De este grupo de humoristas mexicanos, al único que vi –y a veces busco en YouTube– es al chato del extremo derecho, el gran Roberto Gómez Bolaños, Chespirito. Es, sin duda, el más famoso de los tres. Pero en julio de 1961, cuando tomaron esta fotografía en el bar del hotel Bolívar (el Grill Bolívar), las celebridades eran los otros dos: Marco Antonio Campos –con pajarita– y Gaspar Henaine –con un cigarro en la mano izquierda–, más conocidos en el ambiente del espectáculo como «Viruta y Capulina». Según mis papás, este último era una auténtica celebridad continental; en los años setenta ganó enorme popularidad como comediante, era un tipo risueño, de voz gruesa, muy querido, que solía usar un sombrero bombín que en la imagen no lleva.
En 1961, Chespirito tenía treinta y dos años, pero aún faltaba una década para que aparecieran el Chavo y el Chapulín, los personajes que lo consagraron. Él acompañaba a Campos y Henaine en sus giras en su calidad de autor de guiones y rutinas cómicas; también hacía las veces de apuntador, pero muy rara vez salía a escena. Tan anónimo era por entonces el querido Gómez Bolaños que, en la leyenda de la foto, el redactor de la nota para El Comercio escribió: «…Viruta y Capulina acompañados de su libretista». Mírenlo, con los ojos tímidos, casi escondiéndose detrás de la guitarra y de ese traje aburrido, muy alejado del vestuario con el que toda Latinoamérica lo recuerda. En la imagen, el brazo de Capulina lo dice todo: quiere integrar a su pequeño amigo, quiere que la inteligencia de ese hombre esmirriado sea reconocida por todos, quiere hacerlo sentir parte del conjunto. Era la primera vez que Gómez Bolaños visitaba el Perú. En la siguiente ocasión viajaría con el elenco del Chavo, pero para entonces ya era un ídolo absoluto.