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Cuatro historias de violencia contra la mujer que ocurrieron a fines de 1993: Fue hace 30 años y todo sigue igual
No son historias de estos tiempos, de este 2023 tan cruel y salvaje para la vida de las mujeres peruanas; son historias breves pero contundentes de la violencia contra la mujer de hace 30 años. Una situación extrema de condenable continuidad que parece marcarnos como sociedad ayer y hoy.
En un corto lapso de tiempo, en cinco días para ser exactos, el Perú del Congreso Constituyente Democrático (CCD) que impuso Alberto Fujimori luego de su autogolpe del 5 de abril del ‘92, fue testigo de cuatro actos de barbarie humana: la muerte de tres mujeres y la violación de otra en diciembre de 1993; todas ellas pensaban pasar esa Navidad junto a sus familias, pero la peor violencia las envolvió fatalmente.
Del 17 al 22 de diciembre de 1993, durante esos cinco días ocurrieron hechos de violencia contra la mujer que algunos deben recordar. Fueron los días de más violencia y desprecio por la vida de las mujeres durante ese año. Fue hace 30 años y nada parece haber cambiado.
En la madrugada del viernes 17 de diciembre de 1993, la propietaria de un hostal en Tocache, en la región San Martín, fue baleada en la cabeza. Murió en el acto. Pero el asesinato no sucedió en esa localidad de la selva peruana, sino en Lima. Su cuerpo fue abandonado en un asentamiento humano (AA.HH.) en el Callao.
Yraida Viera Domínguez, de 34 años, había sido secuestrada horas antes. Luego fue llevada al AA.HH. Dulanto, en el puerto chalaco, en su propio auto: un Volkswagen plomo de placa BO-3708. Sus restos fueron hallados detrás de este vehículo. Cuando los forenses examinaron su cuerpo, confirmaron que solo había recibido un balazo en la cabeza, a la altura del ojo izquierdo.
Los vecinos no escucharon ningún disparo, por lo que la Policía no descartó que haya sido asesinada en otro sitio o que se haya usado un silenciador en el arma. Lo último que se vio de la víctima Yraida Viera fue ropa: una chompa roja con negro, una blusa amarilla, un pantalón jean azul y unas zapatillas blancas.
LA HISTORIA DE LA VENDEDORA DE POLLOS EN EL MERCADO
Ese mismo viernes 17 de diciembre de 1993, todo cambió en la vida de Edith de Barboza. La muerte le llegó por el lado más imprevisto: el hijo que adoptó. Ese adolescente la mató a golpes.
La violencia extrema contra Edith se produjo en la mañana de ese día, en su propio domicilio, en el jirón Los Olmos, en Salamanca, Ate. Ella vendía pollos en el mercado de la urbanización Salamanca, y era muy exigente con el menor que había adoptado. Así dijeron los testigos. El adolescente era desobediente y eso irritaba a la madre adoptiva.
El nombre del asesino se mantuvo en reserva por un tiempo, pero la historia de lo que pasó sí se supo a los pocos días. En la edición del 19 de diciembre de 1993, El Comercio informó que, cuando la Policía interrogó al menor, este dijo que Edith de Barboza “siempre lo humillaba en público”. Bastó ese motivo para acabar con ella. Pero no solo pasó eso: desesperado por lo que había cometido, intentó hacer desaparecer el cuerpo de la víctima.
La empujó, y en el suelo la pateó y golpeó salvajemente, así informó la División de Homicidios de la PNP. La mujer no resistió las múltiples fracturas y hemorragias internas. Una vecina de la casa, la señora Eulogia Palomino escuchó los gritos de la comerciante; ella declaró a la Policía que luego cundió un silencio sepulcral. Se imaginó lo peor, por eso decidió llamar a las fuerzas del orden.
Pero ese domingo 19 de diciembre, los lectores de El Comercio supieron lo peor: al llegar a la escena del crimen, los agentes policiales habían hallado al adolescente en plena tarea de seccionar el cadáver de la mujer. A su lado, había varios costalillos. Su intención, confesó después, era arrojarlo al río Rímac.
“Sólo quería golpearla, pero no matarla. Se me pasó la mano”, dijo el asesino aparentemente consternado, antes de ser llevado a la Delegación PNP de Salamanca. El menor había llegado de la provincia de Huaral hacía unos días.
EL EPISODIO DE LA MADRE VIOLADA Y SU HIJO QUE MURIÓ POR DEFENDERLA
Mientras todo el Perú conocía la historia del adolescente asesino en Salamanca (Lima), en la zona rural de Huaral, al norte de la capital, ocurría otra tragedia. El domingo 19 de diciembre de 1993, Valeria Leocadia Moreno Blas, de 25 años, era atacada sexualmente por un sujeto desconocido. Pero no solo eso: su hijo, que andaba con ella, también fue una víctima de ese infierno que vivieron ambos.
Valeria Moreno y su hijo Kame José Cotrina Moreno retornaban a su casa en la ex hacienda `Esquivel’, cuando cruzando por unos sembríos fueron interceptados por un delincuente armado con un cuchillo de cocina. Este golpeó y amenazó a Valeria y la violó; en tanto, el niño gritaba, golpeaba con sus pequeñas fuerzas al depravado, hasta que este lo asesinó, aplastándole la cabeza en la tierra hasta asfixiarlo. El violador quería que no hiciera bulla para no atraer a los vecinos cercanos.
El pequeño Kame José había muerto por defender a su madre.
Según la Policía, el sujeto mantuvo varias horas de rehén a la mujer. Luego se escapó hacia unas chacras cercanas. Entonces, Valeria reaccionó. Herida, golpeada, no le importó su propio dolor, vio a su hijo caído y, creyéndolo aún con vida, lo trasladó a una posta médica. Allí le dijeron que su hijo había muerto.
Los forenses indicaron que el cuerpo del menor tenía mucha tierra en las fosas nasales y en la boca. Valeria Moreno, golpeada y violada, solo le quedó esperar que atraparan al delincuente y violador que desgració su vida y la de su familia.
LA SENTENCIA A UN GRUPO DE VIOLADORES CUYO CABECILLA ERA UN EX POLICÍA
El miércoles 22 de diciembre de 1993, cinco días después del asesinato de Yraida Viera en el Callao, el ciclo se completó con un acto de aparente justicia, pues se iba a dictar sentencia a un grupo de depravados.
En la edición del 23 de diciembre, a un día de Noche Buena, El Comercio aclaró las razones de esa sentencia. Solo leer las causales, los motivos de la pena que se estaba dando, justificaba pensar en un “país de violadores”, como hoy se dice. “Cuatro indeseables sujetos que violaron a más de 60 mujeres mayores y menores de edad, fueron condenados ayer a purgar penas entre los 20 y 12 años de cárcel, según acordó la tercera sala penal de Lima, que preside el vocal Carlos Villafuerte Bayes”, decía la nota informativa. (EC, 23/12/1993)
La noticia era positiva. Se hacía justicia. Pero no solo la cantidad de víctimas era escandalosa e indignante sino que parte de los agresores eran ex miembros de la Policía Nacional del Perú (PNP). Aquellos que alguna vez habían salvaguardado la integridad física de los ciudadanos y ciudadanas del país, hacían ahora todo lo contrario: abusaban de ellas.
Procedía, primero, a dominar a sus víctimas con amenazas, y luego las drogaban. Ya controladas, las llevaban hasta una casa en Huampaní, al este de Lima, donde perpetraban sus crímenes. Se determinó que las mujeres atacadas fluctuaban entre los 12 y 30 años, y que incluso ultrajaron a menores de edad con vestimenta escolar.
Actuaban criminalmente en algunas zonas de Lima como la Costa Verde y en las inmediaciones del Campo de Marte, en Jesús María. En los interrogatorios, el cabecilla de esta banda de violadores, el ex suboficial de la PNPMarcelino Castillo Carranza, admitió haber violado a unas 60 mujeres; algunas veces de forma grupal y otras individualmente.
Este sujeto, Castillo Carranza, fue sentenciado a 20 años de cárcel. Los otros tres violadores afrontaron sentencias de 12 años: el ex teniente policial Marino Hernández Huamaní, así como Luis Castillo Pasichey Jorge Armijo Monzón.
Así fue el final triste y desgarrador de ese año 1993,en cuanto a la violencia contra la mujer. Casi 30 años que han pasado en vano.
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