Ricardo Sumalavia: “Escribir un texto literario siempre tiene algo de terapéutico”
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Un padre de familia debe abandonar su vida en Burdeos, Francia, y volver a su natal Lima. En la previa al viaje repasa anécdotas, recuerdos y momentos que marcaron las distintas etapas de su vida. Hay, sin embargo, una presencia casi fantasmal que no lo suelta. Hablamos de Alma, una niña que, pese a su prematura muerte, transita de forma intermitente la trama de esta novela, la más reciente obra del escritor Ricardo Sumalavia.
Conversamos con el autor de “No somos nosotros”, novela publicada por Seix Barral y que ya está a la venta en las principales librerías de Lima.
-¿Cómo debería el público ver “No somos nosotros”, como una novela, como un conjunto de micro relatos o como un diario personal?
En realidad, creo que el término más exacto puede ser el de novela, pero entiendo que es bastante amplio. Es decir, si pensamos una novela como una historia lineal con un conjunto de personajes definidos que se articulan a través de una sola trama y todo queda claro hacia el final, pues ese tipo de novela no es. La novela, tal como yo la entiendo, es algo que te permite múltiples posibilidades. En el caso de mis libros previos, de repente podríamos utilizar el término de novela pero como un artefacto textual. No me gusta ceñirme a las etiquetas ni a las reglas que estas suponen. En ese sentido, creo que he escrito un libro que se puede leer de muchas maneras. Pero es verdad que se construye a partir de entradas de un diario, de micro relatos, como también micro crónicas de viaje y también de pequeños ensayos. Estamos ante una apropiación de diversos lenguajes pero con una línea argumental que surge a partir de los viajes y principalmente de los viajes literarios.
-Es cierto, tu novela tiene mucho viaje literario…
Sí, pero eso ocurre en casi todas mis novelas. Lo que me interesa es cómo esos viajes, que pueden ser literarios o simples anécdotas cotidianas, puedan articularse de tal manera que se sienta que lo literario no es ajeno a la vida cotidiana ni viceversa. No son espacios distanciados. Creo que pueden articularse con cierta fluidez. Y eso trato en este libro.
-Sin caer tanto en lo spoiler. ¿Qué le puedes contar a los lectores de nuestro blog sobre el personaje de Alma?
Para mí, Alma es como la Lima fantasmal. Yo he vivido en el Cercado de Lima. Este ha sido mi espacio, mi mundo, y no importa dónde haya podido ir yo por mi experiencia laboral, profesional, vital, etc. Siempre he llevado a la ciudad de Lima como si fuera un fantasma. Además, para los que lean atentamente la novela, no es que ella tenga una presencia constante, que sea citada o mencionada a cada momento, sin embargo, da la impresión que sí. ¿Por qué? Porque quería que ella esté transitando, flotando a lo largo de toda la novela, como una especie de Beatriz que me ayuda a volver.
-En el capítulo donde el protagonista visita una exposición de cuadros de Goya concluyes con una reflexión sobre “los cadáveres que nos cayeron del cielo en los ochenta”. ¿Cuál fue tu objetivo?
Cuando visité el museo nacional de Bulgaria me entero de la historia sobre la batalla de defensa de los búlgaros ante el ataque otomano. De pronto, cuando estos ya no tenían absolutamente nada y estaban en la cima de una montaña sin municiones, deciden lanzar a sus muertos sobre los otomanos. Y esa cantidad de cadáveres obviamente impactó. Estamos acostumbrados a batallar contra la vida de otros y darles muerte, pero no a que la muerte nos ataque. Esa imagen me pareció interesante. Y como en este libro busco trasladar mi experiencia de viaje a mis memorias, pues quise traer esa imagen a los años ochenta en el Perú, donde tuvimos más de 70 mil muertos y desaparecidos. Eso fue como una suerte de aluvión de muertos que nos ha caído encima.
-¿Cuánto de influencia tiene un libro como “Prosas Apátridas” de Ribeyro en tu formación como escritor?
Creo que la lectura de Ribeyro es fundamental para todo autor peruano y latinoamericano. Pero en mi caso, justamente me sentí afín a él –salvando las distancias—por diferentes situaciones. Él crece en Lima, tiene una formación urbana, universitaria, y luego viaja a Europa. Yo tuve una experiencia asiática. Y viviendo en Burdeos tuve interés de releer “Prosas Apátridas”, sus diarios, sus cuentos, que incluso como profesor trabajé con mis alumnos. Me sentí afín a él. Esa mirada que tuvo de Francia en los sesenta y setenta me interesó mucho. Así que quise darle una relectura a mi manera. Mira, Ribeyro publica “Prosas Apátridas” justamente porque no había un rótulo para este género que él está escribiendo. Pero él, de alguna manera, me da territorio a mí y a otros autores. Funda un espacio. Por eso no tenemos por qué preocuparnos mucho por el género (de mi libro). Quizás alguien diga que son otra suerte de prosas apátridas, y bueno, podría serlo, pero ya hay un territorio fundado por Ribeyro y creo que me puedo desplazar ahí con libertad.
-¿Hubo algo de terapéutico al redactar esta novela? ¿Afrontaste algún tipo de catarsis?
En general en todo texto literario hay algo de terapéutico, sea aceptado o negado por el autor. Ya Mario Vargas Llosa habló de los demonios interiores. Y sí, estoy seguro de que varios de mis demonios están presentes aquí. Pero hay que tener cuidado porque, si bien me presento como personaje, hay una sobre exposición de este Ricardo Sumalavia que aparece en la novela, a tal punto que puede ya verse como un personaje más, y da lo mismo si existe o no. Obviamente, las personas más cercanas a mí le pueden dar una lectura, pero no soy amigo de todos. Esto me permite tener lectores que puedan jugar con esa ambigüedad de construcción ficcional, contraste con lo real, que de alguna manera creo yo en los últimos años se está dando de una manera más frecuente. Creo que estamos en un siglo en el que se está cuestionando la ficción.
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-Hablemos sobre algunas referencias que aparecen en tus libros. ¿Qué tan interiorizado podemos llegar a tener un registro de escritura de acuerdo al lugar de nacimiento? ¿Por qué no podemos escribir como rusos o como japoneses?
Necesariamente formamos parte de una tradición y de una cultura. Y esta última nos da una formación y el lenguaje. Tenemos una lengua materna, vínculo con nuestros padres, pero también con la sociedad. Y con la lengua viene aparejada la sociedad y la cultura. Por eso tenemos ciertos códigos y registros dentro de los que nos desplazamos. Por eso hay ciertas temáticas recurrentes para nosotros. Hace poco justo veía un thriller francés y no había referencias a la situación socio política francesa. ¿Por qué no podemos hacer algo así en Perú, sin que haya esta exigencia de que en la película se hable de lo que pasa aquí, de nuestros políticos, etc? Lo que pasa es que tenemos una tradición realista bastante fuerte. De alguna manera, cuando escribo me tomo las libertades que pueda yo asumir con una responsabilidad estética que corresponda a lo que pretendo transmitir.
-¿Por qué al final de cada capítulo hay un párrafo con una especie de comentario muy personal o hasta íntimo del narrador?
Este libro fue escrito sobre todo teniendo en cuenta la simultaneidad de la narración con lo vivido. Fue un libro escrito desde el presente. Por ejemplo, uno dice “ahora me encuentro sentado en una banca desde Ginebra…”. Desde ese presente voy armando una anécdota que puede tener cierta trascendencia, y en esa sumatoria de textos breves, a cada fragmento le quiero dar un cierre contundente, como si fuera un haiku en prosa.
-¿Tienen los capítulos de tu libro que motivarnos siempre a la reflexión?
Eso es relativo. Si tienes una mentalidad bajo los cánones occidentales, es decir, normalmente esperas una conclusión un remate con una idea específica, que te aclare y en esa precisión de información pues tú asumes una postura. Pero ese no es mi caso. La referencia que acabo de hacer al haiku tiene que ver con eso. El haiku son tres versos, y el final no es un remate, una conclusión, una aclaración, ni siquiera busca la relación lógica. Lo que vas a tener es una suerte de armonía. Eso busco con mis desenlaces: una armonía al estilo oriental, aún cuando hablo de situaciones que ocurren en occidente. Y creo que mi libro debe entenderse de esa manera. Hay una trascendencia a la cual accedemos por diferentes vías, y si no se hace por la vía que a ti te gusta, no lo convierte en un texto que no cumplan con dicho objetivo. Lo cumplirá por otro camino y quizás para otros lectores.
-¿Por qué apostar por la vocación literaria en un país donde se lee menos de un libro al año por persona? Tú iniciaste una carrera universitaria completamente distinta…
Más que una apuesta es una condena dichosa. La literatura te atrapa y no te suelta. Yo estaba estudiando ingeniería, hice unos primeros años, porque siempre me ha interesado la física, la matemática, pero como carrera, para dedicarme a ello, sinceramente en algún momento dije que no. Lo mío era la lectura, la escritura, y más allá del beneficio económico que pueda obtener o no, fue una decisión correcta la que tomé.
-¿En qué etapa de tu formación como escritor te encuentras?
Estoy en una etapa serena. Ya no tengo mayores angustias de saber qué va a venir. Intuyo lo que pasará. Ahora estoy en un proyecto de micro ficción, “Enciclopedia vacía”, que le sigue a “Enciclopedia Mínima” y “Enciclopedia Plástica”. Como el nombre lo dice, se aproxima mucho hacia lo oriental. Y algunos críticos tendrán que entrenarse un poco, seguramente, para poder entenderlo. Pero tampoco abandono la prosa para libros más amplios, como “No somos nosotros”, que cabe la precisión forma parte de un tríptico al que llamé Tríptico de la Levedad, que inició con “Que la tierra te sea leve” y siguió con “Mientras huya el cuerpo”. Siento una satisfacción en lo literario y también estoy reiniciando mi vida tras regresar a Lima. Por todo eso tomo las cosas con calma.