El accidente cerebrovascular (ACV) es una de las emergencias médicas más comunes y devastadoras, que cobra la vida de cuatro personas por cada mil habitantes al año en el Perú. Según la Dra. Marla Gallo, neuróloga intervencionista y coordinadora de la Unidad de Ictus de la Clínica Ricardo Palma, el 90% de los ACV se pueden prevenir si controlamos factores como la hipertensión arterial, la diabetes y el colesterol alto. Sin embargo, cuando ocurre, cada minuto cuenta, y actuar rápido puede ser la diferencia entre la vida y la discapacidad.
El Dr. Martín Gavidia, jefe de la Unidad de ACV de la Clínica Anglo Americana, explica que “un accidente cerebrovascular es una emergencia que interrumpe de manera brusca el flujo sanguíneo en el cerebro. Al estar privado de oxígeno y nutrientes, se generan daños irreversibles con cada segundo que transcurre”.
Si bien muchas personas asocian el ACV con los adultos mayores, cada vez son más los jóvenes que sufren esta condición debido a factores de riesgo como la hipertensión y el tabaquismo. De hecho, el 63% de los afectados son menores de 70 años, según la Dra. Gallo. La Dra. también destaca que, en las mujeres, los ACV suelen ser más graves y dejar secuelas más severas. Esto se debe a factores hormonales, como el embarazo, que aumenta el riesgo de coagulación.
¿Cómo prevenir el ACV?
Muchos de los factores de riesgo asociados con el ACV son prevenibles o manejables a través de cambios en el estilo de vida. “La hipertensión es uno de los principales desencadenantes de un ACV, pero otros factores como la diabetes y la obesidad también juegan un papel clave. Si se manejan adecuadamente, el riesgo puede reducirse significativamente”, indica el Dr. Gavidia.
La Dra. Gallo, miembro del grupo Stroke, explica que la clave está en adoptar un enfoque proactivo: mantener una dieta balanceada, hacer ejercicio regularmente, evitar el consumo de alcohol y tabaco, y someterse a chequeos médicos periódicos.
Sin embargo, hay factores de riesgo no modificables, como la edad, el sexo, la raza y la genética. A medida que envejecemos, el riesgo de sufrir un ACV aumenta, y las mujeres, en particular, pueden tener infartos más graves debido a factores hormonales y una recuperación más lenta en comparación con los hombres. La raza también juega un papel importante: las personas de raza negra tienen un riesgo más alto de sufrir hipertensión y, por ende, de padecer ACV. Asimismo, los antecedentes familiares de este accidente aumentan significativamente la probabilidad de padecer uno.
¿Cuáles son los síntomas del ACV?
Uno de los grandes retos del ACV es que los síntomas suelen ser subestimados o no reconocidos a tiempo. Solo un 20% de la población es capaz de identificar los síntomas de un infarto cerebral, detalla Gallo. Esta falta de conocimiento puede ser fatal, ya que por cada minuto que pasa sin tratamiento, se pierden dos millones de neuronas de manera irreversible.
Los tres síntomas clave a los que debemos estar atentos son:
- Asimetría facial: Un lado de la cara se muestra caído o sin movilidad.
- Debilidad en brazos o piernas: El paciente experimenta una pérdida repentina de fuerza, generalmente en un lado del cuerpo.
- Alteración del habla: Dificultad para hablar o entender lo que dicen los demás.
En caso de observar alguno de estos síntomas, es crucial acudir a un hospital de inmediato. “La rapidez con la que se actúe es determinante. Si un paciente llega al hospital dentro de las primeras 4.5 horas, tiene más posibilidades de recibir tratamiento de reperfusión, que restablece el flujo sanguíneo y minimiza el daño cerebral”, explica el Dr. Gavidia.
El ACV suele ser más grave en mujeres
Las mujeres no solo son más propensas a sufrir accidentes cerebrovasculares más graves que los hombres, sino que también enfrentan una recuperación más lenta. Según la Dra. Marla Gallo, esto se debe a una combinación de factores hormonales y fisiológicos. Durante el embarazo, por ejemplo, las mujeres experimentan un estado conocido como protrombótico, que aumenta la coagulación sanguínea y, por ende, el riesgo de un ACV. Además, las terapias de reemplazo hormonal y condiciones como la migraña también incrementan este riesgo.
Uno de los aspectos más significativos es que las mujeres tienden a mostrar síntomas de ACV más inespecíficos que los hombres. Esto significa que pueden experimentar alteraciones visuales, inestabilidad o adormecimientos, en lugar de los síntomas clásicos, lo que lleva a una identificación tardía del problema y, por lo tanto, a una mayor severidad del infarto. Además, la experta menciona que, debido a que las mujeres suelen tener una mayor resistencia al dolor, tienden a subestimar o retrasar la búsqueda de atención médica, lo que agrava aún más su situación.
En comparación con los hombres, las mujeres también tienen una tasa más alta de complicaciones post-ACV, incluyendo discapacidad prolongada y una recuperación más lenta. Esto se debe, en parte, a los factores hormonales mencionados, pero también a una menor atención médica intensiva durante y después del evento.
¿Cómo se trata un ACV?
El tratamiento del ACV ha avanzado en los últimos años, pero sigue siendo esencial actuar rápidamente. Existen dos tipos principales de ACV: el isquémico, que es causado por la obstrucción de una arteria, y el hemorrágico, que ocurre cuando se rompe un vaso sanguíneo en el cerebro. El ACV isquémico es el más frecuente, representando el 85% de los casos, mientras que el hemorrágico es el más mortal.
Los tratamientos disponibles para el ACV se enfocan en restablecer el flujo sanguíneo al cerebro lo antes posible. Las dos opciones principales son:
- Trombólisis intravenosa: Este tratamiento consiste en administrar un medicamento anticoagulante por vía intravenosa, diseñado para disolver el coágulo que obstruye la arteria. Este procedimiento debe realizarse dentro de las primeras 4 horas desde el inicio de los síntomas para ser efectivo. Aunque existen hospitales con capacidad para realizar este tratamiento en Perú, la tasa de trombólisis es muy baja –alrededor del 3%– debido al retraso en la llegada de los pacientes a los centros médicos.
- Trombectomía mecánica: Este procedimiento puede realizarse hasta 24 horas después de que inician los síntomas, lo que ofrece una ventana más amplia en comparación con la trombólisis. La trombectomía se lleva a cabo mediante un catéter insertado en una arteria, generalmente en la pierna, que llega al cerebro para extraer el coágulo de manera mecánica. Aunque es una opción muy efectiva, su disponibilidad es limitada en Perú, con solo un centro privado, la Clínica Ricardo Palma, que ofrece este tratamiento de manera rutinaria.
El Dr. Martín Gavidia también subraya la importancia de actuar rápidamente. “Si se identifica a tiempo y se accede a tratamiento dentro de las primeras 4 horas, los pacientes pueden recibir terapias de reperfusión que restablecen el flujo sanguíneo y minimizan el daño cerebral”, explica. Sin embargo, advierte que cuanto más tiempo pase, menos efectiva será la intervención y mayores serán las secuelas, como parálisis, problemas del habla o incluso la muerte.
La prevención es clave para evitar secuelas
Aunque actuar rápidamente durante un accidente cerebrovascular es crucial, la mejor estrategia sigue siendo la prevención. Si se controlan adecuadamente los principales factores de riesgo, como la hipertensión arterial, la diabetes y el colesterol alto, es posible prevenir el ACV.
“La hipertensión no controlada es el mayor riesgo para sufrir un ACV, pero con una detección temprana y un manejo adecuado, el riesgo se reduce considerablemente”, afirma Gavidia. La combinación de una vida más activa, chequeos regulares y la toma de medicamentos cuando es necesario, puede hacer una gran diferencia.
Por último, el Dr. Gavidia resalta que no solo se trata de prevenir el ACV, sino de minimizar sus impactos. “Una detección oportuna y un control riguroso de los factores de riesgo no solo reducen las probabilidades de sufrir un ACV, sino que también limitan las secuelas en caso de que ocurra”. Esto incluye desde cambios sencillos, como mejorar la alimentación, hasta medidas más avanzadas, como el control estricto de la presión arterial mediante medicación.