El atentado a los edificios “San Pedro”, “Tarata”, “Residencial Central”, “El Condado” y “San Carlos”, en la calle Tarata de Miraflores, fue el más sangriento que Lima sufrió en los 12 años de terrorismo. El 16 de julio de 1992 la historia fue trágica, pero también significó el corolario de siete meses de infierno para la ciudad capital. Aquí un apretado recuento de esas nefastas jornadas.
El terrorismo de Sendero Luminoso en Lima actuó con incontrolable insania ese año de 1992. Entre enero y julio, los delincuentes del terror hicieron estallar 37 carros-bomba en la capital. En la segunda cuadra del jirón Tarata, en Miraflores, explosionó un automóvil cargado con 400 kilos de anfo y dinamita; el segundo coche-bomba lo hizo en la esquina de Tarata y Alcanfores. Pero esa noche del jueves 16 de julio se sucedieron otras explosiones en distintos lugares de la ciudad.
Las noticias se multiplicaban, y señalaban que en Villa María del Triunfo una torre de alta tensión había sido derribada por un comando terrorista. El hecho ocurrió en el asentamiento humano Nueva Esperanza, donde hubo tiroteos contra la comisaría del sector.
En ese sector de Villa María del Triunfo, a una cuadra del puesto policial, los terroristas habían ubicado una camioneta con otros 400 kilos del mismo material explosivo que el de Tarata. Pero ese auto bomba, a Dios gracias, fue oportunamente desactivado. Pero no sólo en el cono sur de Lima hubo terror, también sucedió en el primer puerto, donde las detonaciones tuvieron como objetivo la comisaría del Callao, en la urbanización Ramón Castilla.
La Victoria, uno de los distritos más populosos, también sufrió el acoso terrorista en dos sectores: un atentado que remeció las instalaciones del Banco Latino, ubicado en el cruce de Parinacochas y México; y el otro fue un estallido ensordecedor que ocurrió en el grifo del jirón Huánuco con Isabel La Católica. Fueron actos delincuenciales debidamente coordinados. Pero Tarata costó la vida a 25 personas, e hirió a 155 vecinos. Trescientas sesenta viviendas fueron afectadas.
En Miraflores no solo fueron afectados los edificios citados (”San Pedro”, “Tarata”, “Residencial Central”, “El Condado” y “San Carlos”); en igual o menor medida lo fueron los hoteles Las Américas, César’s y Diplomat; los bancos Continental, Crédito, Popular, Industrial, Del Sur, Interbanc, Mutual Perú; y las tiendas Mass, Scala, Studium, Galerías Persia, Le Baron, La Americana, Galerías Larco, La Pluma de Oro, entre otros ubicados a varias cuadras de distancia de la inolvidable calle.
La Policía cumplió su papel, e informó que habían sido detenidos, en los alrededores del atentado, dos presuntos terroristas: un hombre, en Shell, tras un tiroteo con vigilantes del Banco de Crédito; y una mujer, a tres cuadras de donde se produjo el estallido. La búsqueda de otros terroristas fue incesante, y daría sus frutos tiempo después. Pero esa noche nadie pudo dormir en Miraflores, ni en Lima ni en casi todo el país. Al día siguiente, viernes 17, otra carga explosiva detonaría a las cinco y media de la mañana, en la comisaría de Villa El Salvador. Esa vez fueron 150 kilos de explosivos. Quizás aquello fue la gota que rebalsó el vaso del Primado de la Iglesia Católica y arzobispo limeño de entonces, monseñor Augusto Vargas Alzamora.
Esa mañana, monseñor escribió una conmovedora “Carta abierta a Lima”, en la que expresó su dolor e indignación. Vargas Alzamora exigió a los terroristas, de la manera más directa, que no causaran más aflicción al pueblo. “¡Basta ya de destruir!”, les invocó. Ese fue el mensaje -o el grito- que todo el país sintió como suyo. Fue hace 28 años, pero es para no olvidarlo nunca.