumine / Nos haga dignos de tu bondad (...)”.
El 28 de octubre de 1953, en medio de la procesión, la banda de la Guardia Republicana entonó este himno porprimera vez. A partir de ese año, y con creciente intensidad durante el resto de la década de 1950, esta melodía conmovió aún más los corazones de cientos de miles de creyentes del Señor de los Milagros en Lima y en todo el Perú. Como un eco de devoción y unidad, esta canción se convirtió en la “banda sonora” de una tradición que ha seguido vibrando en el alma del pueblo peruano.
LA PROCESIÓN DEL SEÑOR DE LOS MILAGROS EN LOS AÑOS 50: UN VIAJE AL PASADO
En la década de 1950, en Lima, un suceso esperado y sagrado marcaba definitivamente el mes de octubre: era la procesión del Señor de los Milagros. Cada 8 de octubre, al mediodía, los fieles se congregaban para presenciar la primera salida de la imagen, conocida cariñosamente como el “lienzo” del Señor de los Milagros.
El recorrido comenzaba en el Monasterio de las Nazarenas y se dirigía a su capilla provisional en la avenida Tacna, siguiendo los límites de la manzana de la calle. La imagen del Señor era colocada en las “Andas chicas” lo que le daba la apariencia de ser cargada ligeramente inclinada, en medio de una multitud ferviente y unida. Para aquel entonces, la avenida Tacna se había convertido en la “avenida del Señor”.
Durante el trayecto del Señor, los vecinos limeños, desde balcones y ventanas, arrojaban pétalos de flores a su paso, una tradición que perdura hasta hoy día. Además, ofrecían cirios y ex votos como muestra de su devoción. Era una auténtica fiesta de fe. Al llegar al ingreso de la capilla, la imagen era colocada en las “Andas de plata”, y así marcaba el final de la primera procesión del año.
En esos años 50, con el himno resonando en las voces y corazones de la masa de creyentes, la procesión hacía una parada especial en la Penitenciaría Central de Lima, donde hoy se ubican el Hotel Sheraton y el Centro Cívico de Lima. En este punto, el director del penal asumía la carga de las andas durante el breve trayecto desde la llamada “Puerta colorada” hasta la “Puerta central”, momento en el que un grupo de doce reclusos salía para encontrarse con el Señor.
Tres de los reclusos elevaban plegarias llenas de arrepentimiento, muy conmovedoras que hacían llorar a los devotos cercanos. Sobre las andas, estos depositaban sus flores y cirios, mientras los demás presos veían alejarse al Señor por la avenida Wilson en dirección al Paseo Colón.
Así se vivía el paso del Señor de los Milagros por las calles limeñas en aquella época, una tradición firme y amorosa que ha persistido a lo largo de las décadas. La procesión ha desafiado las crisis políticas, los cambios sociales y las preocupaciones económicas, y es que el Cristo Moreno nunca ha abandonado a los peruanos.
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