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Cómo un joven peruano rompió el récord mundial de escritura a máquina en 1956 | IMÁGENES
Su nombre era Víctor Manuel Avendaño y tenía solo 23 años. Su esfuerzo extraordinario de escritura se realizó en la agencia de un banco, en pleno Centro de Lima, a finales de 1956. No hubo una mejor forma de cerrar ese año.
Estudiante de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Víctor Manuel Avendaño era un joven capaz de imponerse retos más allá de sus fuerzas. Poseía el tesón de un luchador de la vida, y siendo así puso su mirada en batir el récord mundial de escritura en una “máquina de escribir”. Ese récord se había impuesto poco antes en los Estados Unidos, y era de 26 horas de tecleado ininterrumpido. Aquel domingo 30 de diciembre de 1956, por la tarde, Víctor Manuel hizo historia al llegar a las 30 horas sin parar escribiendo en esas populares máquinas de metal y cinta azul o negra.
Era un aplicado estudiante universitario, pero también un joven práctico y ejecutivo. Víctor Manuel Avendaño Cánepa decidió aprender mecanografía cuando aún estaba en el colegio. Le fascinaba el sonido de las teclas, el avance del papel, el timbrecito cuando se llegaba al final de cada línea. Así, muy cerca de su casa, en la avenida Tacna, en el Cercado de Lima, se matriculó en unos cursos de mecanografía veloz, donde aprendió a escribir no solo con rapidez sino además con resistencia de horas en el teclado.
El joven sanmarquino tenía mucha disciplina, carácter y voluntad, quizás provenientes de su paso por el Ejército Peruano, donde sirvió hasta conseguir el grado de Sargento primero en el arma de Artillería. En ese ámbito, Víctor Manuel Avendaño también cumplió labores de oficina, y puso en práctica su inagotable talento mecanográfico.
Ese año de 1956, el 2 de junio, Avendaño Cánepa había cumplido 23 años. Y entonces decidió participar de un juego que pondría a prueba sus propias fuerzas. En los Estados Unidos se había impuesto una marca mundial de escritura en máquina que llegó a las 26 horas ininterrumpidas. Pero él no solo quería romper esa marca, quería superarla por cuatro horas más, es decir, llegar a las 30 horas. Para eso, desde ese mes de junio entrenó a conciencia.
“Muchas horas pasó en su domicilio ‘tecleando’ para lograr un buen estado físico y fortalecer los músculos de los brazos”, indicó el viejo cronista de El Comercio. Dos días antes de cumplir su objetivo, Avendaño se concentró en lo que debía hacer, y no salió ni habló con nadie. Su esposa María Angélica Ahumada cuidó que nadie lo molestara, ni siquiera los llantos de la pequeña bebé María Edith, de mes y medio de nacida, ni las travesuras del pequeño Manuel Enrique, de un año.
Muy temprano, el sábado 29 de diciembre de 1956, los organizadores del concurso de récord mundial lo citaron en la agencia del Banco Continental, ubicada en la avenida Camaná, en el Centro de Lima. En esas oficinas, instalaron una silla y una mesa cómodas, y sobre esta última una típica máquina de escribir de esos años, ni antigua ni ultramoderna. Una como la que usaban en cualquier oficina o redacción de un periódico de mediados de los años 50.
Ante la expectativa del público, la agencia del Banco Continental permaneció abierta toda esa jornada. Avendaño empezó su tarea a las 7 de la mañana del 29 de diciembre de 1956, y no dejaría la silla, la mesa ni la máquina de escribir hasta la tarde del domingo 30 de diciembre.
RÉCORD MUNDIAL DE ESCRITURA A MÁQUINA: AVENDAÑO NO SE RINDIÓ
Delgado, cabello ensortijado, moreno y con lentes; camisa blanca manga corta y corbata. Así se veía Víctor Manuel Avendaño Cánepa ese día. Podía ser un genio o simplemente un fanático de la mecanografía, lo cierto era que se trataba de un hombre de objetivos claros. Inició su tarea con energía y la mantuvo en alto casi todo el día que se dedicó a teclear. Ese sábado 29, mientras la mayoría de limeños se dedicaba a pasear, comer o conversar en esquinas, parques y calles, un joven estaba retándose a él mismo en el centro de la capital.
El Comercio informó al día siguiente que, alrededor de las 8 de la noche, cuando se habían cumplido las primeras 13 horas de resistencia mecanográfica, “se pudo apreciar que Avendaño conservaba su ritmo inicial”, lo cual ya era increíble de creer. “La fatiga aún no se había manifestado, a pesar de que en este plazo escribió 78 hojas de papel de oficio, a un sólo espacio, las que representan 147 páginas de un libro”, reseñaba el diario decano. (EC, 30/12/1956)
El jirón Camaná estaba inquieto. La gente merodeaba esa esquina del banco y esperaba que el joven Avendaño lograra el éxito. Mientras tanto, este andaba rodeado de un enfermero, quien le limpiaba la frente y el rostro del sudor, y un médico de la Inspección General del Ejército; y era observado también por un funcionario del Ministerio de Educación y por los empleados de la Casa Murdoch S.A., una de las empresas auspiciadoras del evento.
Víctor Manuel sudaba y sudaba (ya era verano), con los músculos de sus brazos tensos y sus dedos que parecían multiplicados por cien. Hasta ese momento de la noche del sábado 29 de diciembre de 1956, el candidato a romper ese récord mundial había ingerido solo “una pastilla de vitamina y agua, la cual empleaba para humedecer los labios”. (EC, 30/12/1956)
Todos sabían -o suponían- que las horas realmente complicadas serían las de la madrugada del domingo 30 de diciembre. Pero Avendaño superó esas horas en que sintió el verdadero cansancio. Pese a que cambiaba sus lentes de miope cada 15 minutos, debido a que se empañaban por el sudor y la respiración, su mente estaba súper enfocada en un fin: pasar las 26 horas.
A las 9 de la mañana del 30 de diciembre, casi sin darse cuenta, había cumplido con pasar las 26 horas del récord mundial de entonces, y muy bien pudo haber dejado la máquina de escribir a esa hora. Pero no quiso hacerlo. Avendaño debía cumplir con su meta inicial de las 30 horas ininterrumpidas de puro tecleado.
Llegó la hora 27, a las 10 de la mañana; la hora 28 a las 11, y a las 12, la hora 29. Era un esfuerzo brutal. Avendaño era un monstruo del teclado mecánico. La máquina de escribir parecía estremecerse, ya no daba más y parecía rendirse a la fuerza de voluntad del joven. Hasta que llegó a las 30 horas, a la una de la tarde. Misión cumplida.
El peruano, nuevo récord mundial, estaba agotadísimo, pero satisfecho con su logro. Víctor Manuel Avendaño Cánepa era la noticia de día. Sus primeras declaraciones para El Comercio lo decían todo: “Las horas de la noche fueron las peores enemigas, pero felizmente conseguí vencer el sueño y el cansancio”, dijo el intenso mecanógrafo, apenas se levantó de la máquina de escribir. De pronto, cuando todo parecía normal, Víctor Manuel sufrió un ligero mareo, entendible después de 30 horas de teclear hacer temblar la máquina.
El público al verlo tambalearse, no dudo en darle fuerza con aplausos y vivas. Avendaño reaccionó mejor ante esa muestra de aliento de la gente. Igual, el personal médico del Ejército lo llevó a que lo revisaran en el tópico instalado dentro de la oficina del banco.
El genial mecanógrafo peruano, Víctor Manuel Avendaño recibió varios premios de casas comerciales auspiciadoras. Se calculó que lo que iba a entregarse al joven y nuevo récord mundial llegaría a sumar unos 50 mil soles de esos años.
RÉCORD MUNDIAL DE ESCRITURA EN MÁQUINA: RECUERDOS DEL HIJO DE AVENDAÑO
Nos comunicamos con Manuel Enrique Avendaño Ahumada (1955), hijo del “recordman” peruano, quien compartió con nosotros lo que vino años después para Víctor Manuel, su padre. Si bien no recuerda nada del evento de diciembre de 1956 (apenas tenía un año y tres meses), tiene en su memoria haber ido alguna vez al cine de niño y visto antes de la cinta principal, un micronoticiero con partes del video de su padre en ese instante de gloria. Sin duda, fue un suceso que se recordaba aún a fines de los años 50 y comienzos de los años 60.
En el momento que batió el récord mundial de escritura en máquina de escribir, el joven tenía dos hijos pequeños: Manuel Enrique (nuestro entrevistado) y la pequeña María Edith (1956); pero luego vendrían en 1959, Ada Hermelinda, y en 1966, Víctor Manuel.
Manuel Enrique, el mayor de los Avendaño Ahumada, hoy un reconocido periodista de “La Prensa” de Nueva York, afincado en los Estados Unidos desde hace casi cuatro décadas y presidente de la Asociación Nacional de Periodistas Hispanos (NAHJ), Capítulo de Nueva Jersey (NJ Chapter), nos relata que su padre desarrolló una carrera fructífera en el mundo del periodismo radial y la naciente televisión, en donde realizó tareas de libretista y editorialista. Fue un comunicador nato.
Víctor Manuel Avendaño Cánepa se ganó la vida haciendo los libretos de los programas del Canal 5, como “Danzas y Canciones del Perú”, que conducía el “Carreta” Jorge Pérez y Tania Libertad. Su hijo, Manuel Enrique, nos cuenta una simpática anécdota: su padre era amigo del famosocompositor criollo Augusto Polo Campos, y este, en algún momento, le pidió que le enseñara a hacer libretos para los programas de TV. Con gusto lo hizo, y luego Polo Campos haría los conocidos libretos de Tulio Loza.
“Trabajó, además, en el diario ‘La Tribuna’ y después en ‘La Prensa’, y fue redactor en Radio Continente, Radio Victoria, Radio Unión, Radio Libertad, donde tuvo su propio espacio ‘La Voz de Libertad’, donde implantó un estilo radial analizando por primera vez las portadas de los diarios de Lima”, contó Manuel Enrique Avendaño.
En Radio Victoria, justamente, creó la famosa columna “Nos Preocupa” en Radioperiódico El Mundo del inolvidable Juan Ramírez Lazo. Fue todo un editorialista, Víctor Manuel Avendaño Cánepa, el mismo que, de joven, había deslumbrado al Perú y al mundo con sus 30 horas redactando sin parar en su máquina de escribir tantas hojas que pudo haber escrito, allí mismo, hasta dos libros.
En este episodio de Cuenta la Historia, se narran detalles de la construcción de uno de los íconos arquitectónicos de Lima, el edificio del Diario El Comercio.
Para ello, Gonzalo y el abuelo se remontan a 1919, año en que una turba instigada por el entonces presidente Augusto B. Leguía atacó e incendió parte del local donde funcionaba la redacción de El Comercio.
En respuesta, don José Antonio Miró Quesada ordenó construir un nuevo edificio en la misma locación, que sea tan imponente como una fortaleza.
Este año, la casa de El Comercio cumple 100 años de inaugurada y lo celebramos rememorando algunos momentos y personajes históricos que pasaron por ahí.