El 17 de marzo de 1958 el puerto del Callao estaba alborotado. Esa mañana llegó un buque-escuela de la marina española. Nada extraordinario, diría alguien, a no ser que en esa nave, construida en los astilleros de Cádiz en 1928, venía un joven de sangre noble, un aristócrata naval: el cadete Juan Carlos de Borbón, príncipe de Asturias y heredero real en una España sin rey entonces.
El buque tenía el nombre de un gran aventurero español, que completó la vuelta al mundo del mítico Magallanes: “Juan Sebastián de Elcano”. La nave, en realidad un barco velero -de los pocos que hacían aun esos viajes transoceánicos- venía de participar en una “concentración naval internacional”, en el mar de los Estados Unidos.
Juan Carlos, hijo de Juan de Borbón y Battenberg, conde de Barcelona, y de la princesa María de las Mercedes de Borbón y Orleans, así como nieto del último rey Alfonso XIII, llegaba con tan solo 20 años al Callao. Era un correcto guardiamarina, pero muy popular en cada puerto que tocaba su buque-escuela.
Estaba planeado que el príncipe se formara en las tres academias militares, antes de estudiar en la Universidad. De la Armada estaba previsto que pasaría a la Academia aérea. Este viaje era el que debía dar dentro de sus prácticas reglamentarias.
JUAN CARLOS DE BORBÓN LLEGA AL CALLAO
El elegante buque-escuela Juan Sebastián de Elcano había llegado al Callao en dos oportunidades anteriores, en 1933 y 1952. Pero desde el lunes 17 de marzo de 1958 estaría en nuestro país siete días, hasta el domingo 23 de marzo de 1958 (en realidad permaneció hasta el lunes 24). Con la nave a la vista, la prensa pudo ver al príncipe en la cubierta antes de que se retirara.
A las 7 y 30 de la mañana, se vio de cerca en el Callao al imponente buque-escuela de cuatropalos. Dos lanchas, una con autoridades navales del Perú, y otra con el embajador de España y otros funcionarios, llegaron hasta el mismo buque visitante.
La ceremonia de recibimiento incluía la banda de música de la Escuela Naval tocando los acordes de los himnos nacionales de España y Perú. Los reporteros pudieron ver al príncipe español observando en el puente de mando. Alto y con prismáticos colgándole del cuello, Juan Carlos de Borbón vio cómo un grupo de sacerdotes buscaban saludarlo y subieron al buque, pero no lo pudieron hacer por la negativa del Capitán de Corbeta, que era como su preceptor.
Este oficial lo cuidaba y determinó que el muchacho no iba a dar ninguna declaración. Ni sus compañeros pudieron decir nada de él. Se sabía que, en su promoción, Juan Carlos era el único de la nobleza española, pero esto no significaba ningún privilegio. En el buque-escuela era uno más de los cadetes. Así pasaron los primeros minutos del futuro rey en el Callao, entre saludos y venias de las autoridades navales y del ministro de Marina peruano.
EL FUTURO REY DECLARA EN EXCLUSIVA PARA EL COMERCIO
A las 5 de la tarde, de ese día, se dio la conferencia en el mismo buque-escuela. Pero El Comercio pudo acceder por unos minutos a la cabina del capitán donde se refugió Juan Carlos y conversó con él ampliamente. “Mirada noble y abierta”, fue la primera impresión que dejó en el cronista de este diario. Luego “cierta timidez en sus ademanes”. Estaba muy contento de estar en el Perú.
-¿Qué impresión le ha causado nuestro país?, le preguntó el cronista.
- Muy grata. Estoy contento al ver el gran cariño que existe hacía la Madre Patria.
-¿Bonita Lima?
-Es una ciudad muy interesante, tiene unas preciosas vistas al mar. Pero creo que todavía no está hecha. Es una ciudad con enormes posibilidades para el futuro y con grandes recuerdos de España. Francamente me encuentro como en mi tierra.
-¿Le gustaría conocer el Cusco?
-Tengo un enorme interés en conocerlo. Pero como no será esta la última vez que venga al Perú, espero tener otra ocasión. Los relatos sobre el Perú siempre me han dejado una gran inclinación a este país en el que tanto se nos quiere. Creo que en muchas cosas guardan las costumbres hispanas mejor que nosotros, e inclusive a veces su lenguaje es más puro.
-Antes le preguntamos por Lima. ¿Qué nos dice ahora de las limeñas?
-¡Muy guapas!, tienen unas facciones perfectas. Mejor ponga lindas, como dicen aquí.
Siguió conversando el príncipe de Asturias ya en confianza, relajado, y hasta admitió que pese a lo recargado de su agenda, se ha acostumbrado a ella. Le gustaba la equitación y la navegación, y le encantaba la música española y clásica. “Todo buen músico no puede nunca tener malos instintos”, dijo, muy convencido. Amante de la historia, Juan Carlos de Borbón disfrutaba escuchar su idioma en todo un continente: “Es como hallarse en casa, una gran satisfacción”.
-Cómo parte de la juventud española, ¿cómo ve el destino histórico de España?
-España, debido a su “vejez” es un pozo de muchos años, de una gran labor cultural. Siempre, a la fuerza, tendrá que desparramar por el mundo un modo de ser, una moral y una cultura, que precisamente los pueblos hispanos saben apreciar, y ellos mismos desparraman a su vez por el mundo su formación hispánica. Cervantes sigue vivo hoy en la América Española.
El martes 18 de marzo de 1958, el lector de El Comercio pudo disfrutar de esta entrevista y de la visita aun por varios días del simpático príncipe. Luego de la charla, el invitado naval dejó estampado en un papel un saludo especial y un encargo para el diario decano:
“Al diario El Comercio, encargo salude a todos los peruanos con mucho afecto. Juan Carlos de Borbón, Príncipe de Asturias. 17 - III – 58”. Así fue el generoso saludo del “vertical” y correcto noble español.
EL PRÍNCIPE ENTRE MARCHAS, FIESTAS Y CEREMONIAS
En la mañana del martes 18 de marzo, los guardiamarinas españoles homenajearon al héroe naval peruano Miguel Grau, en el monumento frente al Paseo Colón, en el centro de Lima. Marcharon desde allí hasta la plaza San Martín, donde dejaron arreglos florales al monumento del libertador; y, por último, marcharon directo a la estatua ecuestre del conquistador Francisco Pizarro, cuyo monumento estaba entonces al costado del Palacio de Gobierno.
El abanderado fue Juan Carlos de Borbón, quien marchaba pétreo en la ubicación central del batallón. Eso permitió a los limeños reconocerlo fácilmente y aplaudirlo con admiración y respeto. Serio, concentrado, con la espada al lado, lucía el pabellón tradicional inclinado sobre el hombro.
Hospedados en la Escuela Naval, los siguientes días hubo una sucesión de reuniones sociales, especialmente en la embajada de España, en honor a los oficiales y guardiamarinas. Pero también bailes sociales en la propia Escuela Naval, que organizaron los cadetes peruanos; o almuerzos con personajes de la política local, el más recordado fue con el presidente de la República, Manuel Prado, el miércoles 19 de marzo, en el salón de oficiales del buque-escuela. Ese mismo día, Juan Carlos practicó esquí acuático, uno de sus deportes favoritos. Por la mañana, más temprano, hubo una misa en la propia cubierta del buque.
El cuarto día, el jueves 20 de marzo, seguiría su propia rutina: por la mañana, Juan Carlos de Borbón visitó el antiguo local del Hogar Clínica San Juan de Dios, en Magdalena del Mar; conversó con los niños discapacitados y con un grupo de pobladores de la selva peruana que vivían allí circunstancialmente. Hacia la una de la tarde, el príncipe se unió al grupo para acudir a un segundo almuerzo que el presidente Prado les ofreció en un salón del Palacio de Gobierno.
Por la noche, la casa del embajador de España, Antonio Gullón Gómez, en Barranco, abrió sus puertas para agasajar a los huéspedes ilustres de la ciudad. Según El Comercio, asistieron esa noche de gala “unas dos mil personas, en medio de un ambiente elegante, con bares en los jardines”. La cita se prolongó hasta las primeras horas de la madrugada del viernes 21. Juan Carlos se retiró mucho antes.
EL PRÍNCIPE PRESENTE EN EL REGRESO DE LAS RELIQUIAS DE GRAU
El quinto día fue especial, pues ese viernes 21 de marzo regresó la comisión de cadetes y oficiales navales peruanos que fueron el día anterior a Chile para traer del país sureño, en cuatro cofres, una parte de la tibia del almirante Miguel Grau y otras reliquias de nuestro héroe como su libro “North Atlantic”, dos escapularios, charreteras bordadas de oro de su uniforme de gala y dos cintas, una de color morado y otra blanca, con el lema impreso en estas de “Honor y Gloria a los Héroes de la Patria”.
En la tarde, en la ceremonia de recibimiento realizada en la propia Escuela Naval asistieron los guardiamarinas hispánicos, y en primer lugar Juan Carlos de Borbón. La caravana que transportaba desde el aeropuerto de Limatambo estos significativos recuerdos hacia La Punta estaba encabezada por el presidente Manuel Prado. Los cadetes españoles se formaron en línea, en gesto de respeto y admiración. A su costado, lo mismo hacían los cadetes navales del Perú.
Esa misma noche, como venía ocurriendo muy frecuentemente, los cadetes visitantes y Juan Carlos, por cierto, asistieron a una cena-fiesta ofrecida por Manuel Mujica, presidente del Instituto Peruano de Cultura Hispánica. El príncipe de Asturias tuvo el honor de conocer allí a nuestra Miss Universo 1957 Gladys Zender.
El último día antes de zarpar, el sábado 22, la prensa informó que Juan Carlos de Borbón y sus compañeros visitarían los principales museos y lugares más interesantes de Lima. Entre estos, destacó la incursión que hicieron, muy temprano, en el Centro de Entrenamiento Naval del Callao, donde fueron guiados por los oficiales peruanos. También recorrieron el Servicio Industrial de la Marina (SIMA) y la Segunda División de Submarinos. Almorzaron ese día en el Club Naval de La Punta.
LA TRAGEDIA CUBRIÓ LA PARTE FINAL DE LA VISITA REAL
El domingo 23 de marzo de 1958 estaba coordinado que el buque-escuela Juan Sebastián de Elcano partiría del Callao a las 5 de la tarde. Pero no lo pudo hacer ese día, debido a dos razones: la desaparición de un marinero y la muerte de otro. Eran parte de la tripulación del buque-escuela. La tragedia les llegó de la manera más brutal.
Manuel García Fernández, marinero de 21 años, había desaparecido en la noche del viernes 21 de marzo. La Policía no pudo encontrarlo ni el sábado ni el domingo. Algunos testigos indicaron que García se había ido con una mujer del puerto por voluntad propia. En pocas palabras, decidió quedarse en Lima, al menos por un tiempo.
Pero lo peor vendría luego. La madrugada del domingo 23 otro miembro de la tripulación, el marinero Jesús Aguiar Lague, aun con su uniforme blanco, aparentemente ebrio, cayó al mar y se ahogó en las inmediaciones del muelle de reparaciones, frente al gran velero español que llevaba al futuro rey de España.
Un buzo del buque-escuela y otro buzo peruano colaboraron en el rescate y pudieron sacar el cuerpo recién hacia el mediodía de ese fatídico domingo, justo cuando un numeroso público empezaba a visitar la nave. Se determinó que fue un accidente, aunque no se descartó un suicidio. Aguiar fue velado y enterrado en el cementerio José Baquíjano del Callao, a las 10 de la mañana del lunes 24 de marzo.
Por ese motivo, la partida del buque se pospuso para ese día lunes 24, en la tarde. Así todos pudieron asistir a las exequias del infortunado marinero. Juan Carlos de Borbón también estuvo presente en el camposanto y lucía conmovido como todos sus compañeros. Fueron dos bajas lamentables para el Juan Sebastián de Elcano.
El buque-escuela, que dejó huella entre las visitas reales a Lima, partió del Perú con dirección a Colombia con una pena en el alma y la bandera española a media asta. El público chalaco y limeño los despidió en el muelle agitando decenas de pañuelos blancos.