Si bien cada uno de nosotros aparenta independencia, no es así. Necesitamos los unos de los otros para reproducirnos, alimentarnos, vestirnos, tener vivienda, educarnos, sanarnos, apoyarnos.
Si bien cada uno de nosotros aparenta independencia, no es así. Necesitamos los unos de los otros para reproducirnos, alimentarnos, vestirnos, tener vivienda, educarnos, sanarnos, apoyarnos.
Maria Fe Maldonado

A veces, cuando se habla de se le suele dar una connotación negativa, por ejemplo, cuando se refiere a situaciones o condiciones externas que “nos conducen” a un estado menor o inferior respecto de nuestro estado anterior. Sin embargo, también se hace referencia al apego como algo positivo, si se tratase, por ejemplo, del vínculo saludable que un niño desarrolla con su familia en que ancla la seguridad personal que requiere para, más adelante, construir relaciones similares con su entorno.

Todos los mamíferos nacemos con capacidad de apego. Lo observamos al ver una camada de cachorros, siempre el más pequeño y lejano a su madre será el que menor probabilidad de subsistencia tenga, y ese ejemplo se podría proyectar a todos los animales, incluyendo a los seres humanos. La diferencia, en nuestro caso, sería la capacidad de desarrollar conciencia, de “saber” lo que sabemos, Homo Sapiens Sapiens, el hombre que sabe lo que sabe. De ahí evoluciona la conciencia; y por ello, el término apego varía de connotación de acuerdo con lo que se le asocia.

Si bien cada uno de nosotros aparenta independencia, no es así. Necesitamos los unos de los otros para reproducirnos, alimentarnos, vestirnos, tener vivienda, educarnos, sanarnos, apoyarnos, etc. Por ello, el apego es la base de la formación de todo. Gracias a éste, las células se agrupan y se forman tejidos, los tejidos se unen y forman órganos, etc. Es inherente a la vida. Así se forman las personas.

Pueden ocurrir situaciones en las que aprendemos que los vínculos emocionales hacen daño (o pueden hacerlo) y cuando se proyectan a diversos ámbitos de nuestra vida, generamos un apego o mejor dicho, un vínculo emocional hacia esa información (falsa), sesgando nuestra vida, nuestro comportamiento o nuestras decisiones al asumir esa falsedad como algo verdadero, sustentando nuestro malestar o nuestro comportamiento errático, conduciéndonos a entender que el problema radica en el apego.

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Frecuentemente leemos o escuchamos que debemos aprender a soltar el apego, generalmente refiriéndose a los malos hábitos, a las relaciones tóxicas, a las situaciones que no “nos suman”. Pero, muchas veces ese “apego” hace referencia a los dobles vínculos que creamos para darle sentido a nuestra vida: me comporto de esta manera porque anteriormente se portaron así conmigo: no confío en los hombres porque mi padre me abandonó, sería una frase que aterrice este ejemplo.

Lo que ocurre es que, al soltar este “apego” o este vínculo, el motivo de nuestro comportamiento pierde validez, deja de tener sentido y finalmente podremos tornar nuestra expresión hacia una de amabilidad e inclusión, interpretando la realidad de manera menos sesgada (la realidad es que todos somos capaces de confiar en todos, independientemente de nuestro sexo, sólo que elegimos no hacerlo por algún motivo).

Es importante determinar hacia qué o hacia quienes generamos estos dobles vínculos, y la forma más acertada es analizando las situaciones que asumimos como verdad, los pilares sobre los que interpretamos nuestra realidad, y que nos conducen al malestar.

Construimos nuestra vida día a día en base a nuestras experiencias, sin embargo, si nuestra realidad, el día de hoy, incluye mucho sufrimiento, ansiedad o desasosiego, es imperativo revisar la objetividad de la historia que nos contamos a nosotros mismos y determinar qué tan cercana a la verdad, objetiva y sin juzgamiento personal, es.

No se trata de soltar el apego, sino de ser inteligentes al elegir a quiénes o a qué deseamos desarrollarlo.

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