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Tragedia en Ciudad de Dios: la historia del joven héroe que pereció ahogado y el peligro de los explosivos que amenazaron a diez niños en 1964
A mediados de la década de 1960, Ciudad de Dios en San Juan de Miraflores, junto a su vecina Pamplona, era una zona altamente poblada, donde el peligro acechaba constantemente, incluso para los niños y adolescentes que ansiaban disfrutar de su tiempo libre. A continuación, dos casos destacados en este contexto.
Ubicado en el distrito de San Juan de Miraflores, al sur de Lima, Ciudad de Dios es un barrio con una historia rica y significativa. Sin embargo, en enero de 1964, este nombre se destacó en los titulares de periódicos, en los comentarios radiofónicos y programas de televisión por dos motivos conmovedores y aterradores. Por un lado, por un acto de heroísmo al mismo tiempo desinteresado y trágico; y por otro, por el pánico que se apoderó de la comunidad al descubrir que desconocidos habían escondido explosivos letales en las cercanías, poniendo en grave peligro la vida de una decena de niños.
Mientras en Washington (EE.UU.) se anunciaba la comparecencia de Marina de Oswald, viuda del presunto asesino del presidente Kennedy, como el primer testigo ante la Comisión Investigadora del atentado de Dallas del 22 de noviembre de 1963; en el Perú, la ciudad de Arequipa se veía sacudida por continuos temblores y en Miraflores, en Lima, un perro rabioso ya había mordido a cuatro personas.
Sin embargo, las amenazas en la capital no se limitaban solo a esos casos: en San Juan de Miraflores, específicamente en Ciudad de Dios (Pamplona Baja), la sombra de la muerte y el peligro se cernían sobre los niños de esa zona sur de Lima.
LA PENOSA HISTORIA DEL ADOLESCENTE HÉROE QUE SUFRIÓ UN INFAUSTO DESTINO
Miguel Ángel Bardales Maleira, un adolescente de 14 años, llevaba una vida centrada en la escuela y su hogar, con un círculo reducido de amigos. Sin embargo, su familia le inculcó un profundo espíritu solidario que se convertiría en su sello distintivo.
En la tarde del lunes 27 de enero de 1964, en plenas vacaciones, este sentimiento lo llevó a actuar de manera heroica. Cuando se hallaba en la laguna San Juan, Miguel Ángel vio que Juan de Dios Mamani Merma, un joven de 19 años, pedía desesperadamente ayuda agitando los brazos en medio de las aguas.
Cerca de las dos de la tarde, Mamani había ingresado a la profunda laguna sin saber nadar, y se encontraba en apuros en medio del agua cuando los flacos aunque persistentes brazos de Miguel Ángel Bardales lo alzaron.
El adolescente reaccionó con una rapidez sorprendente al correr hacia el lugar. Gracias a su esfuerzo sobrehumano pudo arrastrar a Mamani a un punto seguro donde finalmente terminó de salir del agua. Sin embargo, algo inesperado ocurrió con su valiente héroe.
Miguel Ángel Bardales, el joven héroe, se halló en una situación crítica cuando sus piernas se enredaron en las plantas acuáticas que abundaban en la zona, lo que resultó en su hundimiento irremediable.
La escena cerca de la laguna se tornó aún más dramática cuando Juan de Dios Mamani logró sobrevivir y recibir ayuda, mientras que Miguel ÁngelBardales desapareció de la vista de sus familiares. Solo volvió a ser divisado dos días después, ya muerto.
El joven Bardales estaba en la laguna San Juan porque había acompañado a su familia (padres y hermanos) a pasarla bien, bañarse y jugar un poco. Fuera de la vista de ellos es que decidió ir a salvar a Juan de Dios Mamani.
Esa laguna era fatalmente peligrosa, puesto que “en su fondo existe un peligroso boquerón que succiona las aguas”. El impetuoso Miguel Ángel olvidó o no sabía eso. Para él, la laguna de San Juan no pasaba de ser un espacio para divertirse. (EC, 28/01/1964)
Así, el cuadro trágico se consumó para Miguel Ángel Bardales, cuyas nobles intenciones lo llevaron al fondo de la laguna, donde quedó atrapado por la intensa succión que emanaba del lecho lacustre.
Durante horas interminables, su familia y amigos no lograron dar con su paradero, hasta que un equipo especial de la Policía tuvo que intervenir en la búsqueda. Una “brigada de salvataje de la Guardia Civil” se involucró en la operación, aunque carecía de equipos de buceo especializados.
Después de un arduo trabajo submarino, el miércoles 29 de enero de 1964, lograron localizar el cuerpo del adolescente. Sorprendentemente, los restos no habían emergido hacia la superficie de la laguna, como se esperaba.
A las 11 de la mañana de ese día, la familia Bardales finalmente encontró un consuelo al recuperar el cadáver de su joven hijo. El teniente GC Luis Giordano Vega, a cargo de la brigada de agentes de la Guardia Civil, logró localizar el cuerpo. Este yacía “a 75 metros de la orilla de la laguna y a una profundidad de unos cuatro metros, atrapado entre el fango y el musgo”.
La tarea de rescate fue posible gracias a que Giordano Vega estaba acompañado por otros dos miembros de la GC, el Cabo Manuel González Díaz y el guardia Julio Giordano Vega (hermano del teniente). (EC, 30/01/1964).
RIESGO INMINENTE PARA DIEZ MENORES EN CIUDAD DE DIOS: LA AMENAZA DE LOS EXPLOSIVOS
Pero el trágico día del lunes 27 de enero de 1964, que vio la muerte de Miguel Ángel Bardales en la laguna San Juan por la tarde, tomaría un giro aún más sombrío horas después.
Alrededor de las 7 de la noche, en el cerro Pamplona, dos agentes de la GC, el Sargento 1º Germán Torres Mendoza y su ayudante, el Cabo Edgard Cavero Nalvarte, descubrieron a un grupo de niños interactuando con una caja grande y misteriosa.
Ambos policías formaban parte de la comisaría de Ciudad de Dios y fueron asignados a patrullar la zona colindante, es decir, la ‘ciudad de Pamplona’.
Mientras realizaban esta labor, se acercaron al cerro del mismo nombre, donde observaron a un grupo de diez niños, con edades comprendidas entre 6 y 10 años, “manipulando de manera distraída un cajón que albergaba 10 bombas de fabricación moderna, así como un igual número de bolsitas de pólvora granulada y fulminantes”, como se reportó en El Comercio el 28 de enero de 1964.
Sin perder un segundo, los agentes de la Guardia Civil actuaron con el fin de apartar a los menores del peligroso contenido, más preocupados por alejarlos que por asustarlos. Los niños, ajenos al peligro que habían enfrentado, no tenían conciencia de cuán cerca habían estado de la muerte o de sufrir graves heridas.
El hallazgo de los niños se debió a que el cajón estaba semienterrado, y esa fue “labor” del viento y de la curiosidad de los perros callejeros husmeadores. El depósito se encontraba a unos 20 metros del moderno “Reservorio de Agua” de la zona.
Tanto Ciudad de Dios como la ciudad dePamplona ya eran localidades densamente pobladas a mediados de los años 60, y una explosión con ese material hubiera tenido consecuencias catastróficas. La caja, construida de madera, pudo haber llevado a los niños a creer que contenía juguetes, dijeron los custodios.
Según los agentes de la GC, algunos de los niños ya tenían los artefactos en sus manos, e incluso uno de ellos “intentaba extraer el espolón de una de las bombas, mientras que otro acercaba una bolsa de pólvora a un pequeño fuego”, informó el diario decano el 28 de enero de 1964.
Los agentes jugaron un papel crucial en la salvación de estos niños inconscientes del peligro al que estuvieron expuestos. Posteriormente, los guardias civiles llevaron el material explosivo al puesto policial de Ciudad de Dios.
Los policías nunca dejaron de sospechar que había más cajas similares enterradas en la zona, lo que los llevó a realizar intensas búsquedas durante varios días en el lugar que comprendía el cerro de Pamplona y el estratégico reservorio de agua, un recurso vital para la población y aparentemente el objetivo de los desconocidos saboteadores. De hecho, encontraron algunas cajas más.
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