Se llamaba Raffaella María Roberta Pelloni (1943-2021), pero pasó a la historia de la música y el espectáculo como Raffaella Carrá o también “La Carrá”. Era una artista completa: cantaba, bailaba, componía, hacía sus propias coreografías; además era actriz y una carismática conductora de TV. Visitó el Perú entre fines de los años 70 e inicios del siglo XXI con todo su arte y simpatía. “La Carrá” ha fallecido hoy a los 78 años.
Su carrera artística en Italia se inició a fines de los años 60 y se consolidó rápidamente a comienzos de los años 70. Cuando su fama empezaba a apagarse en Europa, renació como novedad refrescante en Hispanoamérica en la segunda parte de la década de 1970. Así se convirtió en una diva, en un ídolo de masas. Porque eso era Raffaella Carrá: una madonna en italiano y español, un idioma que lo hablaba muy bien.
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Su estilo a lo Broadway, con toques de la música disco la hicieron muy popular entre la juventud de esos años. Ese aire bohemio italiano le daba una magia especial a su música que deambulaba con gracia entre la inocencia y la picardía latina.
LA IMAGEN DE UNA DIVA DEL CANTO Y EL BAILE
Según los especialistas, Raffaella Carrá era una de las reinas del ‘trash disco’. No había escenario en el mundo donde no la anunciaran casi con reverencia: “¡Signora, signori, Rafaella Carrá!” (o sus versiones en cada idioma).
Cuando llegó al Perú, por primera vez, en noviembre de 1979, el país se paralizó. Estábamos a punto de salir de una larga dictadura militar, y vimos llegar al aeropuerto Jorge Chávez a una espigada mujer italiana que sonreía a diestra y siniestra y desarmaba a todo un país.
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Sus presentaciones en el teatro y en el Canal 5 dieron luz y vida a una Lima gris, aburrida y algo necesitada de alegría y energía musicales. Eso fue lo que trajo Raffaella Carrá al Perú. Sus shows eran escenarios repletos de colores dorados y plateados, y gustaba de añadir allí detalles escenográficos como flores y teléfonos gigantes, cosas que solo eran capaces de salir de la mente de esta artista excepcional.
Su primer éxito musical fue el simple “Tuca tuca”, pero de allí se hizo cada vez más arriesgada tanto en letra y música como en el aspecto escenográfico. Su debut fue en el programa de televisión italiana “Io, Agata e té”, pero aquel fue como un entrenamiento para un volcán en el escenario como era “La Carrá”.
Ya en el Perú, Raffaella Carrá rompió el mercado musical con temas clásicos como “Fiesta” y “0303456...”, o también con el hit “En el amor todo es empezar”. A esto, la sensual rubia le sumaba unos ajustados pantalones de ballet, o de licra o pantalones acampanados, al igual que sus ocho o diez simpáticos y elásticos bailarines.
Condujo programas de televisión como el “Show de Raffaella”, pero especialmente el recordado “Ciao Raffaella” o su versión española “Hola Raffaella”, el cual dio pie a muchas imitaciones. Como conductora de televisión, sin duda fue la inspiración del programa top de los años 80 en el Perú, “Aló, Gisela”. Luego haría otros programas como “Carrámba che Sorpresa” y “Carrámba che Fortuna”, donde había premios en efectivo y “sueños cumplidos” para los televidentes.
La presencia en el Perú de Raffaella Carrá, que llegó sin discusión hasta mediados de los años 80, renació musicalmente hablando a finales de la década de 1990, luego de un largo silencio. Las discotecas reponían sus éxitos y ya era un clásico en cualquier sitio su hit: “¡Para hacer bien el amor hay que venir al sur!”, una canción que causó que, en los años 70, la dictadura militar de Chile la vetara.
Quizás por ello, a modo de compensación, en 1982, cuando aún estaba la dictadura de Pinochet en el poder (aunque ya algo debilitada políticamente), Raffaella Carrá fue elegida Reina del Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar.
Luego de unas visitas a Argentina y Chile en setiembre de 2005 (en el país gaucho estuvo de invitada en el programa de Diego Armando Maradona, “La noche del 10”), Raffaella Carrá se acordó del Perú y pisó nuestra tierra el 27 de octubre de ese mismo año.
Fue una visita privada, es cierto, pues la diva italiana solo vino a conocer a sus ahijados peruanos (amadrinó a dos niños peruanos a través de una ONG española); y luego haría un poco de turismo conociendo la Ciudadela de Machu Picchu, en el Cusco.
Para entonces tenía 62 años y aunque advirtió que su llegada era privada, por asuntos familiares y personales, cuando llegó al aeropuerto peruano su carácter abierto y su simpatía pudo más en ella que cualquier advertencia.
Conversó un poco con la prensa y llegó a decir, a viva voz: “¡Lima me encanta!” y “He venido a conocer a mis ahijados”. Luego enrumbó al hotel Marriot en Miraflores. Hacía casi 20 años que no tocaba suelo peruano y de aquí se fue a Madrid, España, y día después volvería a su casa en Roma, donde ha muerto a los 78 años.
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