Raúl Tola: “No me da vergüenza decir que soy escritor”
“Madeleine muerde una de las cáscaras de papa y no puede disimular una sonrisa que le llena el rostro. Paladea la textura arenosa y el sabor amargo, y luego prueba las mondaduras de zanahoria y las hojas de repollo. Cada bocado la calma, la transporta a un mejor lugar. Por un instante está de vuelta en asa, sentada en la mesa de sus padres y hermanos, saboreando los platos de la Negra Eleodora”, (Página 52).
El texto corresponde a un párrafo de “La noche sin ventanas”, la nueva novela del escritor y periodista Raúl Tola Pedraglio publicada por el sello Alfaguara. Madeleine es una de los dos personajes principales de una historia por ratos tan cruda como ambiciosa. El relato del horror de la Segunda Guerra Mundial pero desde la mirada de dos peruanos (el otro es el intelectual Francisco García Calderón) que fueron parte de dicho hecho histórico.
El autor de esta historia es un convencido de que debemos dejar de pensar que el Perú está alejado de los grandes sucesos mundiales. Él mismo se decidió a escribir este texto de casi 500 páginas al encontrarse con un grupo de peruanos que regresaban de prestar servicios de seguridad (y acaso también de jugarse la vida) en empresas de Irak (en plena guerra).
A través de Madeleine y Francisco García Calderón, una peruana que estuvo sometida en un campo de concentración y uno que vivió encerrado en un lujoso hotel alemán en pleno conflicto, esta novela rescata aquellos personajes olvidados que merecen salir a la luz, ser leídos y analizados.
Aquí nuestra entrevista con Raúl Tola sobre “La noche sin ventanas”, ya a la venta en las principales librerías de Lima.
-Remontémonos a tus inicios con “Noche de cuervos” en 1999. ¿En qué factor crees que se ha dado más nítidamente el proceso natural de maduración que te tiene hoy aquí? ¿En la rigurosidad, en la temática o en la consistencia de los personajes y las situaciones?
Creo que mi principal evolución está en la búsqueda de una voz propia. Y esa es la principal ambición de un escritor, encontrar esa forma que contenga tu fondo y de la manera más nítida. A esa exploración es la que más me he acercado y, sin duda, en la que más he avanzado. Una forma más auténtica –con todo el peligro que implica la palabra autenticidad cuando hablamos de arte–, pero sí hay una forma más natural, más propia. Me parece que ese es el principal avance que he tenido tanto en “Flores amarillas” como en “La noche sin ventanas”. Pero también es cierto que hay una transformación en la temática y en el enfoque entre mi primera novela y esta. “Noche de cuervos” quizás es más juvenil, aunque en “Heridas privadas” sí hay un primer intento por plantear un juego formal pero de forma muy incipiente. Me parece que la presente novela confirma que esta temática inicialmente juvenil la he dejado atrás como resultado de un proceso de maduración como escritor pero también personal. Y tiene que ver con mucha autocrítica, con muchas experiencias que me han marcado y me han hecho crecer, sentirme más en mi centro. Y también con un proceso de terapia que me ha ayudado a sentirme más tranquilo y seguro. Todo eso se traduce en mis libros.
-¿Sigues pensando que si tuvieras la opción de publicar hoy “Noche de cuervos” no lo harías?
Creo que es una novela un poco prematura, muy atrevida. Es una historia juvenil que a mí me da un poco de pudor por la temática y la forma. Pero sí es un libro que me sirvió como una carta de presentación, porque es lo primero que publiqué e incluso se hizo una película con la novela. Fue algo increíble. A los 21 me sentía en las nubes. Y creo que no estaríamos hablando de una transformación y mejoría sino existiera un inicio. Quizás en “Noche de cuervos” me faltó un editor que me frene un poco, pero es una novela a la que le tengo muchísimo cariño.
-¿Con cuál de tus libros dijiste ‘ya, me siento un escritor’?
Con “Flores amarillas” sentí que las cosas iban en serio. Era una novela mucho más cuajada, donde yo soy un poco más consciente de mis herramientas narrativas. Está presente el estilo, la voz. La temática de la novela es muy personal, me afecta de manera muy íntima, porque cuenta la historia de una familia de inmigrantes italianos inspirados en mi familia materna. Los personajes que aparecen ahí, si bien están deformados por la ficción, están inspirados en personas que existieron. Y no me da vergüenza decir que soy escritor. Es lo que hago. Para escribir “La noche sin ventanas” trabajé en horario de oficina.
-¿No es como una mochila algo pesada el título de ‘escritor’?
Es que no veo el título de escritor con esa impronta metafísica, extrahumana que le ponen algunas personas. Quizás porque yo tengo una aproximación a la literatura más parecida a la de los escritores norteamericanos. En su CV, ellos, si han sido fontaneros, pues ponen que han sido fontaneros junto al hecho de ser escritores. Porque para ellos, como lo es para mí, el ser escritor es un oficio, un trabajo como cualquier otro, como atender en una ventanilla de banco o trabajar en un despacho de abogados. No debe haber una diferencia. Todos los días te despiertas, te sientas en tu escritorio y trabajas tus horas. No hay nada extraordinario ni ‘musas’ que te elijen o toquen como si fueras un predestinado.
-¿Qué tan fundamental fue “Estación final” de Hugo Coya para escribir “La noche sin ventanas”, teniendo en cuenta que ahí el autor cuenta la historia de Magdalena Truel y ahora con tu novela has ficcionado sobre este mismo personaje?
Hace mucho quería escribir una novela sobre el Perú y la Segunda Guerra Mundial porque creía que le faltaba a nuestra literatura. Esto pese a que se ha escrito tanto sobre campos de concentración y batallas de este conflicto. Me sorprendía que no hubiera aunque sea una novela que trate este tema tan importante, pero más aún que los peruanos nos sintiéramos tan lejanos a él. Quise aproximar mi país a dicho tema. Intuía que el Perú había jugado un papel al respecto. Era casi imposible lo contrario. Y cuando leí la historia de Magdalena Truel, descubierta y contada por Hugo Coya, sentí que había una primera chispa que me podía servir de hilo conductor. Y Hugo me mencionó a Francisco García Calderón (FGC) que estuvo preso pero no en un campo de concentración. Él fue uno de los intelectuales peruanos más importantes de la historia, aunque sus ideas hoy quedaron en el olvido. Me sorprendió un detalle: que FGC había profesado ideas muy conservadoras, había coqueteado con el fascismo. Su mejor amigo fue José de la Riva Agüero. Así que me llamó mucho la atención de FGC que fuera una víctima de sus propias ideas. Porque además en este cautiverio, él, que era depresivo, termina de volverse loco.
-Ahí viene lo de la Generación del 900…
Es curiosa la evolución del pensamiento de FGC porque yo creo que un gran mérito de la Generación del 900 fue que sus integrantes hicieron un primer intento serio por mirar, evaluar y comprender qué fenómenos hacen que el Perú sea como es. Sin FGC, Mariátegui no hubiese escrito los “7 ensayos”. Es la primera pista de obras que vendrían luego, como “Clases, Estado y Nación” de Julio Cotler. FGC pone la primera piedra de un edifico que nos permite comprender a nuestro país. Eso me parece valiosísimo y me da pena que no se recuerde, que nadie lo lea aunque sea desde una mirada crítica. Y que nadie sepa que en 1900 había una generación de peruanos que tenía resonancia aquí y en Europa. A través de los libros de FGC Europa miraba a América Latina y al Perú.
-¿Podemos entonces decir que tu novela tiene cierto ánimo reivindicativo hacia Francisco García Calderón?
No lo sé. Quizás en el sentido de que [los de su generación] fueron intelectuales muy importantes, de gran relevancia mundial, que se preocuparon por mirar al Perú. No me animaría a reivindicar las ideas de FGC, porque me parece que quedaron en el pasado y hoy son aberraciones: el concepto de raza, la necesidad de dictadores para que impongan su orden y establezcan ciertas pautas en sus países para que estos salgan adelante. Esa lógica más o menos se entiende porque FGC planteaba la necesidad de dictadores fuertes que ordenaran a los caciques militares que surgieron tras las independencias en América Latina. En ese sentido jamás lo reivindicaría.
-Hace unos días Santiago Roncagliolo publicó un artículo sobre “Cien años de soledad” que generó algunos análisis recurrentes sobre el parricidio de un autor con sus referentes. ¿Sientes tú algún tipo de inspiración por el halo que deja la literatura de Mario Vargas Llosa?
Claro que sí. He leído e investigado mucho la literatura de Vargas Llosa. He tratado de elaborar, a partir de sus técnicas, mis propios recursos. Creo que esta novela es muy ‘vargasllosiana’, aunque lo era más aún “Flores amarillas”. Y claro, seguramente yo estoy en un camino parricida de enfrentarme, confrontarme y ‘matar’ a ese gran padre literario que tenemos todos los peruanos. No obstante, creo que el parricidio como acto simbólico no nos puede hacer perder de vista todo lo que pueden aportarnos nuestros padres. Vargas Llosa tiene numerosos méritos y aportes que rescato y que me sirven para construir mis ficciones. Y tampoco es que me moleste que me digan ‘vargasllosiano’ o que me digan que mi novela tiene dichas influencias, al contrario, me parece un halago. Eso sí, creo que estoy en un camino por esforzarme y desprenderme de esa influencia para que cada vez sea menos definitiva. La idea es encontrar una voz propia incluso más definitiva, desligada de esas influencias originales. Más que un parricida me considero una persona que lee mucho y que trata de aprender de todos los libros que lee. Dejar lo que no me interesa, aprovechar lo otro y someterlo al tamiz de mi propia voluntad, voz e intención.
-Te siento mucho más cómodo en estas incursiones en temas históricos, políticos y trascendentes. ¿Descartas incursionar en literatura sobre temas mucho más cotidianos?
No hay que descartar nunca ningún tema. No sé qué novela escriba dentro de cinco años. Como escritor no sé qué temas me puedan interesar en ese momento de mi vida. Esta es una novela que toca los grandes temas de la política peruana de esa época, pero también la cotidianeidad de sus personajes. Quisiera escribir una próxima novela mucho más autobiográfica, que parta de mis propias vivencias directamente, que se empape de lo que me tomó a mí vivir en el 2000, que fue el año de la caída del fujimorismo, algo que viví en primera línea.
-¿Entonces los cuentos para ti están suspendidos?
Probablemente, sí. Hoy estoy más cómodo escribiendo novelas. Lo que sí te puedo decir es que lo que escribo lo hago con la mayor honestidad posible. Y siento que es verdad eso de que ‘los temas te escogen’, porque siento que cuando me decido a escribir una novela sobre algo se convierte casi en una necesidad imperiosa tocar el tema y desarrollarlo.
-Cuando me hablan de la Segunda Guerra Mundial recuerdo al protagonista de la película “El pianista” desesperado por abrir una lata para extraer el polvo que hay en su interior y tragárselo. Tu novela tiene una escena casi similar [La que abre esta nota] en la que Madeleine recibe una bolsa con cáscaras para comer. ¿Qué sensibilidad especial tuviste para narrar momentos tan agrios de la condición humana?
Yo estuve en un campo de concentración y creo que esos lugares contienen lo más espantoso del ser humano. Son un resumen de las atrocidades máximas que puede cometer un ser humano en la búsqueda de humillar, maltratar y finalmente desaparecer a sus similares. Y esto que ocurre en los campos de concentración no solo acontece ahí. Lo que pasa es que allí se presenta de una manera atroz, monumental, organizada. Pero esta necesidad que tenemos los humanos de humillar y maltratar, se presenta también con frecuencia en una sociedad tan violenta como la peruana. Aunque hoy menos violenta que durante los años de Sendero Luminoso. Es algo con lo que siento que convivimos. Insisto, los campos de concentración no tienen comparación en la actualidad, pero creo que si existieron es porque dentro de los seres humanos habita ese ‘monstruo’. Pienso que logré una historia tan desoladora porque cuando uno escribe se desdobla y se asoma a ese lugar. Y siento que lo hice más desde la posición de las víctimas y de los victimarios.
Cuando escribes una novela convives con tus personajes, y yo me siento muy identificado con Madeleine. Todas estas ideas y sensaciones me hicieron describir momentos tan dramáticos como el que retratas.
-¿Cuánto te costó desprenderte de Madeleine tras culminar las casi 500 páginas de tu novela?
Uno nunca termina de desprenderse de los personajes. Uno nunca termina de escribir una novela. Los personajes te acompañan en adelante, los recuerdos, lo que hiciste para construirlos. Madeleine como Francisco son parte de mi vida hoy. Me da pena el terminar una novela porque sobre todo cuando uno la escribe ve la evolución de los personajes incluso desde su nacimiento. Y uno se encariña con su humanidad. El final de Madeleine es duro, dramático, especialmente angustiante. Y me dio mucha pena pero al mismo tiempo necesitaba darle una ventana de liberación.
-Has vivido en España algunos años y ahora estás de vuelta en el Perú. Vemos las cifras de españoles que llegan mensualmente al Perú. ¿Se puede comparar esto con el proceso inverso, es decir, la migración de peruanos hacia el exterior?
Me parece sorprendente que la tendencia en la balanza, entre la gente que se va y la que viene, haya variado tanto. Si bien sigue yéndose más gente de la que viene, me sorprende que muchos vean al Perú como una tierra de esperanza y posibilidades. Esto hace diez o quince años era imposible de imaginar. Y me parece símbolo de algo que está pasando, de un progreso económico pero que no es tampoco símbolo de que la tarea está cumplida. Hay muchísimas cosas por hacer. Y además, el progreso en la economía no ha traído un crecimiento institucional que es importantísimo. Los partidos políticos son casetas con un letrero encima, no son verdaderas instituciones que permitan que las necesidades de la población se canalicen. Y como esas, la mayoría de nuestras instituciones son muy precarias. Siento que se ha avanzado pero que falta aún más. Y la mirada desde afuera me permite ser mucho más crítico con mi país de lo que era antes. Muchas cosas que antes daba por sentadas, hoy no las acepto.
-¿Has tenido la oportunidad de conversar con algún descendiente de alguno de los protagonistas de tu novela?
Hace unos días conversé con una amiga que es hija de un sobrino de García Calderón. Y me dijo que había leído el libro con muchísimo gusto. Es la única referencia que he tenido y felizmente ha sido buena.
-Finalmente, tu novela tiene también mucho del ambiente diplomático. ¿Te ha servido “La noche sin ventanas” para cambiar un poco tu percepción sobre este mundillo que a veces vemos tan formal y serio desde afuera?
Tengo muchos amigos diplomáticos que son personas extraordinarias, entre ellas Alejandro Neyra. Esta es una novela crítica con la diplomacia pero no con los diplomáticos. Pasa que la diplomacia se maneja por intereses, donde son tan importantes las formas, no sé, hay momentos en los que esta ha demostrado ser bastante ineficaz. Por ejemplo durante la Segunda Guerra Mundial o ahora durante la crisis con Venezuela. Por eso es crítica, porque claro, la diplomacia, que está tan envuelta a veces en fastos y en oros, es un quehacer bastante mundano. Estas personas que discuten de los grandes intereses de los países tienen también sus debilidades. Y eso es algo que también quise reflejar.