Las heridas del pasado son cargas emocionales, ajenas a nosotros, es decir, ajenas a nuestra autenticidad; que vamos asumiendo como “nuestras” en el momento en que se forman, en el momento que ocurre el episodio traumático, por así decirlo, que de alguna manera “roban” parte de nuestra autenticidad, de nuestra energía inicial, y a su vez, nos “nutren” o “contaminan” mejor dicho, de energía que no nos pertenece.
Con el paso del tiempo, y la acumulación de dichas energías, que no son nuestras; y también, el desprendimiento o despojo de nuestra energía inicial; nos podemos volver personas temerosas, ansiosas, ensimismadas o quizás también maliciosas o arrogantes. Nadie nace siendo así, pero sí podemos volvernos eso con el tiempo, y ser personas que sostienen una historia “dolorosa” que las “hace” actuar de esa manera.
Todos nacemos con una energía personal. En el momento que respiramos por primera vez sellamos un acuerdo de encarnación, es decir una energía que venimos a regalarle al mundo y a su vez, el mundo nos presentará una realidad que permitirá que despleguemos esa energía. Este acuerdo no dice que tengamos que pagar ningún karma, ni aprender ninguna lección. Simplemente, SER. Expresar una energía divina a través de nuestra vida, que es un regalo a la vida misma, es decir, a la humanidad. En ese transcurrir, y de acuerdo al entorno cultural y social que a cada quien le haya tocado transitar, vamos fortaleciendo esas características, o esa energía personal, si la cultura y la sociedad la avalan o promueven; o vamos negando y rechazando lo que somos, si el entorno lo interpreta o lo etiqueta como negativo, débil o inexplicable por la ciencia.
Las experiencias nos van dejando huellas y nos van formando y transformando en la persona que somos hoy. Algunas son las piedras sobre las que se construye una nueva historia, una nueva vida, una nueva etapa. Sin embargo, existen otras que nos van dejando heridas, las que más adelante serán las cicatrices que nos recuerden dolorosamente el pasado y lo que las creó, volviéndonos personas más inflexibles, separatistas, temerosas o retraídas, o con ideas más sesgadas o fundamentalistas (mi pensamiento es mejor que el tuyo, por ejemplo) y sin voluntad de apertura; o de cualquier manera que sea distinta a nuestra energía personal.
Así sucede que poco a poco, vamos dejando de ser uno mismo para vivir de acuerdo a nuestro dolor, de acuerdo a “nuestra verdad” (por más dolorosa que sea de sostener), de acuerdo a nuestra carga emocional (la que sea con tal de justificar nuestro malestar) perdiendo nuestra autenticidad, nuestra energía inicial; dejando de ser uno para ser la energía que vamos recopilando a lo largo de la vida.
Existen muchas recomendaciones válidas para “sanar” estas heridas, hay quienes acuden (o tienen la posibilidad de ir) a diversas terapias o coachings, hay quienes vuelven del deporte su mejor terapia, otros optan por métodos como la meditación o mindfulness, y muchas más. Hay diversas maneras válidas de atravesar estas “heridas” y de hacer de ellas una gran fortaleza o un gran impulso. Sin embargo existen algunos denominadores comunes en todas ellas, que son la constancia, la disciplina y la humildad de saber que podemos estar equivocados y que debemos observarnos a nosotros mismos ante todo.
Las heridas del pasado son como su nombre lo dice, del pasado. Nadie puede borrarlo, sin embargo sí podemos decidir qué hacer con ellas.