Pasaban las 10 de la mañana del martes 27 de marzo de 1984, cuando diez internos del penal El Sexto, los más avezados, se amotinaron con una furia nunca antes vista. Los hechos ocurrieron después de la “paila” matutina, y a ellos se sumaron un grupo que aprovechó la situación para hundirse aún más en la violencia. Las paredes del antiguo penal de la avenida Bolivia, en el centro de Lima, retumbaron como si una guerra hubiera estallado.
Durante 15 horas cundió allí el más absoluto abuso, la más terrible miseria humana y los más tremebundos actos de maldad, lo cual se extendió a todo el país con la transmisión -en vivo y en directo- de los canales de televisión nacional. Fue un día de pesadilla y muerte, en medio de un Perú que ya se estaba desangrando en otras partes como en Ayacucho por las acciones terroristas de Sendero Luminoso.
Los amotinados tomaron como rehenes a 12 personas, nueve de ellas entre trabajadoras sociales, abogados, psicólogas, secretarias, entre otros, quienes salieron vivos pero con múltiples heridas. Otros dos fueron víctimas de lo irracional: Carlos Rosales Arias, fallecido el 2 de abril por un paro cardíaco en el hospital (él fue torturado y quemado vivo ese día por Víctor Ayala Rojas ‘Carioco’) y Rolando Farfán Cassia, baleado mortalmente a quemarropa por José Zavaleta Gonzales ‘Beto’, el único que tenía una pistola.
Fueron rehenes también tres reclusos: el narcotraficante Guillermo Cárdenas Dávila ‘Mosca Loca’, Eduardo Nuñez Baraybar, implicado en tráfico de estupefacientes, y el terrorista senderista Antonio Díaz Martínez. De los tres, solo murió ‘Mosca Loca’.
Cabecillas y salvajismos
Dos delincuentes: José Luis García Mendoza ‘Pilatos’ y Eduardo Centenaro Fernández ‘Lalo’ (el que acuchilló a un empleado penitenciario que logró huir) fueron los cabecillas más conspicuos. 'Pilatos' y 'Lalo' no salieron vivos del penal. Otros dos internos, también cabecillas, fueron abatidos: se trató de José Luis Sakoda Larrea ‘Chino Sakoda’ y, el peor de todos, Víctor Ayala ‘Carioco’. También cayeron José Zavaleta ‘Beto’ y la mayoría de los amotinados en la madrugada, ya sea por venganzas internas o por las certeras balas de los miembros del batallón de la Guardia Republicana ‘Yapan Atic’ (“Los que todo lo pueden”), los cuales se ubicaron sigilosamente desde la tarde de ese día en los edificios aledaños al penal.
Los reclusos habían sorprendido a un agente penitenciario a quien hirieron en el muslo izquierdo con una chaveta, con el fin de entrar al tópico de readaptación del penal. Allí se parapetaron. Estaban proveídos de tres petardos de dinamita, una pistola, cuchillos y trozos de botellas. Ellos actuaron con una desesperada violencia contra los rehenes.
Al tener un televisor dentro del penal, los amotinados supieron de inmediato que eran filmados en vivo por la televisión local, especialmente por el Canal 5 y Canal 4, a los que se sumaron los demás medios televisivos de reciente aparición (canales 9 y 2). Así, los hampones empezaron a actuar con más ensañamiento contra las víctimas. Los sacaban uno a uno frente a un muro y, con afilados cuchillos, los herían y en algunos casos los quemaban vivos tras echarles kerosene. Según los medios de comunicación de entonces, llegaron al extremo inhumano de mostrar improvisados carteles donde expresaban amenazas y advertencias de muerte que habrían escrito con la propia sangre de sus cautivos.
Ese sadismo con los trabajadores dio pie a especulaciones periodísticas que indicaban que los reos parecían estar vengándose de los funcionarios penitenciarios por algún asunto personal. El morbo popular se exacerbó con las imágenes de sangre y terror que quedaron grabadas en la memoria de millones de peruanos.
El público observó estupefacto los sangrientos sucesos desde los televisores de sus casas o desde los instalados en las tiendas del Jirón de la Unión del centro de Lima o de la avenida Larco en Miraflores. Esa larga tarde, los medios televisivos nos bombardearon con esas desgarradoras imágenes desde el penal limeño. A las 9 y 50 de la noche, grupos especiales de las fuerzas policiales fueron filtrándose en el local carcelario. Se acercaba el fin.
Rescate a sangre y fuego
Los agentes entraron en la cárcel camuflados en algunos autos para reducir a los amotinados. Actuaron valientes miembros de la Guardia Civil, pero especialmente de la Guardia Republicana, la cual terminó la incursión y el rescate. Sus francotiradores dieron los primeros disparos letales y luego los inundaron con gas lacrimógeno.
Desde el mediodía, reporteros, fotógrafos y camarógrafos de televisión habían invadido la azotea del Colegio Nacional "Nuestra Señora de Guadalupe", ubicado frente al penal. En la noche, los reclusos heridos salieron arrastrados por los guardias y los muertos eran bultos que hacían cola para ser evacuados. Según fuentes policiales, ‘Pilatos’ se suicidó en el interior del tópico de readaptación. Ya dentro, y dominada la situación, la Policía pudo comprobar que el narcotraficante ‘Mosca Loca’ fue asesinado a manos de sus numerosos enemigos dentro del penal.
Mientras las horas pasaban ese 27 de marzo, cientos de familiares de los internos habían pugnado por acercarse y saber de sus hijos o padres encarcelados. Nadie sabía exactamente si estos estaban entre los amotinados o simplemente habían sido también víctimas de las desgraciadas circunstancias de esa jornada. Dos días después de la sangrienta reyerta, el diario “El Comercio” informó con precisión, en un balance macabro, que las cifras finales eran 20 reclusos y dos rehenes muertos, así como 10 heridos.
Para muchos medios, y para la propia opinión pública peruana, el hecho sangriento pudo haberse evitado, puesto que dos de los cabecillas del motín, ‘Pilatos’ y ‘Lalo’ habían protagonizado en la carceleta judicial, en el Palacio de Justicia, el 2 de marzo de ese mismo año, una reyerta para evitar ser enviados al penal de Lurigancho. Para ello tomaron como rehenes a un guardia republicano y un agente forense por 27 horas, exigiendo ser devueltos a El Sexto.
Pese a ello -algo que ya marcaba la conducta desesperada de ambos criminales-, no se les condujo a un penal de mayor seguridad. El Sexto era el penal que estos internos necesitaban para protagonizar el peor escándalo penitenciario de esa década en el Perú.
El 8 de marzo de 1986, el gobierno cerró, en forma definitiva, el tristemente célebre penal de El Sexto, que fue construida en 1910 en un solo piso para ser un albergue infantil, dirigido por unas monjas. La historia empezaría cuando el dictador Augusto B. Leguía lo convirtió, en los años 20, en un tétrico local penitenciario.