La mujer de la foto es la Chica de la Tele. Se llama Yolanda Piedad Polastri Giribaldi, pero todos la conocen por el diminutivo de su nombre, Yola. Para muchas generaciones de niños peruanos, Yola –con sus pantalones acampanados, sus vestidos de primavera y sus sombreros de alas anchas– encarnó a un hada televisiva que, desde la pantalla de Canal 4, les enseñaba a cantar y bailar. No lo hacía sola, sino rodeada de peluches animados y adolescentes disfrazadas de muñecas que ella bautizaba como ‘Burbujitas’ (una amiga de mi mamá asegura haber postulado para ser burbujita, pero la descalificaron porque acababa de cumplir veinticinco). Algunos de los temas del programa Hola Yola se convirtieron en los himnos infantiles de esa época: El telefonito, El eco, Mami de mis amores, la Feria de Cepillín o el inolvidable Si toco la trompeta. Fue la trompeta, precisamente, el instrumento que Yola aprendió a tocar gracias a Tito Chicoma, su amigo y arreglista musical, con quien aparece en esta fotografía.
Chicoma acompañó a Polastri tanto en su primera etapa como en sus muchos relanzamientos, como cuando se reinventó como Yola Rocker y, con pantalones pegados y peluca a lo Tina Turner, lanzó hits más ‘juveniles’ como Sabor a Miel. Miremos juntos la imagen, captada no sabemos en qué tipo de locación exactamente. Vemos unos arbustos, una ventana semiabierta, un puñado de globos que cuelgan de una estructura imprecisa, un quiosco cerrado con el emblema de Pepsi y la punta del zapato de alguien que se cuela en el encuadre. Es un día de sol. Los tirantes de Yola y las patillas de Chicoma nos dicen que estamos a fines de los setenta. Él simula darle una lección y ella actúa para las cámaras. La Chica de la Tele está en la cumbre de la fama. Cuarentaicinco años separan ese momento del presente. Yola ha fallecido, pero a la vez no nos ha dejado. La Chica de la tele no solo entretuvo a su audiencia por décadas, sino que intentó llevar mensajes de amor en tiempos que no eran de amor. Ese fue su legado.