Delincuencia de antaño: ¿cómo robaban las tenderas limeñas en una joyería de los años 30?
A inicios de la década de 1930 era todavía una novedad descubrir que mujeres avezadas se dedicaran a la delincuencia formando parte de bandas que sustraían productos de tiendas comerciales. Eran las famosas ‘tenderas’ de Lima, que llegaban incluso a robar en joyerías. Hoy son pan de cada día.
En la edición del 24 de setiembre de 1933, El Comercio abordaba un problema que para esos días era aún algo novedoso: el robo en establecimientos comerciales o tiendas por parte de bandas de mujeres o bandas mixtas, con hombres apoyando en la planificación y ejecución de los delitos. Las crónicas policiales de los diarios limeños de entonces revelaban la gravedad de este tipo de asaltos, con ‘tenderas’ y ocasionalmente ‘tenderos’, los cuales apelaban al engaño, la farsa y la rapidez de sus maniobras para lograr el robo del día.
Con una apariencia inocente o confiable, las ‘tenderas’ de los años 30 apelaban a ganarse la confianza de los vendedores o propietarios de los establecimientos, y una vez logrado esto desarrollar sus planes delictivos. El abanico de opciones para estas ‘pacientes’ delincuentes era variado.
Una variante muy popular en esa década del 30 fue que buscaban entrar a las casas residenciales para trabajar como empleadas domésticas y desde adentro planeaban “vaciar” las viviendas, incluso –como denunciaba El Comercio– con la complicidad de elementos policiales. A ello se sumaba que estas mujeres eran mayormente muy escurridizas, y con artimañas lograban evadir cercos policiales.
La mecánica de trabajo de las ‘tenderas’ pioneras
Las tiendas comerciales eran las favoritas de estas delincuentes; escogían especialmente los establecimientos mejor abastecidos y estos estaban en el Centro de Lima. Aprovechaban las horas de la mañana, y ya la policía las conocían por el sobrenombre de ‘tenderas’, pues eran mayoritariamente mujeres. Estas delincuentes se mostraban como clientes comunes y corrientes y con una astucia pocas veces vista cometían sus delitos delante de los compradores verdaderos y empleados, a quienes engatusaban o confundían con sus preguntas y pedidos caprichosos.
El diario decano anotaba que era muy común en esos tiempos –meses después del asesinato del presidente de la República, Luis M. Sánchez Cerro– que estas rateras fingieran –al ser descubiertas– que sufrían o tenían una enfermedad: cleptomanía. Todo era válido para evitar el peso de la justicia.
Sin embargo, en el caso de mujeres con antecedentes policiales y penales, estas mañoserías no eran admitidas y eran duramente castigadas por la ley. Con los años, las más avezadas ‘tenderas’ pasaban de robar ropa o utensilios domésticos a atacar joyerías, como la conocida “Joyería Murguía”.
‘Tenderas’ de alto vuelo: el robo de joyas
Pero estas mujeres no trabajaban solas. En muchos casos, confirmados por la policía de entonces, sus convivientes o parejas eran los que las habían inducido al delito. Y las protegían, convirtiéndolas en explotadas. Estos vividores formaban parte de la llamada por los diarios “delincuencia criolla”.
El auge de la “delincuencia femenina”, azuzada por una delincuencia mayor, era una preocupación que se acentuaba cada vez más en la sociedad peruana. El Comercio exigió a las autoridades policiales de esos años que acentuara las investigaciones y detenciones en ese submundo del “hampa criolla”, pues era ese, al parecer, el origen del problema.
Cinco días antes de publicarse ese informe periodístico, el 19 de setiembre de 1933 el propietario de la “Joyería Murguía” había denunciado un robo. La Brigada de Asuntos Criminales de la Policía registró su denuncia en la que señalaba que había perdido “dos relojes de oro, con sus respectivos estuches, valorizados en la suma de 250 soles cada uno”. (El Comercio, 19/09/1933).
Los empleados de la joyería declararon a la policía; ellos estaban seguros de que las autoras del robo habían sido dos mujeres, quienes minutos antes habían entrado al local para solicitar los precios y saber de la calidad de “unos relojes para mujeres”.
La modalidad no ha cambiado en 90 años. Como ahora, se trataba de “clientas” que pedían sacar los productos de las vitrinas, varios de ellos, y luego una de ellas distraía al vendedor, mientras la otra sustraía los objetos valiosos. Luego salían ambas apuradamente con el pretexto de hacer una consulta para la compra definitiva.
Así fue la mecánica que denunciaron, en 1933, los empleados y el dueño de ese céntrico establecimiento comercial. A los pocos minutos de la salida de las mujeres, los empleados percibieron que les faltaban dos de esos mismos relojes femeninos puestos sobre la vitrina, a pedido de las sospechosas.
LA INVESTIGACIÓN POLICIAL EN MARCHA: ‘TENDERAS’ ATRAPADAS
La Brigada de Asuntos Criminales tomó este caso como emblemático y puso todas sus fuerzas en actividad para lograr capturar a los autores del delito. Había antecedentes de ‘mujeres ladronas’ o ‘tenderas’, por cierto; y por la modalidad que explicaron los dependientes del negocio esa misma mecánica de ‘tenderas’ se estaba replicando en este caso.
Por ello, la policía fue en búsqueda de esas ya conocidas ‘tenderas’, a las cuales tenían –al parecer– bien identificadas. Una de esas avezadas mujeres fue Rosalía Chaten Flores, quien vivía en la calle Garibaldi, en La Victoria, donde fue detenida.
También fue capturada una segunda sospechosa: Jesús Lacotera Veliz. Esta mujer tuvo la desfachatez de ir al día siguiente del robo a la propia joyería agraviada junto a un sujeto, su conviviente, Alberto Arellano. De inmediato fue identificada por los empleados.
Las dos mujeres y el hombre fueron sometidos a duros interrogatorios policiales. Ellos negaron en un inicio todos los cargos y las acusaciones policiales; pero toda su defensa cayó en saco roto cuando los agentes policiales revelaron sus contradicciones y luego les mostraron las joyas robadas que descubrieron en las viviendas de ambas mujeres, donde estaban bien escondidas.
Ante ello, las mujeres reconocieron haber robado esos relojes de oro, e incluso Lacotera añadió, con no poca sorna, que el día que había regresado con su conviviente a la joyería, lo hizo pensando en robar más joyas, ya que pensaba confiadamente en que el dueño o los empleados todavía no se habían daba cuenta de la falta de los relojes de oro.
El Comercio cerraba este caso con las siguientes palabras: “Probado el robo con la confesión de los detenidos, la policía ha remitido a las mujeres a la cárcel de Santo Tomás y al hombre a la Intendencia. Todos a disposición de las autoridades judiciales previo al atestado de ley”.
Se acababa un caso. Pero esta historia de ‘tenderas’ tendría miles de miles de historias similares en las siguientes décadas del siglo XX y lo que lleva del siglo XXI. La historia de la ‘Joyería Murguía’ y otras de esa época solo eran las pioneras o los primeros casos de una forma de delinquir en el Perú.
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